Capítulo 2: LA MUJER MARAVILLA

Le dimos el nombre La Mujer Maravilla. ¿Por qué? Esa pregunta era muy fácil de responder, hasta que un día ella se manifestó. Ninguno de nosotros pudo entender su origen, de donde salió u cómo se originó.

Sofía tenía una fuerza y destreza increíble. Cuanto más la conocíamos, más nos dábamos cuenta de su talento. Ni siquiera los adultos lo podían negar, pero la otra gente que la miraba con otros ojos de guarro no la veían de esa forma. Incluso su padre y, sus hermanas nunca la aceptaron, empujando a quedarse en la oscuridad como si no existiera. Creo que sentían un tipo de repudio en contra de ella. 

Yo por otro lado, tenía ganas de pegarle un puñetazo a cualquiera que la ofendiera, pero con la fuerza que posee no había necesidad de protegerla. Ella podía defenderse sola, en cualquiera momento.

Sofía contó muchas veces que, discutir o actuar violenta no era la solución y, como resultado no había razón en crear una batalla o una guerra de hostilidades con el enemigo. Siempre me recordaba, que debería de mantener la calma, sonreír, actuar inteligente y salir de cualquier situación difícil, si caía en una. Al principio, me pareció estupidez sus ideas, pero pude entender que mantener el control de la situación era una forma de demostrar una madurez a realidad que estaba viviendo.

Yo no sabía dónde aprendió esas cosas, que en muchas de las ocasiones me dejaba perplejo de su madurez. Sin embargo, si tenía entendido que no venían de su casa. El apoyo moral no existía en su familia y, algunas veces su situación económica era un problema. En ocasiones podía adivinar sus preocupaciones, que estaban presentes en su cabeza casi todo el tiempo y, nadie mejor que yo entendía como se sentía cuando su propia familia la reprochaba.

En algunas ocasiones escuchaba esas malas palabras que trataron muchas veces en cambiar su forma de ser, nunca la doblegaron en dar ningún paso atrás, de eso estoy seguro. El hecho de que sus padres no se daban cuenta quien era o aceptar como era, no guardo ningún rencor en contra de ellos. Por supuesto, para mí esa actitud era admirable.

Puedo admitir que en ocasiones Sofía se enojaba, ya que siempre se desquitaba con el tarro de b****a en mi casa. Todavía veo algunos rasgos de abolladuras de la última vez que lo golpeó. Yo la entendía, a veces todas las cosas en el universo tienen un límite o la gota que rebalsó vaso. Pero ella estaba en su derecho a sentirse de esa manera. Era razonable verla enojada, como todo ser humano. Sin embargo, con el tiempo ella cambió su actitud y esa ira que sentía por esa gente se desvanecían como el viento, cuando se dio cuenta de que esos pensamientos baratos la iban a destruir.

¿Cómo yo lo sabía?

La última vez cuando se enfadó, no pateo el tarro de b****a enfrente de mí.

En cuanto al sobrenombre que le dimos provino de una serie de televisión americana. Seguíamos de cerca los capítulos cada sábado por la tarde. Estoy seguro de que el resto de mis vecinos y amigos no se lo perdían o estaban debatiendo que mirar otras series. Ya que, casi a la misma hora, otro programa muy popular aparecía en las pantallas en blanco y negro, que nunca pude saber el color de la nave de Star Trek. Todo era gris, difícil de imaginar los colores de las murallas, la cabina de comando y, otros cuartos. Inclusive, la comida que aparecía en una máquina llamada replicadora.

Yo creo que la acción me atraía más y por eso preferí ver La Mujer Maravilla. Ahí, cada fin de semana por la tarde miraba a la actriz Lynda Carter. Una heroína, atracción que atrajo a muchos, ya que era la primera vez que contemplaban a una mujer actuar como héroe y, no a un hombre. En la serie el superhéroe se enfrentaba al enemigo, con el propósito de solucionar los problemas de una sociedad destruida por la injusticia. Era una época donde el odio se alimentaba de la maldad, cuando el derecho de cada persona es violado por el rufián o una banda de criminales. Yo diría que es similar a lo que estamos viviendo durante este régimen.

