Capítulo 1

Owen nunca fue un niño normal. Puede que en el pasado haya tenido la desdicha de presenciar como el hombre que lo engendró. Desde esa noche, no volvió a ser el mismo. Todo lo hizo por su papá… por esa persona que hizo todo lo posible por salvarlo.

Todo comenzó un día como cualquier otro en la casa. Tenía apenas diez años cuando entraron nuevos esclavos a trabajar a tiempo completo, pero esta vez eran híbridos y humanos. Vio a ese pequeño niño de ojos tan azules que parecían de un muñeco. 

Ese mocoso estaba sosteniéndose del vestido de su madre, mientras caminaba con dificultad por su larga cola gatuna, algo que también le llamó la atención. Le pidió a su padre Jean que le dijera al niño que jugara con él.

Pero el niño se negó y eso lo enfureció a tal punto que no cenó esa noche y no insistió. Una semana más tarde, lo encontró en el jardín de la enorme casa con unos juguetes que había dejado en el sótano porque ya no los quería con él.

— Son míos — se los arrebató de las manos, logrando que éste lo mirase asustado — No quisiste jugar conmigo y yo no te dejaré jugar con mis juguetes.

El niño asintió y corrió hacia la casa para esconderse dentro del vestido de su madre. Owen no lo tomó de la mejor manera y rompió el juguete en pedazos, llamando la atención de Jean quien se encontraba mirando todo desde la entrada del jardín.

— Owen — lo llamó, tomándolo de la oreja — Deja a ese niño en paz.

— Pero, papá — chilló — ¡Quiero jugar con él!

— Y él no quiere jugar contigo — dijo, lleno de obviedad — Déjalo ser, es un niño que quiere estar tranquilo y lejos de ti.

— Es que…

— ¿Es qué? —lo llevó hacia la casa, dejándolo en la sala — Deja de ser tan quisquilloso y si quieres jugar con alguien hazlo con tus hermanos.

— Ellos no… no me gustan — gimoteó — Él parece un muñeco y quiero jugar con él.

— ¿Qué m****a estás diciendo, jovencito? — Preguntó, serio — No es un muñeco, es un hibrido al igual que tú, con la única diferencia de que es un gato y tú un perro.

— Soy un lobo, papá — gruñó — Y lo quiero a él.

— ¿A quién es que quieres? — Kros abrió la puerta de la casa, y se dejó ver — ¿Alguien me va a responder?

— Quiero a Isaac para mí y papá Jean no quiere — corrió hacia él, abrazando las piernas del mayor — ¿Puedo tenerlo?

— Sí Jean dijo que no, es que no — pasó su mano por el cabello del menor — ¿Por qué lo quieres para ti? ¿Por qué razón no tomas a otros esclavos?

— ¿Por qué es alguien bonito? ¿Puedo tenerlo ahora?

— No lo sé — fingió pensar — ¿Qué voy a recibir a cambio?

— Seré el menor hijo de todos. Pero, por favor, dámelo a él.

— Está bien — Jean gruñó, enojado — Sólo debes de dejarlo respirar y no hostigarlo.

El niño gritó feliz, y asintió alejándose de ellos. Jean apretó los puños porque sabía que Kros intentaba ser el padre de Owen, pero llegaba a un punto en el cual se volvía irritable.

Se marchó de la sala, para buscar a sus gemelos en el área de juegos. Kros por su parte, leyó los pensamientos que Jean tenía en ese instante con respecto a la educación de Owen, pero lo único que estaba en su mente es que era algo de niños que se iría en un dos por tres en un tiempo.

Pero no fue de esa manera. Owen cada vez que podía o llegaba de la escuela iba en busca de ese niño y lo llevaba a su habitación a jugar después de terminar sus deberes. Incluso, insistió en que su padre debía de llevarlo a la misma escuela que él porque ahí estaría bien y lo tendría vigilado.

Era su lindo muñeco.

— Muñeco, vamos a jugar — jaló su camiseta del colegio — Vamos…

— Debo de hacer tareas — murmuró — Después jugamos.

— No, quiero jugar ahora — lo levantó del piso de la sala — Eres mi muñeco y quiero jugar.

— ¿Qué?

— Que quiero jugar — gimoteó — Sólo contigo.

— ¿Jugamos cuando termine mis tareas, por favor?

