Capítulo 1

Después de casi dieciocho horas de vuelo desde Madrid, al fin Isabela y su padre llegan al Aeropuerto de Piura – Capitán FAP Guillermo Concha Ibérico. A esa hora de la mañana la ciudad se muestra muy calurosa, con un imponente sol a cielo despejado como la mayor parte del año. Lo que puede notar Isabela, es la emoción que su padre transmite, se nota que ha investigado mucho del lugar, está platicando con algunos lugareños, muy divertido mientras esperan el equipaje. Luego como si conociera el lugar se dirige a la salida donde hay una fila de taxis, Toma uno y pide ir a Máncora, saca una pequeña tarjeta del bolsillo de su polo rojo y le dice que siga la dirección. El amable taxista la observa y sonriendo dice que llegarán en lo que canta un gallo.

El camino de más de dos horas y media se hizo sofocante, el auto no contaba con aire acondicionado y el calor se sentía fuerte por ratos, aunque luego el viento empieza a sentirse más fresco, sobre todo cuando llegaron a la playa. Los ojos verdes de la princesa de papá brillaron de emoción ante tanta belleza, posando sus ojos en la ventana para no perderse la peculiaridad del lugar. Su calle principal está llena de restaurantes y locales comerciales, ya que es uno de los balnearios más visitado, por sus bellas playas tropicales que resaltan por sus aguas cálidas y arena blanca, es realmente hermoso. El lugar soñado para las vacaciones perfectas.

—Llegamos, jefe —pronuncia risueño el simpático taxista, deteniéndose frente a una de las casas de playa.

—Es increíble —me apresuro a decir mientras lanzo un gran suspiro al bajar del auto, luego aspirando profundo como queriendo tomar ese aire fresco del mar.

—Es la casa más bonita del lugar, señorita, tuvieron suerte de adquirirla con tiempo, es bien difícil alquilarla por esta temporada. Sin duda sus vacaciones serán inolvidables frente a estas playas, nunca querrán irse del lugar—Agrega el amable señor, bajando las maletas.

No se equivocaba, al subir los siete escalones que daban a la entrada de la casa, diviso un verdadero paraíso, un enorme patio con hierba verde, jardines alrededor y macetas con plantas divinas, una linda piscina, palmeras con hamacas colgadas y al girarse, la vista a la playa era perfecta.

Y el interior era tan refrescante, pisos de madera, cuartos amplios, baños privados, una sala grande y una linda cocina muy bien surtida, como si su padre hubiese pedido que llenaran la despensa con sus alimentos favoritos.

—¿Feliz con esta casa? —pregunta mi padre interrumpiendo mis pensamientos.

—¡Es perfecta! —sonrío —no veo la hora de contarle a Priscila de este paraíso —me escucho muy emocionada — y… ups.

—¿Qué sucede princesa?

—No creo que haya cobertura Wifi en este lugar ¿o sí?

—Contarás con internet y wifi las veinticuatro horas del día. No quiero que dejes de trabajar en ese gran proyecto, el tiempo que estemos aquí.

—Gracias —lo abrazo entusiasmada— Estoy más que inspirada para escribir, papá.

—Entonces ve a plasmar esas ideas a tu habitación, mientras me encargo de la cena.

—¿Vas a cocinar?

—¿Ves a alguien más en casa? —sonríe — ¿acaso ya no te gusta mi comida?

—Amo tu sazón, papá. —respondo aún entre sus brazos —Solo que desde hace mucho que no te veo tan feliz y ansioso por estar frente a la cocina. No sabes cuánto he deseado este cambio.

—Yo también princesa. —me deja un beso un enorme beso calido en la frente —te ayudaré a llevar el equipaje a tu recámara para que empieces a ponerte cómoda, te encantará la vista que tiene.

—Me encanta todo el lugar, es bellísimo, estoy enamoradísima de estas tierras—grita levantando los brazos mientras sube las escaleras.