Como te manifestaba, en estas series de acción comenzó a principios de 1975. Fue ahí, en ese programa donde sacamos el sobrenombre. Esa tarde de diciembre, el sol y la brisa de aire fresco de ese sábado era increíble. La serie había acabado y de inmediato me fui a fuera para esperar al resto de mis amigos que con frecuencia nos juntábamos al frente de mi casa. Sentir el calor ese mes, era increíble y especial, ya que podíamos imaginarnos las fiestas, los regalos que, cada uno de nosotros esperábamos al final del año. Además, no teníamos clases, estábamos de vacaciones y, la libertad de disfrutar el momento era un privilegio.

—Te toca a ti, Antonio. —Le grité cuando ya había saltado en la espalda del grupo contrario. Jugar al burrito, era más que una destreza, uno tenía que, tener una resistencia física también.

El grupo fue formado por algunos de los jóvenes de la otra cuadra, Miguel era el jefe. Todos en fila y agachados. Si uno doblaba demasiado las rodillas podían caerse. Me toco a mí y, llegue muy cerca de la muralla donde una chica del equipo contrario estaba apoyada de espalda contra la pared. Cuando salte llegue muy cerca de ella y, encima de uno de ellos aguantaba. Había suficiente espacio para el resto de mis compañeros. Me quede sentado para ayudar a impulsar con mis manos si no conseguíamos meter a todos sobre la barrera de contrarios. Si fallábamos, perdíamos. Después de que Ana y, Sofía saltaran encima de ellos no pudieron contener sus posiciones y, ahí cayeron como papel. Fue el primer triunfo que tuvimos esa tarde. Aunque Sofía se cansó y se fue del grupo.

—¿Para dónde vas? El juego recién comienza. —Le grité, esperando que jugáramos una vez más, pero ella no expreso nada y salió corriendo.

—¿Por qué se fue? —Dije, en voz baja, segundos más tarde. La vi apresurada en dirección a la calle principal en contra de un vehículo que se estaba aproximando con rapidez. Al parecer había perdido el control el conductor, esa fue mi primera reacción. Al principio, antes de darme cuenta de que paso, no sabía que estaba tratando de hacer Sofía y, mi primera sospecha era que tenía algo que ver con su papá, que en ocasiones se disgustaba si su hija pasaba mucho tiempo en la calle. Algunas veces uno no podía saber que es lo que él quería, ya que la mayoría de las ocasiones los vi discutir. Cosa que tuve ganas de pegarle un puñetazo en la cara, para darle a conocer que las palabras que escupía de su boca en contra de su hija eran hirientes.

«¿Cómo lo sabía?»

Lo observé en muchas ocasiones afuera de su casa gritándole a Sofía, cuando movía sus manos y sus palabras hirientes que daban la impresión exacta de que él estaba enojado.

Como dije, el miedo que sentía por Sofía en esos momentos comenzó a crecer más, cuando el auto estaba muy cerca de ella. Yo pensé que quería acabar con su vida.

Quede paralizado por algunos segundos...

No sabía qué hacer, pero ella continuo su objetivo hasta que ese pensamiento negativo comenzó a desvanecerse después de que esquivara el vehículo en descontrol, para salvar a uno de los peques que estaba jugando en el otro extremo de la cancha.

Yo me quede con el corazón en la mano, latiendo muy rápido, que por un momento cubrió mi cuerpo de miedo. Nunca había sentido esta sensación, yo diría que estaba desentendido sobre la situación, antes de ver a Sofía tratando de lograr salvar a alguien en esos segundos. En mi cabeza no lo había negado y, mi perspectiva cambio con rapidez, cuando esquivo el auto, que ni siquiera todos se dieron cuenta de que estaba pasando. Después de caer al piso de concreto donde yacía boca arriba con el niño en el pecho, mis sentimientos de perder a mi mejor amiga tuve que enfrentarlos con premura.

