El Templo (El Juego #2)
El Templo (El Juego #2)
Por: Laczuly
Prologo

"El guardián se reveló, la jugadora lo mató.

La historia del juego apenas comenzó.

No dejes de mirar.

Cualquier detalle, oculto está.

La guerra, finalmente, acaba de comenzar"

La mujer jadeó exhausta al caer al suelo con lágrimas en los ojos. Su cabello oscuro cubrió los rasgos de su rostro, los cuales brillaron por un momento con la tonalidad azul vibrante que los caracteriza, y dentro de ella supo la verdad.

Todo estaba perdido para ellos.

Nadie podía evitar lo que estaba a punto de suceder, mucho menos se podía detener. El curso de la vida en este mundo escapa de las manos de todos, incluso de los más fuertes.

– Lo viste ¿Verdad? – Preguntó el hombre frente a ella, el nudo en su garganta era claro y sus ojos estaban brillando con las lágrimas contenidas.

La mujer lo miró – lo hizo con todo el dolor que sentía al saber esa verdad – y sin poder contenerse más tiempo, rompió en llanto.

– No puedo hacer nada. – solloza ella. – ¡No puedo detenerlo!

– Nadie puede. – se lamenta el hombre con labios temblorosos.

Se sienta en el suelo del gran salón, observando la pintura histórica del techo, su cabello oscuro como la noche cubrió sus rasgos por un momento cuando habló:

– Ella... ¿Qué papel juega?

– Es nuestra enemiga. – suelta la mujer llorando.

Apoya una mano en su vientre, sintiendo la vida creciendo en su interior, cerró los ojos afligida mientras intentaba calmar su respiración. Él la rodeó con sus brazos para reconfortarla, ambos sintiendo la verdad de ese momento, juntos. Aceptando los papeles que deben desempeñar para su propia historia.

– Hazlo. – ordena ella con labios temblorosos.

El hombre no lo dudó. Levantó el cuchillo oscuro de su cinturón, dejó que el grabado en la hoja se iluminase por un segundo, y al siguiente, enterró el objeto en el vientre de la mujer; provocando un alarido de dolor por su parte. La sangre corrió por la barbilla de ella, por la cortada profunda en su herida. Escupió un poco en el suelo con una mueca de dolor, miró al techo del gran salón y sonrió.

– Gracias.

Cuando desapareció, el cuchillo cubierto de sangre seguía allí.

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