Incursión: El llamado de los Dioses
Incursión: El llamado de los Dioses
Por: BelénGuerrero
RYO

Ahora que mi padre había muerto, mi ascenso había sido rápido, discreto y austero, aunque aún faltaba la ceremonia oficial. En la Corte Real (al menos quienes habían sido leales a mi padre y ahora a mi) temían un golpe para tomar el trono; aunque incluso de mis fieles, cabe destacar que solo daba cuenta en lealtad, plenamente del Jefe de la Corte Real Thrall, quien había sido prácticamente educado en el palacio junto a mi padre, hasta convertirse en su mano derecha y Espada de Sangre. Y la Guardiana Núm, que había sido como una madre para mi abuelo, mi padre y yo. A ellos, les preocupaba más que mi luz siguiera encendida y mi sangre no fuera derramada, y eso era entre otras cosas, las tareas principales de mi lista de pendientes: “no morir”. En el fondo esto no era por mí, si no por el pueblo y mi hermana. Nadie soportaría una muerte más dentro de la casta real. 

Luego de las cincuenta lunas y los cincuenta soles de luto por mi padre el Rey Mar, debía hacer una ceremonia  protocolar anunciándome como el nuevo sucesor, siguiente de un viaje por las ciudades principales de Irim. Aunque debido a la situación apremiante en la que me encontraba, mis consejeros, (entre ellos Thrall y la Guardiana Núm) habían sugerido una ceremonia concisa y austera, para presentarme como el nuevo rey al pueblo. Precisamente el luto que guardaba en mis aposentos había llegado a su fin, y el agotador itinerario  había empezado. Aunque ya era el rey, desde el minuto cero en que mi padre había muerto, en un supuesto accidente de caza, según el relato de los únicos sirvientes testigos del suceso (aunque como muchos, me reservaba mis dudas y me encontraba en mis propias investigaciones) vociferar el comienzo de la nueva Era, la “Era del Rey Noche”, resultaba un seguro, cuanta más gente a lo largo de los valles y desérticos lo supiera en forma oficial, más difícil o más retardante, sería un levantamiento para mis tíos. 

—Su majestad. —  Un sirviente de unos dieciséis años, se encontraba en la entrada de mi puerta. Lucía algo desarreglado, ya que el uniforme camisa y pantalón de algodón parecía tragárselo, por ser al menos dos talles más grande que el chico. Note que los botones plateados, al igual que el broche del mismo color que unía el cuello de su camisa, se veían descosidos y descoloridos, los zapatos no eran la diferencia, así que deduje que probablemente, alguien se lo había donado, lo cual era extraño, todo el personal del palacio disponía de un uniforme gratuito al ser aceptados para trabajar. Me levanté de mi silla,  tan pronto lo vi incomodarse ante los segundos de silencio,  deje la lapicera que ni siquiera recordaba que tenía en la mano sobre el escritorio, y antes de arrancar el paso eche un vistazo a lo que había estado escribiendo, «otra vez» pensé, esos malditos símbolos ¿Cuánto tiempo había pasado absorto en mis aposentos dibujando... ? ¡¿Qué demonios estaba dibujando?!  

—¿Majestad? — Volví a dirigir mi mirada a la débil voz, el sirviente aun seguía parado, me pregunté cómo podía ver con el cabello castaño tan largo y ondulado casi cubriéndole los ojos. Moje mis labios y por fin decidí hablar —¿Eres nuevo verdad?— Dije acercándome lentamente hacia donde se encontraba, note que la pregunta lo saco un poco de su sitio (si es que estaba en uno) pero enseguida se apresuró a hablar

 —Si, su majestad —reverencia—. Norty Cummus majestad, orgulloso primer verdoso al servicio del rey majestad. — Otra reverencia, las palabras habían salido de su boca como si se tratara de las filas del ejército. 

—¿Verdoso?— Escupí sin siquiera pensarlo, eso explicaba porque nadie le había proporcionado un uniforme adecuado, probablemente algun idiota con aires de grandeza, lo habia mandado a servirme, con la esperanza de que yo lo humillara, o algo por por el estilo. Por dinastías enteras los musgosos (como se les acostumbra llamar) habían sido relegados a vivir bajo tierra, debido a que las pocas escrituras que había sobre ellos (antes de la gran quema) los describe como “malditos por los dioses”. Desafortunadamente por esa maldición, muchos habían nacido muertos o enfermos, incapaces de valerse por sí mismos. Esto por supuesto, no era así para todos y eran muchos más los que podían hacer lo que cualquiera y superarlo en la actualidad, la única diferencia era que ninguno poseía poderes de la sangre, incluso los sangre pura.                                   

