CAPITULO 4

CRISTOPHER

—¿Qué le has dicho, Daniel? —pregunté andando a su lado, ni bien salimos del departamento de policía. Su esposa ya había subido al coche que los esperaba y él iba despacio y pensativo.

—Nada que te incumba, Cristopher —respondió como de costumbre—. Confórmate con que serás el que maneje la compañía de ahora en más y podrás sacar a tu familia de la ruina, si haces las cosas bien.

—¿Se creyó la mentira de que Camile lo acusó? —indagué con cautela. Era de suma importancia que ese donnadie jamás supiera la verdad. Mucho menos que todo fue una trampa en la que cayeron redonditos los dos, en el afán de proteger el uno al otro.

—Creo que sí, pero si quedan falencias y alguna vez decide investigar o contratar un abogado que valga la pena, no tendrá duda alguna —explicó y asentí sintiéndome un poco más aliviado—. Después de todo, no es una mentira que ella lo acusó de fraude.

—Es verdad… —murmuré secamente—. Camile está tan ciega de amor por ese imbécil, que ni siquiera se molestó en leer lo que firmaba antes de que la subiera a aquel avión.

—Es por eso que siempre digo que el amor nos vuelve débiles. Ella lo tenía todo y ahora se quedó sin nada por su estúpido enamoramiento.

—¿Nunca te has enamorado, Daniel? —dije con sorpresa hasta para mí, por formular aquella pregunta.

—Una vez, y es precisamente por esa razón que jamás volví a sentir. Ese sentimiento solo destruye la esencia y la autoestima de las personas. No piensas con racionalidad ni coherencia. Solo cometes estupideces —replicó con seguridad.

—¿Por qué te has casado entonces?

—Lo que tengo con Jessica, es un simple negocio donde a veces mezclamos el placer… nada más —zanjó—. No cometas estupideces, Cristopher. Mañana te espero temprano en Staton Company —advirtió, subiéndose al coche que aun aguardaba por él.

Suspiré hondo y giré sobre mis pasos para llegar hasta mi auto.

Mientras conducía de camino, no pude dejar de pensar en todos los acontecimientos desde el día de mi boda con Camile.

Enterarme que estaba esperando un hijo de ese imbécil, nubló por entero mi juicio.

Había llamado de inmediato a Daniel, buscando una solución a todo el asunto. Camile no podía seguir en el mismo lugar que ese muerto de hambre, y ese hombre, definitivamente debía desaparecer de la vida de Camile.

Encontrarse siquiera por casualidad, hubiera complicado demasiado las cosas.

Mi intuición me decía, que lo que Daniel tenía con Ross, iba más allá de intereses laborales, y aunque no sabía de qué se trataba, la visita de su esposa y la suya a Henry Ross, solo habían confirmado mis sospechas.

¿Qué tendrían que ver ambos?

De todos modos, apenas le narré la situación, puso en marcha un plan siniestro en el que todos saldríamos ganando. Incluso la estúpida de Camile.

El abogado de Daniel, redactó una acusación en contra de Henry Ross por parte de Camile, y la muy ilusa, en su desesperación porque no le hiciera nada a ese muerto de hambre y a su bastardo, había firmado todas las hojas que le entregué antes de que partiera a Wolcott, sin siquiera leerlas.

Si le hice creer a Ross que Camile lo había acusado, de todas maneras no estaba tan lejos de la realidad.

Sonreí con satisfacción al recordar su semblante desfigurarse por la mención de la boda y la luna de miel.

Se había creído todo el cuento de que ella lo botó por mí.

Con eso me daba por satisfecho, viendo la manera en que terminaron las cosas para Camile y para mí.

Ahora solo restaba que lo trasladaran a aquella prisión a la que evidentemente, iría a parar por las influencias de Daniel.

***

6 meses después…

—¡¿Qué?! —grité enfurecido—. ¡¿Cómo que ese idiota saldrá en libertad?! ¡¡¡QUE CARAJOS PASÓ, DANIEL!!! —golpeé el escritorio del despacho que antaño utilizaba Camile y al que raras veces acudía.

—¡No me grites, Cristopher! —advirtió con dureza y me pasé las manos por el pelo, mientras daba vueltas como un león enjaulado por la oficina.

—Es que no puede ser posible que salga en libertad. ¡¡¡No lo acepto!!!

—Yo tampoco puedo entender como lo consiguió, pero ya no podemos hacer nada.

—¡Debe haber algo que puedas hacer, Daniel! No sé, utiliza tus influencias, tus contactos, has algo pero no permitas que salga en libertad… eso tampoco te conviene a ti.

