Capítulo 2

Los bonitos ojos azules de Elouise estaban brillosos cuando se acercó a la esquina donde los hombres en sus impecables trajes negros estaban. Fácilmente algunos medían dos metros, fornidos y con expresiones serias. Gafas negras ocultando sus ojos, micrófonos e auriculares como sistema de comunicación desde su pecho hasta oídos. Con postura firme y labios apretados.

La joven tragó saliva parándose delante de ellos. Ni siquiera sabía si le estaban viendo. Sorbió discretamente su pequeña nariz y apartó la mirada hasta el final del salón.

—¿Alguno de ustedes sabe quién es Edward? Necesito que alguien me lleve a casa y mi... Mi esposo me dijo que lo buscara a él —soltó a duras penas. Su garganta era un lío incómodo, su voz salía más aguda de lo normal. Presentía que podía echarse a llorar allí mismo.

Los hombres movieron casi imperceptiblemente su cabeza en dirección al que seguramente era Edward, pues dio un paso al frente. Ambas manos entrelazadas en la espalda, barbilla arriba, y postura recta.

—Aquí, señora.

Elouise le dio una mirada nostálgica—. ¿Puedes llevarme a casa, por favor? —pidió amable, aunque era claro que le llevarían aún si se hubiera dado la vuelta y se hubiera marchado sin más. Había que tener educación.

El hombre que no era muy mayor a simple vista, asintió. Elouise agradeció con un gesto y finalmente se dispuso a dar la vuelta y caminar hasta la salida. Edward iba detrás suyo, ni siquiera se escuchaban sus pasos pero la presencia era notable. Murmuró algo a su micrófono y de allí, Elouise no le prestó más atención.

Una vez salieron del salón de fiesta, la joven se permitió dejar caer sus labios en una mueca triste y se abrazó a sí misma esperando al guardaespaldas que se detuvo justo a su lado. Ella bajó la mirada permitiendo que sus lágrimas salieran y a pesar de que le fue inevitable no soltar un sollozo, Edward no habló y tampoco le observó. Él no tenía por qué, no era su asunto. Debía respetar la privacidad.

Los faroles y el motor de un auto hicieron presencia apenas unos segundos después de que se quedaron de pie fuera. Edward colocó una mano amable en la espalda baja y desnuda de Elouise y le alentó a caminar, abriendo la puerta trasera de la camioneta para ella cuando finalmente el vehículo estacionó delante.

Elouise subió acomodándose en el asiento mientras limpiaba sus lágrimas. Escuchó como el chofer bajaba e intercambiaba algunas palabras con Edward. Después la puerta se cerró y el vehículo avanzó.

Ella siguió llorando lo más silencioso que pudo. Porque el pesar iba desde su corazón. No solía ser muy sensible pero cuando realmente sus emociones se mezclaban generalmente resultaba por ser un desastre.

Se sentía traicionada. Se sentía olvidada. Burlada, usada, humillada.

Porque podían hacer de su voluntad lo que quisieran y ella tenía que quedarse en silencio viéndolo todo desde una esquina, viendo la manera en que su actitud era doblegada, como su persona era fácilmente manipulada. Quería decir lo que opinaba pero realmente no importaba lo que ella dijera. Quería hablar, pero tenía que quedarse callada. Quería ser escuchada, pero a nadie le importaban sus quejas. Nadie realmente prestaba atención a lo que ella o su corazón desearan.

Y no siempre había sido así.

Elouise sollozó recargando su cabeza en la ventana del auto observando las farolas de la ciudad pasar con rapidez a su costado.

Ella había sido amada. Por muchos años sintió que lo tenía todo en la vida, porque realmente era así, lo tenía todo. Aunque no fuera un futuro que hubiera planeado realmente ella, estaba satisfecha con ello. Todo había sido solucionado, sus preocupaciones se habían esfumado como humo al aire libre. Su familia podía dormir en paz, cómoda y tibia en una cama suave y con el estómago lleno bajo un techo al cual no atravesaban las fuertes lluvias de Enero.

Tenía al hombre de su vida a lado. Aquel que le había prometido el mar, el cielo y las estrellas, quien realmente le había dado lo que prometió. Un hogar, una calidad de vida mejor,

"te daré lo que mereces".

Isaac lo cumplió.

