Capítulo 2

Mi corazón seguía agitado cuando me encontré con papá en la entrada de nuestra casa. Él me miraba con preocupación y expectativa a la vez. Esperaba que le diera una explicación de lo que estaba pasando en ese garaje, pero no sabía qué saldría de mis labios cuando comenzara a hablar. Me tomó un par de minutos articular palabra, la extraña experiencia que viví con Noah me desestabilizó de tal forma que era incapaz de hilar mis pensamientos.

Miente, Audrey. No digas la verdad, dije en mi cabeza para no meter la pata hasta el fondo. Si papá se enteraba de lo que él me había hecho, iría por su rifle y mataría a Noah sin dudar, o fallaría, dada la condición de sus manos, pero sabía que lo intentaría.

—Pretendía ayudar al tipo del frente con su auto. Tiene un Ford Torino del 72 —dije con una sonrisa demasiado entusiasta e irreal. Mentirle a mi padre no era lo mío, odiaba hacerlo, pero lo hacía por el bien de todos.

—¿Noah regresó? —preguntó con un ligero temblor en sus labios.

¿Le asustaba la idea de él en la ciudad? No, mi padre nunca le temió a nadie, y menos a Noah. Papá fue uno de los pocos en la ciudad que intercedió de alguna forma por él.

—Sí, lo hizo. —Mi sonrisa falsa se borró y una línea fruncida ocupó su lugar al recordar lo que pasó minutos atrás en aquel garaje. El olor a jabón que brotaba de su cuerpo, su aliento a enjuague bucal acariciando mis labios con la proximidad y la cálida sensación de sus pectorales desnudos empujando mis pechos, era algo que me tomaría mucho olvidar—. Espera, papá. No creo que sea buena idea ir ahora —advertí cuando comenzó a caminar hacia la casa de Noah.

—Tengo que hacerlo, se lo prometí a Juliet —murmuró sin detenerse. Juliet era la madre de Noah, murió dos años después de que lo condenaran a veinte años de prisión por asesinar a su novia. No sabía por qué lo liberaron antes, quizás por buen comportamiento o algo así.

Tomé a mi padre del brazo y lo ayudé a cruzar la calle; no era muy transitada, pero debía ser precavida con él. Una caída en su condición sería muy mala para sus huesos.

Temblores involuntarios sacudieron mi estómago a medida que la brecha se cerraba. En cuestión de segundos, estaría de nuevo en presencia del peligroso Noah Cohen, y no porque fuera exconvicto, sino por la forma en la que mi cuerpo reaccionaba al estar cerca de él.

—¡Noah, muchacho! ¿Cuándo te liberaron?, ¿por qué no me llamaste? —preguntó mi padre, entre tanto caminaba más rápido de lo que había hecho en años, para poco después abrazar a Noah. Pero eso no me impresionó tanto como su pregunta. ¿Por qué tendría que llamarlo? ¿Hablaban con frecuencia?

Miré a Noah con suspicacia mientras él le devolvía con afecto el abrazo a mi padre, pero él apartó la mirada en seguida.

—Lo siento, viejo, pero sabes muy bien la razón —respondió cuando se separaron.

Okey. Entre esos dos hay una historia desconocida para mí. Sabía que papá lo apreciaba, pero no que estuvieran en contacto y que se trataran con tanta confianza. Es como ver a un padre con su hijo. M****a. ¿Eso en qué nos convierte a Noah y a mí?

—Le prometí a tu madre cuidar de ti y yo siempre cumplo mis promesas —palmeó su hombro con su mano. Mi padre era más alto que Noah, pero la edad le restó varios centímetros y perdió altura—. Ven, vamos a casa, mi muñeca te hará una buena comida casera mientras me cuentas cómo lograste salir antes.

¿Que yo qué? No, tengo tres autos en el taller. No tengo tiempo para cocinar.

Tranquilo, viejo, iré por ahí más tarde a comer algo —contestó, notando mi gesto de no puedo hacerlo en mi rostro.

No quería ser descortés, pero en mis planes para el día no estaba incluido cocinarle a Noah.

—¿Comer por ahí? Nada de eso. Encenderemos la parrilla y cocinaremos unas buenas piezas de carne para celebrar tu regreso, ¿verdad, Audrey? —Mi padre me miró por encima de su hombro y me dijo con la mirada «por favor». ¿Cómo podía decirle que no?

—Sí, claro. Llamaré a Manuel para decirle que no iré hoy al taller. —Mi tono fue dulce, pero en mi interior echaba chispas. ¿Qué pretendía papá? No dudaba de su buena intención, él era así de amable con todos, pero algo tramaba y necesitaba averiguar qué.

—Gracias, muñeca.

—Los alcanzo en un par de minutos, debo ir por una camiseta —refirió Noah saliendo del garaje.

Estuve a segundos de gritar ¡no!, a nadie le haría daño ver un poco de piel expuesta… y menos a mí. Me lo debía al menos ¿no?, iba a cocinar para él.

—¿Qué fue todo eso? ¿Acaso hablaste con él mientras estuvo en prisión? —Le pregunté a mi padre mientras cruzábamos la calle de regreso a nuestra casa. Mi tono fue más duro de lo que pretendía, no estaba acostumbrada a que me ocultara cosas, y admito que estaba molesta. Mi relación con él era lo más importante de mi vida… y más desde que perdí a mamá, quince años atrás.