—Sofía. ¿Estás bien? ¡Quédate ahí! ¡No te muevas! No te pares, tómate tu tiempo. —Le dije cuando mi me faltaba un poco de aire para respirar. Después, de haber corrido desde esa distancia donde estaba ella.

—Estoy bien, estoy bien. —Expresó Sofía.

—No deberías de pararte de inmediato, me imagino que ese golpe fue muy fuerte... —y me interrumpió.

—Estoy bien, estoy bien. No es nada, algunos rasponazos, y eso es todo. —Hablo Sofía, cuando trataba de levantarse del piso. Como de costumbre, no quiso escucharme, siempre ha sido testaruda.

Segundos más tarde, comencé a aplaudir y, algunos también hicieron lo mismo, después de que la madre del niño fuera a abrasarla para darle las gracias por haberle salvado la vida a su hijo.

Todos estaban en acuerdo que la culpa no fue de Andrés, sino del conductor, Julio, que estuvo manejando muy rápido en una zona de juegos. Luego del susto, no pudimos volver a jugar, ya que todos estaban mirando a Sofía, distraídos ya que cada uno quería saber como lo había hecho. En especial cómo había llegado primero que todos y, desde esa distancia que era bastante lejos.

—Sofía ¿Estás bien? —Volví a preguntar y la jalé del lugar para que no lidiara con toda esa gente que estaba alrededor de ella.

—Si, si, bien. —Ella contestó cuando trataba de limpiarse su pantalón que había quedo destrozado.

—¡Oh no! La tela del pantalón se despedazó. Ahora mi padre me va a matar. No quiero que él me vea en estas condiciones. Ya me advirtió que no iba a poner ningún peso más en mi vestimenta, que las mellizas eran más importantes que yo. Que estaba grande para trabajar y costearme la ropa. —Dijo Sofía, mirando la parte de atrás de su pantalón y, recordando cada palabra que su padre le había dicho en diferentes ocasiones.

—No te preocupes. Yo te presto uno, creo que es similar a ese. Además, somos de la misma estatura, pienso que te servirá. Pensándolo bien, te puedes quedar con ellos. —Manifesté sin demora, cuando nos acercábamos a mi casa.

Carmen sale de la casa para ayudarnos y antes que entrara la felicito por lo que había hecho. Sin demora, se dio cuenta de que su pantalón estaba destrozado en la parte trasera.

—Hija, entre a la casa —expresó mi madre y de inmediato le pasé el pantalón que le prometí.

—¿Dónde me cambio? —Usa mi recámara, respondí sin retraso.

—No te vayas, esto no me tomará mucho tiempo. —Volvió a hablar Sofía.

—Por favor cierra la puerta. —Una vez más hablo ella.

—Gracias por tu ayuda y, tu madre que siempre ha sido buena conmigo. Podría usar tu baño, más tarde. —Manifestó Sofía, cuando se sacaba su pantalón.

—Wow, —Dije en voz alta, cuando miraba las piernas musculosas y, atractivas de Sofía. No pude despegar mis ojos de ella.

—¿Estás bien? —Pregunto Sofía, con una sonrisa en su boca.

—Si, todo bien. Un poco sorprendido por tu contextura física. Me gustaría tener tus piernas. Se ven fuertes... —Dije sin demora, cuando me miraba mis propias piernas flacuchentas.

—Necesitas mucho trabajo para mantenerlas de esta forma. Ejercicios como estos, son buenos. —Expresó Sofía, cuando abría sus piernas hasta el ancho de sus hombros. Ahí flexionaba las rodillas y bajaba lo máximo posible, manteniendo su espalda recta.

—¿Quieres tocar? —Sofía me pregunto.

—No, en realidad no. —Respondí.

—Vamos, toca, tócame, acércate, no puedes hacer nada desde ahí—ella insistió muchas veces cuando tenía su pantalón en sus rodillas antes de ponérselos hasta su cintura.