—¿Y qué sabes tú de lo que me conviene o no? —reposó sus palmas sobre el escritorio y me vio amenazante—. Tú no sabes nada de mí, ni de mis asuntos, ¡así que no vuelvas a mencionar cosas de las que no tienes la más puta idea!

—Lo siento, Daniel, pero estoy desesperado. Ese hombre no puede salir en libertad.

—¡Por dios! ¿Qué podría hacernos? ¡Absolutamente nada! Un donnadie como él, y además con antecedentes, no podría llegar ni a respirar del mismo aire que nosotros. Pero… tal vez y tengas razón y no sea del todo conveniente que esté libre —se llevó los dedos al mentón, mirando hacia un punto fijo en la pared—. ¡Bien! Si tanto te incomoda que salga en libertad, solo debes hacerlo desaparecer y asunto arreglado.

—¿A qué te refieres con hacerlo desaparecer? —inquirí pasmado y solo se encogió de hombros enseñándome sus dientes perfectos en una sonrisa macabra.

—Exactamente a lo que estás pensando —replicó.

—Yo no soy un maldito asesino, Daniel…

—Entonces ve haciéndote la idea de que buscará a Camile, se enterará que está a punto de dar a luz a su hijo, que todo fue una trampa tuya, y que te quedarás en la calle. Tú eliges el futuro que deseas tener, Cristopher —se cruzó de brazos, esperando mi respuesta.

Solo tomé asiento, pensando en sus palabras.

Volver a perderlo todo…

No. Simplemente esa posibilidad no estaba en mis planes.

—¿Qué sugieres? —pregunté con la voz temblorosa.

—En la prisión donde se encuentra encerrado, abundan los matones a sueldo. Solo debes contactar con uno de esos hombres y darle una buena propina por el trabajo —explicó de manera tan natural que me causó escalofríos—. Toma… —dijo sacando del bolsillo interno de su chaqueta una tarjeta—…es el número de uno de los guardia cárceles de la prisión. Él será tu nexo con nuestro muchacho. Ofrécele una suma considerable por servirte de enlace. Ya verás que no fallarán.

—Está bien —susurré y la tomé con torpeza.

Al salir de la compañía, y luego de darle muchas vueltas al asunto, marqué el número de aquel hombre, quien de inmediato fijó una suma de dinero por el trabajo.

Sin pensarlo demasiado para que no se me removiera la conciencia, fui al sitio pactado a entregarle la mitad del dinero que había exigido. Luego del trabajo, le daría lo que restaba.

Según el hombre, esa misma noche harían el encargo y Henry Ross no vería la luz de mañana.

Apenas y pude conciliar el sueño, esperando la maldita llamada en la que me dieran las buenas nuevas que esperaba.

Ya al alba, mi móvil comenzó a repicar y lo cogí ansioso.

—Diga… —respondí.

—El pez cayó en el anzuelo —dijo sin saludar y todo mi cuerpo tiritó.

—Buen trabajo, hoy mismo tendrás la parte que faltaba.

—Un placer hacer negocios con usted —replicó, colgando al instante.

Respiré profundo y caí de espaldas sobre el mullido colchón.

Henry Ross, estaba muerto.

***

HENRY

Llevaba encerrado siete meses…

Siete malditos meses privado de mi libertad, de haber perdido todo por culpa de aquella mujer.

Perdí mi libertad, perdí a mi familia, a mi pequeña hija que había sido arrancada de los brazos de mi madre para ser entregada a aquellas personas que solo la utilizarían para su propio beneficio.

Un mes en el NYPD, y seis malditos meses en Centro Correccional Metropolitano, rodeado de criminales a sueldo, de asesinos, narcotraficantes y violadores.

Estaba comenzando a creer que dios se había olvidado de mí, que estaba pagando todos los pecados de vidas pasadas, si eso existía. Comenzaba a pensar que me pudriría en este maldito encierro toda mi vida.

Hacia un mes mi madre por fin me trajo buenas noticias, pero aun no veía el fruto de su promesa y esperaba con todo mí ser que pronto me sacara de aquí.

Este lugar me convirtió en un ser sombrío y violento. Vivir rodeado de seres con instintos asesinos, con sed de venganza que canalizaban su ira y frustración con el primero que se les atravesaba de frente, me había enseñado que si quería sobrevivir, debía ser cruel y frío como ellos.

Encerrado entre tres paredes minúsculas con barrotes como puerta, solo había sacado lo peor de mí. Tanto, que para no caer en los mismos vicios que los demás, me pasaba imaginando que aquella maldita pared era un saco de boxeo.

Golpeaba y golpeaba sin cesar, hasta ya no sentir los nudillos de mis dedos.

Mis manos, llenas de cicatrices, habían aprendido a no sentir dolor con el tiempo.

