02: El secreto de su fuerza

Una vez Claus y Kimaris desaparecieron entre los árboles,  Salomé se dejó caer en el suelo para respirar más relajada ahora que la confrontación se había evitado, pero se dio cuenta de que sus problemas estaban lejos de terminar cuando notó que sus compañeros ya se habían puesto de pie y se plantaron frente a ella. Vio sus rostros; Carolos se notaba preocupado pero los otros tres se veían sorprendidos.

La loba marrón pasó saliva debido a que no sabía qué esperar. Había mostrado eso que tanto había tratado de ocultar: que estaba desarrollando una fuerza física que no era normal, ni siquiera en un hombre lobo. ¿Cómo reaccionarían ellos? ¿La tratarían como un bicho raro? ¿Le temerían? ¿Provocarían que la exiliaran como el monstruo que era?

Finalmente Orien habló para decir lo que su gemela y Aegeus pensaban:

—Eso fue… ¡increíble! —gritó con una gran sonrisa.

—¡¿Eh?! —exclamaron Carolos y Salomé con las cejas bien levantadas, puesto que no esperaban esa reacción.

—¡La forma en la que te le plantaste a Claus! —secundó Ophelia a su gemelo también chillando emocionada—. ¡Eso fue muy genial!

—¡No sabíamos que eras tan fuerte! —le elogió Aegeus también emocionado—. ¡¿Desde cuándo tienes esa fuerza?! Mencionaste lo del jabalí, ¿no?

Salomé se pasó la mano por la nuca, no muy segura de contar toda la historia, pero al fin se decidió a sacar aquello de su pecho aprovechando que sus compañeros de caza no la estaban juzgando como el monstruo que temía ser y empezó a narrar:

—Aquel día cuando el jabalí me acorraló en el risco, parecería que logré esquivarlo en el último momento y por eso me salvé, pero lo que ocurrió fue otra cosa.

—¿Qué pasó? —preguntó Ophelia, interesada.

Salomé suspiró, levantó la mirada al cielo y continuó con su historia:

—Cuando el jabalí venía hacia mí, hice lo único que pude hacer: tiré un gancho al menos esperando causarle un daño antes de que me lanzara al vacío, pero lo que ocurrió ni yo me lo creo: del puñetazo levanté al jabalí, giró en el aire sobre mi cabeza y cayó al precipicio. Cuando regresamos a casa, pensé que había sido por la adrenalina del momento pero, he estado haciendo pruebas y mi fuerza sigue siendo sobrenatural: he roto huesos de los animales cazados como si fueran ramas y he logrado romper rocas como si fueran terrones de lodo seco.

Para demostrar su punto, Salomé tomó con su mano una piedra que estaba cerca de ella y la apretó. Tomó algo de tiempo, pero al final esta se partió ante la fuerza de la loba.

—¡Wow! —exclamaron los gemelos ante la demostración.

—Por eso había estado fallando en las cacerías —continuó explicando Salomé mientras se sacudía las manos—. No quería tener un arranque de fuerza y que se dieran cuenta de mi fuerza.

—¿Pero por qué no? —preguntó Aegeus, no enojado, sino emocionado—. ¡Nos hubieras ahorrado muchos problemas si la usabas!

—¡Así es! —corroboró Ophelia—. ¿Te imaginas si yo tuviera tu fuerza?

—¡Yo sé lo que haría con ella! —le interrumpió su gemelo—. ¡Iría por mi cuenta a cazar osos!

Y tras decir eso, Orien le dio unos golpes en el hombro a su gemela, lo que provocó que se pusieran a intercambiar manotazos, lo que sirvió para relajar un poco a Salomé al arrancarle una pequeña risa.

Carolos vio que su amiga se estaba dejando llevar por los halagos, pero no había que perder la perspectiva del asunto.

—Sí, ¿pero por qué? —dijo haciendo que las miradas de los otros cuatro se giraran hacía él—. Vamos chicos, piénsenlo: no es normal que alguien tenga una fuerza así, ni siquiera los hombres lobos somos tan fuertes.

—Ay Carolos —dijo Ophelia como si el hijo del beta hubiera preguntado algo tan obvio como el color del cielo—. Eso tal vez se aplique para nosotros los lobos negros, pero Salomé es una loba marrón.

—Sí tonto —dijo Orien dándole un golpe en la cabeza a Carolos—. Tal vez los de su especie son más fuertes que los lobos en Arcadia.

Mientras que Carolos se sobaba ahí donde Orien le había golpeado, Aegeus preguntó:

—¿Qué dices Salomé? ¿Crees que sea eso?

Salomé bajó la cabeza, pensativa, y respondió:

—No lo sé. No sé mucho de otros lobos marrones porque desde que recuerdo ya viajaba con mis papás. Mi papá yo no diría que era más fuerte que nuestro alfa y mamá… ella era más bien del tipo erudita, así que dudo que fuera más fuerte que papá.

Un silencio pesado cayó sobre el grupo, no tanto porque el misterio de la fuerza de Salomé continuara, sino porque le habían hecho recordar a sus padres fallecidos.

Como líder del grupo, Aegeus tomó el deber de romper esa tensa situación y luego de aclararse la garganta, dijo:

—Bueno, propongo que hasta que se demuestre lo contrario, nos apeguemos a la idea de que la fuerza de Salomé se debe a que es una especie diferente de hombre lobo.

—Hecho —dijeron los gemelos y Carolos al unísono, lo que de cierta forma Salomé agradeció.

—Con eso acordado —continuó Aegeus —, es hora de regresar a casa. No debemos olvidar que seguimos en el territorio de los grises y aunque Salomé ya le pateó el trasero al más peligroso, al menos yo no quiero seguir tentando a nuestra suerte.