—Son suaves y duras. —Hablé cuando pasaba mi mano sobre ella y mi garganta comenzó a secarse dificultando mi comunicación.

—Te gusta, te gusta, —ella volvió a preguntarme.

—Si, en realidad se ven muy fuertes. — Volví a hablar, pero con dificultad. Estaba sintiendo algo, al principio no sabía que era, hasta que me di cuenta de que ese sentimiento era una atracción por ella.

—¿Estás bien? —preguntó.

—Si, si, toda bien. —y agregué. —Bueno, para ser sincero, nunca había sentido algo así, —le comenté segundos más tarde, ya que éramos muy buenos amigos y, no quería ocultar algo, que en el futuro interfiriera en nuestra amistad.

—Yo tampoco, en realidad esto es nuevo para mí, —dijo ella. De inmediato alguien golpea la puerta. Era mi madre. Sin demora Sofía le agradeció por su ayuda...

—¿Podría usar el baño? — Sofía volvió a preguntar, y esta vez a mi madre.

—Si, hija. Vaya. Al final de este pasillo a la derecha. La primera puerta. —Respondió Carmen.

Cuando Sofía salió del baño, —¿Quieres comer con nosotros? —la invite a cenar, esa tarde tibia, después todo era lo correcto. Además, era temprano, no había necesidad de irse a su casa tan temprano.

—¿Madre, Sofía se va a quedar a comer? —Grite desde el comedor.

—Estaba bien, hijo. —Respondió Carmen desde la cocina.

Esa tarde era agradable, los dos en mi casa hablábamos de nuestros amigos y, de como ella había llegado a rescatar a Andrés. Cada detalle que estaba pensando en esos exactos momentos cuando salvaba la vida de ese niño. Diferente a la que yo tuve.

—Podríamos ir al centro. —Respondió Sofía cuando casi terminábamos de comer.

—Sí, es una buena idea, me gustaría ver que están vendiendo en esas nuevas tiendas de ropa. Escuche que una tienda de Sport se había abierto hace poco. —Dije entusiasmado para salir de la casa.

—¿Dónde queda? —Pregunto Sofía.

—Creo que en la calle Zúñiga. No pienso que sea difícil de encontrarla. Como sabes el centro de la ciudad no es tan grande. —Dije entusiasmado.

—Madre, estaré con Sofía por algunas horas en la calle. —Le grité a mi madre cuando estábamos saliendo de mi casa. Por accidente cerré la puerta antes que hablara. Siempre hacia lo mismo. Pero nunca me dijo nada. Entonces, cada vez que ocurría algo así, yo asumí que todo estaba bien.

Treinta minutos más tarde, nos encontrábamos caminando en el núcleo de la ciudad, adonde las tiendas de ropa y el comercio local seguían abiertos. Algunas tenían sus enormes ventanales donde mostraban las últimas novedades que traían de la Capital de Santiago.

Durante horas Sofía y yo revisábamos cada tienda que nos gustaba. Después, de mirar el reloj de la Iglesia de las Mercedes, que estaba en la parte de arriba de la torre principal del centro de la ciudad.

—Sofía, tenemos que volver antes del toque de queda. Estoy viendo que no podremos llegar a tiempo a la casa. —Dije cuando mirábamos algunas prendas de ropa al final de la calle Zúñiga que eran la última tienda de Sport en esa cuadra.

—Tienes razón, salgamos de aquí. —No queremos darles escusas a los militares para arrestarnos. Sabíamos que no tenían piedad, buscaban cualquier pretexto para arrestar a zutano o mengano a esas horas de la noche. Aunque, el comercio seguía trabajando, muy lentamente algunos locales comenzaban a cerrar sus puertas.

Yo y Sofía comenzamos a entrarnos a la avenida Alameda en dirección a la casa. El recorrido a pie era largo, ya que las locomociones habían parado de funcionar. Con acepción de la gente que tenía su propio cacharro, pero no eran muchos.  Sin demora observamos a dos escuadras militares a las afueras del centro de la ciudad. Pensamos que estábamos a salvo, pero la situación no era clara en ese momento. A pesar de la hora que era, yo no confiaba en ninguno de ellos. Entonces, la posibilidad de preguntar por ayuda no era una opción. 

