1: No te vayas

Cinco años después.

20 de marzo de 2013

Abro la puerta de mi casa. Mis pies se arrastran por todo el suelo por culpa del cansancio que me tiene abatida. Lanzo mi morral al sofá y continuo hasta la cocina la cual no está muy lejos de la entrada. Estoy muriendo de sed y hambre. En todo el día solo he comido un sándwich de pollo que me preparó mi tía esta mañana y de la energía que me proporcionó ya no me queda nada.

Abro la puerta de la nevera y luego de un largo vistazo suelto un suspiro de cansancio. Estiro la mano y tomo una jarra llena de agua. Mi tía sabe que amo el agua fría y siempre tiene la jarra llena para mí. Sonrió recordando que papá hacía lo mismo para mí. Cuando menos me lo espero dos gotas resbalan por mis mejillas.

No llores, Rose.

Limpio mis lagrimas con el dobladillo de mi saco e intento calmar mi respiración para no caer en llanto. No es momento de ser débil. No es momento de sentir la derrota. No es momento para dejar que la oscuridad me abrace.

—¿Llegaste, mi Rose? —escucho la voz de mi tía desde su habitación.

Tomando unos segundos para arreglar el nudo que se ha formado en mi garganta, dejo ir el dolor que golpea mi alma y camino hasta su habitación.

Abro su puerta con cuidado y al fondo la veo. Esta acosada en su pequeña cama. Su cabeza reposa en un montón de almohadas viejas y tiene las piernas arropadas porque asegura que le da frío.

Su rostro está cada día más apagado y me duele verla así. Pero me obligo a sonreírle, pues ella siempre se muestra feliz como si no pasara nada en su cuerpo, como si tuviera veinte años y se encontrara en la plenitud de la juventud.

—Hola, Tita —saludo animada—. ¿Cómo te has sentido hoy?

—Como una quinceañera —recalca y su sonrisa se ensancha—. ¿Cómo te fue a ti? —pregunta dando unas palmaditas al lado de su cama, invitándome.

Camino hasta ella y me acuesto a su lado. Ella se remueve para darme más espacio y cuando estamos las dos bien pegaditas y cómodas, me permito ser consentida por su mano, que se empeña en alisar mi cabello desordenado.

Cierro los ojos perdiéndome en los mimos que me regala mi tía. Sus dedos acarician las hebras de mi cabello y me relajan, me hacen sentir tranquila, me dan paz. Ella es como un sol en mi vida y me parte el alma ver como su luz se el tiempo se la va arrebatando sin contemplaciones.

—Bien, Tita —contesto a su pregunta luego de unos largos segundos—. Ayer hice el primer pago del curso en el banco y hoy me fui a inscribir a la escuela con el comprobante.

—Me alegra escucharte feliz, Rose. Vas a ser una enfermera estupenda —me anima.

—No tita, no es para ser enfermera, es para ser auxiliar de enfermería —le corrijo con calma. Ya lo he hecho varias veces, pero o ella se empeña en llevarme la contraria o lo olvida.

—¿No es lo mismo? —cuestiona mientras sus manos se deslizan por mi cabello.

—No Tita, son muy diferentes... —pienso en cómo explicarlo—. Los enfermeros pueden administrar medicamentos a los pacientes y son autónomos en implementar planes de cuidado de enfermería. Pero los auxiliares somos el apoyo del enfermero. Nosotros ayudamos en otras actividades: como darles de comer a los pacientes, bañarlos, o ayudarle a dar su medicina oral.

—A mí me suena a lo mismo —me contradice y volteo los ojos. De pronto siento un pequeño golpecito en mi frente—. No creas que no he visto como haces esos ojos —me regaña—. Respeta a tu tía, jovencita.

—Tita —me quejo y sobo la zona exageradamente pues ella no me ha hecho nada de daño—. Eso duele.

—Bien merecido te lo tienes por hacer esos ojos.

—¿Cuáles? —pregunto fingiendo inocencia y me giro a verla con mis ojos de niña consentida—¿Estos?

—No seas descarada —vuelve a darme otro golpecito—. Yo vi bien como hiciste.

—¿Cómo hice? —la molesto.

Ella tuerce los ojos, imitándome y suelto una carcajada.

—Tita haces horrible —me burlo—. Por favor no lo hagas más.

—Pues así te ves tu.

—No, claro que no. Yo lo hago con más delicadeza. A ti los ojos te dan la vuelta entera.

Otro golpe me va a la frente.

—Respeta a tu tía.

Rio aún más, lo que provoca que ella se ría también. Entonces me veo abrazándola con fuerza, dándole todo mi amor. Devolviéndole un poco de todo lo que me ha dado.

