CAPITULO 1

UN EXTRAÑO ENCUENTRO

EMMA ROSS

Como todas las mañanas, había salido temprano para correr. Aún no me había acostumbrado al ambiente húmedo y fresco de Londres, a pesar de estar viviendo aquí por casi seis meses. Llevaba una camiseta blanca y una sudadera roja que sabía, en algún momento me la quitaría para amarrarla a mi cintura. Mi conjunto culminaba con unos leggins negros y calzado de correr. El pelo castaño oscuro, me lo sujeté en una coleta alta, poniendo música en mi ipod y comencé mi recorrido habitual caminando de manera ligera hasta St. James's Park.

Una vez en el parque, aumenté de ritmo mientras en mis oídos explotaba la voz de Fred de Palma. Además de que me gustaba su música, ayudaba bastante a mis clases de italiano. El tío Frederick se había empecinado en que todos aprendiéramos su idioma de una o de otra manera, y aunque mi música lo horrorizaba, no decía nada con tal de que siguiera sus instrucciones.

Todo había cambiado tanto desde que Henry se enamoró de aquella mujer, que ni siquiera recuerdo mi adolescencia. Mi memoria solo está llena de detalles tristes como las lágrimas de mi madre, el encierro de mi hermano mayor, la partida de Jillian a la fuerza, la impotencia en mi hermano pequeño por no poder hacer nada en ausencia de Henry para poder sobrellevar todos nuestros gastos.

Durante tres meses, en los que mamá y Zac tardaron en encontrar al tío Fred, tuvimos que despojarnos de todas nuestras pertenencias: muebles, electrodomésticos, algunos objetos de valor que mi madre guardaba, para poder sobrevivir y tener un plato de comida en nuestra mesa.

Luego llegó una nueva vida, totalmente opuesta a la que conocíamos, llena de lujos y excesos si lo deseábamos. Sin embargo, tanto Henry como nuestro tío, se habían encargado de que no despegáramos nuestros pies del suelo y aprendiéramos a valorar y aprovechar las nuevas oportunidades que nos había dado la vida.

Casi cinco años pasaron de aquello, y hoy estoy aquí, haciendo lo que me enseñaron: aprovechar las oportunidades, prepararme para enfrentar lo peor y tener las herramientas necesarias para hacerlo con inteligencia y audacia.

Luego de lo que ocurrió con Henry y la injusticia que cometieron con él, estudié leyes en Harvard, para luego venir aquí y especializarme en derecho penal, aunque mi familia creyese que lo estaba haciendo en derecho comercial y financiero. Me las había ingeniado con la matricula, para que el tío Fred recibiera los comprobantes que lograrían me dejara en paz por este periodo.

Llevaba tres de los seis kilómetros que corría a diario. Me detuve cerca de una fuente, para hacer lo que ya había previsto; quitarme la sudadera y anudarla a mi cintura. Respiré hondo varias veces, elevando los brazos y bajándolos nuevamente.

—Niña… —oí a alguien decir apenas, por los auriculares que tenía puesto—. ¡Oye, niña! —volví a escuchar más fuerte.

Volteé el rostro y la miré; era una anciana, vestida de manera rara, con adornos en el cuello y una especie de turbante en la cabeza. Con su mano, me pidió que me acercara y quitándome los auriculares, caminé con curiosidad hasta ella.

Mis ojos se fruncieron, escudriñándola por la intriga que despertaba en mí su simple presencia.

—¿Es una gitana? —pregunté y afirmó.

—¿Quieres saber tu futuro? —indagó sin vueltas y un tanto contrariada, afirmé con la cabeza—. Dame tu mano —ordenó, extendiendo la suya hacia mí.

—Lo siento, pero no traigo dinero encima —respondí atemorizada por el modo en que me veía.

—Lo haré por cortesía —sonrió de lado y extendí mi palma—. Tus ojos reflejan la desgracia, niña. Solo por el placer de ver qué tipo de caos atraerás a ti, te diré tu futuro sin que me des una moneda.

Mis ojos se abrieron de par en par, paralizándome en el acto mientras la mujer acariciaba la palma de mi mano derecha y bajaba la vista a él.

Veo a una mujer ávida y con ganas de experimentar cosas nuevas. Sus grandes y azules ojos, ven con ilusión la forma del amor y la desgracia. Esta mujer tropezará con un hombre cautivador que esconde muchos secretos. Su pasado y su futuro, determinarán su presente. Los fantasmas rondarán siempre, hasta que ella decida hacerle caso a la razón o al corazón. Si escoge la razón; evitará el caos… pero si escoge al corazón, sin dudas, sufrirá —Quise tirar mi mano, pero elevó la vista y negó con la cabeza—. Aún no he terminado.

