Capítulo 5

“Muchas veces nos sentimos aburridos, cansados incluso desesperados viendo que los días son iguales y que de alguna forma nada cambia. Sin embargo, solo se debe mirar alrededor, pausar por un momento, y darnos cuenta de que estamos caminando en el mismo círculo desde hace mucho tiempo…”

Eran las siete de la noche cuando Ana entró a su casa. Colocó las compras en su sitio y no demoró un instante en correr a su cuarto. Se quitó la ropa de mala gana y fue hacia la ducha donde dejó correr el agua fría por su cuerpo. El ambiente estaba frío, la calle desde donde ella venía había una temperatura de 10 grados. Pero Anaelise solo quería deshacerse de la sensación que estaba ahogándola.

“Mi carta de jubilación llegó Anaelise… yo lo siento mucho, alguien más estará en mi puesto… sin embargo, puedes buscarme cuando quieras, yo te tengo mucho cariño, eres como una de mis hijas…”

Recordar las palabras de Oliver le hizo contraer el rostro. Varios sollozos escaparon de su boca al tiempo que pegaba su frente a la loza. Su cuerpo estaba titilando de frío, nervios y mucho miedo. Ahora que su vida había entrado en una especie de estabilidad, y que de cierta forma encontró un equilibrio, entonces Oliver la abandonaba.

«Todo volverá de nuevo Ana», le dijo una voz y ella se llenó de temor. Dejó que los sollozos se intensificaran para dar alivio a su garganta comprimida.

En el momento en que no pudo más con el temblor de su cuerpo, cerró la llave y salió de la ducha tomando un paño que la cubrió un poco. Caminó empapada hasta la habitación y se frenó en seco cuando se vio de frente a al espejo.

Su rímel estaba regado por su rostro y las gotas escurrían por su cabello, pero lo que Ana ahora mismo estaba viendo no era su imagen que temblaba de pies a cabeza. Ella veía aquella sombra que era su peor pesadilla encima de ella.

Se quedó estática mientras el corazón le latía a mil por hora.

«No es real, no lo es», pensó rápidamente cerrando los ojos.

«¡Debes irte de aquí!, ¡volverá hacerte daño!, ¡debes correr!, ¡sal a la calle!, ¡Anaelise vete!, ¡corre…!»

Anaelise sintió que se mareaba y que toda su habitación le dio vueltas, abrió mucho los ojos y tomó su celular para marcar al único número que conocía y que la podía ayudar en estos momentos. Ella sabía que estaba entrando en un ataque de ansiedad, y entendía que por sí sola no iba a lograr estabilizarse.

Sus manos temblaron mientras marcaba el número, se ovilló corriendo a una esquina y esperó a que le contestaran. Sintió que varias manos la tocaban, sentía la respiración de personas encima de ella y luchó por quitárselas de encima. Ana gritó varias veces, entonces de repente escuchó la voz.

—¿Anaelise? —preguntó Oliver desde el otro lado mientras todos los síntomas de la chica desaparecieron.

Ahora veía su cuarto iluminado y tranquilo, no estaba nadie en la habitación, pero ella sabía lo que había sucedido.

—O-Oli… Oliver… ayúdame… —tartamudeó

Oliver se puso su chaqueta y caminó rápido por su casa a la vez que su esposa iba detrás de él.

—¡No es posible que salgas ya entrada la noche!, no te compete ir a esa casa Oliver, ¡llama al hospital y que se encarguen de ella!

Oliver se giró hacia su esposa y profundizó su ceño un poco enojado por su actitud.

—Ella no tiene a nadie, Eleonor, está sola, y no debo permitir que retroceda a todo por lo que hemos trabajado tanto. No tardaré.

Luego de salir de su casa, encendió su auto y se fue lo más rápido que pudo.

Cuando llegó a la casa de Ana, sacó de su llavero una llave que ella misma le dio hace muchísimo tiempo. Abrió la casa y subió directo a la habitación de Anaelise y la llamó para saber si ella respondía. En ningún momento escuchó una respuesta y esto lo agitó.

Abrió la puerta de su habitación y recorrió el lugar con su mirada hasta que la vio.

Ana estaba en suelo envuelta en una toalla, pálida y con el cabello mojado. Temblaba mientras tenía los brazos abrazados a sus rodillas, su cabeza estaba metida entre sus piernas y susurraba con los ojos cerrados.