Mi tía es mi salvadora.

Luego de que mi padre sufriera un paro respiratorio debido a su enfermedad pulmonar y muriera, me vi obligada a mudarme con mi tía y abandonar todo el mundo que conocía. Ella vive al otro lado de la ciudad, en Mission Distric, un barrio bastante económico para los que no poseemos riquezas y un tantico inseguro.

Por ella hoy día, ya me encuentro graduada de la secundaria y a punto de iniciar una formación profesional, con la cual deseo poder ayudarla más, comprarle sus medicamentos y hacer que se sienta bien. Pues aunque ella me mienta, sé que los dolores la agobian y a veces le es imposible dormir. Yo la he escuchado gimotear en las noches.

Mientras siento sus manos sobar mi espalda en delicadas y cálidas caricias, lagrimas resbalan por mi rostro y sin poder detenerlas comienzo ahogarme en llanto. Rompiéndome, haciendo trizas de mi fortaleza.

—¿Qué sucede? —dice con ternura y comprensión.

Intento calmarme. Sé que a ella esto no le hace bien, sé que mis pesares la lastimas más de lo que me deja ver y él que me esté desboronando sobre ella la afecta emocional y físicamente.

Me alejó de su cuerpo y limpio mis mejillas con rapidez. Su mano se estira y en un suave roce me ayuda a retirar las lágrimas. Levanto la mirada al sentir su tacto y veo sus entristecidos ojos cargados de agua salada que lucha por quedarse en sus pozos y no derramarse sobre su piel.

Tomo un largo suspiro y hablo.

—¿Por qué no me dijiste que se había acabado el mercado? —pregunto en un hilo de voz.

Cuando abrí la nevera lo que resplandeció fue el vacío, la nada. Solo una m*****a jarra amarillenta que contenía el agua que mi tía acostumbraba a guardarme reposaba en una esquina y de resto no había ni una hoja de lechuga. Aquí no nos podíamos dar el lujo de desperdiciar la comida.

El nudo de espinas que se ha formado en mi garganta me hace escocer en cada silaba pronunciada. No quiero que se sienta regañada, pues ha sido culpa mía el no estar pendiente de la alimentación de ella.

El mercado dura alrededor de dos a tres días, que es cuando me pagan mis horas de trabajo en la cafetería y me permito ir a comprar. Y con el dolor de mi alma, acepto que los últimos tres días estuve con la mente en otro lado por lo cual, olvide por completo que no había nada de comer.

—No te molestes, mi niña —sonríe con parsimonia y el corazón se me encoje—. Sabía que tenías que pagar el curso y si te avisaba lo descontarías de ahí y no te habrías inscrito.

El nudo de mi garganta se ensancha y evita que pueda hablar. ¿Cómo puede ella pensar en mí y ante poner mis necesidades a su estado de salud?

—No me hubiera importado, Tita —susurró con el ardor creciente en cada sonido que brota de mí—. Nada importa más que tú.

Me siento y le doy la espalda. El dolor que implantaron sus acciones nobles, en mi pecho es palpitante y desgarrador. Es agobiante y destructor. No quiero que vea cuan afectada me siento. No quiero que se sienta culpable. No podría culparla.

—Rose, tu futuro es lo más importante. Yo ya estoy vieja y sin vida. Pero tú estás joven, tú tienes el mundo a tus pies. Tú tienes la energía y la voluntad para cambiar la vida de muchas personas. Yo veo en ti el potencial de tu alma y sé que serás una gran médica.

Me doy vuelta.

—No llores, mi niña —dice con la voz apagada y me limpia las mejillas—. Tu bondad, tu entrega por ayudar, tu amor y tu dulzura puede con todo.

—Voy a ser auxiliar de enfermería —digo—. No médica.

—Una vez a tus trece años dijiste que querías ser médica y sé que lo vas a lograr. El límite lo pones tú, Rose. Por favor no pongas límites a tu mente y tu vida. Siempre entrega lo mejor de ti, esfuérzate que la vida te devolverá todo lo que siembras.

—La vida solo me hace pedazos... —confieso.

—No cariño. La vida quiere que siembres pedacitos de ti y cuando menos te lo esperes todos ellos brotaran y tú futuro será el fruto de todos esos trozos de tu alma. La vida se encargará de unirlos y hacer de ti un inmenso campo de colores.

Mis labios se curvan en una triste sonrisa y me inclino a besar su mejilla.

—Mañana iré a la cafetería y hablaré con John, le pediré un adelanto para comprar el mercado.

—Rose, no te apures. Yo hablaré con Julián y le pediré algo.

La existencia vacía de una sonrisa se desvanece de mi rostro. No quería saber nada de Julián. Se había largado por varios días y no había tenido la mínima decencia de estar pendiente de su madre.