»Un hombre con rostro de ángel, pero sed de venganza, irrumpirá en tu vida y conocerás en carne propia aquello que has cuestionado innumerables veces en el actuar de tu propia sangre. Te dará a probar las mieles de aquellos sentimientos de los que siempre reniegas y el sabor amargo del fracaso. Ten cuidado; sus ojos, del mismo tono que un cielo gris, lograrán de ti lo que desee si bajas la guardia.

Tiré mi mano esta vez con mayor fuerza y completamente horrorizada.

«¿Cómo sabía esa mujer, que siempre había cuestionado a Henry por haber caído en los brazos de Camile para ser utilizado?», me pregunté internamente.

Negué aturdida, diciéndome a mí misma que no debía dejarme llevar por las palabras de una charlata; las mujeres de mi edad, en su mayoría, siempre caen en el abismo de aquel estúpido sentimiento que lleva a uno a cometer tonterías. Era común que me dijera que sufriría por amor… como si tuviera el corazón y la fuerza de voluntad tan blanda como las demás personas.

—No me crees, ¿cierto? —dijo sonriendo y negué—. Entonces, cuando todo suceda, acuérdate de mí y ven a este sitio a pagar por mis servicios, niña malagradecida. Ve… —señaló con la mano para que siguiera mi camino—, el mismísimo diablo aguarda por ti. No hará falta que tú lo encuentres; él ya sabe cómo lograr que tu mismas vayas a él.

—Vieja loca… —musité para mí, volteando y colocándome los auriculares de nuevo para seguir corriendo.

Retomé mi recorrido, mientras en mi cabeza retumbaban las palabras de aquella anciana aunque no le creyera. Era imposible que pudiera predecir el futuro cuando éramos nosotros mismos quienes escribíamos nuestro camino. Esas absurdas cosas del destino, no las creía de ningún modo y tampoco me dejaría amedrentar por las palabras de una charlatana que al final de cuentas, terminó pidiendo dinero.

«Puras patrañas», dije para mí, corriendo en la misma dirección que lo hacía a diario. De pronto, unas gotas gruesas de agua comenzaron a caer del cielo y bufé, preguntándome si el día podía ir peor.

Miré a mi alrededor, mientras la lluvia se iba intensificando y corrí en dirección contraria a mi recorrido con la intención de salir del parque por donde había entrado. Sin embargo, sentí en mi cuerpo una gran sacudida y a unos brazos tirar de mí, arrastrándome hacia un rincón para que luego mi espalda chocara contra algo duro.

La lluvia había empañado mis ojos y solo se me ocurrió gritar porque efectivamente alguien me tenía sujeta de los hombros. Con el primer alarido que pude emitir, unos cálidos labios sellaron mi boca y sentí una sensación inexplicable en todo mi cuerpo, que me redujo de una manera tan firme, logrando que aflojara mis músculos y olvidara en unos segundos hasta mi nombre.

—Deberías hacerle caso a la gitana —musitó sobre mi boca—. Solo quiero ayudarte… no tienes por qué gritar, ¿está bien? —dijo él, porque efectivamente era un hombre que desprendía un exquisito aroma varonil y hablaba con una gruesa y seductora voz.

Asentí con la cabeza despacio y él apartó su rostro del mío con lentitud. Bajo la lluvia que caía sobre ambos suavemente, porque el follaje de los árboles evitaban que las gotas traspasaran en su totalidad, nuestros ojos se encontraron y mi interior sucumbió por entero al toparme con unos ojos grises intensos… con matices azules que no distinguía con exactitud, porque mi vista estaba empañada. Sin embargo, que mi cuerpo tiritara aunque por dentro sintiera un intenso ardor, hizo que mi respiración se volviera errática y que ni siquiera pudiera pronunciar palabra alguna.

Me anclé a su misterioso iris, intentando descifrar que carajos me estaba ocurriendo. Sus manos quemaban la piel de mis brazos desnudos y fue como si se hubiera metido en mis adentros, hurgando en mis secretos, en mis peores temores y más grandes deseos.

Sus labios carnosos se movían, pero yo no escuché absolutamente nada de lo que había dicho. Su pelo rubio, con algunos matices oscuros, era largo y lo tenía anudado a una pequeña coleta. Cejas tupidas, pestañas largas y rizadas, cubrían aquella mirada intrigante que cargaba ese hombre.

«¿Quién sería?», me pregunté.

Mis ojos fueron de nuevo a su boca, cuyos labios gruesos y sonrojados, se seguían moviendo completamente húmedos, apetecibles como nunca había considerado a otros.

—¿Me estás escuchando? —oí de pronto, sintiendo la presión de sus dedos en mis brazos para que reaccionara.