Luego de instalarme, tomé algunas fotos y se las envié a mi linda amiga Priscila, que no tarda en llamarme por chat. Está maravillada del lugar, aún más por ese bello atardecer que le muestro mientras mira por la ventana.

—Papá jamás ha estado tan feliz, durante el trayecto del viaje me contó maravillas del país y me aseguró que lo que vería no sería nada, comparado a la sorpresa que me tiene preparada.

—¿Tienes alguna idea de lo que se trate?

—No lo sé, pero está cocinando mientras canta ¡Imagínate! Ya con eso es sorprende, estoy emocionándome hasta las lágrimas, este viaje es el inicio para fortalecer nuestra relación, es mi verano soñado.

Luego de un rato más de plática, mi padre llega a buscarme para invitarla a cenar. El olor era muy tentador, papitas fritas, arroz blanco y ¡wao! Un sorprendente lomito saltado. Mi padre tiene la mejor sazón del mundo y disfrutar de ese platillo peruano echo por las manos de mi progenitor su tocar el cielo. El tema principal de la noche fue la emoción de Priscila y las muchas ideas que tenía para continuar con su documental. Al terminar con mi platillo, camino hacia el balcón y observo sin palabras, el paisaje nocturno, todo es tan hermoso, el cielo está cubierto de estrellas y hay luna llena reflejándose en las aguas cristalinas.

Mi padre no tarda en acercarse y me abraza de lado, reposo mi cabeza sobre su hombro pensando en esos días inolvidables cuando éramos tan unidos y felices.

De pronto el teléfono empieza a sonar; una vez más era la loca de Priscila, mi mejor amiga y considerada un miembro más de la familia Mars.  Para mi padre es una hija más, de hecho, la había invitado a este viaje, solo que su agenda no le permitió acompañarnos a este paraíso.

—Te estás perdiendo de un paraíso, hija —Expresa emocionado, mi padre —Las oportunidades se presentan una sola vez en la vida, hay que dejar los estudios de vez en cuando para disfrutar de las maravillas de la naturaleza —le muestra la vista panorámica del lugar.

—No quiero ver más, estoy sufriendo muchísimo, ya me estoy arrepintiendo de no estar ahí.

Unos minutos después mi padre se despide para descansar frente al televisor mientras yo sigo presumiendo de su suerte. Con un rápido recorrido por los alrededores, me animo a bajar  y acercarme a la playa para mostrarle el paisaje.

— Todo está divino, Isa ¿sabes? lo único que falta es que conozcas a un peruanito guapetón que te fleche a primera vista y te haga sentir maripositas en el estómago.

— ¡Que ocurrencias son esas, Priscila! No es el crucero del amor y por si se te olvida tengo novio.

¿Novio? Eso ni yo misma se lo creía. Priscila me lo ha reiterado muchas veces, el sentirme a gusto con su compañía no es amor, el que Emanuel haya estado en la etapa más dolorosa de mi pasado y me haya brindado su apoyo en mi recuperación, no significaba que debería agradecerle con un noviazgo, que a la larga solo fue un compromiso de palabra sin hechos. Todo este tiempo solo me ha pintado los cuernos y ya ni me siente a gusto con su compañía. Sin embrago, ya no me siento lista para dar ese paso y ponerle punto final a esta miserable historia de amor.

— ¡Ya en serio, Isabela! ¿En verdad te sientes enamorada de ese estúpido?

— Quizás deba estar loca.

—Si piensas que amas a un estúpido como Emmanuel ¡sí que lo estas, amiga! —se carcajea.

Después de unos minutos más de plática dejo el celular en una banca de la casa y me dirijo a la playa. Caminar, siempre la ayuda a pensar y aclarar sus emociones. Sobre todo, cuando siento el agua fría del mar en mis pies, es tan placentero; que de vez en cuando olvido la distancia mínima que debo mantener de ella.

