CAPITULO 2

LEILA

Completamente decepcionada, a pesar de saber que había sido lo mejor, recogí mis cosas de la barra y me coloqué la chaqueta negra gastada de pana. Había tenido la esperanza de que la noche siguiera con la compañía de Luca, pero era tonto de mi parte esperar que alguien como él quisiera más que tontear con una chica como yo.

Guardé en mi cartera el móvil y me crucé el lazo por los hombros para irme de una vez por todas. Quería despedirme de Brendan, pero no lo veía por ninguna parte. Resignada a marcharme sin siquiera poder despedirme de mi amigo, suspiré y giré sobre mis talones, chocando con algo duro que me hizo tambalear. De inmediato unas palmas firmes me sostuvieron de la cintura y mis manos asieron los anchos hombros de mi salvador.

—No te marches sin beber una última copa conmigo —pronunció con su gruesa voz y mis ojos se quedaron anclados a su mirada. Sonreí internamente al tiempo que mi pecho se sobresaltaba por la sorpresa de que no se hubiera marchado como creí—. He reservado una mesa en el restaurante de enfrente; me apetece cenar comida italiana y quiero que me acompañes. ¿Qué dices?

—Claro… —susurré apenas, mientras él me soltaba y entrelazaba mi mano a la suya, tirando con suavidad para que lo siguiera. Miró a ambos lados de la calle y luego me ayudó a cruzar ya que iba embelesada y ni siquiera era consciente de si un coche iba o venía por la avenida—. Es por aquí —señaló hacía un rincón privado del lugar, luego de que ingresáramos al local.

Corrió la silla para mí y noté que una botella de champan ya esperaba por nosotros. El camarero sirvió dos copas y se retiró, dejándonos a solas bajo la intimidad de una tenue luz emitida por un par de velas. El lugar era exquisito, bastante lujoso y sentía cierta incomodidad por las miradas de desprecio que recibí de parte de los demás comensales.

—¿Te encuentras bien? —preguntó, ignorando por completo las miradas críticas de la que éramos blanco. Miré alrededor y sonrió negando—. Ignóralas. Eres mi invitada.

—Hubiera preferido comer algo en el bar… —susurré.

—Ese lugar estaba muy lleno. No habríamos podido disfrutar mejor la noche —tomó su copa y señaló la mía para que la tomara—. Por una velada inolvidable —brindó y le seguí el paso, chocando mi copa con la suya.

Ladeó su rostro luego de beber, escrutando mi cara con una sonrisa misteriosa, imposible de descifrar.

—¿Vives cerca? —pregunté nerviosa, para dejar pasar aquel bochorno al que me sometía con su mirada.

—No del todo —encogió sus hombros restándole importancia.

—¿Estás de paso? O resides de modo permanente aquí.

—Aún no lo he decidido —pronunció con voz ronca, logrando que temblaran mis rodillas—. Mejor háblame de ti.

Se inclinó sobre la mesa, reposando sus brazos con interés. La luz de las velas flameaba, provocando que el reflejo de su rostro pareciera irreal por ese efecto.

Nuevamente sentí que necesitaba algo para humedecer mi garganta y al escudriñarlo comprendí que Luca, era el hombre más atractivo y magnético que había conocido en toda mi vida.

—Qué… deseas… saber… —pronuncié cada palabra con mucho trabajo. Me costaba hablar con fluidez con él, mirándome como lo hacía.

—¿Frecuentas mucho el bar? —inquirió y sonreí.

—Es como si viviera allí —repliqué sin pensar demasiado. Enarcó la ceja y me abochorné en el instante. No quería que me malinterpretara—. No es por lo que crees —me apresuré en aclarar y negó con la cabeza.

En ese preciso instante, apareció el camarero con dos platos de pastas que despedían un exquisito aroma. Terminó de servir nuevamente nuestras copas y se excusó, dejándonos a solas nuevamente.

—Brindo por esta noche —dijo él y sonreí extrañada.

—¿Tiene algo de espacial esta noche?

—Por supuesto: tú —contestó con seguridad y el pecho comenzó a palpitarme—. Y porque estoy seguro que con tu compañía, esta será una noche… purificante.

Bebió el champan mientras yo intentaba comprender el sentido de sus palabras. Sentí un extraño cosquilleo en la boca del estómago, sopesando si estaba haciendo lo correcto al encontrarme sentada en una mesa elegante, con un hombre que sin dudas, estaba acostumbrado a cosas extravagantes.

Aunque las palabras enigmáticas que profería de vez en cuando me provocaban cierta necesidad de huir, sentía que era afortunada al encontrarme cenando con un hombre como él, en mi última noche en Londres. Además, sabía que por mí misma, jamás podría pagar un lugar como este y tampoco me atrevería a desperdiciar el dinero de ese modo.

—Cuéntame más de ti, Leila…

Me había llevado un bocado de pasta a la boca y casi me atraganté al oír aquel modo tan sutil y extravagante de pronunciar mi nombre, gracias a su acento.