—Sí, y también lo visitaba, se lo prometí a Juliet —reiteró.

Era la tercera vez que mencionaba a la madre de Noah, junto con la palabra “promesa”, en la última media hora. ¿Acaso me había ocultado más cosas de las que pensaba?

—Papá ¿tú…? —titubeé. ¿Cómo le preguntaba algo así? No, no podía. Imaginar a mi padre con otra mujer era absurdo; él aún conservaba los mismos sofás que mamá eligió cuando se mudaron a nuestra casa, su ropa seguía colgada en su lado del closet, incluso su cepillo, perfume y joyas permanecían en la peinadora. Suponer algo como eso era insultar su amor por ella.

—¿Yo qué, muñeca?

—¿Piensas que él no lo hizo, por eso lo ayudas? —No era la pregunta que iba a hacerle, pero esa también estuvo rondando en mi cabeza.

—Lo ayudaría de todas formas, Audrey. Todo el mundo merece una oportunidad, hasta los exconvictos.

—Pero ¿crees que no lo hizo? —insistí.

—Te di esa respuesta en mi garaje —dijo Noah detrás de mí.

Erizos salpicaron mi cuello y se establecieron en cada parte de mi cuerpo por su proximidad. Me sorprendió tanto que hasta di un brinquito.

—Te dijo que era culpable ¿verdad? —Papá negó con la cabeza mientras sonreía.

—Algo así —rechisté, pugnando con la tentación de decirle que el idiota de Noah hizo una puesta en escena del asesinato de Dess, usándome a mí como ejemplo.

Entré a casa, dejándolos a ellos detrás. Necesitaba cinco minutos a solas para intentar asimilar todo lo que mi sexy vecino despertaba en mí. Él me encendía como flama puesta sobre el cordel de una vela.

Subí a mi habitación y me metí a mi baño para mojar con agua helada mi rostro enrojecido. Habían pasado años desde la última vez que me sonrojé de esa forma por un hombre, tantos que no recordaba cuándo. Eso sin duda era un indicio de que algo estaba mal conmigo.

—¿Dónde está mi moral? ¿Por qué él me conmociona de esta manera? —reñí, mirándome al espejo.

¡Ahhhh!, pero es que lo sabía, claro que lo hacía. Noah Cohen había sido mi amor platónico de niña, lo miraba embelesada cuando podaba el jardín y gruñía cuando lo veía besándose con Dess; pero desde entonces, habían transcurrido más de once años y ya no era una pequeña enamoradiza sino una mujer. Además, tenía un novio que me llamaba cada vez que podía y me enviaba cartas. ¡Cartas! ¿Qué hombre, en pleno siglo XXI, enviaba cartas? Uno que estaba locamente enamorado, sin duda.

—¿Audrey, estás ahí?

¿Qué m****a? ¿Acaso Noah entró a mi habitación?

Me sequé el rostro con una toalla y salí del baño dispuesta a reclamarle al idiota de mi vecino por entrar sin permiso. Irónico ¿verdad? Eso fue justo lo que hice yo en su garaje.

No, era distinto, este era un lugar mucho más privado que un almacén de autos.

—¿Qué haces aquí? —Mis dientes crujieron. Estaba enojada con él, conmigo por mis incontrolables impulsos... hasta con papá, por dejarlo subir a mi habitación.

Noah cruzó sus brazos, incrementando el tamaño de sus ya enormes bíceps, se recostó contra el marco de la puerta y escaneó mi cuerpo con una mirada lasciva y hambrienta, transformando mi enojo en algo peligroso e incontrolable. Sus ojos eran la chispa que desencadenaba mi deseo.

—¿Por qué una mujer como tú está tan necesitada de atención? —preguntó con petulancia.

—Yo no…

—¿No? —Arqueó una ceja y sus labios se curvaron hacia un lado con una sonrisa arrogante—. Tu respiración desigual, las gotas de sudor brillando en tu cuello, ese color carmesí marcando tus mejillas, las dos protuberancias que comienzan a asomarse debajo de tu camiseta… Estás malditamente excitada, Audrey. Deseas que te tumbe en esa cama de sábanas color rosa y te folle hasta dejarte sin aliento.

—¿Cómo te atreves? —reclamé con furia. Era la segunda vez que me amenazaba con follarme, y esa no se la iba a dejar pasar. Puede que sí, que todo indicaba que quería sexo, pero eso no se significaba que lo tendría, y menos con él.

—Porque puedo. —De nuevo, su arrogancia salió a flote.

¿Acaso se creía un todopoderoso?, ¿un dios? ¡Ja! Sí, el dios del jodido infierno.

—¡Vete a la m****a, imbécil! —Caminé hasta la puerta, le di un certero empujón hacia un lado y me abrí espacio para salir de mi habitación. No iba a permanecer un segundo más delante de su engreído rostro. ¿Quién carajo se creía él para decirme que estaba necesitada?

—Más temprano que tarde, estarás rogando para que suceda —siseó, pasando por mi lado.

Capítulos gratis disponibles en la App >

Capítulos relacionados

Último capítulo