"una persona con un corazón como el tuyo, vale más que cualquier otra".

Elouise le creyó.

"me enamoré de tu mente, no de tu apariencia. me enamoré de tus sentimientos, no de cómo eres vista a los ojos de la sociedad. me enamoré del océano en tus ojos, no de las palabras de la gente".

Ella volvió a sollozar, acariciando el anillo en su dedo anular.

"te amo. de aquí hasta el infinito Elouise".

Y sí, Isaac la había amado, pero no hasta el infinito. Porque había llegado alguien más. Alguien con sentimientos más preciosos, alguien con mente más profunda, alguien a quien Isaac amaba más.

Elouise se había dado cuenta desde el primer momento. No tenía que ser una genio para notarlo.

Isaac fuera de casa más de lo usual. Las veces que simplemente desaparecía a altas horas de la noche. Cuando se ocultaba para recibir llamadas. Aquella colonia ajena que se impregnaba en sus sacos de tela cara. Cuando Elouise quería obtener una muestra de cariño e Isaac simplemente la evitaba.

Cuando preguntó si todo estaba bien y Isaac simplemente había dicho que sí.

Al principio Elouise no se había enamorado profundamente del joven pelinegro pero había aceptado su lugar al lado de él. Lo había querido y apreciado como su pareja, porque Isaac siempre había sido atento y cuidadoso, tanto con ella como con toda su familia. Jamás fijándose en si daba mucho o poco para ellos. Se habían conocido desde que eran unos jóvenes de dieciocho años, Isaac siempre había sido dulce y caballeroso, manteniéndose así desde que se conocieron, hasta el día que se casaron y más.

Pero de un momento a otro el mundo de Elouise cayó a pedazos frente a sus ojos.

¿Podía reclamar algo? No.

¿Podía quejarse? No.

¿Podía preguntar? No.

Su boca callada era de más ayuda. Porque aunque su ser entero gritara porque defendiera su integridad como persona, la parte razonable le recordaba que debía pensar también en su familia antes de pensar en iniciar una pelea. Estaba atrapada.

Y quizás había muchas soluciones, pero no en su mente, en sus posibilidades.

Quizás era su castigo, ver cómo le humillaban, como le pisoteaban cada día más solo por iniciar una relación con Isaac por mero interés. Pero rectificaba, no era algo que ella hubiera decidido sola. No era algo que hubiera iniciado por ella mismo, demasiado inocente para pensar en aprovecharse de alguien más. Elouise se dejó llevar por el agua del río hasta que finalmente se perdió en él.

Tomó un respiro, aclarando su garganta y pasando sus temblorosos dedos por sus mejillas para limpiar las lágrimas. —Mh, Edward. —murmuró.

—¿Sí señora? —respondió de inmediato el joven.

—Detente en el primer súper de servicio que veas, por favor.

El joven no dijo nada más, pero asintió y Elouise pudo verlo.

La joven recostó su cabeza de vuelta en la ventana y cerró los ojos, dejando que más lágrimas cayeran por sus mejillas con lentitud.

[...]

Elouise masticó las ricas frituras de la bolsa en sus pequeñas manos mientras hacía malabares para sostener las botellas de licor que había comprado entre sus brazos. ¿Qué más podía hacer aparte de beber?

Aunque el joven guardaespaldas había querido ayudar, Elouise se había negado totalmente. El joven no insistió y ella lo agradeció, pues algunos solían ser muy intensos en lo que respectaba a su trabajo y la trataban como un vaso de cristal. Entendía que Isaac era alguien muy importante en el país pero ella no era la Reina. Que fuera su esposa no tenía que alterar mucho las cosas.

Edward abrió la puerta trasera para ella y eso sí que le agradeció, dándole una sonrisa a la que el guardaespaldas no respondió con más allá de un asentimiento. Elouise subió de nuevo al auto y dejó las botellas regadas por el asiento, tomando primero un vino dulce que abrió sin cuidado para darle un trago largo y duradero. Soltó la boquilla, degustando el sabor en su lengua para tomar un respiro luego. Comió más de sus frituras y suspiró, dejando la botella entre sus muslos para evitar que se derramara. El motor se encendió y pronto comenzaron andar de vuelta.

Era una vida triste la que tenía frente a sus ojos, la que se escondía entre sus profundos recuerdos.

