06: Los lobos grises

Los días pasaron con esa nueva rutina, con Salomé no sólo entrenando posturas de combate, sino también haciendo ejercicios físicos para aumentar su fuerza (si es que eso era posible) y otros más con el objetivo de ayudarla a controlarla. Ella no diría que ya era combatiente experta, pero al menos podía decir que ya tenía una mejor técnica que esa con la que había iniciado a entrenar. Ahora sólo le quedaba dar lo mejor de sí misma para reclamar los mejores territorios de caza de vuelta a los lobos negros.

Llegó un día en que terminó su entrenamiento y se retiró a su casa a bañarse. Pero en lugar de cenar y subir a su habitación para descansar, subió pero a cambiarse con lo que consideraba eran sus mejores ropas para luego bajar y ver también a Daniel y Nicole arreglados lo mejor que podían. Había llegado el día del rito del territorio, pero antes de pelear tenían algo por hacer.

La familia del alfa salió de la casa y afuera se encontraron a Barak y otros cazadores. Al ver listos a la familia principal de la manada todos asintieron y se dirigieron hacia la entrada norte de la villa. Aunque había luna llena, alumbraban su camino con antorchas, lo que le daba a su pequeño desfile un aire más ceremonioso.

Llegaron hasta la entrada y se dedicaron a esperar, mirando hacia la profundidad del bosque circundante que en la noche se veía tan profunda como la boca de un monstruo que esperaba paciente a que un incauto pasara cerca para hincarle los dientes y devorarle.

Pronto ocurrió algo en esa oscuridad: se vieron un par de pequeñas luces acercándose mientras el sonido de pisadas sobre el pasto se unía a ellas.

Entonces las siluetas de varias personas se hicieron visibles hasta que al fin fueron iluminadas por la luz de la luna y al ver a la comitiva, ahí Salomé y también Daniel y Barak sintieron que algo iba mal.

Ese no era el primer recibimiento de los lobos grises al que Salomé asistía y por lo tanto, ya estaba acostumbrada a verlos llegar a la villa: los mejores cazadores de la manada de los lobos grises, grandes, poderosos e imponentes con esos cuerpos musculosos y llenos de tatuajes tribales que según le había dicho Daniel alguna vez, sólo eran para intimidarlos.

Pero todas esas veces que les había visto llegar, lo habían hecho a pie, por lo tanto a todos les sorprendió que esta vez llevaran con ellos una lectica, de esos asientos cargados por cuatro personas. En una de las sillas venía el alfa de los lobos grises, Tyrone Urionidis, un lobo bastante mayor con una larga barba plateada no por su color de pelaje, sino por la edad y un cuerpo lleno de arrugas, pero que aún así, se las arreglaba para tener una mirada seria, pero esta vez… su mirada se veía algo adormilada. ¿Quizás esa era la razón por la que lo llevaban en una lectica? Salomé podía pensar eso, pero lo descartó cuando vio a quien iba sentada a su lado en el transporte: Kimaris, quien miraba a los lobos negros con una sonrisa que se mostraba altanera, con la gema estrellada de su anillo brillando bajo la luz de las antorchas que los lobos grises llevaban con ellos. Ante la vista de la demonio, Salomé no fue la única que frunció el cejo, también Daniel y Barak. Y al lado de ellos iba Claus, caminando erguido e imponente, como Salomé lo recordaba el día que lo enfrentó en el bosque.

Una vez estuvieron a buena distancia, los lobos que llevaban la lectica se detuvieron junto con el resto de su comitiva y la dejaron en el suelo para permitir que sus pasajeros bajaran. Estos se pusieron de pie y junto con Claus avanzaron al encuentro de los negros. Cuando vieron eso, Daniel, Barak y Salomé también caminaron y mientras lo hacían, la loba notó que Claus le miraba y pudo detectar en su mirada primero sorpresa… y luego odio. Para evitar sentirse intimidada, decidió mejor mirar a otro lado y su vista se clavó en Kimaris, notando ahí que la demonio no les miraba a ellos, estaba mirando hacia atrás, hacia los lobos negros que le habían acompañado y además, sonreía. ¿A quién estaba mirando que le causaba esa reacción tan peculiar?