—No estás aquí, no estás…

Oliver se compungió en gran manera y el escozor en los ojos le irritó la piel. Parpadeó varias veces mientras se acercó. Tocó la espalda de Ana, y ella levantó su rostro que estaba bañado en lágrimas.

—Oliver… —dijo en un sollozo y sin dudarlo se abalanzó sobre él.

—Tranquila, no pasa nada —la tranquilizó rozando su cabello empapado.

Oliver tomó la sábana que estaba en su cama y envolvió a Ana para que ella dejara de temblar, estaba muy fría. La ayudó a colocarse en la cama y le separó el cabello que tenía pegado en su rostro.

—Buscaré tu medicamento y te haré un té. Vuelvo enseguida.

Anaelise asintió y luego cerró sus ojos recostando la cabeza en su brazo.

Después de unos minutos Oliver se sentó en la cama y ella abrió los ojos.

—Aquí están, tómalas, te harán descansar.

Ella tomó las pastillas de la palma de la mano de Oliver y luego bebió del té que el hombre le había hecho. Sabía que después de esto podría descansar y todos sus pensamientos se disiparían al instante.

—¿Qué fue lo que pasó? —preguntó Oliver muy despacio, esperando que los medicamentos hicieran su efecto.

—Él estaba aquí…

Oliver pasó un trago amargo y luego asintió. En muchas ocasiones Anaelise le había hablado del supuesto “él”, incluso ella le llamaba la “oscuridad”, la sombra a quien le temía en gran manera. Oliver pensó por mucho tiempo que podía ser algún pensamiento que se le creó a Ana, o producto de sus temores por lo que ella había pasado, pero con el tiempo y sus relatos, además de las pruebas de su abuso, descubrió que esa oscuridad era una persona.

Una muy real.

Él hizo lo posible por descubrir quién era, el caso de Ana pasó a la policía desde hace años, pero ella nunca dejó que las cosas sucedieran, por más de que se esforzó, nunca pudo hacer justicia para Anaelise.

Suspiró por un momento mientras dejaba los medicamentos en una gaveta cerca de su cama. Prendió la lámpara y vio como ella cerraba los ojos quedando completamente dormida producto de los medicamentos. Se levantó y recogió algunas cosas que estaban tiradas, parecía que ella había pasado por un ataque de ansiedad, y no pudo sobrellevarlo.

Apagó la luz de la habitación, cerró la puerta y mientras caminaba por el pasillo se detuvo de repente. Recordó que la habitación del padre de Ana estaba en la parte de abajo y le picaron las ganas por asomarse a ver a ese hombre.

Cuando llegó a la planta baja, Oliver giró el pomo de la puerta y encontró Edward en su cama con la lámpara prendida. Él no dormía, sino que miraba fijo hacia la ventana. Ese hombre era un simple cuerpo muerto tendido a la cama con un cerebro que lo mantenía despierto.

Ni siquiera esa condición tan deplorable le hizo sentir lástima a Oliver, de hecho, pensó que él merecía un castigo peor por todo lo que había pasado Anaelise, y aunque no sabía la totalidad de lo que ella vivió, deseó con toda su alma, que Edward permaneciera muchos años de su vida en esa condición…

***

“—Mi pequeñita… siéntate aquí… en mis piernas.

—Yo quiero a papá…

—Yo seré tu papá hoy, ¿de acuerdo? Mira, él está allá arriba en ese edificio, realizará un castillo para ti… así que tú y yo vamos a jugar al príncipe y la princesa… mientras lo vemos desde aquí…

—No quiero… quiero ir con papi —sollozó.

—Todas las niñas desobedientes reciben su castigo, Anaelise, y tú recibirás el tuyo…”

Anaelise se sentó de golpe con una agitación apremiante en el pecho, su cuerpo estaba empapado de sudor mientras su temperatura corporal ardía. «Fue solo una pesadilla», pensó.

Giró hacia su mesa de noche y vio una jarra pequeña con agua y un vaso al lado.

«No puedes tomar más pastillas, ya es suficiente.»

—No importa, no permitiré que él regrese a mis sueños… —dijo en susurros para sí misma.