— No.

Isaac no tuvo más remedio que hacer lo que éste le pedía. Sus padres le habían dicho que debía de hacer todo lo que Owen le pedía porque sus padres tuvieron la amabilidad de llevarlo a una escuela en donde eran aceptados los omegas como él.

Owen era tres meses mayor que él, pero se comportaba de manera extraña cuando estaban juntos, le decía cosas que no podían ser de un niño normal de diez años. Pero, hacia todo lo que sus padres le decían. Hasta que un día, después de largos años Owen llegó a la casa con una estúpida idea que lo dislocó un poco. Debido a que no se imaginaba nada de lo que pasaría.

— Vi esto y lo compré para ti — le entregó una bolsa y el menor la tomó tembloroso — Quiero que te lo pongas.

— Pero esto es un vestido de niña — fue lo primero que dijo al sacarlo — No puedo usar esto.

— Si — dijo, severo — Lo usarás porque te lo estoy ordenando.

— ¿Por qué me haces esto?

— ¿Por qué quieres que tus padres se queden sin trabajo? — el menor se quedó en silencio — Responde.

— Nunca dije que quería que ellos se quedaran sin trabajo — pasó saliva en seco — No voy a ponerme esto.

— Entonces le diré a mi papá que ya no quieres jugar conmigo y tus padres se enojaran contigo por ser un niño malo — se encogió de hombros — Juega conmigo.

Isaac no tuvo otra más que ponerse el vestido de seda que le había comprado. Se dejó puesta la ropa interior por precaución hacia su persona y luego salió del baño con su ropa en las manos y con el corazón latiéndole a mil por hora.

— Te ves hermoso, muñeco — se acercó a él — Pero estas muy gordo y eso no me gusta.

— ¿Cómo?

— Que no comas tanto — pellizcó los gorditos que se le marcaban — Si queremos que el vestido te quede de manera correcta, debes de dejar de comer de manera exagerada.

— Lo siento. Pero no puedo dejar de comer… nadie puede hacerlo.

— Patrañas — bufó, arreglándole el lazo — Ahora sí te ves tan bonito, muñeco.

— ¿Ya me puedo ir a mi habitación? — se sentía incomodo con la ropa que tenía.

— Pero si comenzamos a jugar — hizo un puchero — Ven, después te vas.

El menor bajó los hombros con pesadez y siguió cada una de las órdenes que éste le dio. 

Sus padres le dijeron que debía de atenderlo como ese niño mimado le pedía era eso o toda su familia se quedaba son trabajo por su culpa y volvían a ser esclavos de alguien despiadado.

Se sentó en el piso, y se quedó inmóvil mientras veía como Owen se desplazaba por todo el lugar buscando cosas que usaría para su juego. Ni siquiera tenía la más remota idea de dónde diablos había sacado eso de quererlo como un muñeco humano y menos esa ropa.

Apenas tenía la edad suficiente para entender algunas cosas, pero nunca la mente de ese psicópata que se hacía llamar su dueño.

Cuando Owen cumplió los diecinueve años, sus padres decidieron llevarlo a un lugar para que se divirtiera y se olvidara un poco de querer estar todo el tiempo. Además, el chico debía de pasar tiempo con sus amigos de la escuela si quería llegar a ser un gran futbolista.

Pero nunca se olvidó de comprarle ropa de muñecas. Aunque tuviese trece años, estaba consciente de que algo muy malo. 

Estaba en su habitación, usando la luz de la lamparita para no molestar a sus padres que estaba en la habitación continua y… porque ellos no pagaban la luz. Aseguró la puerta con una silla y el pestillo por si Owen quería entrar.

Sus sentidos se pusieron en alerta cuando escuchó los pasos de alguien en el pasillo. Apagó la luz de manera rápida y se llevó una mano al pecho, cerrando los ojos con fuerza cuando la voz de Owen llegó.

— Muñeco — lo llamó — Compré algo para ti y quiero que lo uses, pero para eso necesito que abras la puerta para mí — el menor no respondió — Sé que estás despierto, tu olor a gatito asustado te delata.

— Por favor, vete — pidió, sintiendo que en cualquier momento se pondría a llorar — Es mi hora para hacer mis tareas, acordamos eso.