—S-si su majestad, verdoso saludable con sello real en mi certificado para trabajar, si quiere... puedo...puedo mostrárselo lo tengo justo aquí...—.

El escuálido sirviente empezaba a rebuscar nervioso entre sus bolsillos, cuando lo frené en seco.

— No es necesario chico, a lo que viniste. — Norty tragó saliva y volvió a su posición de soldado.

— La Guardiana Núm lo ha convocado al comedor informal a desayunar, dice que lleva cinco minutos de retraso en todo el itinerario, y también espera que desaloje estos aposentos. Ya que hoy esperan mudar sus pertenencias a los nuevos aposentos del rey. — Dijo el sirviente que recuperaba el aire tras haber recitado todo sin siquiera parar para respirar.

Maldije para mis adentros y me acerque aun más al niño para guiarlo hacia el pasillo de afuera, mientras caminaba tomándole la delantera, hablé. 

—Pedí específicamente no mudarme, ya que como sabe la Guardiana Núm, no quiero pasar las noches en la habitación de mis padres muertos. — Respondí, sin prestar mucha atención a la reacción del chico. Norty aunque nervioso, estaba lo suficientemente atento para notar el inconsciente sarcasmo en mis palabras, me frené el paso y él también. 

—Lo… lo sé su majestad, bueno al menos eso es lo que la Guardiana Num me dijo, por eso es que mientras usted tomaba luto total, se le construyó un nuevo aposento en la cúpula trasera del palacio, ahora ese será el nuevo aposento del rey, el anterior pasará  a ser el aposento del heredero y su cuarto un aposento de la familia real, su hermana Ettie pidió tomarlo ya que el suyo es más grande y es por eso...— El chico no tomaba aire entre palabras y comenzaba a fastidiarme, hice un ademán con la mano y eso bastó para que se callara.  

—Está bien, gracias por tu servicio puedes continuar con tus labores— El solo agacho la cabeza y arrancó la marcha hacia el final del pasillo, y antes de dejarlo ir,  decidí darle una pequeña advertencia. 

—¿Norty?— Eso bastó para que se volviera inmediatamente sobre sí mismo. —Su majestad—. Note por su tono que era una pregunta, como quien pregunta "¿se le ofrece algo más?".

— Nunca, vuelvas a entrar en mi presencia sin tocar. — Concluí.

El chico apretó los ojos intentando recordar la escena, y luego de unos segundos, pestañeo rápidamente  mientras sacudía la cabeza como si quisiera olvidarla, me miró  e hizo una reverencia rápida. 

—Claro su majestad, lo siento su majestad. —Y se retiró en varias reverencias, hasta desaparecer a la salida derecha del pasillo. Sonreí en una mueca torcida, y pude saber satisfecho de mi accionar, que el chico probablemente trataría de evitarme el resto del día. No intentaba ser bromista, jamás había sido un hombre de diversión (tampoco hubiera tenido la elección, de haberla querido) y aunque aquel verde no lo supiera, mi llamada de atención ante el protocolo y la etiqueta, podría ser la más leve con la que se encontraría, sin lugar a dudas, eso había sido un favor. 

—Le has dado un susto de muerte a ese muchacho.— Dijo una gruesa, pero suave voz. Voltee para localizar la voz que no podría ser mas que la de Brann, y lo vi parado al lado derecho del umbral de mi ahora antigua puerta, como siempre vestido en un impecable traje negro de pies a cabeza, solo por el detalle del auricular metalico en su oreja izquierda con forma de dragon, a juego con el brazalete micrófono.

— Haz cooperado— conteste algo divertido por la situación.— Estoy seguro que has montado guardia desde las primeras gotas del Sol en mi puerta, lo viste y aun así lo dejaste pasar— Soltó una carcajada asumiendo su complicidad, era obvio que lo había visto y dejó que el chico se llevara una reprimenda. El se sacudió el traje al igual que la sonrisa, y acercó la muñeca a sus labios para  decir algo:

«El Rey Noche comienza itinerario»

Brann me miró y apretó el paso —No pude evitarlo Rey Ryo—.  Sonreí y tomé la delantera como de costumbre. 

—Haz que le lleguen todo tipo de prendas en su talla, incluido zapatos, y verifica que tenga las condiciones óptimas en su hogar, si no dadle unos aposentos de servicio cómodos en el palacio. — Respondí a sabiendas que ese chico las tendría difíciles. Si había logrado llegar como servidumbre del palacio, lo más que merecía era un pequeño acto justo. Brann asintió anotando todo en un pad electronico, y se apresuró a seguirme por el pasillo color crema, adornado con cuadros enmarcados de piedras preciosas.

