04: Reunión en la habitación

Mientras Kaled y la criatura intercambiaban miradas, tras ellos Diana miraba impotente la escena. Trataba de ponerse de pie para salvar a Kaled, pero sabía que luego de ese fenómeno quedaba indefensa por un par de minutos, por lo que sólo logró juntar suficientes fuerzas para gritar:

—¡Corre!

Y como si el grito de Diana fuera una señal, la criatura levantó su garra y la lanzó contra Kaled. En su estupor, Kaled sólo pudo hacer una cosa: cubrirse con sus brazos y cerrar los ojos esperando el fatal golpe… pero este nunca llegó.

Confundido, Kaled se animó a abrir los ojos y contempló, tan sorprendido como Diana, la escena frente a él: En efecto, la criatura lo había atacado… pero su garra se había detenido apenas a centímetros de él.

Tócalo.

Dijo la voz en su cabeza. Kaled levantó su mano dubitativo y tocó la garra de la criatura con las yemas de sus dedos y lo que ocurrió después sorprendió todavía más a Kaled y Diana: la criatura comenzó a desintegrarse de la misma forma que las que Diana había vencido, pero en lugar de convertirse en luces rojas, se convirtió en luces verdes que se elevaban al cielo donde desaparecían.

—¿Pero qué…? —exclamó Diana ante lo que había visto.

Aliviado de seguir vivo y de alguna manera haber vencido a esa cosa, aunque sin saber a cierta ciencia cómo lo había hecho, Kaled fue hacia Diana.

—¡Diana! —exclamó, pero en respuesta Diana le miraba con una gran seriedad y con un gran esfuerzo preguntó:

—¿Qué… qué eres tú…?

Para entonces desmayarse.

Kaled se apuró a hincarse junto a Diana y comenzó a sacudirla para tratar de hacerla reaccionar. Tan preocupado estaba por Diana, que no notó que cuando ella se desmayó la niebla se disipaba y con esta, aparecía cerca de ellos un hombre que con una voz juguetona decía.

—Interesante… entraste a la zona de Diana sin permiso, no usaste artes y simplemente desbarataste a ese pecado. ¿Qué eres tú?

Kaled se giró y vio tras él a un hombre vestido de negro, de largo cabello negro y barba de varios días. Debía ser la persona que Diana había llamado. Kaled se puso de pie y mirando al hombre dijo:

—No tengo idea de qué es lo que acaba de pasar.

El hombre miró interesado a Kaled, sonrió y preguntó:

—Un momento… ¿hiciste todo eso y de verdad no sabes nada de nada?

Entonces, como si apenas se diera cuenta de que estaba ahí, el hombre avanzó dejando de lado a Kaled y se acercó a Diana, se hincó junto a ella y tras cargarla entre sus brazos dijo:

—Si nos acompañas tal vez podamos sacar algunas respuestas. Si decides quedarte, se acaba la historia.

Kaled miró perplejo al hombre. “Si nos acompañas”, eso significaba que el hombre también tenía preguntas, pero que a diferencia de él no se moría por respuestas.

Iré con ustedes.

            Dijo la voz en su cabeza.

—Iré con ustedes —repitió Kaled.

El hombre giró la cabeza para ver a Kaled, sonrió y dijo:

—Sígueme.

El hombre lo guió hasta un Mazda de color negro, dejó acostada a Diana en los asientos de atrás y luego miró a Kaled mientras le abría la puerta del copiloto.

—Mi nombre es Ricardo Santamaría, soy el tío de Diana. ¿Tu nombre?

—Kaled Gama —respondió Kaled.

Kaled subió al auto mientras Ricardo subía al lugar del conductor, encendió el auto y se puso en marcha.

—¿Vives por aquí? —preguntó Ricardo en lo que esperaban a que un semáforo cambiara a verde.

—No señor —se apuró a contestar Kaled—. Vengo de Jalisco. Voy a estudiar en el tec el próximo semestre y estaba buscando donde alojarme.

Ricardo se giró para mirar a Kaled.

—Interesante…—dijo con una sonrisa.

Por alguna razón, a Kaled no le gustó como sonó ese “interesante”.

