Capítulo 5

Había una sonrisa grande en el rostro de Elouise. Sus ojos estaban brillantes y había un ligero balanceo inusual en sus pasos.

Edward suspiró. Le iban a pagar por proteger a ese chica, no para ser su niñera. Pero si quería mantener su buena paga, debía seguir a Elouise con cuidado y en silencio desde atrás.

La castaña entró en su vivienda y siguió de largo hasta la cocina donde se escuchaban algunos parloteos, Edward también siguió avanzando.

Ella entró a la cocina donde pudo ver a Isaac y Deliyah, el primero estaba revisando su teléfono y la última limpiaba una mancha invisible del frente de la enorme nevera. Deliyah le sonrió al instante, Isaac sólo levantó la mirada.

Pero Elouise le sonrió grande, así que Isaac lo hizo también. Y Elouise se acercó, así que Isaac abrió los brazos para ella. Edward se quedó de pie a lado de la puerta observando como el matrimonio se abrazaba casi mimosamente y cuando Isaac le dedicó una mirada por encima del hombro de la joven, el rizado hizo una pequeña reverencia con la cabeza recibiendo el asentimiento de Isaac

—¿Hiciste muchas compras? —preguntó el pelinegro alejándose un poco de Elouise para sacarle las gafas de los ojos y observar mejor su rostro por completo. Él le acarició las mejillas e hizo vista gorda a sus cansados fanales azules.

La castaña solo le sonrió.

—Algunas cuantas. Te compré una camisa, seguro te gustará mucho.

—Gracias —Isaac asintió.

Después el pelinegro llevó su vista hasta Edward por segunda vez.

—¿Qué tal el trabajo Henderson? ¿Es de tu agrado?

—Absolutamente señor. —respondió tan pronto tuvo la oportunidad.

Isaac volvió a observar a Elouise—. ¿Te agrada la compañía de Henderson? —le preguntó sin más.

Elouise se dio un poco la vuelta y observó al rizado, quien se mantenía quieto sin hacer algún gesto. Sonrió de pronto, llevando sus ojos de vuelta a Isaac para asentir. —Claro que sí. Sabe sobre mi alergia a los arándanos, ¿puedes creerlo? Me hace sentir bastante segura.

—Me alegra escuchar eso, me gustaría que se quede contigo estos días que no estaré. —el pelinegro soltó sin más.

Elouise frunció un poco el ceño, las bolsas que cargaba en sus manos molestándole un poco por lo que decidió dejarlas en el suelo, al contrario de Edward que ni siquiera parecía mover los dedos.

—¿Saldrás? —la joven cuestionó.

Isaac asintió, abrazando a Elouise por la cintura dejándole en medio de sus piernas. Hizo un pequeño mohín y besó su frente. Elouise mentiría si dijera que no disfrutó de esa sensación.

—Una junta muy importante se llevará a cabo en Los Ángeles y tengo que estar allá mañana por la tarde. —él explicó brevemente.

Elouise miró a Deliyah por encima del hombro de Isaac buscando alguna expresión más clara para la repentina noticia. Claramente ella no estaba incluida en el viaje y a menudo acompañaba a Isaac a sus juntas en cualquier lugar. Pero Deliyah tenía la mirada abajo mientras pasaba y pasaba su franela por el mismo lugar que casi echaba brillo puro por fregarlo tanto.

Sus ojos azules llegaron de vuelta a los avellana de su esposo, había una expresión tan inocente, tan dulce, que las palabras de Elouise casi se enredaron en su lengua.

—¿Cuánto tiempo estarás fuera? —fue lo más sensato que pudo preguntar.

—Algunas... Dos semanas, tres. No lo sé con exactitud.

La castaña miró el pecho de Isaac sintiendo sus brazos flojos de pronto. Sin embargo, los labios de Isaac llegaron de vuelta a su frente y sus brazos le rodearon pegándole aún más a su cuerpo. Elouise ladeó la cabeza, dejando descansar su mejilla de costado sobre el pecho del joven.

—¿Y por qué tengo que quedarme aquí? Siempre me pides que te acompañe. —ella murmuró.

Deliyah negó con tristeza y eso Edward pudo verlo, ya que estaba muy atento a la situación pero tan inmóvil como una estatua, como si en realidad no pudiera escuchar absolutamente nada. Pero sí que escuchaba, sí que entendía.

—Porque es mucho tiempo fuera de casa. No quiero que estés por allá sola en una habitación de hotel esperándome, no tendremos tiempo de salir a pasear, no son unas vacaciones. Se tratarán temas muy importantes de las empresas y no voy a tener tiempo para ti. Por eso pienso que es mejor que no salgas de la comodidad de nuestro hogar.