Mientras camino cerrando los ojos un instante, aspirando ese aroma agradable de la brisa del mar y me relajo tanto, revivo los momentos que pasaba con mi madre y aquellas veces que me quiso enseñar a nadar, era una niña temerosa y los avances en las clases no fueron muchos y cuando ella se fue, ese deseo de seguir aprendiendo desapareció. Aunque las ganas de probar esas olas siempre me tienten.

Abro los ojos y salgo de mis pensamientos y ahora me dedico a contemplar el paisaje tan bonito que me regalaba la noche. La vista a las casas de playa, son divinas desde esta posición, un lugar que sin duda mi madre amaría.

“¡Ay!” Dejo un largo suspiro de nostalgia, recordando su sueño; el estar en Perú de vacaciones con la familia. Miro el mar y veo a alguien nadar a lo lejos, entraba y salía como si estuviese dándole un espectáculo solo para mí. A simple vista noto que era un chico de atractiva figura, sin camisa y de perfectos abdominales.

Sin querer sigo caminando, viéndolo cada vez más cerca. Sin darse cuenta me estoy adentrando al mar y cuando reacciono es tarde. Una pequeña ola me cubre hasta la cintura haciéndome perder el equilibrio cayendo de rodillas y una segunda ola me arrastra, intento levantarme y al no poder hacerlo entro en pánico. Manoteo gritando desesperada pidiendo ayuda a  papá, la única persona que está en mi mente en este instante.

 

La desesperación llega al límite, no puedo gritar más y ya estoy tragando mucha agua y en el peor de los momentos llega a mi memoria un consejo de escuela “Que el pánico es una de las causas más frecuentes de ahogamiento. Que se tiene que respirar de manera pausada, inhalando por la nariz y exhalando por la boca”

Pero a quién diablos le importa eso si se encuentra en peligro de muerte, siendo arrastrada por el mar en una noche oscura y solitaria.

 Ya me aferraba a mi fatídico destino; morir lejos de casa por no saber nadar ¿Por qué nunca le puse empeño en aprender?

Entonces escucho una voz masculina, alguien estaba tratando de salvarme. Ya perdía el conocimiento cuando siente unas manos sobre su cuerpo y una dulce voz “¡Te tengo!” Sin duda el saber que no me encontraba sola me dio esperanzas “¡Tranquila, estarás bien!”

Después de eso solo siento mucho frío y como en un sueño sigo escuchando esa voz.

Luego de recibir RCP reacciono expulsando el agua que he tragado. Estoy temblando y tosiendo con la vista puesta en la arena, aterrada, sintiendo solo la mano cálida de mi salvador. Nunca pensé volver a sentir tanto miedo.

“Ya estas a salvo” esa voz dulce me obliga a contemplarlo y entonces pude verlo, era el mismo chico que había observado nadar. De cerca se veía muchísimo mejor, un bombón moreno de cejas pobladas y cabellera negra alborotada, que destellaba un brillo inexplicable en sus hermosos ojos negros ¿Por qué de pronto me siento protegida con aquel extraño?

—¿Estás bien? — vuelve a preguntar acaricia con ternura mi mejilla.

Me mira con una sonrisa en sus labios carnosos, sin duda es un ángel que en esos momentos me hipnotiza y me provoca profundos suspiros. Pero también la confianza de un abrazo intenso capaz de desvanecer todos mis miedo.

Sin decir una palabra y casi por impulso me lanzo a sus brazos y lloro, él no me rechaza, porque de una manera inexplicable siente que necesito un poco de calor, eso creo. Me aferra a su pecho y acaricia mis cabellos claros, estoy sintiéndome tan bien que ignoro la aceleración que mi corazón vive entre esos brazos.

— ¡Tranquila ya estás a salvo! —susurra abrazándome más fuerte — si no sabes nadar no deberías acercarte al agua a exponerte.

—Solo caminaba por la orilla — respondo con voz llorosa.