—¿Hablaste con él?

—Sí —contesta arropándose con las sabanas hasta el pecho—.Vino al mediodía y dijo que vendría más tarde.

—¿Más tarde? —inquiero con desconcierto—. Tita son las nueve de la noche. Más tarde es mañana o en la madrugada.

—Rose, es mi hijo. Aún tengo esperanzas.

Resoplo.

—Tita, solo no te ilusiones demasiado. No me gusta verte triste.

Julián era todo menos un buen hijo. Había traicionado la confianza de su madre innumerables veces. Al punto de detestarlo por todo lo que nos hacía pasar. Incluso ahora le guardo algo de rencor.

Mi primo si es que así puedo llamarlo robaba a mi tía, nos dejaba aguantando hambre porque se gastaba lo del mercado e hizo que varias veces a mí tía la despidieran de sus empleos. Ella era empleada doméstica en algunas casas de riquillos, y su malcriado y desconsiderado hijo se metía robaba a los dueños.

Julián no se esforzaba por mejorar su vida, solo la empeoraba.

—Es un muchacho bueno —lo defiende—. Solo que ha tomado malas decisiones. Puede cambiar, yo lo sé.

—Bueno Tita adivina, pues lo sabes todo —digo, poniéndome de pie—. Traeré agua para que te tomes las pastillas —digo después de ver la hora es su pequeño reloj de pared.

Su rostro se contrae en una mueca de desagrado.

Saben asqueroso, lo sé. Pero eso no es lo que provoca que su rostro se contraiga, realmente le disgustan sus efectos. Son analgésicos para sus dolores, son tan fuertes que en minutos la duermen. Ella los odia porque al despertarse la dejan varias horas mareada, como drogada y con ganas de vomitar. Pero son los únicos que puedo comprarle y le permiten dormir sin sufrir. Una vez se acabaron y no tenía dinero para comprarlos, el llanto de ella esa noche me torturó como a nada en el mundo. No pienso pasar por esa situación de nuevo.

—Hoy no, Rose —suplica.

—Cuando ya empiece a trabajar en una clínica o ancianato, te prometo que compraré otros de mejor calidad. Unos que no tengan tantos efectos secundarios —propongo para animarla—. Por ahora, tienen que ser estos, Tita. Mira que no quiero que sufras como aquella vez.

Asiente derrotada y suelta un suspiro de desilusión.

Luego de llevarle el vaso de agua y ayudarle a tomarse sus pastillas. Me voy para la habitación y me acuesto en la cama. Dirijo mi vista al techo y sus innumerables manchas de humedad. Ya me las sé de memoria y son las que me ayudan a despejar la mente, son mi cielo y nubes personales. Trato de buscar formas extrañas entre ellas, imaginando historias absurdas en mi mente.

Me distraigo unos minutos y el recuerdo de las palabras de mi tía comienza a hacer eco en mi mente. ¿Cuándo dije que quería ser médica? ¿A los trece? Pues así debió ser. Porque ahora no creo que pueda ser médica. Es absurdo. En esa época era una niña ilusa que pensaba que podía lograr alcanzar las nubes. Ahora sé que hasta para poder volar cerca de ellas se necesita demasiado dinero. La vida me destino a ser una hormiga más de este mundo esclavo.

Dos horas más tarde, escucho la puerta abrirse y me pongo en pie. Enojada, dirijo mis pasos a la sala. ¿Cómo se atreve a volver? ¿A qué carajos ha venido? ¿Piensa robarnos de nuevo? Es un desgraciado. La última vez que vino se robó los malditos platos de porcelana. ¿Quién carajos le hace eso a su propia familia?

Lo veo entrar sonriente. Miserable. Clavo mi vista en él y repaso su cuerpo. Cada vez que viene se ve más delgado y deshilachado. Sus mejillas están hundidas y sus labios resecos. Su cabello negro no tiene forma del enredo y la suciedad de este se nota a simple vista. Su ropa al igual que todo lo que él es ahora, está manchada y andrajosa. La vida de la drogadicción y las malas decisiones al parecer no es tan grata como él suele alegarme. Entonces, mis ojos se desvían a la figura que resplandece a su lado. Max.

—¡Primita! —exclama eufórico. Sus ojos perdidos.

—No te me acerques, Julián —espeto al verlo venir en mi dirección. Él se detiene.

—¿Y ahora qué hice para que me trates así?

—¿A qué vienes? —reclamo—. No tenemos nada de valor. Lárgate.

—Esta es mi casa y puedo venir cuando se me dé la puta gana —brama y enreda un brazo alrededor del cuello de Max—. ¿Qué te parece este recibimiento? Me están echando de mi propia casa. ¡Increíble!