Cuando al fin esas seis personas estuvieron lo bastante cerca, Daniel fue el primero en hablar:

—En nombre de toda la manada de los lobos negros, permítanme que sea yo, el alfa Daniel Achillidis, quien les dé la bienvenida a nuestras tierras.

En respuesta, Tyrone hizo una reverencia y luego respondió:

—Y en nombre de toda esta comitiva de la manada de los lobos grises, yo, el alfa Tyrone Urionidis agradezco su hospitalidad y su disposición para seguir honrando el mandato del legendario rey Licaón para dividirnos los territorios de caza y continuar con esta convivencia pacífica entre nuestras manadas. Para el rito de este año, nuestro campeón será Claus Obelidis.

Ante su mención, Claus se limitó a cruzarse de brazos y mostrarse altanero ante los lobos negros.

—Y nuestra campeona de este año, será Salomé Canek —respondió Daniel y al escuchar su nombre, Salomé dio un paso al frente.

Tyrone miró a la loba y Salomé vio como una sonrisa se dibujaba bajo esa barba plateada.

—¿Una niña? —preguntó burlón. Era claro que ni Claus ni Kimaris habían hablado de lo que había pasado aquel día en el bosque con el alfa gris.

—Quizá te sorprenda —respondió Daniel, desafiante.

Al escuchar decir eso a su padrastro, Salomé miró a Claus y pudo ver que el comentario no le había hecho ninguna gracia.

—Y hablando de sorpresas —interrumpió Barak antes de que la situación escalara—. ¿Puedo preguntar quién es la dama que les acompaña y por qué está en un puesto tan importante en uno de nuestros ritos más sagrados?

Kimaris sonrió ante su mención, pero no dijo nada  y dejó que fuera Tyrone quien se encargara de eso:

—Ustedes no son los únicos que pueden darle asilo a extranjeros —dijo el viejo alfa mirando a Salomé—. La señorita Kimaris Weiss llegó a Arcadia hace unos meses buscando asilo, se lo proporcionamos y en retribución nos ha ayudado con algunas cosas, con lo que se ha ganado mi entera confianza, digamos que es mi segundo beta. Espero que no haya ningún inconveniente con mi invitada.

Esa última oración se escuchó como una amenaza.

—En lo absoluto —dijo Barak apurándose a seguir siendo diplomático para que la situación no se volviera más tensa, pero la curiosidad de Salomé le pudo más.

—¿Asilo? —preguntó.

De inmediato las miradas de Kimaris y los dos lobos grises se tornaron hacia ella, una mirada que indicaba “no es tu asunto”.

—Cómo sea —se apuró Barak a intervenir para mantener todo bajo control—. Ya que hemos terminado las presentaciones, si gustan los guiaré hacia el terreno que hemos acondicionado para que acampen y descansen para mañana que llevaremos a cabo el rito del territorio.

—Entendido, muchas gracias Barak —agradeció el viejo alfa con una reverencia.

Barak guió el camino y entonces todos los grises y Kimaris lo siguieron y mientras los lobos se alejaban, Salomé y Daniel se quedaron quietos en su lugar mirando la escena.

—Entonces, ¿qué opinas? —le preguntó Salomé a su padrastro.

—Sí, algo traman —respondió Daniel en voz baja mientras se pasaba la mano por la barbilla—. Tyrone nunca vio con buenos ojos cuando yo me volví el alfa de nuestra manada para permitirles a ti y a Nikte que se quedaran entre nosotros y ahora resulta que no sólo aceptó a una demonio en su manada sino que además la trajo al rito del territorio como “su segunda beta”. Yo no me lo trago.

—¿Y qué vamos a hacer? —preguntó Salomé, nerviosa.

Daniel suspiró, se llevó las  manos a la cintura y dijo:

—De momento nada. No tenemos evidencias para pensar que están tramando algo en nuestra contra más allá del raro actuar de Tyrone y la presencia de esa tal Kimaris y tú ya viste que el sólo estar aquí es suficiente como para empezar una batalla campal. Sólo pondré a algunos cazadores alertas para cualquier movimiento extraño y por tu parte, mañana concéntrate en derrotar a Claus lo más pronto posible para dejarles en claro que con nosotros no se jode y mandarlos de vuelta a su casa.

Salomé pasó saliva y se animó a asentir. Estaba de acuerdo con Daniel, de momento era lo único que podían hacer.