—Lo siento —sacudí la cabeza—. ¿Qué dijiste? —le pregunté y él sonrió, mordiéndose el labio.

—Salgamos de aquí, antes de que enfermemos. Toma —me soltó para desanudar de su cintura una sudadera y me la puso sin que yo me opusiera. Elevé los brazos, haciendo lo que me pedía; olvidé por completo que yo llevaba de la misma manera la mía.

Tomó mi mano, entrelazando nuestros dedos.

—¿Puedes correr? —preguntó y solo asentí. Mi lengua había quedado entumecida y me era imposible decir algo—. Sígueme y corre lo más rápido que puedas.

Volví a mover la cabeza como una completa tonta y el comenzó a correr, tirando de mi para que lo siguiera.

Ni siquiera supe la dirección de nuestros pasos, mi cuerpo lo seguía con absoluta confianza sin siquiera cuestionarse si era correcto o no lo que estaba haciendo. Al salir del parque por un sendero que desconocía, de su bolsillo extrajo una llave y presionó un pequeño control remoto. Al acercarnos a una Range Rover negra, aligeró sus pasos y abrió la puerta para mí.

—Sube, por  favor —pidió amablemente y sin pensarlo dos veces, lo hice.

Cerró la puerta y rodeó el vehículo, para hacer lo mismo. Lo puso en marcha y comenzó a conducir, mientras lo miraba desconcertada.

Luego de unos minutos, ingresó al estacionamiento de un edificio y fue cuando lentamente regresó a mí, la Emma desconfiada y desafiante que siempre había sido.

—¿Dónde estamos? —pregunté, una vez que aparcó el coche y apagó el motor.

—En mi casa —dijo el extraño con quien me había marchado.

—Lo lamento, pero debo irme —le dije, intentando abrir la puerta del vehículo, ganándome la sorpresa de que tenía el seguro bloqueado.

Volteé mi rostro y lo miré confundida.

—Por favor, acepta un café y una ducha caliente; luego te llevaré a tu casa. Prometo que no haré absolutamente nada que te incomode, solo quería ayudarte y conduje hasta aquí porque en el parque pregunté varias veces tu nombre y donde tenías el coche, pero no dijiste nada. Si te marchas de esta manera, ten por seguro que permanecerás en cama por una semana —explicó con suavidad y suspiré. Él tenía razón.

—Está bien, pero luego de eso, me llevarás a mi casa.

—Por supuesto —afirmó satisfecho, retirando el seguro del vehículo. Bajó y lo rodeó para abrirme la puerta para que descendiera yo también. Cuando lo hice, de una manera tan natural tomó mi mano y jaló de mí, arrastrándome hasta el elevador que nos irguió hasta el piso doce.

Abrió la puerta e ingresamos a un lujoso apartamento, extremadamente ordenado y limpio.

—Pasa; buscaré una muda de ropa que te quede y unas toallas para que puedas ducharte. Ven —pidió, caminando hacia un pasillo amplio que conducía hasta varias puertas. Al llegar a la última, de madera pintada de blanco, la abrió y me invitó a pasar—. Puedes ducharte y cambiarte aquí. El tocador está a tu izquierda —viré los ojos para encontrarme con una puerta en donde señaló—. Iré por ropa —avisó, saliendo raudamente de la alcoba.

Suspiré, tomando asiento en el borde de la amplia cama hecha perfectamente, y me quité el calzado. Seguí con la sudadera gris que me había puesto el desconocido, aspirando al paso el olor de la colonia que seguramente utilizaba y había quedado impregnada en la prenda.

Acaricié la tela y la llevé a mi rostro, volviendo a inhalar para guardar en mi memoria la fragancia.

—Aquí tengo algo que puede servirte —lo escuché decir y lancé la prenda a la cama, disimulando lo que estaba haciendo. Lo único que faltaba era que me pillara desprevenida, oliendo como una idiota su sudadera.

—Gracias —tomé las prendas y las toallas que me entregó.

—Dúchate lo antes posible; yo lo haré en mi alcoba y te espero en el salón para que puedas beber algo caliente.

Afirmé con la cabeza y él salió como había entrado.

Ingresé al tocador, despojándome de mis prendas húmedas y viéndome al espejo. Estaba ruborizada y sentía mucho calor. Mis ojos brillaban una manera rara y por primera vez me preocupé de qué pensarían de mi aspecto. Nunca mi prioridad había sido el romance ni la opinión del sexo masculino, pero me encontraba tontamente preguntándome, si me veía decente al menos a los ojos de ese hombre de quien siquiera sabía su nombre.

