Capítulo XI

Vuelvo en sí al oír un trueno lejano.

Como puedo, me levanto y echo a correr hacia la cabaña con el corazón en la boca.

Mi mente se revoluciona y taladra mi cráneo para salir de él.

Solo dejo que mis piernas se muevan y mis brazos aleteen para hallar más velocidad. El sentimiento de terror se apodera de mi pecho hasta el punto de contraerlo más si es posible. Cuando mis pulmones piden un descanso, me detengo frente a un abeto viejo y me apoyo en él. Inspiro y expiro hasta que los latidos de mi corazón se desvanecen de mis tímpanos. Miro sobre mi hombro; centenares de ojos me observan desde la penumbra. Me trago el gemido que quiere lastimar mis cuerdas vocales y me recompongo. Corro con más rapidez y me dejo caer de rodillas frente a la cabaña, jadeante.

Echo mi cabeza hacia atrás y recibo las gotas de lluvia con agrado, pues ya estoy a salvo. Sin embargo, la preocupación vuelve como una estampida de elefantes. Salí para buscar a Remi. Me incorporo y

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