Brann Castran había sido uno de los pocos sobrevivientes en la “Rebelión de los mixtos”, prisionero de guerra por mi abuelo a la edad de cinco años, ya que era hijo de uno de los cabecillas de la rebelión. Cuando la guerra terminó, dejando huérfano a Brann, y mi abuelo el Rey Cielo murió, mi padre ascendió. Fue así que tomé a Brann como mi Espada de Sangre, sacándolo de un destino como un barlo, un sirviente sin libertad. Este acontecimiento fue único, yo tenía tan solo siete años, pero al ser el siguiente heredero y un sangre de la noche, se me dejó seguir con mi decisión. Desde entonces él creció en el palacio entrenandose como mi futura Espada Sanguinaria. Ahora era Jefe en Seguridad de la Realeza y Corte, también cabecilla del escuadrón "Jauría de la noche" mi pequeño ejército élite de veinte personas, cada integrante igual de leal a mi, independientemente de cualquier cosa, incluso de un destierro o la muerte, ellos irían a donde sea conmigo, sobre todo Brann. 

—Con que un verdoso.— Dijo Brann repentinamente, sacándome de mis pensamientos. Al llegar al final del pasillo, tomamos el camino izquierdo —Me alegra que los cambios por los que luchó tanto tu padre, hayan dado resultado Ryo.— 

Aunque éramos como hermanos, cabe destacar que Mi Espada, era estrictamente disciplinado (al menos dentro del palacio)  pocas veces usaba el tono informal conmigo, él era leal a su rey y protocolo, y eso pesaba más que nuestra fraternidad. 

—Lo sé, y seguiré el camino de mi padre aun si eso signifique pelear contra mi propia familia. —  Al llegar al comedor informal, pude divisar a lo lejos al grupo encargado de itinerarios y eventos, a quienes quería evitar al menos hasta después del desayuno. Tomando la única desviación posible optamos por el pasillo curvo, mas bien conocido como “Galería de la Historia”, nombrado así por que relataba en forma de mural, la historia de todos mis ancestros, un dia la mia estaría ahi. La pintura aún fresca de mi padre se avecinaba, prometían ser unos cinco largos metros de pared. Al notar mi incomodidad, Brann se acercó intentando obstaculizar mi vista de una manera obvia. 

—Sabe, nadie lo juzgará si opta por apartar la mirada.— Dijo Brann, intentando inútilmente consolarme. —Después de todo, nadie lo sabrá.—Concluyó. A esto respondí con un paso más apretado, sin apartar la mirada pero tampoco forzándola para probar algo. 

—Vamos— le dije. — Estamos tarde.

Mi padre era un azul, su era había sido la del mar, jamás se había dejado amedrentar por su familia y las presiones que eso conllevaba, había tomado las decisiones más nobles que jamás habían visto los ojos de la historia. Permitió a los verdosos trabajar, aún con la amenaza de sus hermanos de retirar el apoyo económico a las tropas, y decretó las nupcias libres sin distinción de sangre, para quienes así lo quisieran. Había cambiado las cosas para bien, y ahora estaba muerto. 

En la entrada del comedor, me reflejé en las puertas de cristal entintadas en los costados. Con Brann a mi lado fue inevitable compararnos. Llevaba mi chaqueta de terciopelo negro con  botones de plata y diamantes, en la camisa blanca un broche del mismo material, unía los bordes de mi cuello; el pantalón a la medida color crema y las botas negras hasta la rodilla como lo requeria el protocolo. Tenía una cinta de seda negra que rodeaba mi cintura hasta el pantalón. Como era un día de apariciones públicas, llevaba mi espada. El mango era de la corteza de un arbol del Bosque Negro, y la espada de diamante obscuro habia sido bendecida con salvia sagrada. Tenía veintidós años, pero me veía de veinticinco o veintiséis, a diferencia de Brann quien sí se veía en sus veinte. La piel de Brann me recordaba a la porcelana, venia de una de las pocas familia de sangre mixta ,asi que su sangre y la de sus hijos seria de por vida marrón, tenia los ojos rasgados y el cabello negro perfectamente peinado, su porte físico lo hacia muy popular entre las doncellas. En cambio mi piel era blanca pero pálida, dejando traslucir a veces las venas negras. Mis ojos no escapaban de la rareza en color gris, junto con  el cabello blanco. Medía uno noventa y siete centímetros, cinco más que Brann. Tenía los labios en forma de corazón al igual que mi madre, y el porte grande de mi padre. Aunque yo era más delgado que Mi Espada, mi espalda era muy ancha al igual que mis hombros y mi figura se asemejaba a la de un triángulo invertido, siempre me mantenía en forma y entrenando. 