"No voy a tener tiempo para ti"... ¿En verdad alguna vez tienes tiempo para mí?.

—Sí... Yo entiendo.

—Te prometo que iremos de vacaciones pronto a cualquier lugar que quieras.

Elouise asintió y después de unos momentos abrazada al cuerpo tibio de Isaac, se separó.

—Deliyah —llamó Isaac, la mujer se acercó—. ¿Podrías ayudarme a preparar mi equipaje? Tengo que salir en unas horas hacia el aeropuerto.

A pesar de que Deliyah quería con todo su corazón a Isaac, porque era como el niño que nunca tuvo, le sonrió y con suavidad negó. —Tengo que preparar la cena cielo, pide ayuda a alguien más.

Isaac parpadeó ante la respuesta, pero no era como si fuese tonto y no entendiera que esas palabras estaban cargadas de decepción. Le sonrió a la mujer y sólo asintió.

Elouise de pronto, pareció perdida.

Isaac bajó del banco en el que estaba sentado y dejó de lado a Elouise, dándole un suave apretón en el brazo antes de decirle que subiría a preparar una maleta y marcharse.

La ojiazul se quedó unos momentos viendo aquel frutero encima de la barra, se acercó y tomó algunas uvas para sentarse después en uno de los bancos.

Deliyah quería evitar su mirada triste, pero por suerte Elouise aún tenía una boca.

—Él piensa que soy idiota, ¿verdad? —preguntó ella con calma, apenas en un murmullo.

Deliyah siguió dándole la espalda mientras perdía su tiempo tomando algunas sartenes para ponerlas encima del fuego alejando todo impulso de correr y abrazar a su  pequeña niña. Estar en vuelta en ese matrimonio disfuncional era un dolor de cabeza diario, porque los amaba a los dos, porque sabía lo que había en la mente de los dos y porque claramente, no podía hacer nada para cambiarlo todo.

—Lo peor es que yo le sigo creyendo. Sigo aparentando que en realidad no me importa —Elouise bufó luego de unos minutos tan decepcionada de sí misma que el sentimiento era claro para las dos personas presentes en la habitación. Negó levantándose para ir a la alacena donde pudo tomar poniéndose de puntas una botella de su licor favorito. Tomó un vaso y volvió a su asiento abriendo la botella para vaciarse un trago. Comió un par de uvas más y bebió todo sin detenerse, como si en realidad no importara. Y era así, esa era la mejor forma de olvidar. Y no podía hacer nada para detenerse.

Oh, como quisiera detenerlo en verdad. Como quisiera que lo que aparentaba fuera real, que no doliera como hacía.

—Deliyah... —la mujer volteó a verla un poco indecisa, como si no quisiera ver la repetida escena de una muchacha más que rota—. Tú lo sabes.

Ella negó—. No es nada que no sepas ya mi amor. Por favor no me lo preguntes.

Elouise dejó sus brillantes ojos encima de los de Deliyah por un largo rato. Sus labios separados y una incomodidad grande extendiéndose por todo su pecho. No acababa de encontrar la razón para ser traicionada. El por qué no era suficiente para la felicidad de Isaac.

Y ella solo bebió más y más. Porque no sabía qué otra cosa podía hacer.

[...]

Había dejado caer unas cuantas lágrimas por sus mejillas, pero ya no había gritado ni hecho algún berrinche. Se había dedicado a beber y sorber su pequeña nariz en silencio. Porque a pesar de todo, se sentía ridícula.

Deliyah seguía preparando la cena y Edward estaba aún de pie con aquellas bolsas de ropa en sus manos. Elouise tenía ganas de decirle que podía ponerlas en el suelo, pero no encontraba la fuerza suficiente para girarse y hacerlo. Le daba pena, la situación era patética. Era seguramente la décimo cuarta vez en dos días y medio que ese empleado le miraba llorar pero no era como si importara de alguna manera, todos allí la habían visto desparramada por el suelo, hipando y sorbiendo su nariz por cada pasillo, algunos tenían siempre listos los pañuelos por si la miraban dando tumbos por allí alguna vez. Humillante, sólo así se podía describir la situación.