— No me interesa — el tono de su voz cambio — Quiero estar contigo, pero no me dejas otra opción que cumplir con mi amenaza.

— Owen… por favor — se puso de pie, corriendo para quitar la silla — Deja de decirme eso.

— Entonces deja de ser tan estúpido al decirme que no a mis peticiones — farfulló, entrando a la habitación — ¿Has hecho lo que te pedí? — El menor asintió — Necesito verlo.

— ¿Ahora?

— No — negó, con la cabeza — Te traje esto — le pasó una bolsa que suponía que tenía varias prendas — Y una peluca.

— ¿Qué?

— No hagas preguntas, sabes cómo es esto — rodó los ojos — En mi habitación hay más cosas que usarás después.

— ¿Te has puesto a pensar que no podré usar esto? ¿En dónde lo guardaré?

— Sólo dejarás algunas cosas para cuando quiera jugar contigo aquí — lo empujó hacia la cama — Faltan unos minutos para que termine mi cumpleaños y aun no me das mi regalo, muñeco.

— ¿Qué?

— Que quiero que me des mi regalo ahora — jugó con el dobladillo del pantalón de dormir de Isaac — Practiqué con alguien experto en esto y quiero que tú también practiques conmigo.

— ¿Quieres tener sexo conmigo?

— ¿Cómo conoces esa palabra, muñeco? — Levantó una ceja en su dirección — Es algo fuerte como para que salga de tu boca.

— Escuché a unos chicos hablar sobre eso hoy en clases… eso es doloroso — puso sus manos sobre los hombros del mayor — No quiero hacerlo.

— Eres un amargado — se alejó de él — Espero que no se te vuelva a ocurrir el negarme algo otra vez. Dejaré pasar esto porque tengo sueño.

— Está bien — asintió, deprisa — ¿Ahora si te vas?

Owen no le respondió, cerró la puerta con un fuerte golpe y sólo de esa manera el menor pudo respirar en paz esa noche. Aunque fuese viernes, debía de terminar todo antes del domingo, porque estaba seguro de que no amanecería en su habitación.

Al día siguiente, sus padres le hicieron preguntas de que había pasado la noche anterior con el joven Owen, porque éste no se veía muy feliz ese día y él sólo pudo encogerse de hombros.

— Isaac — lo llamo Jean — Necesito hablar contigo sobre algo delicado.

— ¿Sobre qué quiere hablar conmigo?

— Sobre lo que está pasando con Owen — Isaac apretó las tijeras del jardín — Sé bien que tus padres son humanos, peo tu eres un hibrido y…

— Soy un omega, señor — lo interrumpió — Estoy muy por debajo de los humanos por las leyes que se han creado.

— Sí, eso lo sé. Pero…

— Debo de volver al trabajo — el chico estaba asustado — Lo siento…

— ¿Por qué mi hijo es tan apegado a ti? — Isaac no podía responder a eso — Sé que sólo se llevan tres meses, pero mi hijo es algo inestable en algunas cosas y me estoy preocupando de que quiera pasar tiempo contigo y no con sus amigos.

— Entiendo, ¿Entonces debo de dejar de hablar con él?

— Sólo quiero que mantengas distancia con mi hijo — se encogió de hombros — Tampoco te pediré que dejes de ser su amigo, porque sería cruel al dejar que Owen se ponga triste porque tú no estás con él.

— Entiendo, señor — asintió, rápidamente — No estaremos juntos durante mucho tiempo.

— Eso espero — removió el cabello del menor — Eres un chico muy inteligente y no quiero que algo malo te pase.

— ¿Por qué lo dice?

— Sólo mantén distancia con él — sin más que decir, se marchó.

Como si eso fuera tan fácil, pensó.

Siguió con las tijeras, cortando la hierba mala que estaba creciendo, así como la obsesión que estaba creciendo dentro de su hijo y nadie parecía darse cuenta de lo que estaba pasando.

— ¿De qué hablaron mi papá y tú? — Saltó en su lugar cuando la voz de Owen llegó asustándolo — Responde. 

— Sólo hablamos acerca de que ya no podemos estar juntos — respondió recogiendo sus utensilios del piso — Dijo que pasabas mucho tiempo conmigo y no con tus amigo — sus manos estaban temblando — Creo que es lo mejor.