—¡Creo que nos están siguiendo! —Hable un poco preocupado a Sofía cuando caminábamos a un costado de la cuadra. Todavía nos quedaban algunos minutos antes que el toque de queda se aplicara.

En la avenida, que era la vía principal que llegaba a la calle Cruz, y que conectaba con el pasaje de la Manso de Velasco. Era la única que nos podía conducir a la casa lo más rápido posible. Podríamos haber tomado la otra calle, sin embargo, nos iba a tomar más tiempo y, las posibilidades de llegar a salvo a esas horas de la noche era menor.

—Tienes razón. Deberíamos de salir de la avenida y entrar en esta calle para tratar de perderlos. —Dijo ella.

—¿Los ves? —Pregunte en voz baja, después de haber entrado en la cuadra que estaba a unos pasos.

—No, no los veo. — Respondió Sofía.

—Mira, están en ese jeep militar, en la esquina, atrás de esos dos árboles. —Una vez más repetí, apuntando con mi mano derecha.

—Corramos a la otra cuadra y, tratemos de entrar a la siguiente. —Ordenó Sofía, tratando de correr sin que sus zapatos sonaran en el piso de concreto. Yo por mi parte, no podía parar un pequeño sonido que provenía de una de mis zapatillas. Cuando paramos por unos segundos me di cuenta de que una pequeña roca había quedado en la suela. Sin demora, con mi mano traté de sacarla y cuando estaba casi saliendo Sofía me recordaba que teníamos que seguir.

—Corre, corre... —Una vez más ella me ordenó. En realidad, era difícil mantener una distancia cerca. Era demasiado rápida.

—Creo que los perdimos. — Agitado hablé, cuando caminamos en una vereda que llegaba a la Medialuna. Era el rodeo. Ahí se podía tomar ese pasaje largo que conducía a la otra avenida. Todavía nos quedaba un buen tramo para llegar a la casa.

Considere que estuvimos por lo menos unos diez minutos sin expresar ninguna palabra, solo se podían escuchar nuestras pisadas que íbamos a trancones caminando. Observé hacia atrás y no vi ninguna señal de ellos. Además, estaba demasiado oscuro para saber con exactitud si alguien estaba detrás de nosotros. Sofía, miraba hacia el frente y yo en dirección hacia atrás, asegurándome de que nadie nos siguiera. De vez en cuando me miraba para saber si estaba bien. Detrás de ella, caminaba muy cerca, tratando de alcanzar en algunas ocasiones, ya que estaba cansado de unos ruidos que provenían de sus pantalones. Esos mismo que les regale. Hasta que la escuche tirarse un peo, cosa que me causo risa. Parece que los porotos con rienda le habían dado un malestar al estómago. En forma de broma dije.

—Patas largas, te estas desinflando. —Me exprese sin pensar que iba a decir de mi broma.

Todavía no estábamos cerca de la casa, y yo comenzaba a sentirme cansado. Cosa que Sofía lo observó en mi cara y cuando comenzaba a bajar mi paso, ella me animaba.

—Vamos, esto no es nada. —Repitió muchas veces, con una voz baja.

Estaba seguro de que nos quedaban por lo menos unas ocho cuadras para llegar. Fue minutos después cuando Sofía me paro detrás de un muro de una casa esquina. Yo no sabía que estaba pasando, hasta que a punto con su mano para mostrarme que seis militares apostados al otro lado de la avenida, entre la Alameda y la calle Esperanza estaban aguardando. Fue el mismo lugar donde deberíamos entrar antes de llegar a nuestro destino. Ahí nos quedamos pensando en que hacer. Además, la avenida era demasiado larga para cruzar, y de seguro que alguien nos iba a ver a esa distancia.

—¿Son los mismos que observamos quince minutes antes? —Pregunte.

