Capítulo 2

El tal Andrew era todo un adonis. 

Su cuerpo esbelto y musculoso se ocultaba debajo de un traje azul que seguramente valía más de lo que podía imaginar. 

Era muy alto, y su cabello castaño claro caía un poco despeinado sobre su frente. 

En sus manos llevaba unos papeles que ojeaba con gran concentración, mientras caminaba a paso rápido.

En cuanto la señora lo llamó, él alzó su vista. 

Y sentí como mi corazón comenzaba a latir con más fuerza. 

Sus ojos oscuros me atravesaron con una intensidad que nunca había sentido. 

Incluso, logró erizar mi piel con su mirada. 

Algo en mi ser se encendió.

Rápidamente recorrió mi cuerpo y luego volvió a mi rostro. 

Me sentí un poco frustrada por aquel gesto, porque estaba segura de que iba a juzgarme por mi apariencia, y no me contrataría. 

Joder, debía intentar conseguir éste trabajo. La casa era un sueño hecho realidad, y podía vivir aquí gracias al empleo. 

Además, la señora parecía la mujer más dulce del mundo, con su cálida sonrisa.

Iba a obtener éste puesto. Sería mío.

Me concentré en él nuevamente, y casi no podía creer lo sexy que se veía. 

Y entonces, sonreí con simpatía a mi futuro, quizá, jefe. 

-¿Por qué sonríes?- soltó él con soberbia.

Inmediatamente me puse seria.

¿Que por qué sonreía? ¡Tal vez porque quería conseguir el trabajo!

¿Qué estaba mal con este hombre? 

Su mirada era fría y penetrante. Y a decir verdad, no parecía ser una persona alegre y feliz.

Balbuceé sin saber qué responder a su pregunta.

¿Debía hacerle notar lo descortés que había sido? ¿O callarme para que me contratara?

Andrew bufó disimuladamente y dijo:

-Marta, enséñale dónde va a trabajar-

Y así sin más, se dió vuelta alejándose de nosotras. 

Un silencio incómodo se instaló en la sala principal. 

¿A ésto se refería la mujer de afuera? ¿Mi jefe era un completo idiota?

-Discúlpalo, él es un poco... Frío a veces- dijo la señora. 

¿Frío?

Sentía que ese adjetivo le quedaba corto. 

-Mi nombre es Marta, como ya escuchaste al señor.- continuó - ¿Cómo te llamas?- 

- Soy Agatha - respondí un poco nerviosa después de la grosera bienvenida.

-Oh que hermoso nombre. Debo asegurarme que puedes trabajar aquí, así que te haré algunas preguntas - asentí -¿Cuántos años tienes?-

-Veintiuno- 

-¿Y con quién vives?-

Tragué grueso. No quería contar toda mi historia a una desconocida. Se sentía algo demasiado íntimo y crucial en mi vida.

-Vivo sola- 

-De acuerdo... Entonces, no tendrás problema para vivir aquí-

Mi corazón se aceleró. Todavía no me acostumbraba a la idea de despertarme todos los días en ésta mansión. 

-No, no tengo problema. Estaría encantada de trabajar aquí, Señora Marta- respondí sonriendo. 

-Sólo dime Marta. Así me siento menos vieja.- rió -Ven, te voy a enseñar tu habitación-

-¿Entonces estoy contratada?- sonreí con emoción, asegurándome que no había entendido mal.

-¡Claro! Eres la candidata perfecta y el Señor ya te dió su visto bueno- 

Finalmente, lo había conseguido. La alegría desbordaba de mi cuerpo a borbotones.

Aunque había sido sospechosamente fácil... 

Pero ¿Qué sabía yo del mundo? Recién estaba empezando a acostumbrarme a él.

Avanzamos por el pasillo y subimos a través de las escaleras de madera. Todo el piso brillaba reflejando las luces cálidas de las lujosas lámparas de techo.