***

Una vez que Barak guió a los lobos grises hasta el terreno que los lobos negros habían seleccionado para ellos y regresó a la villa, aquellos que habían acompañado a Tyrone, Kimaris y Claus se pusieron a preparar el lugar para acampar y encendiendo fogatas para hacer la cena. Pero siendo fiel a su naturaleza de lobo solitario, Claus se fue a un lugar apartado a hacer las cosas por su cuenta: encendió una fogata debajo de un frondoso árbol, desenvolvió un conejo que había traído consigo y comenzó a prepararlo en el fuego. Luego de un rato estuvo listo y tras prepararlo con algunas especias que llevaba, se puso a comer.

No le había arrancado más que un pedazo de carne, cuando sintió que alguien se acercaba a él. Giró la cabeza y se encontró con la esbelta figura de Kimaris mirándole, con una sonrisa que no tenía nada que ver con aquella que les había dedicado a los lobos negros.

—¿Te molesta si te acompaño? —preguntó la demonio, indicando con la mirada el plato de comida que llevaba en sus manos.

El lobo la miró y por toda respuesta, se movió un poco de donde estaba para hacerle un espacio a ella, la cual entendió y se sentó a su lado.

Empezó también con su cena y continuaron comiendo en silencio hasta que tras unos bocados, Kimaris habló:

—Le vi —dijo y eso hizo que Claus levantara la vista de su cena y mirara a la demonio—. Estaba entre los lobos que nos recibieron.

Tras pasar un bocado de carne, Claus dijo:

—Y si de verdad está aquí, ¿por qué no le tomamos de una vez?

Kimaris rió un poco y dijo:

—Claus, ya te lo dije. No podemos lanzar un ataque a gran escala contra los lobos negros. En primera, no todos los grises están de nuestro lado y si Xenia y Egan no se han opuesto a nuestros planes, es porque hemos operado debajo del radar. En segunda, aunque están débiles, los lobos negros son más y dudo que incluso tú y yo logremos vencer a sus números, sin contar que tienen a esa mocosa.

Claus gruñó ante la mención de Salomé. Kimaris lo encontró divertido, pero se enserió antes de explicar su punto final:

—Y en tercera, preferiría no hacer mucho escándalo o… ese fenómeno podría notar que estoy aquí.

Claus notó un tono de odio en la voz de Kimaris al mencionar a “ese fenómeno”, pero no le preocupaba ese punto ahora, sino el otro problema que había mencionado. Dejando de lado su conejo, miró a la demonio y dijo:

—Muy bonito tu plan, pero ahora tenemos un problema: la estúpida de Salomé. Tengo que ganar el rito del territorio y aunque me duela aceptarlo, esa maldita es más fuerte que yo.

De nuevo Kimaris encontró divertida la frustración de Claus, puesto que volvió a soltar una pequeña carcajada y dijo:

—Claus, Claus, Claus… ¿no estoy yo aquí para cuidarte?

La demonio dejó en el suelo su plato de comida, se pasó la mano por los dedos, luego tomó la mano del cazador y depositó algo ahí. El hombre lobo abrió su mano y vio ahí el anillo dorado de gema roja en forma de estrella que la demonio solía portar.

—Te prestaré mi anillo —dijo Kimaris sin soltar la mano del hombre lobo—. Pero lo quiero de vuelta cuando termine la pelea.

Claus miró a la demonio.

—Aunque me frustra que esa mocosa es más fuerte que yo, preferiría vencerla por mí mismo y sin trucos mágicos.

—Pero eso harás —replicó Kimaris—. Esa niña tiene algo, lo noté el día que la vi por primera vez. Y lo que mi anillo hará será simplemente igualar el marcador, no dándote algo: quitándole lo que la hace especial.

Claus levantó las cejas sorprendido y volvió a mirar el anillo. Vio que era muy pequeño, del tamaño ideal para el delicado dedo de Kimaris y se preguntó cómo haría para ponérselo, pero como si el anillo sintiera sus pensamientos, este de pronto se agrandó lo suficiente para que cupiera en su dedo. Lo pasó por el anular y cuando llegó al fondo, sintió como este se apretaba alrededor de él, ajustándole a la perfección.

El cazador no sabía qué era exactamente, pero sentía que ese anillo era especial y con él tendría la venganza que deseaba.

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