— ¿Dónde vives? Te llevaré a casa —pregunta con esa voz dulce provocándome un suspiro inesperado que se ahoga en mi pecho.

Aun no puedo decir nada, sigo templando y con este enorme nudo en la garganta. Sin dejar de sonreír me ayuda a ponerme de pie, quizás el ver mi cara de terror le causa gracia, o el que mis ojos tiemblen ante él, espero no mostrar mi cara de boba.

Después de unos segundos, levanto la mano señalando hacia una de las casas del frente. ¡Santo cielo! Bajo la luz parece un ángel, se ve aún mejor.

—¡Cielos! Disculpa mi olvido, déjame presentarme correctamente, me llamo Eduardo Salaverry —le extiende la mano.

— I-Isabela — Responde temblando, sintiendo una electricidad al sentir su piel que estremece mi corazón.

— Es un hermoso nombre — me sonríe.

Esa sonrisa marca unos hoyitos en sus mejillas que le dan un toque de ternura.

—Gracias —susurro bajando la mirada, ¡diablos! Estoy  sonrojándome.

Sin perder tiempo Eduardo desliza un brazo sobre mi hombro y me lleva bajo su regazo hasta la casa. No me sentía temerosa ante ese extraño, me siento protegida y perdiendo los ojos en su torso denudo que me provoca un pequeño cosquilleo en el estómago.

— No eres de por aquí, ¿verdad? —Pregunta sacándome de su hipnotismo.

—Estoy de vacaciones con papá, llegamos esta mañana, soy de Madrid.

—¡Vaya bienvenida! Espero que este incidente no los lleve a dejar estas hermosas tierras tan pronto.

—No lo creo.

No pasó mucho para estar frente a la puerta de mi cálida casa de verano, Eduardo toca el timbre y esperamos unos segundos para que papá abriera. Al verme por poco le hace pegar el grito al cielo. De inmediato nos hace entrar y al cruzar la puerta me conduce a uno de los sillones de la sala e invita a Eduardo a ponerse cómodo. Sin decir más abandona la estancia para buscar unas mantas.

Eduardo se sienta en una silla de madera cercana, observándome muy pensativo. En tanto sigo templando sintiendo esa rara sensación de placer, no podía apartar la vista de su figura ¿Qué rayos me pasa? Su cuerpo parecía un metal atrayente y mis ojos un imán recorriéndole de arriba abajo.

—¿Primera vez que vienes a Perú? —Pregunta para romper el hielo, aunque quizás para que mis ojos lo mirasen a los ojos y no a su cuerpo.

—Así es —Respondo tímida.

En ese instante regresa papá con unas mantas y un polo que le ofreció a Eduardo, que tarda unos segundos en comprender ese ofrecimiento.

Esos perfectos abdominales en su hermoso torso desnudo, muy bien bronceado me quitan la respiración.  Papá lo miraba con un “No te acerques a mi hija o te mato”

Tras agradecerle por su valiente acto heroico, le pide que se quede unos minutos para tomar con nosotros una taza de café. Instantes después vuelve a dejarnos solo para preparar la bebida caliente.

— ¿Tu padre es muy celoso, verdad? —pregunta Eduardo casi susurrando.

—Desde que mamá murió, me ha cuidado mucho. Es lo que hace un padre.

—¡Oh! Lamento escuchar eso.

—¡Descuida! Fue hace mucho.

—A veces se cree que es duro sacudirse de los recuerdos de una gran perdida, pero no es imposible, cuando tienes a tu alrededor mucho amor. Y se ve que tu padre te ama mucho.

—Si.

Bajo la mirada sintiendo una puñalada en el pecho, mi padre fue el que menos me apoyo en aquellos días, y no porque no quisiera, sino porque estar sin mi madre, lo devastó e intentando ser fuerte para que no me derrumbara, lo volvió frio e indiferente en mi vida por casi diez años.