Nos detuvimos en el primer piso, y ella se giró hacia mí, un poco agitada.

-Ya no estoy para estas escaleras. Por eso Andrew quería que alguien me ayudara por aquí...- explicó con una sonrisa - Bueno, en este piso está la habitación de Andrew, otras dos para huéspedes y tres baños, cada uno en la habitación. - 

Iba señalando a medida que nombraba los cuartos. Estaban todos comunicados por un pequeño pasillo. Del lado izquierdo la habitación del jefe, y del lado derecho las otras dos. 

Marta encaró para bajar, pero noté que las escaleras seguían hasta el piso de arriba. Y no pude contener mi curiosidad. 

-¿Qué hay arriba?- 

Ella me observó abriendo los ojos, como si hubiese dicho algo terrible. 

Sin embargo, al instante recuperó su postura y se relajó. 

-Oh, nada nada. Una biblioteca muy vieja. Nadie la usa. Por cierto, querida, tienes prohibido subir- advirtió.

Mi cuerpo se tensó. Dios, la curiosidad era mi peor enemigo. ¿Cómo podía decirme ésto?

-¿Por qué no?- ella alzó sus cejas - Quiero decir, mi trabajo será limpiar.-

-Allí no hace falta que limpies- sentenció y sin esperar mi respuesta, volvió a la planta baja. 

De acuerdo. Definitivamente no era un tema que le agradaba.

Decidí quedarme callada y acatar sus órdenes. Al fin y al cabo, era mi primer día de trabajo. 

Volvimos a la sala principal, y caminamos hacia la derecha donde había un salón comedor con una gran mesa de madera y aproximadamente diez sillas. Todas tenían detalles de oro.

En la habitación de al lado, había otro salón pero esta vez con sillones, una chimenea y una televisión. 

Parecía un sitio sacado de una revista de decoración... 

Todo estaba perfecto, como si nadie tocara nada. 

Luego, señaló una puerta que estaba cerrada. 

-Allí está Andrew, es su despacho. Nunca entres a menos que él te dé la orden para que lo limpies- 

Joder, tantas prohibiciones. Empezaba a sospechar de este lugar. 

¿Tenían algo que esconder? ¿O simplemente les molestaba que la gente estuviera por aquí?

En ese momento noté que todo estaba silencioso. Marta y yo éramos las únicas que hablaban y que se movían por la casa. 

Asentí y continuamos con el recorrido. 

Cruzamos al otro lado de la casa, en donde me mostró la cocina. 

-Aquí suelo estar yo, ya que me encargo de cocinar todos los días- sonrió. Era un sitio muy grande, con mesadas de mármol negras y alacenas de color blanco. Tenía además una mesa en el centro, con dos sillas. 

-Y esa puerta de la izquierda es mi habitación. - continuó- La de la derecha, la tuya. Y la del medio es del baño que compartimos.- 

¡Al fin! Podría ver dónde dormiría.

¿Sería tan lujoso como el resto de la casa?

Dimos un par de pasos hasta adentrarnos en el que sería mi cuarto por los próximos meses o años. 

Lo primero que vi, fue una cama, y a su lado una pequeña mesa de luz. 

Y...

Eso fue todo. 

Bueno, no iba a quejarme. Tenía trabajo y un hogar.

Quizá esperaba algo más, como un escritorio, no sé. 

Al lado de la cama, había una mesita de luz, también de madera. Y un pequeño armario en frente. 

Por fortuna, también había una ventana, que permitía que el aire fresco circulara.

-Bueno, te dejo que te acomodes, querida. Voy a estar en la cocina preparando la cena-

-Muchas gracias Marta- sonreí con sincero afecto. A pesar de sus actitudes raras, parecía una mujer amable y cariñosa. 

Me alegraba tener alguien con quien me llevara bien, porque al fin y al cabo tendríamos que convivir. 

Y por lo visto, Andrew no era la persona indicada para socializar.

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