Una joven de una familia bastante pobre, con muchas hermanas que mantener esperando en casa. Sentada en una pequeña plaza junto a uno de sus mejores amigas con el cual secretamente tenía un romance, vendiendo pequeñas flores hechas a mano a la gente que pasaba por allí y les observaba con ternura por las preciosas sonrisas pintadas en sus rostros.

La ojiazul dejó las frituras de lado y tomó la botella de vino de vuelta, empinándola una vez más en su boca.

Un joven de cabello negro, ojos brillosos y traje elegante acercándose con una media sonrisa. El padre de la joven que vendía flores hechas a mano llegando del recorrido alrededor de la plaza para dejar las flores sobrantes sobre la pequeña tarima frente a su hija y su amigo. El joven pelinegro sacando un billete de su bolsillo, mirando atentamente la tarima al detenerse frente a ella, sonriendo al elegir una flor azul y tomándola con cuidado entre sus dedos. Levantando su mirada y encontrando los ojos de la joven vendedora. Extendiendo el billete con una sonrisa más completa y después de que fuera tomado por ella, extendiendo su otra mano con la flor.

"Ésta es para ti," mencionó el pelinegro. "Es del color de tus ojos" señaló. "¿Puedes verlo? Justo así."

La joven vendedora quedándose quieta durante largos segundos. Su amigo y su padre mirando atentamente la acción de aquel joven desconocido.

Elouise sintiendo la mano cálida de su padre en su hombro. "Elouise, linda. Toma la flor, el joven está siendo amable."

Las lágrimas cayeron de vuelta por su bonito rostro maquillado y tragó con más desespero el vino que iba por la mitad de la botella. Le faltaba aire, pero no importaba. Quería ahogar aquel sentimiento, aquellos recuerdos.

Con lentitud tomó la flor de los suaves dedos del joven. Parpadeando al verla, tan azul y bonita. La llevó a su regazo, levantando de nuevo su vista hasta los ojos del joven. "G-Gracias." mencionó.

El joven le sonrió. "No es nada, Elouise."

Y el padre de la joven apretó su hombro, cariñoso. Elouise le observó sonreír al chico frente a ellos con interés. "¿Y eres de por aquí muchacho?"

Terminó con la botella, dejándola caer con suavidad a su lado. El mareo subiendo a su cabeza, sintiendo las lágrimas llegar más allá de su cuello.

—Él me amaba —susurró dolida—. Isaac me amaba... Y, ella lo arruinó todo.

[...]

La joven bajó del auto sin prisa alguna sosteniendo su segunda botella abierta de licor en una de sus pequeñas y delgadas manos abrazando otra más con su antebrazo a la altura de sus costillas. Observó el jardín de su enorme hogar y las luces encendidas alrededor. Ladeó la cabeza y comenzó a caminar hacia la puerta principal, escuchando como el auto se iba y el guardaespaldas caminaba detrás de ella atento por si tropezaba.

Elouise entendía. Con el efecto del alcohol nublando sus sentidos, sus altos tacones y el largo vestido oleando en sus piernas no le extrañaría si simplemente cayera al suelo. Internamente, agradeció al joven detrás suyo por cuidarla.

La puerta se abrió antes de que pudiera tocarla, la señora Daliyah estaba allí. Elouise le dedicó una larga mirada, llena de lágrimas y nostalgia.

Deliyah no dijo nada y le permitió pasar.

—Buenas noches. —escuchó decir al hombre detrás suyo.

—Eres el muchacho nuevo —comentó Deliyah, cerrando la puerta al cabo de unos segundos—. Bienvenido, ¿cuidarás de Elou?

—¿Elou?

La joven ojiazul caminó hasta la cocina, yendo a la nevera por algo de hielo y limón. Sus pies ya comenzaban a traicionarle, pero podía mantenerse de pie aún. Las personas en la sala se acercaron.

—Oh, estoy hablando de ella. —señaló suavemente a la joven.

—Elouise —dijo Edward entrando detrás de Deliyah a la cocina. Observó cómo Elouise tomaba sin cuidado alguno los cubitos de hielo y los ponía en un vaso, tirando algunos al suelo.