No lo mato porque es familia.

—¿Increíble? —bufo—. Increíble es que cada vez que vengas nos robes y ni siquiera te preocupes por la salud de tu madre. Eso si es increíble.

—¿Dónde está mi mamita? —pregunta cambiando el tema de nuestra conversación.

Descarado.

—¿Mamita? —inquiero con sorna—. Tú no tienes mamá. No la mereces.

Camina por mi lado hacía la habitación de mi tía.

—Eso no fue lo que pregunté, Rose. Si fueras más inteligente, sabrías que lo que quiero es verla. No escuchar tus estupideces.

Abre la puerta y la llama desde el marco.

—¿Por qué no responde? —se gira a verme.

—Por las pastillas.

—¿Por qué le sigues dando eso? —me reclama enojado y se viene hacía mí—. ¿Quieres que se muera? ¿A caso eres tan estúpida para no ver cómo la dejan esas pastillas? Parece muerta. Ni si quiera yo dopado me veo así.

Retrocedo.

No le temo a Julián. Varias veces nos hemos enfrentado, sin embargo, la distancia es lo mejor. Ahora se encuentra bastante drogado y no sé qué sea capaz de hacer.

—Es lo único que calma su dolor. ¿Qué quieres? —increpo, deteniéndome—. ¿Tú la has escuchado llorar del dolor? ¿Tú has estado ahí con ella cuidándola cuando no puede dormir porque es demasiado para soportarlo?

—¡Maldita mocosa! —exclama y veo en sus ojos la intención de aventarse contra mí. No retrocedo. Eso sería demostrarle miedo, darle el poder que quiere infligir en mí—. Si algo le llega a pasar, juro que te...

—Basta, Julián —interviene Max, que hasta el momento se encontraba en silencio, observándonos—. No la amenaces. Si no fuera por ella tu madre no estaría viva y lo sabes.

—Cállate, Max —espeta—. Tú no tienes velas en este entierro.

—Julián, estás mal —intenta calmarlo—. Ve a dormir un poco. Mañana podrás hablar con tu mamá.

—No. Lo haré ahora.

—No te va a escuchar —repongo.

—Cállate, mocosa. Malagradecida. Si no fuera por mi mamá estarías en un orfanato siendo violada por todos esos desgraciados que crían allá. Así que no te me hagas la indignada. Mi mamá también es responsabilidad tuya. Deja de quejarte.

—Te odio —siseo iracunda. Mis ojos ardiendo de la ira—. Jamás me he quejado, siempre me estoy esforzando por darle lo mejor que puedo y así es como me pagas. Eres un desgraciado.

Sacude la mano restándole importancia.

—Llévatela, Max. Hoy te dejo hacerle lo que quieras —repone con parsimonia como si yo fuera mercancía barata con la que se puede hacer y deshacer.

Ahora si lo mato.

Doy un paso decidida a darle un puñetazo, pero antes de poder estirar el brazo las manos de Max me sujetan.

La risa de Julián hace presencia y me pongo histérica. ¿Cómo se atreve?

—Eso, Max. Aprovecha que está en modo fiera.

—¡Te odio! —chilló—. ¡Maldito hijo de..! —me detengo.

—¡Vamos dilo! —me reta.

—Déjala —pide Max intentando mediar la situación, que desgraciadamente no quiere tener fin.

—Cállate —escupe a su amigo. Su mirada oscura vuelve a caer sobre mí—. ¡Vamos, Rose! Dilo. Di que mi madre es una puta.

Nunca en la vida podría decir eso. Jamás podría manchar a mi tía de esa forma. Ella es todo lo contrario, es mi salvadora y le estoy demasiado agradecida. Por esa razón me esmero en mi trabajo, trato de ganar propina para tener más dinero, es por ella que quiero obtener un mejor ingreso.

Pero Julián quiere deshacerse de sus responsabilidades como hijo y dejarme todo a mí. Él es el malagradecido. Su madre dio todo por él e incluso ella inocentemente sigue guardando esperanzas sobre un cambio en la naturaleza de su descendiente. A postaría que el mayor sueño de ella es ver a Julián trabajando legalmente y haciéndose un futuro.

La mirada se me empaña y me niego a llorar frente a él. Me niego a dejar que me vea débil. Me niego a mostrar cuan rota estoy por dentro. Me niego a darle la victoria.

—Rose, no sigas —me habla Max—. No te desgastes —Sus manos acarician mis hombros y me suelto con brusquedad.

—Duerme en el piso o el sofá, no te atrevas a moverla para dormir en su cama —advierto.