—No, son otros. Pero está lleno de militaras esta avenida. Parece que se levantaron con los moños. —Hablo Sofía, creyendo que no había otra alternativa.

—Deberíamos de tomar otra calle y seguir caminando hasta llegar a la calle Cruz. Esa nos llevará a la calle principal. Desde ahí no nos queda nada para llegar a la casa. —Volvió a hablar Sofía, cuando yo creí que no teníamos otra alternativa para salir de ese sitio.

—De acuerdo, tú corre primero. — Dije, cuando ella ya estaba al otro lado. Desde ahí me dio una señal con su mano para que moviera mi culo. El objetivo era llegar lo más cerca posible a la calle Cruz y, al otro lado teníamos que cruzar la avenida una vez más. Sin embargo, encontramos que los oficiales que habíamos visto antes en la avenida república se habían movido cerca de la calle Cruz.

Al otro lado, —¿Estás bien? —pregunto Sofía.

—Creo que nos vieron. —hablé, cuando trataba de bajar mi cabeza. Cerca de una muralla de algunos pies de alto.

Este era la última calle que teníamos que atravesar.

—¿Cómo vamos a cruzar? Si estos boludos estaban haciendo guardia en esa esquina. —Me manifesté.

—¿Tienes otra mejor idea? —Respondió Sofía.

—En realidad no —Agregué cuando estamos listos para cruzar.

—Cuenta tú y, salimos cuando digas tres, —Insistió Sofía. Nadie la pudo detener, era tan rápida que ni siquiera los militares más forzudos pudieron alcanzarla.

—Patas largas, no me dejes atrás, —le grité a Sofía, cuando estábamos arrancando de los militares. Que, por una parte, con el peso del fusil y, todo el equipo que usaban facilitó en dejar una buena distancia entre ellos.

—Ahora soy yo; las patas largas, —ella sonrió cuando estábamos a varios metros fuera de peligro y, entremedio de diferentes calles de la Manso de Velasco pudimos dejar muy atrás a los militares.

—¿De qué te ríes? —Le pregunté a Sofía, cuando mi respiración estaba muy agitada. Ella no se veía cansada, estaba calmada como un búho, silenciosa y riéndose en frente de mi cara. En forma de broma me dijo que estaba envejeciendo.

—Para nada, estoy tomando aire. —Con dificultad declare cuando mi respiración se escuchaba agitada y, de ella no escuche nada. De inmediato agregué, —es hora de irnos a la casa.

—Nos juntamos mañana y, la próxima vez, deberíamos ir más temprano. —Agrego Sofía.

Esa noche llegamos a casa a salvo y, me puse a pensar de donde había sacado esa fuerza, comencé a reconocer su poder. Convencido de lo que estaba viviendo, me pregunte una vez más, acostado en la cama, si ella tenía otras destrezas.

—Hijo estás bien. —Mi madre entro al cuarto asegurándose que había llegado a salvo.

—Si, todo bien. — Conteste sin retraso acostado en mi cama donde todavía trataba de recuperarme. Segundos más tarde, mi padre me visito para saber si yo estaba bien. En realidad, a esa hora de la noche no esperaba verlo de pie. Su trabajo en el Teniente era bastante para él, levantarse a las cinco de la mañana y volver en la tarde cada día era para cualquier cuerpo caer derrotado en la cama hasta los fines de semana. Volví a mencionarle que estaba bien, que no se preocupara, quería decirle que lo amaba, pero por alguna razón no pude. Creo que tiene que ver con esa idea de que los hombres que no expresan el cariño a otros hombres. En mi caso, no pude agregar nada, solo lo miraba a sus ojos y su cara que en muchas ocasiones no podía saber si estaba feliz o cansado de esta vida.

—Estoy bien. Buenas noches pa. En la salida puedes apagar la luz. —Me despedí, después que se fuera a la cocina y luego a su recámara que estaba al final del pasillo de la casa.