Se iba a levantar a buscar su medicamento cuando recordó que Oliver los estaba colocándolo en su gaveta mientras sus papados se cerraban, ¿hace…?

Ni siquiera sabía qué hora era. Luego de que tomó las pastillas necesarias, bebió el agua y miró la hora de su celular. Eran las dos de la mañana.

Ana se recostó y terminó de arropar su cuerpo con la sábana. No sabía por qué en ese preciso momento vino a su mente esa mirada que la había perseguido durante toda la semana. Esa sensación le hizo olvidar incluso el miedo que hace unos momentos experimentó y luego recordó las palabras de Andrew.

“Tal vez esta nueva etapa te alegre la vida…”

Frunció su ceño y aunque quería seguir cavilando, los efectos de las pastillas que se tomó en doble porción, hicieron que sucumbiera a un profundo sueño al instante.

***

—Oye… Anaelise… despierta…

Unas manos estaban removiendo su cuerpo constantemente y le costó mucho despabilarse al momento. Su cuerpo estaba pesado y los parpados le pesaban mucho.

—¡Anaelise! Estás asustándome, ¡si no te levantas, tendré que llamar a alguien!

Unos dedos se colocaron en la nariz de Ana mientras que ella tomó la mano al instante para alejar el toque de ella. Parpadeó haciendo un esfuerzo enorme y de forma borrosa vio como Carla estaba sentada en su cama con preocupación en su rostro.

—¿Qué ocurre? —preguntó ella confundida, sin saber por qué aquella mujer estaba en su cuarto.

—Estoy preocupada por ti, no te levantas y… —la mujer tartamudeó mirando hacia todas las partes de la habitación y deteniéndose en las cajas de pastillas, que estaban encima de la mesita de noche—. ¿Estás drogándote con esto?

Carla tomó las cajas y comenzó a leer el medicamento, ella era enfermera, o algo así le habían dicho a Anaelise. Pero en el momento en que vio lo que ella quería decir, le arrebató las pastillas con mal humor.

—¡Tú no sabes nada! —Respondió enojada—. ¿Por qué entraste a mi habitación?

—Has dormido demasiado, me preocupé por ti.

—Hoy es sábado, puedo hacerlo hasta que quiera.

—Son las tres de la tarde, Ana.

Ella abrió mucho los ojos sin entender por qué había dormido tanto. Sin embargo, cuando recordó que tomó el doble de su medicación, se relajó un poco.

—No pude dormir muy bien anoche —dijo más como para ella misma—. Ahora vete de mi habitación.

Carla la observó con duda y luego se levantó de golpe.

—Solo estaba preocupada, deberías agradecer en vez de enojarte conmigo —después de estas palabras ella cerró la puerta y Ana soltó un suspiro. Se dio cuenta de que estaba desnuda y antes de levantarse vio cómo su celular tenía la lucecita de notificaciones encendida.

Revisó algunas. Los primeros mensajes eran de Oliver…

“Cuando despiertes, envíame un mensaje. Quiero saber cómo estás…”

Salió del contacto y luego vio otro mensaje sin remitente. Ella no tenía ese número en sus contactos.

“Hola, espero que te encuentres mejor de ánimo. Tienes hasta las 6 de la tarde para decirme que sí iras a la fiesta conmigo… quiero dejar claro que esto no es una cita ni nada que te haga profundizar el ceño, seremos solo compañeros en una buena fiesta. Piénsalo. Andrew”

Ana tomó aire y se mordió los labios pensando en que esto sería un error. No debía aceptar esa oferta por nada en el mundo. Así que se fue directo al baño y decidió por asearse e ir a buscar algo de comer porque su estómago le estaba reclamando por ello.

Luego de su comida, y alguna programación en la TV, Ana pensó en colocarse al día con los apuntes de los que ella estaba retrasada. Estaba subiendo las escaleras cuando Carla gritó su nombre.

—¡ANA! ¡Necesito de tu ayuda!

Anaelise rodó los ojos y se acercó en donde salió el sonido. Aunque no le gustaba asomarse a esa habitación, esperó que no le llevara mucho tiempo.

Cuando entró, Carla estaba un poco liada con una bandeja y unas tazas que se le habían caído en la alfombra.

—Ana, por favor, debes sostener este macro gotero, se le ha salido a tu padre mientras le daba la comida. Por favor, mantenlo en alto mientras busco otras agujas y repongo este.