***

Abrió los ojos y se encontró en una habitación en la que no había mucho: un closet con ropa echa bola ahí dentro, una cajonera con los cajones salidos sobre la que había una televisión, un escritorio con ropa y envolturas de dulces sobre él y junto a su cama…

—Hola —saludó Kaled sonriendo.

Ante la vista del muchacho, Diana se reincorporó de golpe y exclamó.

—¡¿Qué haces aquí?!

Kaled se quedó tieso. De verdad no sabía cómo iba a reaccionar Diana cuando le viera en su habitación, pero en definitiva no esperaba una reacción así.

—Yo lo invité —dijo alguien tras ellos. Los dos jóvenes se giraron a la puerta y vieron ahí a Ricardo, quien llevaba consigo dos tazas de chocolate caliente.

Ricardo le dio una de las tazas a Kaled y le pasó la otra Diana.

—Lo preparé para mí, pero ya que estás despierta, creo que lo necesitas más que yo —dijo Ricardo sonriendo.

Diana tomó la taza, le sopló y le dio un trago.

—Preferiría una cerveza —dijo ella antes de darle otro trago a la bebida.

¡¿También bebe?!

Exclamó la voz en la cabeza de Kaled.

Mientras tanto, Ricardo rió y luego dijo:

—No lo dudo. Pero por ahora mejor chocolate, necesitamos que estés en tus cinco sentidos para tratar este tema.

¿Sus cinco sentidos? No me gusta cómo suena eso.

Dijo la voz en la cabeza de Kaled. Diana le dio otro trago al chocolate y respondió:

—No hay gran misterio. Él también es un devorador, sólo que su familia debió de haber dejado el oficio y por eso nunca se lo mencionaron.

—Hay una forma de saberlo —dijo Ricardo mirando a Kaled—. Kaled, ¿puedes mostrarnos tu hombro izquierdo?

Ante la petición, Kaled se sonrojó.

—¡¿Qué?! ¡¿Po-por qué?!

Al ver la reacción del joven, Ricardo rió y respondió:

—Por esto —y apuntó al hombro izquierdo de Diana, donde se podía ver la marca oscura con forma de alas apuntando al cielo. Diana hizo un intento de cubrir la marca mientras Ricardo continuaba—. Todos los devoradores tenemos esa marca de nacimiento, así que incluso aunque tu familia hace años haya dejado el oficio, si también eres un devorador deberías tener la marca en el mismo lugar.

Kaled lamentó haberse puesto la playera de manga larga, pues tendría que quitársela para mostrarles bien el hombro. Con algo de pena comenzó a sacársela hasta que quedó con el torso desnudo. Ricardo y Diana revisaron su hombro izquierdo y constataron lo que él ya sabía: no había ninguna marca, al menos no en su hombro. Aunque estaba ya algo borrada por el tiempo, todavía era visible: una recta cicatriz justo en medio de su pecho.

Kaled esperaba que le preguntaran sobre el origen de esa cicatriz, pero…

—No tiene la marca —observó Diana ignorando por completo la cicatriz en su pecho.

—Interesante… —dijo Ricardo con la mano en el mentón, también ignorando la cicatriz de Kaled— Usted joven Kaled es todo un caso, entra a la zona de mi sobrina y destruye pecados sin siquiera usar artes…

—No todos los pecados —le interrumpió Diana mientras Kaled volvía a ponerse la playera y se sentaba en la silla—, sólo los míos.

—¿Eh? —exclamó Ricardo por esa pieza de información que desconocía.

—Dos pecados chocaron con él —comenzó a explicar Diana—, pero el que salió de mí no sólo no pudo o quiso atacarlo, sino que lo destruyó con sólo tocarlo.

Los ojos de Ricardo se abrieron de sobre manera y se llevó la mano al mentón, pero no dijo nada por un rato. Después volteó a ver a Kaled, sonrió y dijo:

—Bueno… creo que es un buen momento para darte algo de contexto.

Tan nervioso como ansioso, pues al fin iba a entender qué pasaba, Kaled se inclinó sobre su silla para acercarse un poco más a Ricardo y escuchar mejor lo que este iba a decirle.

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