El corazón del pecado
El corazón del pecado
Por: Alan Flores
01: Tres en la oscuridad

Esa noche algo pasaba en la ciudad de Querétaro, aunque casi nadie fuera capaz de percatarse de ello: una espesa niebla cubría toda la zona al tiempo que una luz espectral iluminaba el lugar.

Las calles estaban vacías y nada, desde el sonido de autos hasta el sonido de animales nocturnos, podía escucharse. Nada, excepto unos pasos que hacían eco.

Poco a poco comenzó a hacerse visible el dueño de esas pisadas. Era una joven de largo cabello rubio que contrastaba con su piel morena, que llevaba una trenza en su sien izquierda y vestía ropa deportiva negra que permitía ver su desarrollado cuerpo que indicaba que era una mujer en la flor de la juventud. Pero sus rasgos más llamativos eran la mueca de dolor que se dibujaba en su rostro y la forma tan insistente en que se sujetaba el brazo izquierdo sobre el cual, en su hombro, había una mancha negra que formaba lo que parecían ser dos alas apuntando al cielo.

—Ya llega… —gimió en dolor— Llega maldita sea…

El dolor de su brazo se hizo insoportable, arrancándole un grito de dolor que la hizo tirarse en la banqueta y asumir una posición fetal en un intento de mitigar un poco el dolor… pero fue inútil.

Un fuerte espasmo de dolor la hizo levantarse un poco, mientras gritaba y algunas lágrimas escapaban de sus ojos de color dorado. En segundos que le parecieron horas, el dolor desapareció tan pronto como vino y ella cayó de bruces contra el suelo, jadeando y sintiéndose bañada en sudor… pero eso no significaba que todo estuviera mejor.

Junto a ella estaba una criatura: Parecía un oso blanco, pero su cara era como si alguien hubiera tratado de borrarla sin éxito, por lo que era una mancha en la que sólo se podían distinguir otras tres manchas que corresponderían a sus ojos y boca.

La chica y la criatura se miraron en silencio por unos segundos hasta que aquel ente profirió un fuerte rugido y levantó sus garras con el objetivo de arremeter contra la indefensa muchacha, pero cuando apenas iba a dar el zarpazo asesino…

—¡Alto! —dijo una voz tras la criatura.

La criatura detuvo su ataque, se giró y frente a él se encontró con un hombre parado a mitad de la calle. Era alto, con el cabello negro y largo, tan surcado de canas como su rostro de arrugas. Era moreno, con una barba mal afeitada y con unos ojos oscuros que aunque reflejaban cansancio, también reflejaban decisión.

La criatura y el hombre intercambiaron miradas. Por extraño que pareciera, la criatura parecía estar considerando sus opciones, pero justo cuando pareció haber tomado una decisión, algo pasó: La criatura hizo una mueca de dolor y se puso tensa, para luego rugir. Tras esto, comenzó a convertirse en un polvo rojo que poco a poco era absorbido por algo tras de sí y cuando la masa de la criatura se redujo, su atacante se reveló: la chica rubia, pero había algo raro en ella: su brazo izquierdo estaba surcado de brillantes líneas rojo carmesí que estaban absorbiendo el polvo del que estaba hecho la criatura.

Cuando la amenaza desapareció, la rubia cayó de rodillas jadeando de cansancio. Mientras tanto el hombre, sin ninguna clase de emoción, sacó un cigarro de su bolsillo, lo encendió y se sentó junto a la chica.

—¿Y si nos sacas de aquí? —preguntó el hombre mientras le daba una bocanada a su cigarro.

La muchacha se limitó a suspirar cansada, al tiempo que la niebla que les rodeaba comenzaba a desaparecer.

Poco a poco volvieron a hacerse audibles los sonidos típicos de la noche, al tiempo que también se hacían visibles tanto otras personas como autos. Un pordiosero que pasaba frente a ellos les miró, sacudió la cabeza y luego continuó con su camino.

—Te tardaste —dijo molesta la joven mientras se sentaba junto al hombre y le arrebataba el cigarro para comenzar ella a fumarlo.

—Te dije que iba a estar ocupado —respondió el hombre mientras sacaba un nuevo cigarro para encenderlo para sí—. ¿En serio tenías que salir hoy?

Tenía hambre —respondió la joven antes de volver a llevarse el cigarro a la boca, lo que le arrancó una carcajada al hombre.

—¿Desde cuándo haces esto por hambre? —preguntó burlón el hombre, luego se enserió un poco y dijo—. Pero hablando en serio… me tardé en encontrar tu zona. Cada vez me cuesta más trabajo localizarla, ya no digamos entrar. Y además… estoy casi seguro de que tu pecado consideró atacarme. Esto se está complicando.

Sin mostrar ninguna emoción la muchacha se puso de pie, tiró el cigarro al suelo donde lo pisó y mirando al cielo con las manos en la cintura dijo.

—No creas que no he notado que esto se ha ido complicando.

El hombre rió.

—Siempre podrías dejarlo, sabes que no estás obligada a hacer esto —dijo en tono burlón, porque ya sabía la respuesta a la sugerencia que había dado.

La chica torció la boca, levantó su mano izquierda a la altura de su rostro y con un odio intenso en sus palabras, dijo.

—Sabes que no puedo hacer eso. No descansaré hasta que encuentre a ese maldito y lo devore. Ya qué estoy segura de que… ha regresado a Querétaro.

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