Anaelise dudó por un momento en mover, aunque sea un músculo de su cuerpo, pero la mirada inquisitiva de Carla solo la hizo reaccionar y tomar aquel cable que estaba pasando un suero por la vena.

La mujer recogió lo que se había derramado y salió de la habitación. Ana alzó con cierto temblor aquel macro, y enseguida sus ojos se conectaron con los de Edward que la miraba como si temiera por la presencia de ella allí.

No pudo controlar el desborde de sensaciones que se le arremolinaban en la garganta, y solo pudo enviarle una mirada cargada de odio. En esa silla sentado, se encontraba el culpable de todas sus pesadillas, sus desgracias, y de que ella se sintiera tan sucia.

—Ana… —pronunció Edward muy bajo, y algunas lágrimas se le derramaron a Anaelise.

Carla entró a la habitación e iba a explicar por qué se demoró, pero el choque de la tensión que había en la habitación, la enmudeció.

Ana se secó rápidamente la lágrima que tenía en sus mejillas y le entregó el macro a Carla saliendo disparada de esa habitación.

Cuando llegó a la segunda planta, tomó su celular y escribió sin pensarlo mucho.

“Iré, estaré lista a las ocho. Pero si demoras mucho, olvídate del plan”

Andrew estaba jugando un videojuego, cuando escuchó una notificación en su celular y no esperó para leerla. Había colocado un tono específicamente a ese contacto, de cierta forma pensó que nunca obtendría una respuesta. Pero cuando abrió el mensaje, no solo se sorprendió por la respuesta, de hecho, podía asegurar que Anaelise bromeó un poco con él…

Eran las 7:30 de la noche cuando Ana estaba en una tensión permanente. Era la primera vez en su vida que salía con alguien, de hecho, jamás estuvo en algo parecido. Tenía nervios, estaba ansiosa y no sabía qué ponerse para algo como eso que la gente llamaba “fiesta”.

Pasó un trago mientras veía la hora una y otra vez. Caminó en ambas direcciones de su habitación y luego pensó en Carla.

Esperaba que aún no se haya ido.

Bajó por las escaleras y la encontró en la cocina guardando algunas cosas en la nevera.

—Carla —pronunció un poco tímida—. ¿A qué hora te irás?

La mujer miró el reloj y luego movió la cabeza hacia ambos lados.

—Creo que, en una hora, hoy no tengo afán —respondió mientras veía como Anaelise mordía su uña—. ¿Necesitas algo?

—Pues… creo que saldré un rato…

Carla abrió mucho los ojos, pero reprimió la sorpresa que tenía. Ya estaba aprendiendo a cómo reaccionar frente a esta chica.

—Salir… ¿A…?

—A una fiesta —respondió Ana, y esta vez Carla no pudo ocultar la sorpresa.

—¡Oh!, ¡qué bien!  —fue todo lo que respondió—. Necesitas qué…

—Necesito tu ayuda… no sé qué pueda colocarme… y no…

Carla no podía creer que en este preciso momento ella estuviera hablando con Anaelise Becher sobre este tema.

—Claro, vamos a tu habitación, te ayudaré un poco.

Ana asintió queriendo arrepentirse de todo esto, sin embargo, comenzó a caminar junto a una muy sorprendida Carla a su lado.

Después de unos minutos la mirada de Carla estaba sobre Anaelise. Ellas estaban en la sala en silencio faltando cinco minutos para las 8:00 de la noche. Ana caminaba por todo el lugar y se veía por encima que estaba muy nerviosa. Pero en la mente de Carla el tema no eran los nervios de Anaelise. Ella de hecho no dejaba de mirarla de arriba abajo. La chica se veía preciosa.

No tenía mucha ropa de salir, tomó unos leggins de cuero, con unos botines también de cuero cortos que llegaban a los tobillos, y Carla tomó una blusa suya de vestir que tenía mangas cortas, que a Anaelise le quedaba suelta. Pero la chica se veía preciosa, y eso sumado algunas ondas que le había hecho en el cabello.

Quizás Ana no se diera cuenta en sí misma lo atractiva que era, pero Carla pensó que definitivamente, sería visible para muchos chicos esta noche y no sabía si ella estuviese preparada para toda esa atención que recibiría…

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