Tarareaba una vieja canción de amor y miraba atentamente con ojos cansados e irritados cómo Deliyah movía con suavidad un cucharón dentro de la sartén cuando escuchó la puerta de su hogar ser abierta. Iba en la parte suave del coro cuando reconoció aquella aguda y cantarina voz. Sus dedos que se movían a lo largo del mármol de la barra se detuvieron abruptamente apretándose al interior de su palma con ligeros temblores en algunos pocos segundos. A pesar de que había dejado caer dos lágrimas más, sus mejillas estaban más que calientes y sus dientes se habían apretado demasiado, casi haciéndole doler las encías.

Deliyah volteó a verla de inmediato con palidez en su rostro, pero para cuando quiso decir algo Elouise ya había dado un brinco del banco en la barra y estaba saliendo a tropezones de la cocina.

Eso era el colmo. Eso era más que una maldita humillación. No podía describir lo que sentía fluyendo por sus venas pero quemaba casi como el mismo fuego. Como si hubieran puesto brazas de carbón humeante en las palmas de sus manos y sintiera el impulso de lanzarlas muy lejos para que dejara de quemar. Quería hacer lo que fuese para que dejara de quemar, para sacar lo que dolía dentro de ella al presenciar aquello.

Sentía rabia al verla sonreír, como si ese lugar fuera donde debería estar justo en ese momento. Sentía coraje al ver cómo conversaba con naturalidad sin tener algún contratiempo con el guardia idiota que le había abierto la puerta. Sentía euforia al notar cuán cínica era. Cómo tenía la sangre tan fría, como era una sin vergüenza.

¿Quién le daba derecho a aparecerse por su hogar después de lo que le había hecho? ¿Por qué sentía que era merecedora de respirar el aura hogareña que Elouise se había esforzado tanto para crear en su hogar? ¿Por qué se daba el crédito para aparecer tan fresca y aparentar como si todo estuviese perfecto entre ellos?

Tan cínica. Tan falsa. Tan desvergonzada.

Elouise cruzó la sala completa, quedándose a unos cuantos metros de ella, lo suficiente para que pudiera notar su presencia.

La castaña le miraba incrédula, y le importaba muy poco que tuviera los ojos llorosos y sus pasos no fueran tan firmes. Estaba ardiendo en rabia.

Entonces ella le sonrió y se inclinó vagamente en su dirección—. Buenas noches, Elouise.

Elouise tragó amargo apretando sus puños. No encontraba las palabras correctas para expresar el remolino de emociones que estaba sintiendo en esos momentos. Se sentía tan dolida, tan humillada, tan idiota, que si tuviera un arma en la mano jalaría del gatillo por mera frustración. Aunque estaba un poco borracha, suponía que eso le daba el valor para pensar aquello.

Sus dedos temblaban, su garganta comenzaba a doler. Se sentía tan impotente. No encontraba la manera correcta de reaccionar.

Lanzarle el jarrón que estaba de adorno justo a su lado no parecía una mala idea.

Tuvo que sentir la humedad en sus mejillas para poder entrar un poco en contexto, para poder abofetearse mentalmente por ser tan débil y patética. Tomó un respiro profundo que llenó sus pulmones con lo que parecía ser veneno, porque aún si podía respirar sentía que en cualquier momento se ahogaría.

—¿Qué demonios estás haciendo aquí, Lena? —soltó con tanta impaciencia y rabia que las palabras salieron entre dientes apenas audible.

Nunca se había caracterizado por ser violenta o irrazonable, pero estaban violando la privacidad, el derecho y la moral de su propio hogar. No podía permitir que siguieran riéndose de ella, no por lo menos frente a sus jodidas narices.

Una mano amable se posó en su hombro, sabía que se trataba de Deliyah. Podía sentir el desespero en aquellos leves temblores, que suplicaban que diera la vuelta e ignorara a la rubia delante suyo. Pero no, jamás volvería a darle la espalda a Lena Johnson, porque las veces que lo había hecho, ella se había dedicado a traicionarle. Y quizás no era solo culpa de Lena, claramente Isaac también formaba parte de eso pero, Isaac no era quien había prometido una infinita amistad llena de lealtad y respeto. Eso, eso era más que una decepción. Porque Elouise había confiado y ofrecido lo mejor de ella algún día a Lena, y ella sólo había decidido apuñalarle por la espalda. Había preferido burlarse de Elouise, pero ella desconocía el por qué había dolido tanto, si era lo que todas las personas hacían con ella. Aprovecharse y sacar lo mejor a su conveniencia.

Pero Lena, Lena había sido una persona muy importante. Alguien que juró estar en las mejores y en las peores a su lado.

Prácticamente cuando Elouise se enteró de todo, sintió que realmente había quedado sola en ese pequeño mundo lleno de m****a en el que estaba atrapada.