— ¿Crees que es lo mejor? — Gruñó, tomándolo del brazo — ¿Qué demonios sabes tú que es mejor? — Hizo que soltara las cosas — No sabes absolutamente nada, porque si eso pasa ya no podremos jugar y me gusta jugar contigo.

— A mí no me gusta jugar — su boca se cerró por completo después de decir esas palabras.

Owen lo soltó de manera brusca y apretó los puños. Arregló su ropa, adentrándose a la casa, dejándolo solo. 

Isaac terminó de colocar sus cosas en su lugar, se lavó las manos y luego fue a la cocina para ayudar. No tenía que hacer muchas cosas ese día y como se fue Owen estaba seguro de que no tendría que ir con él a dormir a escondidas.

Los gemelos más pequeños estaban en la sala, viendo televisión y con otro esclavo dejó bocadillos para ellos, los cuales fueron devorados en un dos por tres.

Les dedicó una sonrisa a ambos niños, y luego volvió a sus labores de limpiar la cocina. No volvió a ver a Owen en el resto del día, cuando lo volvió a ver fue en la cena y fue por unos pocos segundos mientras servía los platillos de algunos.

Se encerró en su habitación, dejándose caer en la cama. Tenía dieciocho años, pero su cuerpo no podía resistir lo mismo que un adulto. Se puso su pijama, apagando las luces de su habitación, cerrando la ventana y la puerta con seguro.

A medida que la noche iba avanzando el toque de alguien llamando su puerta lo alertó. No se movió de su lugar, porque sabía de quien se trataba. Desde que la casa había sido remodelada, es decir, haciendo más habitaciones en el primer piso y quitando las celdas del sótano para la comodidad de algunos esclavos, los cuales no eran muchos a como lo era en tiempos antiguos.

Se escondió debajo de las sabanas, tratando de que su olor a miedo no lo delatara, pero eso no iba a funcionar para nada. Los pasos se alejaron, y ni siquiera de esa manera pudo respirar en paz, porque estaba seguro de que Owen buscaría la manera de entrar a su habitación después.

No pudo dormir en toda la noche pensando en la mejor solución en ocultarse del mayor, pero de seguro que sus padres le harían preguntas del porque se estaba comportando de esa manera poco moderada con la persona que los tenía en sus manos.

— Lleva esto — su madre le pasó una enorme bandeja llena de alimentos — Es para el joven Owen.

— ¿No puede alguien más llevarlos? — Su madre lo miró de manera aburrida — Está bien, lo haré yo

— Así me gusta — la mujer volvió a sus labores.

Sus pasos eran silenciosos en todo el pasillo a la habitación de Owen, ni siquiera veía por ningún lado a sus jefes y eso sólo le dijo que iba a morir si entraba a ese sitio. 

Con uno de sus pies tocó la puerta y esta fue abierta antes de que pudiese volver a tocar.

Owen se veía como si no hubiese dormido. Entró con pasos lentos, logrando que la bandeja casis se cayera de sus manos cuando la puerta fue cerrada detrás de ellos.

— ¿En dónde la pongo? — preguntó, en un tono bajo.

— En el escritorio — respondió, siguiéndolo — ¿Por qué no abriste la puerta anoche?

— No lo sé — dejó todo en su lugar — Debo de volver a mi trabajo.

— Estás trabajando para mi justo ahora — masculló — Sirve mi comida, esclavo.

Isaac se mordió la lengua para no insultarlo porque este lo trataba de esa manera por sus padres, algo que no le parecía correcto.

— No sabes las ganas que tengo de darte un castigo, muñeco — puso sus manos en el cuello del menor, apretándolo y arrinconándolo contra el escritorio — No puedes seguir las órdenes de nadie más que no sea yo y lo sabes.

— Me estás lastimando… — tosió — Suéltame…

— No, por la simple razón de que estoy furioso contigo y con mis padres por ser unos entrometidos de m****a.

— Por favor…

— No, eres mío y eso es algo que nunca se te debe de olvidar, ¿Me escuchaste? — El menor asintió como pudo — Quiero jugar.

— Debo de volver a mi trabajo…

— D ije que quiero jugar y eso es lo que haremos — lo interrumpió, haciendo más presión en su cuello — Y un juego diferente.

Capítulos gratis disponibles en la App >

Capítulos relacionados