Los demás asintieron ante ese razonamiento.

—Pero no hay que olvidar el regalo que nos dejó ese gris —dijo Orien mirando hacia el cadáver del oso que por la conmoción ya los demás habían olvidado.

—¿En serio quieres llevártelo luego de todo el problema que causó? —le preguntó su hermana mientras le daba un golpe en el hombro.

—Oye, comida es comida y bien sabes que son tiempos difíciles, ¡no podemos darnos el lujo de desperdiciarla! —respondió el gemelo macho sobándose ahí donde le habían pegado.

—Orien tiene razón —asintió Aegeus—, habrá que llevarlo con nosotros.

Ophelia resopló resignada y dijo:

—Bueno, pero también ¿cómo lo vamos a justificar? Si les decimos que nos metimos al territorio de los grises, seguro el alfa y el beta nos van a comer junto con el oso.

Salomé y Carolos bajaron la cabeza, nerviosos, pero este último se apuró a hablar:

—Po-podemos decir que lo encontramos herido, un golpe de suerte —el pretexto que le había metido en ese problema ahora les salvaba la vida.

—Supongo que eso está bien —concluyó Aegeus rascándose la nuca—. Eso es lo que vamos a decir, ¿de acuerdo?

—¿Puedo sumar algo al acuerdo? —se apuró Salomé a agregar.

Aegeus la miró y preguntó:

—¿Qué cosa?

Salomé bajó la mirada antes de responder:

—¿Pu-puedo pedir que no digan nada de mi fuerza? —no quiero que se haga mucho alboroto en la manada al menos hasta que yo misma comprenda qué es lo que me está pasando.

Los otros cuatro lobos se miraron entre ellos antes de asentir al unísono, lo que le quitó un peso del corazón a Salomé.

—Gracias chicos —dijo con una sonrisa llena de gratitud.

Pero mientras los demás lobos se ponían de acuerdo sobre cómo llevarse al oso, Salomé miró en dirección hacia donde Claus y esa demonio se habían ido.

Pasó saliva, nerviosa. Por alguna razón esa tal Kimaris le daba mala espina. ¿Qué haría una demonio en Arcadia? Y más importante, ¿por qué alguien como Claus la obedeció? Salomé negó con la cabeza, ya tenía mucho con el propio misterio de su fuerza sobrenatural como para todavía ponerse a pensar en lo que fuera que estuvieran tramando los grises. Sólo le quedó esperar que si Kimaris o la otra manada se traían algo entre manos, no le fastidiaran la vida.

Con la fuerza de Salomé, cargar a ese oso fue tarea fácil y con este sobre sus espaldas iniciaron el camino de vuelta a la villa.

Carolos por su parte dejó de lado sus preocupaciones al imaginarse el banquete que se iban a dar esa noche ya que sería la primera vez en varios meses que los lobos negros verían tal cantidad de carne. Pero al recordar lo precaria que había estado la situación de las presas para los lobos negros, ver cómo Salomé marchaba bien pese a estar cargando tanto peso y luego al recordar la paliza que le había dado a Claus, una idea comenzó a fraguarse en su mente y se sintió muy estúpido por no haberlo pensado en cuanto su amiga puso de rodillas al gris.

En la entrada de la villa varios grupos de cazadores estaban entregando sus precarias presas del día, cuando vieron al grupo de Aegeus llegar con su gran carga. No sólo se quedaron con la boca abierta al ver por primera vez en mucho tiempo entrar a un oso a la villa como alimento, sino que de inmediato corrieron para ayudar a los cinco jóvenes a cargar su pesado botín.

Dejaron el cuerpo del oso al lado de las demás presas y pronto se pusieron a interrogarles sobre cómo se habían hecho con tal premio, pero los cinco se apegaron a su historia de que lo habían encontrado ya muerto y decidieron traerlo, lo que a ojos de los demás lobos les quitó algo de mérito, pero al grupo de Aegeus no le importó al conocer la verdadera historia y se conformaron con saber que esa noche cenarían bien.

***

Un nuevo día había llegado a Arcadia y por primera vez en un buen tiempo, a Salomé no le tocó ir a cazar.

Gracias a haber capturado a la presa más grande del día, ella y su grupo se habían ganado un día de descanso. Alguna vez Salomé y Carolos habían acordado que cuando al fin tuvieran su primer día libre como cazadores, irían al río a jugar en el agua como cuando eran pequeños, pero ese día Salomé no estaba en el río. Se encontraba en un pequeño monte cercano a la villa, alejada de todo y de todos, acostada a la sombra de un árbol mirando el cielo azul y las nubes que se desplazaban por este, pensando.

Pese a que Aegeus y los gemelos no lo habían visto mal, a ella todavía le preocupaba el hecho de su fuerza extraordinaria, saber de dónde venía. ¿Sería verdad lo que habían especulado? ¿Qué sería parte de su herencia como loba marrón? Salomé no estaba segura, sentía que había algo más detrás de su fuerza. Pasó saliva y pensó en lo que más le preocupaba del asunto: ¿y si su súper fuerza significaba que se estaba convirtiendo en algo más? Eso era lo que más le aterraba, la idea de perderse a sí misma.

Pero no pudo profundizar en ese tema, ya que algo la sacó de sus pensamientos:

—¡Salomé! —le llamaba su hermana.

Salomé se reincorporó y vio que la pequeña loba subía corriendo hasta donde se encontraba ella. Se veía agitada y no sólo por correr.

—¿Nicole? —preguntó Salomé preocupada—. ¿Qué pasa?

Nicole llegó con ella, se apoyó sobre sus rodillas para tomar algo de aire y luego dijo:

—Es papá. Quiere verte y parece importante.

La respiración se le fue a Salomé. No tenía un buen presentimiento.

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