TESORO 2

 Pasados unos días me aparecí en su casa y no estaba. Como no lo podía ubicar ni por teléfono, le dejé una nota preocupándome por él y por la investigación, aunque tenía la esperanza de que ya hubiera desistido de esa loca idea.

  No fue hasta el siguiente día que me llamó para encontrarse conmigo. Al llegar me puso en las manos otro tazón de café, que ya se estaba haciendo costumbre y con cara de triunfo me dijo:

  —Fui a la casa donde te pagaron con los libros y los convencí para que me dieran la dirección de las personas que permutaron con ellos.

  Le invité a continuar con un gesto.

  —Ahora viene lo interesante —se regocijó frotándose las manos—, el dueño de la casa es un tal Evaristo, recuerda que hace tres años aproximadamente recibió un libro de un antiguo amigo llamado Leonardo. Meses después se enteró que el mismo día que envió el libro había fallecido, por lo que nunca recibió las instrucciones sobre el mensaje oculto. Después de dos años permutó y dejó algunas cosas en su antigua casa, entre los que estaban unos libros viejos, así que no tiene idea de qué se hicieron.

  — ¿Y qué escusa utilizaste para preguntarle por el libro sin decir que estaba en tu poder?

  —Le dije —respondió mi amigo—, que le estaba siguiendo la pista a ese volumen en especial, pues tenía un valor coleccionable.

  — ¿Te lo creyó sin dudar? —dije asombrado de la inocencia de algunas personas.

  —Por supuesto, el señor Evaristo es de una generación tan honesta que a veces cometen la ingenuidad de creer que todos somos así.

  —De la manera en que lo dices pareces un estafador desalmado y eso no creo que pegue contigo y mucho menos conmigo.

  Mi amigo me miró fijamente y luego fue a buscar algo en la otra habitación, allí se demoró un cuarto de hora. Cuando regresó se sentó a mi lado y me dijo mirando al suelo, visiblemente avergonzado:

  —Tienes toda la razón y me disculpo. Parece que, al fin y al cabo, no soy tan buena persona y me comporto como un avaro más del montón. Es que todo este asunto del tesoro y de la investigación me ha hecho creer que nos pertenece por derecho, cuando en realidad seríamos unos vulgares ladrones oportunistas en busca de dinero fácil…

  — ¡Un momento! —lo interrumpí—, no somos ni ladrones ni oportunistas, sólo nos dejamos llevar por las circunstancias. Si existe un tesoro y lo llegamos a encontrar, vamos a buscar a la familia de Leonardo y lo podemos repartir equitativamente entre todos, incluso podemos dar su parte a Evaristo —miré de reojo a mi amigo y ya le había cambiado el semblante.

  —Podemos hacerlo por amor a la aventura, y si salimos beneficiados económicamente, pues mejor.

  —Hablaste como un verdadero hombre de bien —concordó Juanito—, de eso se trata la amistad, de criticar al amigo cuando hace algo mal y ayudarlo a enderezarse.

  —Bueno, tampoco exageres que no has matado a nadie —dije sonrojándome.

  —No, no exagero, en los pequeños detalles es que se basa una buena amistad.

  Miré a sus ojos y vi satisfacción, seguramente se alegraba de tenerme como amigo. Yo también me alegraba de tenerlo a él.

  — ¿El señor Evaristo no te dijo nada más que pudiera ser útil? —traté de distraerlo de sus cavilaciones, más para salir de un silencio que se hacía embarazoso que para reanudar la conversación.

  —No, no estaba muy emocionado. También le pregunté donde vivía Leonardo antes de irse para el norte y me respondió que en la calle Miranda, en Marianao, pero que no recordaba el número ni las entre calles, solo que era cerca de un bar llamado “El chino”, que hace esquina.

  —Eso no nos dice mucho, pero algo es algo, quizás tengamos suerte. Mañana vengo temprano y nos vamos a Marianao.

  Me puse de pie para animar a mi amigo, que estaba de alas caídas.

  —Tienes razón —fue su corta respuesta.

Nos dimos la mano con un fuerte apretón y salí disparado a hacer mis deberes para tener así el día siguiente libre. Me presenté temprano como prometí. Mientras sorbía la religiosa taza de café, le comenté a mi amigo que si teníamos suerte y encontrábamos la casa de Leonardo, teníamos que tener un plan para entrar en ella.