Rememoré las palabras de Brendan y descubrí que tenía mucho sentido. Me gustaba… Luca me fascinaba y lo único que deseaba era que sus enormes manos me desnudaran. Que mis pequeñas palmas se jactasen de su duro pecho y mis dedos jugasen con los vellos oscuros que sobresalían por los botones desprendidos de su camiseta.

Su boca…

Deseaba que esos labios me susurraran al oído algo más que mi propio nombre, que su boca succionara la carne de mi cuello. Ya para arrepentirme, tendría toda la vida por delante… ¡mi dios!

Me sentía completamente acalorada, dispuesta a seguir el consejo de Brandan. No pasaría nada si me dejaba llevar una sola noche, ¿cierto?

—¿Leila? —oí de nuevo y sacudí la cabeza, observando a Luca mientras me miraba desconcertado.

—Lo siento. ¿Decías?

—Que me cuentes de tu vida… —las palabras bailaban en su boca.

—¡Oh! Bueno, no hay mucho que decir. Nací en Irlanda, vivo en Cork con mis padres y estoy terminando una maestría en negocios —repliqué orgullosa mientras Luca me miraba sorprendido. Al parecer, una mujer como yo no tenía la apariencia d estudiar una carrera y menos una especialización.

—¡Vaya! —replicó con incredulidad—. Espero que te sobren ganas de vivir… —fruncí el ceño—. Lo digo porque al parecer tienes grandes aspiraciones de trabajo y además, no todos tienen la suerte de contar con un futuro por delante. A veces la vida, apaga la luz de las personas que menos esperamos. Eres afortunada, a diferencia de otros.

Sonreí complacida al entender lo que había querido decir. Quise replicar, pero su móvil interrumpió en momento.

Luca frunció el ceño al ver el nombre que figuraba en la pantalla. Me dio un vistazo y luego respondió.

—Diga —dijo en un tono demandante y de exasperación al mismo tiempo—. ¿Cómo se encuentra? ¿Ha hecho todo lo que el médico indicó? —oyó por breves segundos lo que decían y su semblante se oscureció—. Dile a mi padre, que ese no es el modo…

Me sentía fuera de lugar por estar oyendo una conversación privada, por lo que me puse de pie para dejarlo a solas y que hablara con confianza. Sin embargo, Luca me tomó de la mano, pidiéndome con la mirada que regresara a mi asiento.

Cuando hice lo que me pidió, comenzó a hablar raudamente en su idioma, dejándome en claro que tenía otras maneras de obtener la intimidad que mi presencia le estaba quitando.

Pronunciar las palabras de aquel modo en que lo hacía, provocó que mi mirada se centrara en su boca que se movía sin parar. Sus ojos estaban fijos a un punto imaginario, mientras en la otra mano doblaba los dedos como si fuera una costumbre. De pronto, su mirada se percató de mi escrutinio y suspiró profundamente sin decir nada más. Era su turno de escuchar, al parecer, y aprovechó la oportunidad para repasarme descaradamente.

Contuve la respiración cuando sus ojos se detuvieron debajo de mi rostro, justo en la comisura de mis prominentes senos. Sin embargo, no me amedrenté y solo me mantuve inmutable mientras aguardaba que terminara su conversación.

—¿Está todo bien? —le pregunté cuando colgó la llamada y guardó su móvil.

—Sí… aunque… —miró mi plato que estaba a medio comer—. ¿Has terminado? —asentí con la cabeza porque me era imposible pasar bocado con él, viéndome así, como si quisiera engullirme a mí en vez de a su pasta—. ¿Qué te parece si nos marchamos?

Me quedé pasmada sopesando sus palabras.

¿Era posible que estuviera insinuando que nos fuéramos juntos?

Negué internamente. Un hombre como Giulio podía tener a la mujer que quisiera. ¿Por qué quería compartir más tiempo con una muchacha tan simple como yo?

—Claro… —repliqué en un susurro, tomando mis cosas y poniéndome de pie—.  Seguramente eres un hombre muy ocupado… y… y yo también tengo muchas cosas que hacer antes de marcharme. Gracias por la velada —agradecí, mientras él pagaba la cuenta.

Salimos juntos del sitio y la brisa fresca resoplaba por la calle desierta. Me froté los hombros y Luca tomó mi abrigo, que colgaba de mi cartera, para ayudarme a ponérmelo. Mi pelo color fuego, había quedado bajo la tela del abrigo y me estremecí cuando sentí sus dedos rozar mi nunca en su afán de liberarlo.

Cuando quedamos frente a frente, sentía mi respiración errática mientras mi pecho palpitaba frenéticamente.

—Gracias por las copas y la cena. Espero que pases una buena noche. Adiós —me giré para marcharme y Luca tomó mi codo. Lo miré atónita mientras él fruncía el ceño.

—¿Te marcharás como si nada? ¿Es eso lo que deseas hacer? —inquirió, dejándome absolutamente confundida.

—No comprendo… has dicho que era hora de irnos.

—Sí… —afirmó él—. Pero esperaba que pudieras acompañarme… a mi hotel.

