CAPITULO 4

RICK

Cuando llegué a casa de John, oí las felicitaciones efusivas que le propinaba al muchacho que estaba con Samanta. Al fin conocería al susodicho noviecito y tendría un mejor panorama de lo que me esperaba con esa belleza que quería para mí.

De todas maneras, era evidente que no deseaba casarse con ese joven y, mucho menos, estaba enamorada, por lo que le estaría haciendo un favor y no otra cosa.

Ladeé mi rostro, viéndolo por detrás de la silueta de John. No podía negar que no estaba nada mal. Sin embargo, estaba seguro de que salía ganando en experiencia, y es que la diferencia entre él y yo era que a mí no me interesaban las rosas y corazones. Solo quería deleitarme y saciar mis ganas con aquella mujer que dejó de ser «la pequeña Sam», como John se empeñaba en llamarla.

Desde que la vi partir en la noche, completamente nerviosa y ruborizada con mi sola presencia, estaba deseoso por volverla a ver. No pude perder mi oportunidad de lanzar cizaña en la conversación que tenían.

Y es que Samanta no quería decir que a la petición de matrimonio que le había hecho ese muchacho, pero los dos hombres que se encontraban de pie delante de ella se empeñaban en que diera una respuesta y que la misma fuera lo que ambos deseaban oír.

¡El rostro del novio me causó tanta gracia que por poco no me largué a reír en su cara!

Y John ni se diga. Estaba furioso con mi pequeño consejo sobre no presionarla para tomar la decisión de casarse.

El almuerzo fue una tensión constante en el que Samanta trataba de evadirme y disimular su nerviosismo. Cuando al fin se marcharon, el muchacho que ahora sabía se llamaba Frank, no perdió oportunidad para dejar en claro que aquella mujer le pertenecía.

Aunque no por mucho tiempo…

Sonreí en mis adentros, completamente complacido con el resultado que había obtenido.

A Samanta yo le gustaba.

Miré de reojo a John; pensé que me mataría si llegara a enterarse de todo lo que mi perversa mente imaginaba y hacía con el cuerpo de Samanta.

Cuando ambos por fin desaparecieron detrás de la puerta, vi cómo estaba listo para recriminarme mi actitud.

—¡¿Se puede saber qué fue todo eso, Rick?! —me increpó de inmediato.

—No sé de qué me hablas… —me hice el desentendido y encogí los hombros, cosa que lo enfureció aún más.

—Sabes perfectamente a lo que me refiero. ¿Qué pretendías provocando al muchacho? —indagó suspicaz.

—Si te soy sincero, no me gustaría que tu sobrina se casara presionada tanto por ti, como por ese joven —respondí con seguridad—. Sé, por experiencia, que eso solamente conllevará a la infelicidad de tu sobrina. ¡A leguas se nota que no quiere casarse! Déjala que escoja el momento para aceptar al muchacho y un compromiso con él.

John suspiró, como quitándose un peso de encima, y me palmeó en la espalda.

—¿Realmente es por eso? —Solo asentí y logré que en el rostro de John se formara una sonrisa divertida—. ¡Menos mal! Por un momento creí que ese interés tuyo por persuadirla de casarse iba más allá que un simple interés fraternal. —Estudió mi reacción.

Claramente fui consciente de las intenciones de mi amigo e hice acopio de toda mi experiencia para salir sin complicaciones de la situación.

—Solo quiero evitar que derrame lágrimas de sangre por una mala decisión, John —repliqué con seguridad—. Odiaría que tengas que consolar a tu pequeña por el desastre rotundo, que estoy seguro, resultaría su matrimonio si se casa presionada, y te advierto que estaré ahí para decirte que te lo dije.

—¡Eso no ocurrirá, hombre! —respondió tranquilo.

Caminó hacia su despacho y me invitó a seguirlo.

—¿Cómo estás tan seguro? —curioseé.

John sirvió dos copas de coñac y me ofreció una.

—Porque Sam es como yo, Rick. —Se acomodó en su sillón, detrás de su escritorio, y sonrió—. Es una persona demasiado racional y jamás tomaría una decisión con la que no podría lidiar —concluyó.

—Entonces ¿no soy el único que se ha dado cuenta que Samanta no está locamente enamorada de ese muchacho? —pregunté con ironía y asintió con un movimiento de cabeza.