—Se ve bien Rey Ryo. — espeto Brann. — Ahora si podría dejar su reflejo narcisista y pasar al comedor, sería de gran ayuda para los siete minutos que lleva de retraso. — Di una mirada algo fulminante a Brann, y empuje las puertas del comedor. Las sirvientas con mamelucos grises hicieron una reverencia. De las diez sillas rodeando la mesa de madera amaranta rojiza, solo tres estaban preparadas, y solo una de las preparadas vacía. Mi hermanita Ettie y Lady Núm o Guardiana Núm, cómo le gustaba ser llamada ya se encontraba desayunando, Brann tomó su lugar a un extremo de la sala junto a otros guardias, y yo me dispuse a saludar con una sonrisa picara a una Núm algo enojada, y una hermana algo divertida por la situación que se avecinaba. Tome  mi lugar y espere a ser servido, pronto la asistente general estaría allí para apabullarme con horarios.

Fue apenas una fracción de segundo.

 Ni siquiera note en el momento  en que me encontré de rodillas en el suelo, apretando mi cabeza, sintiendo como era atravesado por lo que podría comparar con una navaja invisible. Un dolor tan punzante como nunca antes había sentido, se apodero y adentro en lo más profundo de mi cerebro. De repente el silencio  explotó en un alarido, que pronto descubrí era el mío, una voz, quizá la de Brann, gritaba pidiendo por sanadores, y miles de manos se arremolinaban ante mí tomándome entre sus brazos para llevarme a algún lugar. Intenté con todas mis fuerzas tomar el control de mi cuerpo, pero ni siquiera podía ver, sólo las sensaciones al tacto estaban presentes. Pronto fui consciente que el dolor había disminuido, pero mi cuerpo se encontraba inutilizado ¿era así cómo se sentía un desmayo? pensé. Repentinamente note  como la sangre, mi sangre,  se escurría por la nariz, a la vez que la sentía pesada y dulce en mi boca. Pero en un segundo ya no era importante, una sensación apremiante me puso en mi máximo estado mental, pues en mi cabeza las imágenes de una joven en un lugar que no reconocía,  se proyectaban de manera involuntaria. 

«Vika» susurró una voz, que aunque parecía provenir de mi cabeza, se escuchaba lejana e inalcanzable, y en todas partes. 

El silencio se hizo presente y  nuevamente, otra proyección me transportó a un lugar conocido: el Valle Austero. Este se mostraba tal cual era en la visión, pero destruido en cenizas, la misma mujer ahora con un vestido liviano, blanco, caminaba con los pies descalzos en una escena tétrica que hacía vibrar mi cuerpo sintiendo el peligro. 

«Tienes que encontrarla» «Vika». 

El susurro se levantaba en una voz audible y turbada, ahora en las imágenes esta joven de cabello rojo con una panza de embarazo lloraba mientras la sangre... sangre roja con centellas, se derramaba justo en su pecho del lado izquierdo manchando el vestido. 

«¡ENCUENTRALA!»  

Ahora la voz gritaba desgarradoramente, refractando en miles de ecos, las imágenes ahora pasaban en segundos, haciéndome incapaz de procesar el trance que estaba sufriendo. Mas y más imágenes sacudían por completo mi cerebro, imágenes de ella y yo. 

«¡VIKA!» Imágenes de ella sola

 «¡ENCUENTRALA!» Imágenes de ella muriendo. 

La guerra que tanto evitaba  se mostraba sucediendo... y...

El Bosque... el Bosque Negro.

— ¡VIKA!—. Desperté gritando un nombre desconocido, me encontraba en una colchoneta, en lo que pronto reconocí era el Santuario de los Dioses del palacio. Rodeado por el olor de los sahumerios, tarde en distinguir a la Guardiana Num al costado de una ventana, que vislumbraba un cálido atardecer.

—Joven Rey...Ryo...los dioses...ellos lo han llamado, han despertado.- Núm hablaba con el tono materno que solo se privilegiaba en darme cuando sucedía algo realmente malo, como el día en que con los ojos hinchados y violetas por el llanto, me avisaba que mi madre había muerto. Basto una fracción de segundo para que el rostro de Núm tomará el temple sereno y serio de siempre.

— Tenemos que hablar. — Sentenció.

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