— ¿Te gustaría tomar clases de natación?Guao, esa pregunta directa sonó casi como una cita, mi corazón tembló y un extraño escalofrío recorre mi cuerpo erizándome la piel y por supuesto alejándome de mis pensamientos tristes a los que hace un instante caí de golpe.

— No quiero que pienses mal. —Recalca —pero como vi que tienes una piscina y no sabes nadar, me atrevo a proponerte darte algunas clases. Soy instructor de una academia en Lima, así que no soy novato en esto.

— ¿Clases? Me gustaría, pero… no sé…

— Si te animas, me llamas, te doy mi número telefónico para que me confirmes —expresa emocionado —¿Tienes donde anotar?

—¡Si! Claro, dame un segundo —me pongo de pie y mágicamente ya no estoy temblando—Creo que vi un papel por aquí.

Camino hasta la mesita de la entrada, no me equivocaba en ese cajoncito hay una pequeña libreta y un bolígrafo. De inmediato se acerca para escuchar su número y anotarlo; pero me pide el papel y anota él mismo, su número.

“¡Qué lindo se ve escribiendo! ¿Será instructor de adultos o niños?” pienso, acariciando la idea de estar entre sus alumnos.

Cuando Eduardo me entrega la libreta, papá ingresa con las tazas de café. Nos observó por unos segundos, como diciendo “¿Ocurrió algo en mi ausencia?”

Sin dejar de poner esa cara de suegro malhumorado nos entrega la taza de café y se sienta frente a ellos para empezar con su investigación. Es lo que siempre hace con algún chico nuevo que llega a mi vida.

—Dime Eduardo, ¿Tú que estudias? —la primera pregunta que decidirá el primer punto.

—Estudio derecho, en la Autónoma. —Responde bebiendo un sorbo de café.

—He oído hablar de ella, es una buena universidad, por no decir una de las mejores del país. Isabela también estudia Derecho, en la Universidad Autónoma de Madrid.

—¡Vaya, tenemos algo en común! —agrega sonriéndome, provocando un ruido de garganta su papá, que decía “estás loco si crees que eso te acercará a mi hija”

— ¿Y de qué hablaban hace un instante? —pregunta papá en su papel de suegro furioso.

Eduardo le explica un tanto emocionado su labor de instructor en una academia en Lima y las clases que podría brindarme en este verano, padre sabe las ganas que tengo de instruirse, pero también la dificultad que me impedía aprender. Pero no podía decir que no, sin escuchar mi opinión. Y por supuesto que al ver mi la respuesta no podría ser otra que un rotundo “si”

Además, las clases no serían en otro lugar que no sea en nuestra hermosa piscina, podría vigilarlos mientras disfrutaba del paisaje y si todo marchaba bien, esas enseñanzas no se prolongarían más de tres semanas. Por otro lado, Eduardo le despertaba cierta confianza y no era solo por el hecho de haber salvado a su hija.

—¿Podrás cumplir con sus lecciones? —Quiso saber, pues en esa época del año en Perú están aún en clases.

—Podría sorprenderles, pero por unas semanas estoy de vacaciones. Tengo buenas calificaciones, trabajos extras, así que cumpliendo con algunas clases virtuales me mantendrá al corriente.

—¿Y porque te ausentas de universidad? —Insiste mi padre en saber las razones de ese chico misterioso, casi perfecto.

—Los estudios me han separado un poco de mi madre y ella, ahora planeó unas inesperadas vacaciones para tratar de fortaleces nuestros lazos, no pude decirle que no. Ella es lo único que tengo en el mundo y verla feliz es lo que más me importa. —Responde él con un toque de nostalgia que me eriza la piel.

—Los lazos familiares son los más importantes y si vas bien en los estudios, el resto es irrelevante, ahora con tanta tecnología los estudios a distancia no presentan algún obstáculo.

Luego de acordar el horario de clases y terminarse el café, Eduardo se despide, siempre tan amable y con una mirada encantadora, sin duda un Dios griego que pondrá sabor a mis vacaciones.

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