—No soy idiota, Rick. Sé perfectamente que mi pequeña le tiene un gran afecto a Frank, pero el muchacho no ha conseguido enamorarla, y créeme cuando digo que me alegro de ello.

—¿Cómo puedes estar feliz de que Samanta esté con alguien a quien no ama y, además, la estés presionando para casarse? —mascullé un tanto indignado por su actitud.

—El amor es para débiles, y el sufrimiento y las lágrimas de mi sobrina, escúchame bien, no se los merece absolutamente nadie —zanjó amenazante.

Comprendí que lo mejor sería no tocar más el tema del compromiso de Samanta.

—¿Nunca te has enamorado? —Lo agarré desprevenido.

—Sabes la respuesta. Aunque también empiezo a creer en eso del amor a primera vista… —susurró más para sí mismo, un tanto misterioso, y solo evoqué una sonrisa burlona.

—Vi cómo mirabas a la sobrina de Jen… Ten cuidado, que podrías tragarte tus propias palabras —advertí divertido.

—No me importaría. Si esa belleza de mujer fuera mía, no me importaría… —pensó en voz alta.

Tarde se dio cuenta que lo había oído. Enarqué una ceja, negué y le di un sorbo a mi bebida.

—Por lo que pude apreciar, es amiga de tu sobrina… —inicié—. Seguramente tiene la edad de Samanta. Dime, John, ¿a ti no te molestaría que un hombre de tu edad se fijara en tu sobrina?

—¡Ni que estuviera tan viejo! —John estalló en carcajadas sin comprender que mi pregunta iba demasiado en serio—. He salido con muchas mujeres de la misma edad que mi pequeña y no le veo inconvenientes mientras no me vengan con niñerías. —Se encogió de hombros.

—No me refiero a ti, John, sino a Samanta —insistí—. ¿Dejarías que ella tuviera una relación con alguien de tu edad? —volví a preguntar. El rostro de John se fue desfigurando poco a poco; aquello me divertía bastante, por lo que redoblé la apuesta—. Por ejemplo, ¿dejarías que saliera conmigo?

—No me está gustando para nada esta conversación, Rick —respondió con rudeza. Dejó su copa sobre el escritorio y entrelazó sus dedos. Se reclinó desafiante hacía mí, que me encontraba sentado del otro lado del escritorio—. Ve al grano y dime de una vez: ¿qué pretendes con mi sobrina? ¿A qué viene ese interés tuyo en que no se case con Frank y esa estúpida pregunta acerca de si estaría de acuerdo con que saliera contigo?

—¿Acaso soy un mal partido? —Imité su acción, inclinándome y dejando nuestros rostros uno delante de otro—. Yo también estoy podrido en dinero, si lo que te preocupa es el bienestar de tu sobrina. Según tú, el amor no importa y solo el bienestar económico es lo más importante. ¿Por qué no considerarías que fuera un excelente partido para Samanta?

—¡Es diferente, Rick! —casi gritó.

—Y según tú, ¿por qué debería de ser diferente?

Se recostó en su sillón, removiéndose inquieto.

—Porque tú la viste crecer y deberías considerarla más como una hija, una sobrina, ¡qué sé yo! Pero no como una mujer a la que pudieras meter en tu cama —explicó más calmado—. Además, contigo Sam… —Negó, suspiró y bebió de nuevo su bebida.

—¿Conmigo Sam qué? —presioné.

Me vio con resignación.

—Contigo ella solo sufriría, Rick… Estoy seguro de que, con tu experiencia, lograrías que Sam se entregara por completo a ti. Te entregaría en charola de plata su corazón y su alma, y eso solo le traería sufrimiento, porque tú, mi querido amigo, llevas a cuestas un pasado que podría arrastrar a mi sobrina a la más ínfima infelicidad.

—¿Crees que no sería capaz de hacerla feliz? —Fruncí el ceño, completamente indignado.

—Rick, nos estamos yendo por las ramas y esta conversación no tiene ningún sentido —aseveró John—. Mi pequeña se casará con Frank y será muy feliz. Si tu intención es hacerme ver mi error de apoyar ese compromiso porque Sam no está locamente enamorada de su novio, mejor guárdate tus palabras, ya que no lo conseguirás. —Negó con la cabeza y sonrió—. Por un momento creí que hablabas en serio con eso de tener una relación con ella. ¡Qué buena broma! —acotó y se carcajeó.