Mi cuerpo se había agrandado considerablemente, por las largas sesiones de ejercicio a las que me sometía y a diario me exigía, con el único propósito de canalizar mi dolor interno, mi frustración y la indescriptible decepción que sentía por la vida.

Aun con todo lo que había pasado, en todos estos meses guardé en lo profundo de mi ser, la esperanza de que Camile no tuviera nada que ver con mi encierro, pero el abogado que había tomado mi caso, confirmó que la acusación en mi contra la había hecho ella.

—«La señora Williams…» —había dicho, revolviéndome el estómago hasta el punto de que devolviera todo lo que cargaba en él.

En ese momento comprendí, que debía aprender a convivir de una vez por todas con la verdad. Aceptar que jamás me quiso y mucho menos me amó, y si alguna vez lo hizo, no podía comprender como el amor se le había ido tan fácilmente como para dejarme encerrado aquí.

Solo pensaba en salir y poder recuperar a mi hija, pero sabía perfectamente que sin influencias, eso sería imposible.

Sergei, mi compañero de celda, hijo de un traficante ruso muy poderoso, había sido mi paño de lágrimas en esos meses. Siempre me decía que al salir de allí, me sacaría y me ayudaría a vengarme de las personas que habían hecho añicos mi vida.

Yo solo negaba. Creía imposible poderle dar alcance a personas tan poderosas como Daniel Adams, Cristopher Williams, e incluso, a Camile Staton.

Sin embargo, estaba seguro que no me quedaría cruzado de brazos así como así. Buscaría la forma, buscaría la manera de llegar a ellos y hacerles sentir el mismo dolor que yo experimenté durante todo este tiempo.

Ese día, Sergei  había despertado inusualmente enfermo. Sentía frio y ardía en calentura. Acudió a la enfermería y le habían dado unos analgésicos y algo para la fiebre, pero simplemente no estaba surtiendo el efecto que esperaba.

En la noche, temblaba, tiritaba de frio y ni siquiera tenía ganas de moverse como para subir a la litera de arriba. Le había cedido mi cama, en la parte inferior, y como el invierno había llegado, le cedí la chaquetilla naranja que portaba, con el número que me habían asignado al darme el uniforme cuando ingresé aquí.

—Siento que voy a congelarme —murmuró con dificultad.

—Ya verás que en la mañana te sientes mejor —me quité la chaqueta y se la puse al instante—. Con esto sentirás menos frío. Es mejor que te recuestes y trates de dormir un poco.

—Gracias, Henry… por todo. Prometo que alguna vez pagaré tu buena voluntad conmigo desde que llegué aquí.

—No me debes nada, Sergei. Somos amigos y los amigos, están para estas cosas —sonrió asintiendo.

—De donde vengo, tus amigos eran solo las personas a quienes les pagabas para protegerte. Conocerte ha sido un verdadero placer.

—Hablas como si fuera una despedida y no es el caso. Tenemos mucho tiempo por pasar aquí, compartiendo esta… habitación de cinco estrellas —bromeé y sonrió.

—De todas maneras, nunca se sabe cuándo uno dejará de existir. Y no es bueno hacerlo sin agradecer a las personas que te tendieron la mano.

—O vengarse de las que te arruinaron… —acoté y asintió—. Mejor vamos a dormir, que en unos minutos las luces se apagarán.

—Que descanses, y gracias nuevamente —volvió a decir y solo palmeé su espalda y subí a la litera de arriba.

***

El ruido de unos pasos acercarse, me pusieron en alerta.

Mis sentidos se habían agudizado con el tiempo, para prevenir cualquier ataque que pudiera surgir en la prisión.

Me quedé inmóvil, en la litera, mientras las pisadas se oían más cercanas.

—Número 00787, litera inferior —murmuró una voz ronca.

Seguidamente, el portillo de hierro fue deslizándose, hasta dejar una abertura considerable. En la penumbra, apenas se podía divisar cosa alguna, pero era indiscutible que una silueta ingresó a la celda.

Sin más, se acercó sin inmutación a la litera donde siempre dormía, y se oyó un quejido profundo de dolor que continuó por aproximadamente dos minutos, hasta que solo el silencio reinó nuevamente.

El hombre que había ingresado, se marchó rápidamente y el portillo de inmediato volvió a cerrarse.

Completamente absorto, bajé de la litera para ver qué había ocurrido.

—¿Sergei? —susurré—. ¿Sergei, estás bien? —no respondió.

Palpé su cuerpo y estaba empapado. Levanté la mano y entre mis dedos sentí el líquido viscoso y tibio.

Mi cuerpo se paralizó al instante al darme cuenta de lo que había pasado.

A Sergei, lo habían matado.

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