Es tan desgraciado y porquería a tal grado que un día dejó a mi tía arrinconada en la pared para que él pudiera dormir bien en la pequeña cama. Lo detesto. Por su culpa, mi tía duró varios días con dolores de espalda y cuello.

Salgo de ahí apresurada por esconderme en mi habitación, la cual está a un metro de distancia. Escucho los pasos de Max pisándome los talones.

Justo cuando entro y estoy a punto de cerrar la puerta, él lo evita y me regala una sonrisa de lado.

—¿Cómo en los viejos tiempo? —pregunta.

—No, Max. Hoy quiero que te largues.

—Ey... De niños solías machucarme los pies por dejarme fuera de la habitación y ahora lo estas volviendo a hacer.

Mi visión se desvía al suelo, donde efectivamente uno de sus zapatos está siendo aplastado por mi puerta. Le devuelvo la mirada y me encojo de hombros, sin importarme en lo más mínimo. Ahora no estoy de ánimos para sus jueguitos.

—Rose —musita con suavidad—. Te extrañé demasiado.

Volteo los ojos al cielo.

—Me extrañaste tanto que te largaste dos meses sin dejar rastro —escupo molesta— Ni Julián sabía en dónde estabas y hoy llegas como si nada. ¿En serio pretendes que todo esté bien?

—Hablemos por favor —siento la súplica en su voz—. Déjame explicarte.

—No sigas, Max. Ya no quiero saber nada de ti.

—Rose, por favor. Solo dame la oportunidad de contarte todo y si luego de eso no quieres volverme a hablar, lo entenderé.

Suelto la puerta para que pueda ingresar y me siento en la cama. Lo escucho suspirar con alivio y veo como sacude el pie que estaba siendo maltratado.

Carraspea y se queda de pie frente a mí.

—¿Necesitas permiso para hablar?

—No, claro que no. Pensé que... eh... bueno..., uhm.. mejor empiezo —camina de un lado a otro—. ¿Me puedo sentar contigo ahí en la cama?

Sé que en mi habitación no hay ningún otro lugar donde sentarse. La habitación es minúscula. Una pequeña cajita de muñecas, dañada y a nada de desbaratarse.

Me pongo en pie y veo el miedo en sus ojos. Teme que lo rechace y eche de aquí, y aunque una parte de mi suplica porque así lo haga, mi otro lado sentimental quiere escucharlo.

—Vamos a la terraza.

Salimos del apartamento y subimos a la terraza donde la mayoría de inquilinos suele venir a fumar. Pero para mi sorpresa esta noche se encuentra solitario.

Nos ubicamos en una esquina donde se puede ver un lado de la ciudad. La hermosa y cálida San Francisco. El día está terminando de oscurecer y las nubes bajo la luna se mecen en un suave y delicado vaivén.

Me giro a verlo. Su rostro dulce, pero masculino se ve pensativo. Su piel blanquecina como la de una porcelana me recuerda todas aquellas noches que pasamos juntos, donde le abrí mi corazón y me entregué a su cuerpo.

En su ceja izquierda tiene una cicatriz donde una vez su padre lo golpeó. Recuerdo que esa vez llegó a mí con el rostro manchado de sangre alegando que un día lo iba a matar, pero la vida misma le ganó, porque a los meses su padre murió ahogado en licor. Ahora esa cicatriz le otorga un aspecto más oscuro y misterioso, lo que no saben los demás es que Max es dulce y cariño, al menos conmigo.

Sus ojos miel caen en los míos, una sonrisa amable se extiende en sus labios rosados y delgado. Y de repente se lanza a mí y me acobija en un abrazo.

—Te extrañé más de lo que crees —murmura en mi oreja, enviando corrientes de electricidad por mi espina dorsal.

Dejo que me estreche entre sus brazos, al mismo tiempo que me deleito con su aroma. Una mezcla entre jabón, menta y algo de cigarro. Nunca pensé que me embelesara con su presencia, sin embargo, no puedo mentirme a mí misma y no aceptar que lo extrañé demasiado. Extrañé nuestras charlas que se convertían en risas, nuestras salidas al parque, incluso el helado que de vez en cuando nos lo permitíamos comprar.

—Suéltame, Max —pido con dolor. Aún no ha empezado a explicarme su desaparición y yo ya lo estoy perdonando.

Nos distanciamos incomodos por la muestra de afecto.

—Lo siento. No pude evitarlo —guarda silencio esperando una respuesta de mi parte y al no obtenerla, continua—. Me fui porque tuve problemas.

—¿Problemas?

—Sí. —Pasa una mano por su cabello castaño claro y suelta un suspiro—. El bastardo de mi padre estaba en líos antes de morir. Debía dinero a gente muy peligrosa. La última noche que te vi ellos me estaban esperando en la habitación que alquilaba. Me dieron una paliza y me amenazaron. Era mi vida o el dinero que se les debía.

