Capítulo 2

Observé con cuidado a mi alrededor… Tan sólo había un pasillo desierto, lo cual debo confesar me sorprendió.

¿Tan estúpidos eran mis secuestradores? ¿Sería tan fácil escapar al final?

Comencé a caminar con sigilo por el corredor hasta que me encontré con unas escaleras. Desde donde estaba parada no podía ver a dónde me llevaban. Miré hacia los costados y como era de esperarse sólo había puertas cerradas. Por lo que, para salir, no me quedaba más remedio que bajar.

Bajé lentamente, para no alertar a nadie. Llegué al primer descanso de las escaleras, antes de que éstas se desviaran a la derecha, y cuando iba a continuar el camino, algo sucedió.

Unos gritos me hicieron frenar en seco y mi corazón comenzó a latir desesperado al escuchar la ira con la que salían aquellas palabras.

- ¡¿Qué m****a me estás diciendo?!- reconocí de inmediato la voz del hombre que había estado conmigo en la habitación.

- Lo lamento señor... sólo queríamos cumplir sus órdenes... no podíamos... volver sin nada- respondió una voz temerosa.

- ¿¡Y tenías que secuestrar a una muchacha?! – volvió a estallar de rabia - ¡Maldita sea Jason! Estás despedido- decretó con firmeza.

El silencio reinó en la habitación. Continué de pie, paralizada por lo que acababa de escuchar.

¿Me habían secuestrado sin querer? Qué demonios... Me agarré de la baranda para no caer.

Una parte de mí se alegró porque entonces probablemente me iban a liberar… Pero, ¿Y si no era así?

- Jefe puedo arreglarlo...- balbuceó la voz débil.

-Largo- le respondió tajante con su voz dura.

Y a continuación no se escuchó nada más el ruido de la puerta cerrarse. Me sorprendió ver el respeto que tenía por las órdenes del hombre. Aunque para ser sincera, hasta a mí me había erizado los vellos de la piel el sólo escucharlo.

Seguí bajando un par de escalones más y me asomé un poco lentamente. La imagen que me recibió me inquietó...

El “jefe”, que efectivamente era el hombre había estado conmigo en la habitación, estaba apoyado en las palmas de sus manos sobre una mesa y sus brazos extendidos. Tenía su mirada perdida en las hojas que estaban desparramadas sobre el mueble. Su torso subía y bajaba exageradamente, acompañando su respiración agitada.

Bajé un peldaño más y la madera crujió bajo mis pies.

En seguida él alzó su vista hacia mí apuntándome con un arma. Como una estúpida alcé las manos y me quedé quieta, sin siquiera respirar.

Genial, ahora sí que me iba matar. Estaba segura.

Ví como relajó sus hombros y apoyó la pistola sobre la mesa. ¿Siempre había estado ahí?

- Lo siento - murmuró acercándose con pasos firmes pero lentos, subiendo incluso un par de escalones.

Bajé mis brazos, pero no me moví ni un centímetro. ¿Qué se suponía que tenía que hacer? ¿Correr? El loco frente a mí era un total desconocido y ¡tenía un arma!

-Sé que estás confundida, todo ésto fue un error...- continuó.

- ¿Secuestraron a la persona equivocada? - me atreví a preguntar mientras él se acercaba aún más a mí.

Su rostro se transformó y manifestó una notable molestia frente a mis palabras.

-No somos secuestradores, señorita- respondió.

- ¿Quiénes son entonces? -

-Si respondo eso, no te podrás ir nunca más de aquí- habló con suavidad. Su mirada estaba fijamente sobre la mía, demostrando que lo que decía iba en serio.

Un escalofrío me hizo vibrar de arriba a abajo y mis manos empezaron a temblar.

-Solamente quiero irme... juro no decir nada- manifesté desesperada.

El hombre me miró unos segundos que parecieron una eternidad. Sus ojos me escanearon: mi rostro, mi cuerpo, mis brazos, mis manos... Y se detuvo allí.

Cerró sus ojos y suspiró sonoramente negando con su cabeza.

-Te voy a dejar ir, pero primero, déjame curarte-

Fruncí el ceño sin comprender hasta que seguí su mirada hacia mis manos. Hablaba de los moretones de mi mano y de algunos raspones que ahora veía sangrando.

-No... no hace falta, soy médica,puedo curarme. Sólo quiero irme- continué un poco más esperanzada. Poco me importaban mis manos en este momento, quería correr lejos de aquí.

- ¿Cómo vas a vendar tus dos manos? - sonrió burlón pasando por mi lado, subiendo las escaleras -Sígueme- mandó "el jefe".

Comenzaba a quedarme bien en claro que estaba acostumbrado a dar órdenes y que siempre las obedezcan.

Era un estúpido, pero como quería irme cuanto antes, en silencio lo seguí. Volvimos al pasillo, pero en vez de entrar a la habitación donde desperté, ingresamos en la puerta de al lado.

Un cuarto dos veces más grande que donde había estado apareció ante mis ojos. Una de sus paredes era completamente de vidrio, dejando ver el jardín y la piscina que estaban afuera. Era una vista soñada para cualquier persona…

Las demás paredes eran de color blanco. Había una cama tan grande que cabrían cuatro personas si lo quisieran. Y en frente, un escritorio negro con una computadora de último modelo.

Joder, que tenía plata el Jefe.

Él siguió caminando hasta abrir otra puerta que comunicaba con un baño. Avancé hasta donde estaba y miré maravillada el sitio; todo era de mármol blanco.

-Siéntate- volvió a ordenar señalando una silla que había, interrumpiendo mi deslumbramiento. Alcé mis cejas por su manera de hablarme, pero obedecí. Sólo tendría que aguantar unos minutos más y podría por fin ser libre.

¿Siempre daba tantas órdenes? Pobre de sus seres queridos...

Se agachó y comenzó a revolver dentro de un pequeño armario para sacar finalmente un par de vendas. Se arrodilló frente a mí y tomó mis manos con seguridad. La piel de mis brazos se erizó y rogué porque no lo notara. No se podía negar que era guapo, y al parecer, se sentía culpable por el malentendido. Pero lo que más me sorprendió era la delicadeza con la que tocaba mis dedos.

En silencio vendó torpemente mis manos, haciéndome doler de a momentos. Se notaba que no tenía ni un poco de experiencia en ésto.

-Perdona, es más fácil cuando son mis manos- casi gruñó.

Asentí e intenté aguantar un poco más.

Cuando finalmente terminó, aún sosteniendo mis manos entre las suyas, alzó su vista y me miró con profundidad, con algo más que no supe descifrar.

Quise levantarme e irme corriendo. Quise no volver a verlo más. Quise separar mi mirada de la suya, que parecían estar imantadas. Quise ignorar la sensación que invadía mi vientre y que hacía galopar mi corazón.

Pero de pronto el sonido de un disparo, seguido de un grito, nos sobresaltó.

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