  Una luz brilló en los ojos pequeños de Juanito. Se levantó como un resorte, fue corriendo a una gaveta y la revolcó buscando algo, luego volvió triunfante con unos carnets en la mano.

  — ¿Qué es eso? —pregunté.

   —Son mis credenciales de periodismo, hace años que no ejerzo, pero puede que nos sirva.

  Caminamos toda la Calle Miranda de un lado a otro dos veces, a la tercera nos encontramos con un señor muy mayor que recordó el nombre del bar. Estaba dos calles más abajo, pero ahora eran las oficinas del comité militar. Llegamos a la esquina que nos indicó el señor y efectivamente, allí estaban las oficinas, con todas las características de un antiguo bar. Luego caminamos, ya calmados, tres cuadras en ambas direcciones, buscando algo que nos diera una pista sobre la casa en cuestión. Justo cuando íbamos de vuelta, después de llegar a la esquina, mi amigo se quedó un poco retrasado parado en la acera, mirando una casa de manera extraña. Regresé a su lado y no pude evitar parecer un poco tonto al preguntarle.

  — ¿Que estas mirando que es tan interesante?

  — ¿Observas lo mismo que yo? —me respondió con otra pregunta, cosa que odio.

  —Sí, una hilera de casas viejas. ¿Por qué?

  —Son tres casas idénticas…trillizas —aseveró.

  Miré con nuevos ojos las fachadas de las casas frente a nosotros. A pesar de haber sufrido varios cambios y parecer por ende diferentes, si uno las miraba bien era fácil notar que originalmente habían sido tres casas iguales.

  —Tienes razón —comenté, sabiendo que eso no era todo lo que me iba a decir.

  —No te das cuenta todavía, ¿verdad?

   A veces mi amigo podía ser un poco pedante y éste era uno de esos momentos en que se tomaba todo el tiempo para torturarme, pero yo estaba dispuesto a no ser la víctima de su narcisismo intelectual, así que le respondí casi enfadado.

  —Me acabas de decir lo que es, o me voy ahora mismo y te dejo solo.

  —Está bien, no te molestes —dijo cambiando el tono—, el pergamino dice al comienzo: “de las trillizas la del medio”.

  — ¡Cierto! —lo interrumpí—, y precisamente la del medio tiene un cartel colgado anunciando que es una casa de alquiler, lo que nos puede ayudar.

  Tengo que admitir que me sentí invadido por el bicho de la aventura y de lo desconocido, quizás no estábamos tan locos después de todo. Muchas de las personas que se fueron al triunfo de la revolución guardaron sus joyas y dinero, enterrados o en las paredes de sus casas por miedo a que se las quitaran con la esperanza de recuperarlas algún día; aunque a decir verdad, aquella casa no parecía haber pertenecido a alguien con dinero, más bien era bastante humilde, pero eso no nos importó ante la expectativa de un tesoro, quizá quien guardó las joyas, es decir Leonardo, era el sirviente de algún rico o las habría robado, aprovechando la confusión de aquellos días. Cruzamos la calle como si fuéramos a invadir Roma.

  Tocamos la puerta y nos abrió una señora bastante mayor que, aunque estaba lavando la ropa, nos atendió cordialmente, quizás oliendo un posible cliente. Nos presentamos como periodistas deportivos que habían perdido el vuelo para una provincia, por lo que necesitábamos una habitación para descansar un poco antes de irnos en automóvil porque el viaje era muy largo y agotador.

  — ¿Y ustedes no tienen hoteles para esas cosas? —nos dijo, metiendo la nariz donde no le importaba.

  —Sí, pero ahora están llenos con lo de la serie nacional de pelota —respondió mi amigo-, usted sabe cómo es eso.

  En lo que Juanito se justificaba, la señora dio la vuelta y le entregó una llave, engarzada a una cadenita medio oxidada.

  A la dulce viejita no le gustó mucho la idea, pero se le dio unos billeticos de más y enseguida le cambio el rostro. La casa era sumamente pequeña, seguro construida junto con las otras dos para ser rentadas.

  Había sido remodelada a través de los años, cerrando el portal para convertirlo en sala, ganando otra habitación. Originalmente, tendría unos diez por cinco metros, lo que era muy común en esa época para casas de gente pobre, pero le robaron espacio al único cuarto, para construir un baño bastante pequeño, con las condiciones necesarias para cumplir sus funciones, teniendo que dormir la dueña en la sala, cuando alquilaba.