—Por Dios —exclamo asombrada.

—Intenté explicarles que no tenía forma de pagarles, a cambio recibí varios puñetazos y patadas. Ellos decían que me arrancarían el pene y me lo harían comer, que nada quedaría de mí, que un desgraciado como yo no podía vivir o reproducirse. Que mi estirpe estaba manchada por mi padre, un ladro alcohólico y que no querían que se siguiera regando por el mundo. Así que al final rogué... —se sacude el cabello—. ¡Rogué como un crio por mi vida! —ruge enojado—. ¿Sabes lo que significa para mí rogar de eso modo? —Claro que lo sé. La vida de Max no había sido fácil, recibió muchos abusos por parte de su padre—. ¡Maldición! Me duele reconocerlo, Rose —su voz suena quebrada.

Sin poder evitarlo me lanzo a sus brazos. Lagrimas acidas se acumulan en mis ojos. Lo entiendo, incluso puedo sentir su dolor como mío. Max fue abusado sexualmente por su padre hasta los diez años. Mi pobre niño rogaba entre llantos para que no lo lastimara y al infeliz no le importaba, lo detenía ni siquiera el hecho de que fuera su propia sangre. Maldito enfermo. ¿Qué ser humano le hace eso a una criatura tan frágil? ¿Cómo pueden nacer esos monstruos tan despreciables?

Me abruma la maldad que camina en el mundo.

Un día Max decidió tomar justicia por su mano y cortó al desgraciado con unas tijeras cerca al miembro. Cosa que lamento. Debió haberle arrancado el pene, porque esas escorias no merecen vivir. Sin embargo, por fin dejó de abusar de él, pero a cambio golpeaba al pequeño hasta dejarlo inconsciente.

A sus diecisiete años, luego de una infancia llena de tortura, su padre comenzaba a temerle y no se le acercaba por miedo, a excepción de esa vez que le lanzó una botella al rostro y le rompió la ceja. Max se desarrolló como un adolescente grande y fuerte, y aprendió defenderse con la intención de un día matarlo, pero cuando tenía veinte al fin murió el hombre al que aun llama padre.

Me separa de sus brazos.

—No quería morir, Rose. Yo anhelaba vivir. La vida no podía ser tan injusta conmigo —dice. En sus ojos leo el dolor que lo agobia—. La vida no podía pretender torturarme desde que tenía uso de razón y cuando al fin alcanzaba la libertad, arrebatarme el aliento. Yo quiero vivir, quiero tenerte a mi lado y quién sabe, de pronto irnos de este lugar y formar un futuro más adelante.

Los latidos de mi corazón aumentan al escucharlo pronunciar esas palabras, las cuales están cargadas de mucho peso.

—Yo... —toso y guardo silencio unos largos segundos—. No me has dicho por qué te fuiste —cambio el tema.

—Les juré que buscaría el dinero a cambio de mi vida. Pero ellos tenían planes diferentes. Dijeron que podría escapar, así que me obligaron a llevar una mercancía a otra ciudad. Me fui de mula —confiesa—. Me amenazaron contigo y tu tía. Me habían estado siguiendo y te conocían. Así que no me quedó de otra que aceptar —Dios—. Ese mismo día me trasladaron a otra casa, allí me tuvieron encerrado cuatro días hasta que bajara la inflamación de mi rostro y luego me enviaron. Me tocó esperar un mes en esa ciudad hasta que se dignaron a soltarme. Me dejaron en la calle como un perro, sin dinero, sin un lugar donde dormir. Además, me advirtieron que si iba a la policía o los denunciaba, tu ibas a pagar las consecuencias.

—Max... —musito desconsolada. Jamás creí que hubiera pasado por todo eso.

—Mis primeros días fueron de agonía —continua—. No comí durante casi cuatro días. Pensé que iba a morir en la calle. Parecía un vagabundo y todos me temían. Hasta que un señor me ayudó. Una semana después me dio un trabajo limpiando baños en un bar y con eso ahorré para poder volver.

—Dios, Max, de verdad lo siento, pero... ¿Por qué no me llamaste? —escupo sintiéndome molesta, sintiendo que la ira clava sus garras dentro de mí al entender que un maldito mensaje pudo haber sido más que suficiente para mí—. Pudiste haberme llamado al menos para decirme que estabas bien. Yo estaba muy asustada, pensé que te habían matado. ¿Sabes lo que es desvelarse noches esperando tu visita? ¿A caso imaginas las veces que fui a tu habitación y pregunté por ti?