Deliyah se acercó a la chica dedicándole una mirada a Edward—. Es un apodo cariñoso —comentó—. Puedes quitarte las gafas, niño. No son necesarias aquí. —tomó el vaso en las manos de Elouise, guiándola luego hasta un taburete de la barra—. Déjame ayudarte cielo, siéntate aquí.

Edward apartó las gafas de sus ojos enganchándolas luego al cuello de su camisa. Elouis parecía muy entretenida mirando sus dedos yendo de un lado al otro por encima del mármol de la barra. Seguía derramando lágrimas, pero su mirada era más ausente, perdida. Como si realmente no estuviera allí.

—¿Cómo es que lo quieres, cielo? —preguntó Deliyah, con el vaso listo. Cubitos, limón y un poco de sal dentro.

La joven chasqueó la lengua, dejando ir su cabeza a un lado—. Ponle... Eso de allí —señaló la botella de licor. Deliyah asintió, abriéndola para vaciar un poco. Acercó el vaso a Elouise, y ella lo tomó, trayendo también la botella para vaciar más y llenar el vaso a tope.

Deliyah hizo una mueca infantil, viendo de nuevo a Edward—. Entonces eres quien va a cuidarle.

El guardaespaldas negó—. No en realidad. El señor Wright pidió que la trajera a casa.

Elouise bebió un sorbo grande del licor amargo, tosiendo un poco luego.

—Despacio Elou —soltó la mujer mayor, acariciando el antebrazo de la joven con cariño.

Ella hizo un ademán restándole importancia—. Quiero ponerme borracha.

—¿No lo estás ya? —Deliyah murmuró sonriendo tristemente.

Elouise volvió a beber.

—No te había visto por aquí, ¿cómo es que te llamas? —preguntó la mujer a Edward sonriéndole también.

—Apenas he llegado ayer. Mi nombre es Edward Henderson—se acercó y estiró su mano.

—Soy Deliyah —la mujer estrechó su mano—. Trabajo en el aseo de la casa hace muchísimos años.

Elouis recargó su cabeza en la mesa y soltó un lamento alto, Deliyah tensó su sonrisa y ambos soltaron sus manos. Edward le dedicó una mirada curiosa a Elouise. Deliyah acarició la espalda de la joven y negó con suavidad.

Edward no tuvo que preguntar.

—Está un poco deprimida —mencionó—. Llora a menudo. Lo único que puedo hacer es consolarla. —se alzó de hombros—. Ya sabes, los problemas de pareja.

Edward asintió desviando la vista luego—. Entiendo.

[...]

—D-Deli-Deliyah... —balbuceó Elouise caminando suavemente por el pasillo. La mujer le sujetaba por la cintura, ayudándole a caminar.

—Está bien, cielo.

—N-No, no lo está —sollozó, negando muy perdida en el alcohol—. E-Ella, Estaba allí. Riéndose y... Y, b-burlándose de mí. Lo abrazaba… A-Abrazaba a Isaac y yo solo- Yo solo podía ver sin hacer na-nada.

Deliyah suspiró—. Lo sé, cariño. Lo sé.

—A Isaac no- No le i-importa nada —ella hizo un ademán—. Este, este es su hogar. Yo, ¡Yo soy su esposa! ¿Lo soy, v-verdad? Lo soy… —un pequeño puchero se le escapó.

Entraron entonces a la gran habitación del matrimonio Wright y Deliyah llevó a la joven directamente a la cama, le sonrió. Una vez que la castaña estuvo sentada, la mujer mayor le ayudó a quitarse las zapatillas.

—Todo se arreglará cielo. Verás que sí.

Elouise sorbió su nariz.

—D-Deje a mi familia p-por él. Estoy sola aquí Deliyah.

—Yo estoy contigo, Elou. No iré a ninguna parte —le ayudó a recostarse con cuidado y limpió las lágrimas de su rostro con suavidad—. Duerme.

—¿Q-Qué hice, mal?

La mujer negó, sintiendo como su garganta comenzaba a doler viendo ese lado inocente y vulnerable de la joven a la que había estado cuidando desde años atrás.

—No hiciste nada malo cielo, intenta dormirte un rato.

—Q-Quiero v-ver a mamá...

—Te prometo que hablaré con Isaac y te organizaré un viaje si eso quieres.

—S-Sí. Por f-favor.

—Lo haré cielo, pero duérmete ya.

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