Lena seguía observándola con una déspota sonrisa, hizo un ademán con la mano y se acercó un paso. Elouise reprimió su impulso de retroceder—. Me iré pronto linda, no te preocupes. Estoy esperando por Isaac.

Y no es como si Elouise no lo supiera ya. Que Isaac se iba dejándola allí en casa porque quería pasar tiempos bonitos con la amante que sí quería, que sí amaba, con la que sí disfrutaba el tiempo. Oírlo era distinto. Confirmarlo al 100% por ciento incomodaba más de lo que alguna vez pensó.

La humillación le hacía temblar las rodillas, el dolor de saber que había dado lo mejor de sí misma para todos y que a cambio había recibido más que pura m****a era sentir una tristeza ensordecedora. Era sentirse tan desgastada como nunca antes, era querer voltearse y llorar encima de ese hombro en el que había aprendido a apoyarse porque debía guardarse sus palabras. Sus sentimientos, sus reproches.

Pero no más, porque el alcohol en sus venas le hacía sentir mejor, le hacía sentir valiente, indiferente.

—Jodida hijo de puta —soltó despacio, pensando dos veces antes de proseguir con lo que quería. Pero no podía permitirlo, no en su propia casa—. No te basta con saber qué es de mí, ¿cierto? Tienes que verlo con tus propios ojos, ¡Tienes que ver por ti misma la m****a en la que has convertido todo esto! —señaló a su alrededor—. ¡Comprobar con tus propios ojos que hiciste un buen trabajo! ¡Qué destruiste mi felicidad! ¡Después de que te di todo de mí! ¡Tanto apoyo como lo necesitabas! —gruñó y gritó a partes iguales, sacando como vómito todo aquello que revolvía su estómago—. Tienes que venir a mi hogar, para sentirte tan superior cómo crees ser. Pero escúchame Johnson, no me voy a poner a decir cuál lugar le pertenece a quién, esto dejo de ser una competencia para mí hace muchísimo tiempo. Después de todo, este es mi hogar y tú estás esperando a mi esposo.

La sonrisa que había en los labios delgados de Lena flaqueó un poco, pero seguía tan visible y brillante como al principio. Le mantenía la mirada firme, retadora y altanera. Cubierta por aquel elegante abrigo de noche, en vestido, tacones y joyería cara en su cuello y muñecas, parecía casi un chiste que Elouise, en sus ropas casuales, le estuviera hablando de esa manera a una empresaria de la altura de Lena.

Se acercó lo suficiente para que solo dos pasos le separaran de la despampanante mujer que era Lena, alta, rubia y de tez pálida. Elouise siguió mirándola a los ojos, ahuyentando las ganas de sentirse amedrentada. Ese era su hogar, el lugar en el que estaba era en el que debía estar. No como Lena, que pintaba nada más que un intruso.

—Las personas que visitan indeseadamente y no son bienvenidas en mi hogar deben esperar afuera como solo los perros pueden hacerlo. —murmuró Elouise con veneno. Los ojos de Lena parecieron encenderse y finalmente sus dientes se apretaron—. Porque a comparación de mí, es eso lo que tú eres Lena. Una perra, una perra traidora. —se alejó, chocando su espalda en el pecho de Deliyah, ella le apretó los hombros varias veces, tratando de relajarla porque se sentía tan tensa como nunca—. Alguien acompáñela afuera por favor. —ordenó dándole una mirada a la fila de hombres que estaba de pie en la sala. Ninguno se movió.

Claro que Elouise lo entendió. Lena era la amante del patrón, nadie se atrevería a humillarla de esa forma. Nadie se arriesgaría a perder el empleo. Y Elouise estaba considerando reemplazar todo el personal cuando sintió un suave rozón en su hombro, y para cuando desvió la mirada solo logró ver aquella cabellera rizada yéndose.

Edward se detuvo frente a Lena, extendió una mano en dirección a la puerta—. Señorita Johnson, creo que todos aquí escuchamos la petición de la señorita Wright ¿puede acompañarme afuera por favor? —mencionó suave, con calma.

Lena observó a Edward unos segundos, relamió con delicadeza sus labios y después sólo sonrió—. Por supuesto.

Y salieron, dejando la sala en sumo silencio. Sólo así Elouise pudo tomar un fuerte respiro, que terminó por humedecerle las mejillas de vuelta.

—¡Todos ustedes están despedidos! —gritó señalando a los hombres, que sólo le miraron con indiferencia.

Y Elouise subió las escaleras a tropezones, recuperando el coraje y el aliento porque en ese momento Isaac iba a escucharle.

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