—No podía decirte nada —reprocha—. Tu vida estaba peligrando. No quería que te lastimarán. Nadie me aseguraba que si te llamaba o buscaba la forma de contactarte no te iban a perjudicar. ¡Demonios, Rose, te estaba cuidado!

Gotas comienzan a deslizarse por mis mejillas. Sé que estoy siendo injusta, pero yo también sufrí, yo lo lloré muchas noches, incluso tuve que acudir varias veces a Julián para que me diera alguna razón. Porque aunque no me guste, ellos son amigos mucho antes de que yo llegara a la casa de mi tía, son como hermanos. Lo único que agradezco o quiero agradecer es que Max no sigue los pasos de mi primo.

—No llores, Rose —dice con delicadeza. Acaricia mis mejillas y me hace verlo—. Perdóname por favor. Prometo no volver a irme de ese modo, prometo no meterme en más líos. Ya lo de mi padre está saldado. Por fin soy un hombre libre.

—¿Cómo sabemos que no estamos en peligro?

—No sé —admite avergonzado—. Solo espero que ellos cumplan su palabra. Lo único que puedo asegurarte es que fui cuidadoso con todas mis acciones. Ya no estoy viviendo en el mismo lugar, ahora vivo un poco más lejos con unos migrantes. Ahorré lo suficiente para pagar un mes de alquiler ahí. Y por eso también mantuve la distancia de ti. No quiero que te usen como mi talón de Aquiles, porque entonces siempre estaré en desventaja.

—Max... Lo siento —suspiro y me suelto de sus manos. Camino en dirección contraria buscando un poco de aire para alinear mis ideas—. Sé que fue duro y lo siento por eso. Pero no puedo pasar mis sentimientos a un lado para darles prioridad a los tuyos. Necesito tiempo.

El calor de su cuerpo choca con mi espalda y sus brazos me rodean.

—Todo el que necesites, mi chiquilla. Pero por favor perdóname.

—No lo sé. Me siento... engañada. Y lo entiendo, entiendo que me estabas protegiendo, pero eso no quita que me sienta así. Que piense que no confiaste lo suficiente en mí para contarme.

Suspiro.

—Rose, no digas eso. Yo si confío en ti y mucho. Eres importante en mi vida, es por eso que me alejé. Sé que ellos me iban a estar vigilando para buscarme la caída, para poderte lastimarte o usarte. Eso era lo que menos quería.

—Con tiempo, Max. Necesito pensar y asimilar lo que tuviste que pasar y lo que siento en este momento.

—Está bien. No quiero que te sientas presionada, lo único que pido es que me perdones, ¿sí, Chiquilla?

—De acuerdo, te perdono, pero deja de decirme: "Chiquilla". Soy una adulta.

—Pero para mí siempre serás mi Chiquilla, no importa que seas legalmente adulta. Además, ¿No te has visto en un espejo? —se burla—. Creo que desde los catorce años no creciste más.

—No soy tan bajita. No seas exagerado —refunfuño—. Tu solo me llevas veinte centímetros. Aquí el anormal eres tú.

—¿Veinte? —se mofa—. Chiquilla, son veinticuatro. No quieras hacerte la alta o por el contrario a mí el enano.

Niego con la cabeza y me doy vuelta, quedando frente a frente o mejor frente con pecho. Max mide 1,87 metros y yo 1,63.

—Por cuatro centímetros no serás una miniatura —objeto.

—Eso depende de a que le estás restando los cuatro centímetros —sonríe picaro—. Si se los restas a mí...

—¡Por Dios!

Suelta una risa que se cuela en mis oídos y me hace sonreír feliz de tenerlo de nuevo conmigo.

—En ese caso tampoco sería miniatura, pero yo sé que con o sin esos cuatro centímetros te hago feliz.

—¡Maximiliano! —lanzo un golpe a su hombro.

—Ven aquí, mi Chiquilla brabucona —susurra alzándome de la cintura y posando sus labios en los mío—. ¡Dios! —exclama cuando nos separamos unos segundos—. Cuanto extrañé tu boca —declara y vuelve a besarme.

Sus labios se funden con los míos en un apasionado beso que tienta con arrebatarme la fuerza mental. A pesar de que sigo herida por su desaparición, me siento embelesada con el sabor de su boca, con el olor que desprende su cuerpo, con lo gratificante que es estar entre sus brazos.

Acaricio su cabello y termino dando besos en sus mejillas, en sus ojos, en su frente y nuevamente en su dulce y provocativa boca.

Las chispas que explotan en mi vientre me alertan que el beso se está descontrolando. Mi cuerpo reacciona a su toque, lo reconocen como el dueño y único que me ha tocado alguna vez. Así que con todo el uso de mi voluntad, me desprendo de él.