  Estaba limpio, pero sin lujos. Todo el interior fue pintado de verde claro, la única ventana del cuarto se encontraba sellada, para impedir que el frío del aire acondicionado se escapara. El piso del baño era nuevo, pero el del resto permanecía original, siendo de cuadros blancos y negros, como un tablero de damas, el de la sala tenía un diseño de cuadros concéntricos que se achicaban hacia el centro y el de la cocina, que también servía de comedor, era de color amarillo claro. Fotografiamos toda la estancia, como si fuéramos investigadores forenses, especialmente los pisos. Pues suponíamos que, al decir el mensaje que estaba el tesoro enterrado, lo lógico era que fuese bajo las losas y no en las paredes.

  En la mañana nos fuimos a casa. Nos pasamos horas mirando las fotos, para tratar de adivinar de antemano dónde estaba el tesoro. La clave estaba en el texto, pero no lográbamos descifrar todo el conjunto. La primera parte ya había cobrado significado, al estar situada la casa en el medio de tres idénticas, pero la segunda parte era un enigma total.

  Terminamos dándonos por derrotados, al menos por el momento. No pudimos encontrar nada en las fotos que señalaran, ni sutilmente, una posible conexión con el mensaje.  Juanito cocinó unos espaguetis y comimos mientras veíamos televisión, aunque por lo menos yo no me podía concentrar en el programa. Casi terminando mi plato, vi como mi amigo se quedaba congelado, con la vista perdida y la mente en un lugar muy lejano. Creo que a todos nos ha pasado como a él. Después de devanarnos los sesos tratando de encontrar una salida a un problema, nos viene la solución cuando menos tratamos de encontrarla.

  Nuestro maravilloso cerebro, se bloquea un poco al ser recargado, pero cuando se relaja en otra actividad, fluyen las ideas y le haya soluciones a los más intrincados acertijos, como por medio de magia y es que, aún en reposo, incluso durmiendo, el órgano más increíble que tenemos sigue funcionando.

  Juanito tenía uno de esos momentos. Soltó el plato de comida y fue corriendo a la computadora, buscó las fotos y se detuvo en una que ofrecía un panorama bastante amplio de la habitación. Seguidamente se puso a contar algo. Yo no dije ni pio, porque sabía que si preguntaba, no me iba a contestar hasta que quisiera, así que esperé un rato con suma paciencia.

  — ¡Ya sé lo que es ¨C3AD¨! —dijo con aire de misterio y de satisfacción—, es una simple jugada de ajedrez.

  Ya yo estaba convencido que mi amigo no estaba loco, por lo que me asombró más su revelación.

   —¿Cómo que una jugada de ajedrez?

  —Sí. Es caballo, tres, alfil, dama, y el piso del cuarto es el tablero. Acércate y mira.  

  Efectivamente, el piso formaba un perfecto tablero de ajedrez.

   — ¿Y dónde quedaría el caballo después de la jugada? –pregunté delirando.

  —Si juegan las blancas como dice el mensaje, la hilera de esas piezas debería ir pegadas a la pared del fondo, por lo que la cuadricula caería... dentro del baño.

  — ¡Espera un momento! —dije sin pensarlo mucho—. Cómo sabes que juegan las piezas blancas. Yo sé jugar ajedrez y por lo que sé, las piezas se pueden poner en cualquiera de los dos extremos del tablero, es decir, de la habitación.

  —Sí, claro. Tenemos que encontrar una pista o abrir dos huecos en lugar de uno.

  Mi amigo regresó a la computadora y revisó nuevamente las fotos, esta vez más minuciosamente. Cuando ya le lloraban los ojos, por el esfuerzo de fijar la vista en la pantalla, dio un salto en el asiento e hizo zoom en una de las imágenes, acercando la cara al monitor, amenazando con atravesar la pantalla con su nariz. Luego de unos segundos, se recostó al espaldar de la silla y relajó todo el cuerpo, como si hubiese terminado de cargar un camión de papas y se dispusiera a descansar.

  —Ya lo encontré —dijo, hablando más consigo mismo que conmigo.

  — ¿Sabes dónde está con seguridad?

  —Ven, siéntate a mi lado y dime qué crees que sea el dibujo en esa losa.

  Me senté a su lado, como me pidió, y fijé mis ojos en la pantalla.

  —Parece una corona negra ribeteada en dorado, pero muy desgastada por el tiempo, casi invisible.

  —Es el lugar del rey negro, así que el tesoro está bajo el baño.

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