Sacudí la cabeza y reí como estúpida al recordar su rostro angelical. Era el hombre más apuesto que había conocido en mi vida… y no es que conociera muchos porque no existía lugar para el romance en mi vida, pero mi hermano y Zac siempre me habían parecido los hombres más atractivos del mundo… tal vez porque éramos familia. Sin embargo, el hombre en cuya casa me encontraba, despedía algo que nunca noté en nadie más.

Era en pocas palabras, perfecto.

Alejando mis tontos pensamientos, me duché con prontitud y me calcé las prendas que me ofreció. Como supuse, me quedaban holgadas pero el pantalón de chándal negro, tenía un cordón que me permitió ajustarlo a mi cintura. Sobre mis pechos desnudos, deslicé la camiseta azul y recogí todas mis prendas junto con mis zapatos, saliendo de la alcoba en dirección al salón.

Cuando llegué allí, el olor a café invadió mis fosas nasales y seguí el aroma hasta lo que me pareció era la cocina.

Al ingresar al lugar, me quedé sin aliento y la garganta se me secó por entero.

El desconocido estaba de pie, dándome la espalda, vestido solo con un pantalón gris, similar al que yo llevaba puesto. Su pelo mojado caía sobre sus hombros que se tensaban con cada movimiento.

Me quedé con los pies desnudos anclados al piso, viéndolo hacer lo que hacía… café, jugo y tostadas.

Lanzó sobre su hombro izquierdo una servilleta de tela, tomó el café en una mano y el plato con tostadas en otra, girando sobre sus pies y colocando todo sobre el desayunador que separaba su cuerpo del mío.

Me escudriñó de pies a cabeza y sonrió de lado, señalándome la butaca más próxima para que tomara asiento.

—¿Tienes algo en lo que pueda poner esto? —pregunté, señalando mi ropa mojada.

Asintió con la cabeza y de una de las gavetas extrajo una bolsa plástica. Tomó mis cosas y las metió dentro, dejándola a un lado y volviendo a señalar la butaca.

Su torso desnudo me tenía inquieta y me senté en silencio, manteniendo la vista en el café que en ese mismo instante me estaba sirviendo.

Sonreí apenas en señal de agradecimiento y bebí un sorbo.

—¿Vives cerca? —preguntó y entorné los ojos—. Estamos a unas diez calles del St. James's Park

—acotó y afirmé.

—Sí, vivo cerca —respondí.

—Escuché lo que dijo la gitana —mencionó con diversión y me ruboricé—. ¿Crees en supersticiones?

—En absoluto —hablé con seguridad—. ¿Estabas escuchando nuestra conversación?

Encogió sus hombros y sonrió.

—Justo pasaba por allí y no pude evitar escuchar algo tan… estúpido —chasqueó sus dedos, como si le hubiera encontrado el adjetivo justo a todo aquello—. Pero tal vez… deberías seguir su consejo —volvió a decir a modo de broma y sonreí negando.

—Puras patrañas —repliqué negando, terminando el café—. Debo irme…

Me puse de pie y el me imitó.

—Iré por una camiseta y nos marchamos.

Salió caminando y en unos minutos, regresó enfundado en una camiseta blanca.

Bajamos en silencio y subí al vehículo de la misma manera; en absoluto mutismo.

Le di mi dirección y condujo, haciendo algunos comentarios triviales que respondí escuetamente, por los nervios que me causaba su cercanía.

—Llegamos —dije conteniendo la respiración, porque a fin me libraría de su presencia—. Te haré llegar las prendas esta misma tarde, y gracias por todo —llevé mis manos al seguro de la camioneta para abrir la puerta, pero su agarre me detuvo. Viré mi rostro, repasando su rostro.

—No me has dicho tu nombre.

—Soy Emma Ross —respondí y asintió con una sonrisa—. ¿Y tú? —me atreví a preguntar.

—Soy James… James Williams.

—Fue un gusto, James —dije, mirando su agarre para que me soltara.

—Realmente lo fue, Emma. ¿Te volveré a ver? —indagó de pronto y me mordí el labio dudando.

—Tal vez… —fue lo único que pude decir—. Prueba tu suerte —bromeé y afirmó con la cabeza.

—Ten por seguro que lo haré… —respondió, soltándome al fin—. Hasta pronto, preciosa Emma —susurró, como si saboreara mi nombre al pronunciarlo.

—Hasta luego —repliqué nerviosa, bajando del vehículo y metiéndome rápidamente al edificio donde vivía.

Presioné apresurada el botón del elevador y solo largué el aire contenido en mis pulmones, una vez que estuve dentro y las puertas se cerraron.

Cerré mis ojos, suspirando y preguntándome qué diablos fue todo aquello que acababa de pasar.

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