Su respiración esta acelerada, al igual que la mía. Sus labios se encuentran rojos e hinchados y asumo que los míos también.

—Tiempo, lo recuerdas.

Asiente con una enorme sonrisa, que me deja ver sus lindos dientes blancos.

—Lo recuerdo. Perdón, es que mi cuerpo sabe que estás cerca y enloquece.

No solo el tuyo.

—Vamos a dentro, quiero saber cómo está mi tía. No me fio de Julián.

Me toma de la mano y comenzamos a bajar las escaleras que nos lleven al cuarto piso. Desde que tengo memoria el ascensor jamás ha funcionado.

—¿Por qué estás con Julián? —inquiero al darme cuenta que lo buscó primero a él que a mí.

—Él me encontró en una tienda. Yo estaba comprando algo de comer y bueno él apareció y me hizo comprarle unos cigarrillos, una cerveza y luego nos fuimos para el bar.

El bar de las putas. Te voy a ahorcar Julián.

—No hice nada malo —se defiende al ver como mi ánimo decae—. Solo lo acompañé. Estaba bastante feliz por encontrarme y no te niego que yo también —Suelta un resoplido angustiado—. Le mentí. Le dije que me fui de viaje por un trabajo y que no te dije nada porque sabía que no me dejarías marchar. No le puedo decir la verdad a él. Tú sabes las cosas en las que está involucrado. Así que no puedes comentar nada, ¿de acuerdo? Este es un secreto entre los dos. Nadie puede saber lo que hice.

Lo miro mal.

—Es más que obvio que no le diré nada. No es mi mejor amigo, Max —digo ofendida terminando de bajar las escaleras de mi piso.

—Lo sé, lo sé —Aprieta mi mano—. Yo soy tu mejor -

—¡ROSE! —Un alarido se escucha en el pasillo y de inmediato identifico la voz de Julián.

Dios mío, ¿qué hiciste, qué hiciste?

Corro frenética hacía el apartamento de donde salen los bramidos. El sonido es histérico y me estremece. El temor se arraiga a mi corazón como una sanguijuela que se cuela dentro de mis arterias y asciende y asciende hasta sentir la sangre en la garganta, me consume.

Max me alcanza al tiempo que abro la puerta y lo peor se presenta ante mí.

—¡ROSE! —Vuelve a bramar sin darse cuenta de que ya he llegado.

—¡¿Qué hiciste?! —chilló con la voz quebrada.

Las peores pesadillas que alguna vez padecí se hacen realidad frente a mis ojos. Un vacío aterrador se enraíza en mi estómago y siento la bilis subir por mi garganta. Me lanzo al suelo donde tiene a mi tía entre sus brazos. Él llora desconsolado y se mece de un lado a otro sosteniendo en sus manos la cabeza de mi tita. Dios, no, mi Tita.

—¿Qué pasó? —pregunta Max asustado, sus ojos gritando pánico—. ¡Julián, despierta! —lo sacude de los brazos al verlo perdido.

—¡Rose! —vuelve a llamarme en llanto.

Intento quitársela de los brazos para revisar su pulso o su respiración, pero Julián está aferrado a ella y no la suelta.

—¡Julián, aquí estoy, aquí estoy! —exclamo con la voz rota. Gruesas lagrimas derramándose por mi rostro—. Dime que está pasando. Por favor, ¡dime!

Sus ojos negros me encuentran y vuelve a la realidad.

—Rose, ella no despierta, no respira... está fría —su voz se quiebra y con ella mi corazón.

Vuelvo a tocarla y es cuando soy consciente de que su piel se siente un poco fría.

—¡Dámela! —lloriqueo, intentando sacarla de su agarre—. ¡Dámela!

Él la suelta y sus brazos caen a sus lados inertes. Me apresuro a revisar su respiración.

No hay.

Reviso su pulso.

No hay.

—No... tú, no, Tita... —lloro con el alma en mil pedazos. Destrozada me aferro a su cuerpo como si aun pudiera darle calor, como si esto fuera un m*****a pesadilla de la cual despertaré, como si ella fuera a levantarse del suelo. Lloro sintiendo un ardor sofocante en el pecho, como si cada hueso de mi cuerpo se estuviera partiendo a la mitad—. ¡Llama una ambulancia! —ordenó a Max—. ¡Llama una ambulancia, yaa!

La abrazo con más fuerza mientras de mi garganta explotan gritos que desgarran mi garganta y mi corazón. Estoy rota hasta los cimientos. No me queda nada. No queda nada de mí. Ya no puedo más. Ya no puedo seguir.

Tita...

Capítulos gratis disponibles en la App >

Capítulos relacionados

Último capítulo