Mi corazón comenzó a latir más fuerte de lo que esperaba. Escucharlo decir aquello, calentó mi cuerpo del modo en que nunca había experimentado antes. Podía imaginar sus manos recorriendo mi piel, su boca besando hasta el rincón más inhóspito de mi anatomía. Podía sentir en mi interior el aliento tibio que provenía de su garganta y se esparcía en mi cavidad al tiempo que su lengua exploraba cada rincón de mi boca. Sin embargo, también me encontré sintiéndome demasiado insignificante para un hombre como él.

Al no tener experiencia, ¿Cómo rayos estaría a la altura de ese colosal y varonil hombre que exudaba sexo por cada poro de su piel?

Negué internamente y tiré despacio mi brazo. No podía hacerlo.

—Lo lamento, pero no soy ese tipo de chica —respondí a duras penas. Sonrió con decepción enracando una ceja—. Nunca he hecho al así…

—¿Algo como irte con un desconocido que te gusta y a quién vuelves loco? —retrucó con una seguridad avasallante.

Que lo mencionara con tal seguridad, hizo que las luces rojas se encendieran de inmediato en su cabeza, ya que un hombre como él solo podía significar una cosa: perdición.

Volví a repasar su escultural cuerpo mientras tragaba saliva. Fijé la mirada por unos segundos en su boca pecaminosa, rememorando las palabras de Brendan. Sin embargo, mientras meditaba, Luca suspiró hondo y dio media vuelta para marcharse. Claramente, solo le estaba haciendo perder el tiempo.

Oíche mhaith, Leila (Buenas noches, Leila) —dijo de pronto y respingué en mi sitio mientras el no detenía sus pasos.

«Oíche mhaith, Luca», murmuré en mis adentros, teniendo la certeza de que nunca más lo volvería a ver.

Quería dar media vuelta y echarme a correr para no retractarme e ir a su encuentro para decirle que sí aceptaba acompañarlo a su hotel. Aunque todo se esfumara en la mañana y no fuera más que una simple fantasía de una noche, en lo profundo de mi ser deseaba irme con Luca.

Cuando viré sobre mis talones, un enorme nudo se formó en mi garganta  y mis pies se anclaron al suelo. La nostalgia, el dolor y la culpa que habían desaparecido con su compañía, regresaron al asecho y me sentí más desolada que nunca.

Mi corazón palpitó con fuerza, pidiéndome tácitamente que por una sola vez en la vida, hiciera lo que me pedía en silencio. Mis ojos se aguaron y la imagen de John y Valentina invadieron mi mente, torturándome por no haberlos detenido. En ese preciso instante, la sonrisa sensual de ese italiano que acababa de conocer, se cruzó con los demás recuerdos, opacándolos instantáneamente.

¿Podía ser que esa intensa conexión que sentí con su mirada, fuera el remedio para mis males?

Entonces me convencí de que aunque no lo volviera a ver y debiera entregar lo más preciado, unas horas en sus brazos serían capaces de borrar todo el dolor que cargaba desde aquel trágico accidente.

Volví a girar para mirarlo y me topé con su espalda ancha que a medida que trascurrían los segundos, se distinguía más a lo lejos.

E armé de valor y apresuré mis pasos hasta casi correr. Pensaba que ya no lo alcanzaría, hasta que se detuvo frente al aparcamiento del bar, seguramente a esperar por su coche. Sonreí como una tonta, normalizando mi andar y la respiración.

Verlo desde aquella distancia, lo hacía ser aún más magnifico frente a mis ojos. Su pelo negro ondeante en el viento, su porte regio, elegante y masculino, provocaron un remolino intenso de emociones en mi pecho.

No podía simplemente dejarlo marchar a sabiendas de que nunca lo volvería a ver en mi vida.

Al llegar hasta él, ni siquiera se percató de mi presencia, por lo que tímidamente toqué su hombro.

Con una endiablada sonrisa, se giró a mirarme, como si supiera con exactitud que de una u otra manera, yo aceptaría su oferta.

—¿Te lo has pensado mejor? —preguntó con cinismo simulado, a sabiendas de mi respuesta. Pero ya nada podía hacerme cambiar de opinión con respecto a marchame con él, aunque me quedé muda, sin poder hablar o moverme para darle indicios de que era de ese modo.

Si bien, por un instante fugaz sopesé las consecuencias de mis actos al hacer algo tan impulsivo, sabía que si me echaba para atrás estaría arrepentida por el resto de mi vida ya que jamás había anhelado tanto algo, como pasar un momento de intimidad con el único hombre que me había hecho tambalear en mi convicción de entregarme virgen en el altar.

Sí, se trataría de una sola noche, pero sería la mejor noche de toda mi vida que atesoraría en lo profundo de mi alma por el resto de mi existencia.

Por esta vez, sería solo yo: Leila O'Kelly.

Suspirando fuerte, asentí con valor.

—Así es —susurré errante. Enarcó una ceja, como si esperara que repitiera lo que había dicho—. Quiero marcharme contigo, a tu hotel.

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