Yo, sin embargo, no lo había dicho en broma, sino, más bien, tanteaba el terreno con John. Samanta me gustaba y sabía que no daría paso hacia el matrimonio con aquel jovencito.

No lo amaba, y eso era suficiente para mí. De todas maneras, seguiría jodiéndole la tarde a John.

—No estaba bromeando —volví a decir—. Si por alguna razón Samanta no llegara a concretar su compromiso con ese niñato, ya te voy advirtiendo que me gustaría conocerla. —Lo señalé con la mano que sostenía mi copa, para luego llevarme la bebida a la boca.

—Pero ¡qué te sucede, Rick! ¿Te has vuelto loco, acaso? —respondió furioso—. Recuerda que de quien hablamos es mi sobrina, y no una fulana a la que puedes tomar y desechar cuando se te antoje.

—Esa no es mi intención, John, y te pongo en sobre aviso precisamente porque es tu sobrina —dije con toda la tranquilidad del mundo—. Te parece descabellado que esté interesado en ella, pero no te parece patético querer meterte entre las piernas de la sobrina de tu ex prometida, que vendría a ser algo así como tu sobrina política, ¿cierto? ¡Por favor, no seas cínico!

—Lo mejor será que te largues y te mantengas bien lejos de Samanta —amenazó—. Y no trates de intervenir en asuntos que no te incumben, Rick. Ésta te la dejo pasar porque te considero un hermano, pero mantente bien alejado de mi sobrina, ¿me oíste?

—No exageres, John. —Le resté importancia a la situación y John se calmó.

—Prométeme que no te meterás en medio, Rick —pidió.

Sonreí.

—Solo si tú prometes no presionarla —retruqué.

—Con que de eso se trata… —concluyó—. Armaste todo este drama y esa historia de tu interés por Samanta para que no la presione —dijo más tranquilo—. Está bien. Tal vez tengas razón. No voy a presionarla y dejaré que ella decida, ¿contento?

—Mucho más satisfecho.

—Ahora dime que ha sido solo una broma eso de pretender a Sam…

—¡Era broma, hombre! —mentí—. Ahora que has entrado en razón, lo mejor será que me vaya. —Me puse de pie.

—¿Te apetece ir de cacería conmigo? Como en los viejos tiempos…

—No me resulta para nada desagradable la idea. ¿El viernes, tal vez?

—Hecho. El viernes será.

—Me marcho. —Caminé hacia la salida principal—. Dale mis saludos a Samanta —exclamé, sonriente.

—Rick… —gruñó John, y yo solo negué por sus estúpidas ideas.

Me marché con una sonrisa de satisfacción que no se me iría en toda la noche, e incluso en la semana.

No solo descubrí que Samanta no estaba para nada convencida de casarse con ese hombre al que ni siquiera amaba, sino que también me di por enterado de que mi cercanía causaba cierto efecto en ella.

Lo vi en sus ojos la única vez que se armó de valor para mirarme cuando se despidió. Lo noté en su cuerpo, que reaccionaba temblando cuando yo apenas pronunciaba su nombre, además de la inseguridad que tenía aquel joven en relación a ella.

Y la charla con John solamente reafirmó lo que ya sospechaba, y eso me ponía muy contento.

Yo prometí no inmiscuirme, pero no prometí dejar en paz a Samanta.

Sabía de sobra que la relación que tenía con Müller hijo no tenía ningún futuro, y ya contaba con fecha de vencimiento: la misma que yo le pusiera al inicio de mi juego de seducción con ella.

«¡Por Dios! ¿Qué me hizo esa muchacha?», murmuré confundido y me acomodé al volante de mi Audi.

A decir verdad, me costaba comprender qué hizo Samanta conmigo… por qué llamó tanto mi atención.

No podía negar que era extremadamente hermosa y emanaba cierta inocencia que despertaba mi curiosidad y mis instintos más bajos, pero debía aceptar que había algo más fuerte que me halaba hacia ella como un imán, y que la situación fuera tan complicada solo me comenzaba a molestar.

Con solo verla dos veces, después de más de diez años, esa mujer trastornó por completo mi cabeza, viéndome dispuesto incluso a renunciar a mi amistad con John, mi único amigo, mi único hermano.

Hasta yo mismo me asombré por toda la palabrería que salió de mi boca sin siquiera haberlo meditado.

Debía andarme con cuidado si no quería terminar por cometer una locura.

Samanta me gustaba, me gustaba demasiado, pero por el momento tenía que controlarme.

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