De inmediato, un poco más descansado pude recordar en muchas de las ocasiones las palabras de Sofía. Me llamo mucho la atención su voz suave y angelical, que podía asaltar la privacidad de tu propia vida. Era algo mágico, que nunca había experimentado antes. No tenía la menor idea como podía llegar a mi cabeza, al parecer sabía que estaba pensando en esos momentos y al final terminaba contándole todas mis intimidades de mi vida. Estoy seguro de que utilizaba un tipo de truco, no del diablo o de los brujos que escucha en los cuentos que mi vecino contaba cada domingo por la noche.

En la oscuridad, no dejaba de pensar en Sofía y, mirando el techo de la casa confirmaba que, no era el único como pensaba sobre ella, mis compañeros también. Con más razón, estaba seguro de su poder y, el sobrenombre que le pusimos podía decir todo. Después de todo, ese tacto en la gente que tenía era muy similar al lazo de Wonder Woman. Donde Lynda Carter, lo empleó en cada misión para substraer información que eran arregladas de ante mano por un departamento del gobierno de los Estados Unidos. Si, del gobierno. Cosa que aquí en chile es diferente... tenemos un régimen dictatorial y, creo que la justicia no esta de nuestro lado, en este caso. —Pensé en voz baja, en la cama, cuando ya estaba casi dormido.

Entre las sabanas y el cubre de cama pensaba en como le iba a contar al resto del grupo sobre lo que paso hoy. Estaba seguro de que Miguel, Antonio, Ana y Ricardo, querrían saber todos los detalles.

Por la mañana, la gente del barrio que había presenciado la hazaña de Sofía todavía insistía en conocer como ella lo había hecho. Yo creí que todo se había acabado el día anterior. Pero, ese día no paraban de hablar si ella tenía otras capacidades que nunca habían visto. En realidad, estaban asidos a entender su poder cuando presenciaron esa destreza. Uno de ellos, para ser más específico la señora Lucy, que vivía al frente de mi casa hablo de que Sofía podía volar. Que vieja más estúpida, como podía decir esa cosa. Lo más notorio de eso era que el resto de las señoras que se juntaban en su casa cada viernes le creían.

No recuerdo, cuando fue la última vez que mi madre se reunió con ellas. Hablaban de la moda, del estilo de ropa que las mujeres usaban en los años setenta. Esos pantalones largos e hippie que se usaban en las calles de Santiago y en la televisión chilena. Para que decir, de la revista VEA, que era una biblia para ellas. Hay se entretenían tomando el té por las tardes para hablar de los famosos y otros chismes de los vecinos.

Carmen, un día se dio cuenta de que era muy estúpido reunirse para pelar a otra gente. Así que con el tiempo mi madre comenzó a distanciarse, pensó que Lucy había creado un club sin objetivos a los problemas que la comunidad enfrentaba cada día. De hecho, no hacían nada, ya que al final del día, después conversar sobre esas modas actuales, preparaban la cena antes de que sus maridos volvieran del trabajo.

«Aquí, noventa y nueve por cientos de la gente trabaja para la compañía Codelco, Mina El Teniente. Fue fundada por mineros y familias de mineros. Las casas fueron construidas por ellos y el nombre que se le dio fue en honor a José Antonio Manso de Velasco. Que sirvió como gobernador de Chile entre noviembre de 1737 a junio de 1744. Ese el lugar donde yo y Sofía crecimos.»

Esa misma semana, por la tarde, nos enteramos de que Julio había perdió la vida en el hospital del Teniente. Su muerte no fue una sorpresa para nosotros. Mis padres sabían que Julio andaba enfermo, algunos pensaron que era un tipo de cáncer que lo acabo. Mi madre mencionó que las aguas que se utilizaban en las minas las estaban vertiendo en los cultivos locales, donde los vegetales terminaban en cada casa en Rancagua. Ese fue parte de la causa que contribuyo a la muerte del viejo. La otra fue el deterioro de sus pulmones por haber trabajo muchos años en las minas.

