Capítulo 3

Ambos desviamos nuestros rostros hacia la puerta. Enseguida él se puso de pie y me dejó allí, sentada, con mis manos vendadas y perpleja... entendiendo cada vez menos.

¿Dónde m****a me había metido? Parecía que jamás lograba irme de éste lugar.

Asustada por quedarme sola en esa habitación, corrí tras él. Bajé las escaleras y frené en seco al ver la escena.

- ¿¡Qué pasó? - gritaba desesperado el Jefe, mientras sostenía a una joven adolescente entre sus brazos. Pude ver rápidamente que ésta estaba inconsciente y de su abdomen salía sangre a borbotones, que el hombre intentaba detener en vano con su mano.

-No lo sabemos, escuchamos el disparo y salimos a ver qué sucedía. Y la encontramos en el piso así- le respondió un muchacho joven, rubio, que parecía tener 18 años. Miraba con angustia la situación al igual que el resto de los hombres que estaban en el comedor.

Sin dudarlo, con mis impulsos a flor de piel decidí bajar a ayudar. Recorrí la distancia que me separaba de ellos en silencio y me agaché al lado de la mujer herida, mirando minuciosamente cada una de sus heridas.

-Yo puedo ayudarla; necesito gasas, alcohol, aguja, hilo, y calmantes. si tienen- hablé con prisa examinando con mayor profundidad la herida.

Nadie se movió. Ni siquiera una mosca se atrevió a volar por la habitación. Todos me miraban como lo que era: una desconocida.

Alcé mi mirada al jefe. Sus ojos denotaban un brillo extraño, casi como si fuera a... ¿llorar? Imposible. Él no parecía ser así.

- ¡Ya la escucharon! - gritó de pronto a los 7 hombres que nos rodeaban y cada uno fue en distintas direcciones buscando lo que había pedido.

-Por favor, sálvala- casi me rogó.

-Voy a hacer lo posible- susurré arremangando mi remera. Fue ahí donde vi mis manos vendadas. -M****a, no puedo cocerla así- ambos miramos a la misma dirección.

-Maldición...-susurró alterado.

Los hombres comenzaron a acercarse poco a poco a nosotros, dejando los materiales que necesitaba a mi lado y, a su vez, iban abandonando la habitación.

No había tiempo que perder, la herida parecía grande, por la cantidad de sangre que perdía. Incluso comenzaba a resbalar por las manos del jefe, que seguía presionándola con fuerza.

-Tengo una idea- lo miré - Yo voy a decirte qué hacer-

Abrió sus hermosos ojos y sopesó la idea unos instantes.

-Nadie me dice que hacer, pero voy a darte esa excepción- respondió serio y recostó con cuidado a la joven en el piso, para poder posicionarse de otro modo.

Con ayuda de mis torpes manos y las suyas, acomodamos el cuerpo de modo que pudiéramos ver mejor la herida. Ocupaba la mitad derecha de su abdomen, y eso no era un buen signo.

-Comienza limpiando la herida con alcohol y las gasas- ordené.

El jefe sin perder tiempo siguió al pie de la letra lo dicho.

Mientras tanto yo intentaba evaluar posibles daños en otros órganos.

Él estaba sentado sobre sus pies, con las rodillas flexionadas y con su cuerpo inclinado hacia la joven. Se notaba que la conocía, por la familiaridad con la que actuaba.

-Listo- decretó.

- ¿Sabes coser? – pregunté.

-Me cocí una herida una vez... sí me guías, quizá pueda-

-Bien. Hagámoslo. - el jefe tomó la aguja con el hilo y comenzó a coser mientras yo lo guiaba. Al principio le costó, fue torpe e inclusive era obvio que la cicatriz que le iba a quedar a la adolescente probablemente sería más fea de lo normal. Pero hizo lo mejor que pudo, y en casos de urgencia como éstos, eso se valoraba más que nunca.

-Ya puedes cortar el hilo- dije una vez que la herida estaba lo suficientemente cerrada. Suspiró al terminar.

- ¿Y ahora? – se impacientó.

-Esperemos que despierte. En cuanto lo haga va a tener un dolor insoportable, hay que darle los calmantes. – tomé entre mis torpes manos vendadas la caja con las pastillas y se la tendí -Dile que los tome por una semana y veremos cómo evoluciona. -

Asintió en silencio volviendo a mirar a la chica.

-Lo importante- continué- es que la herida no se abra. A simple vista y por el sitio de la lesión, no hay órganos involucrados, sino que fue un corte bastante superficial, aunque grande. -

-Bien- suspiró y se dejó caer hacia atrás, apoyando su cabeza contra la pared. -Gracias...-

Imité su acción, sentándome y acomodando un poco mi cabello rebelde en una colita de pelo.

-No es nada. Lo has hecho muy bien...- intenté ser amable. El silencio reinó.

¿Y ahora? Se suponía que era el momento donde él me abría la puerta y yo recuperaba mi libertad; volvía a mi vida tranquila.

Pero eso no sucedió. Se puso de pie con prisa y dijo:

-Voy a buscar a Martin para que la lleve a su habitación a descansar- comenzó a caminar alejándose de mí. Pero antes de cruzar el umbral de la puerta, volteó y dijo -No te vayas, necesito hablar contigo- y dándome aquella orden, una vez más, me dejó sola con más preguntas que respuestas.

Dirigí mi mirada a la joven, que permanecía aún inconsciente. ¿Qué le habría sucedido? Se veía inocente…

¿Y qué relación tendría con el jefe?

En realidad, no quería saberlo. Mientras menos me involucrara en esto, más rápido podría salir de aquí.

Observé a mi alrededor: un salón con paredes claras de color crema delimitaban este inmenso espacio. Había tres sillones de color rojo, otro individual de color negro (que supuse era para el jefe) y una mesilla pequeña en el centro.

Del otro lado de la habitación había una mesa más grande, que era donde el jefe estaba hace un rato. La acompañaban diez sillas, todas de madera.

¿Dónde estaba? ¿Quiénes eran todas estas personas? ¿Cómo tenían tanto dinero?

Estaba claro que no era de forma legal, y a juzgar por el arma, no eran unos simples empresarios.

De pronto, un hombre se acercó a mí. Desviando mi atención del entorno, me crucé con sus jóvenes ojos.

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