En ese tiempo, nadie podía decir algo, sabían que existían substancias tóxicas almacenadas cerca de las aguas que eran arrastradas por la corriente en los diques, donde los dueños de las tierras utilizaban para distribuirlos en los cultivos. Uno podía imaginar que estaba pasando, pero nadie tuvo una reacción fuerte en contra la empresa para solucionar el problema.

En realidad, la mayoría hacia visto gorda a lo que estaba ocurriendo y de vez en cuando alguien bromeaba diciendo que las lechugas te podían matar.

Mi madre hervía el agua, y la guardaba en esas botellas de Cachantun, que de vez en cuando compraba en la tienda.

«Por otro lado, yo podría contarte sobre la mina El Salvador, en el norte de chile, que vertía sus relaves en el mar y otros lugares agrícolas que fueron afectados por la extracción del cobre. Como manifesté, El Teniente no estaba tampoco excepto a desastres como este. La contaminación atmosférica era un problema grabé, no obstante, nadie quería escarbar en ese hoyo, que estaba manipulado y manejado por la política tanto de la derecha o la izquierda.»

Ese viernes por la noche, yo y el resto de los jóvenes que pasábamos con ella casi todo el tiempo, nos reíamos de las tonterías que la gente expresó dos días atrás cuando salvo al pequeño. Agregaban que era inmortal, una guerrera chilena que se había reencarnado por un dios, semidiós, héroe o monstruo del tiempo medieval. Estoy seguro de que no era un dios o monstruo, pero un héroe, claro que lo era. 

Quizás no todos pensaban de la misma forma que yo. Quería que tuviera algunas virtudes heroicas y, no lo podía negar. Creo que a veces soñar algo así, en especial en el tiempo que estábamos viviendo, sería como una manera de justicia, alguien que pudiera parar esa opresión del gobierno militar. Tener poderes como los de Sofía podría crear una amenaza para el régimen. Un poder más grande que el mismo gobierno de m****a que está poniendo a este país al final del precipicio.

No puedo negar que fue difícil para nosotros convencernos de que Sofía tenía un poder natural, que ninguno de nosotros podría entender y, que era más difícil de pensar que ella era humana, como el resto de nosotros. Por primera vez podría decir que chile tenía su propio superhéroe. Pero que m****a, la gente no iba a considerar esa idea. Estaban convencidos de que el régimen militar tenía más poder que el pueblo. Esos eran los burdos que se estaban comiendo al país. Expresó mi vecino, que cada vez que mi madre hablaba del estado económico en que estábamos, él se expresaba de esa forma. No debería de hablar así, sin embargo, tenía un poco de razón. Dos lados, dos partidos políticos que al final son los mismos.

Todos habíamos confiado, por lo menos la mayoría pensó que las cosas iban a cambiar. Pero se equivocaron y, nos equivocamos, al principio, desde el primer momento después de lo que ocurrió el 11 de septiembre, comenzamos a reconocer que el país estaba en problemas. Ahora tenemos que vivir esta hueá, no obstante, esto no es la culpa de un solo bando político, esto no tiene nombre, como es posible que los intereses personales estén por sobre los intereses del pueblo o de una nación. ¿Quién los puso en ese lugar para que decidan? Se consideran que son la única voz del pueblo. Son tan solo un instrumento manejado por el error de un sistema quebrado, que no representa la voz del pueblo. No pienso que nunca serán esa voz, ya que están encerrados en sus agendas de intereses en un sistema que no funciona por décadas. Siempre habrá pobreza y esto se debe a esos intereses de los partidos políticos que no dejan de estirar ese sistema que no funciona. Estoy seguro de que, en el futuro, las ciudades más evitadas serán las más afectadas por la deshonestidad y la acción de actuar estúpidamente ante los cambios sociales. Incluso, los campos, la agricultura será uno de los recursos más importantes de subsistencia.

Cada año, cada mes, cada hora, cada minuto el gobierno sigue en el mismo camino, estrechando la economía, degradando la cultura y, poniendo la vida de cada ciudadano en peligro. No me sorprendería, que en el futuro una explosión social estallará, por lo injusto que los gobiernos han actuado en el pasado y presente.

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