*CAPÍTULO 3*

Los días transcurrían con normalidad y Julia no había tenido noticias de Juan Miguel, no sabía si alegrarse o preocuparse por ello.

-Fania. . . Fania. . . – su hermana parecía perdida en sus propios pensamientos.

-Si, Julia.

-Cecilia está enferma, acompáñame al río- le pidió.

-No Julia, quiero quedarme en casa. Madre amaneció con mucha gripa.

-Y padre de mal humor- le recordó- ya no hay ropa limpia Fania, yo la lavaré, sólo debes acompañarme.

-Pero no quiero- se quejó.

-Por favor- pidió dulcemente.

-De acuerdo- concedió- pero no lavaré la ropa de Jesús, él siempre la ensucia mucho, más que padre, parece que hiciera él solo la faena de todos.

-Lo haré yo- le sonrió porque era cierto, la ropa de su hermano Jesús, solía ser la más sucia de todas, Cecilia bromeaba diciendo que él jugaba en el charco con los puercos.

-Te lo advierto Julia, solo lavaré mi ropa y la de Santos, si no es mucha lavaré también la de Miguel.

-Bien, yo lavaré el resto. Lo dividiremos, mañana volveré al rió para lavar la de madre y la de Roberto. Hoy puedo encargarme de la mía, la de Cecilia, la de Jesús y la de padre.

Tomaron las cestas hecha con caña amarga que contenían las ropas y se encaminaron al río. A medio camino escucharon esa profunda y hermosa voz que Julia conocía tan bien.

-Buen día, Señoritas Bastidas.

-Buen día, señor- respondieron al unísono y Julia se ruborizó un poco.

-¿A dónde se dirigen?- les dedicó una sonrisa.

-Al río- respondió Fania rápidamente. Julia se ruborizó un poco más al pensar en lo atractivo que se veía el joven en sus vestimentas de soldado.

-Si me lo permiten puedo acompañarles un poco- miró a Julia directamente a los ojos- voy al pueblo, pero puedo dilatarme.

-No hace falta, señor- dijo Julia con su voz tímida y suave.

-Pero me gustaría hacerlo- respondió sonriendo, les señaló el camino y se puso en medio de ambas- según dicen en el pueblo, ha rechazado usted una propuesta de matrimonio, señorita Julia- la aludida se ruborizó en gran manera y lo miró con ojos tímidos.

-A la gente le gusta esparcir rumores, señor.

-Así es, pero. . . ¿es cierto?

-Sí que lo es- intervino Fania- el Señor Centeno de las Casas se ha propuesto, pero a Julia no le impresiona él, siempre ha dicho que se casará por amor.

-¡Fania!- la exhortó su hermana ruborizada hasta la raíz del cabello.

-Creo que es lo más sensato, Señorita Julia- le dedicó una sonrisa- siempre he pensado que los matrimonios deben basarse en el amor y no en la conveniencia o la exigencia de los padre.

Julia supo de inmediato que estaba alabando su decisión.

-Lo mismo pienso, Señor.

-¿Y usted, Señorita Fania?, ¿cuántas propuestas ha declinado?

-Me temo que ninguna, mi señor, no he tenido la misma suerte de mi hermana- se encogió de hombros- ella es la más bonita.

-No es cierto- dijo Julia en un susurro.

-Las Bastida han sido dotadas con la virtud de la belleza.

-Gracias señor- el trio llegó al rio y ambas sonrieron al joven soldado. Fania atrevida y Julia tímida.

-Señorita Fania. . . ¿me permite unos segundos con la señorita julia?

-Oh ya ve mi señor, la suerte está del lado de mi hermana- dijo encogiéndose de hombros.

-¡Fania, por favor!

-Yo me adelanto un poco, comenzaré con mi tarea- Y dicho aquello terminó de avanzar hasta el río, se adentró en él y comenzó a lavar.

-Julia. . . – la miró a los ojos y ella correspondió.

-Héctor. . . – sus ojos brillaban en gran manera.

-Me he preocupado cuándo me he enterado de la propuesta de Centeno.

-Afortunadamente mi padre me ha dado la oportunidad de decidir, ha decidido mantener su promesa.

-Julia. . . te amo y quiero ir a tu casa y hacer mi propuesta. ¿Me aceptarás?

-Si- dijo casi inaudible- le aceptaré señor- le dedicó una tímida sonrisa- estoy segura de que mi padre me apoyará.

-¿Dos días?, ¿crees que en dos días me podrá recibir? Será mi día libre, después de que tú padre me conceda tu mano, podríamos pasear un rato a caballo. Claro, llevaremos a tus hermanas. Tú honor no se verá afectado.

-No veo inconveniente alguno- él le tomó ambas manos y le sonrió con alegría- seré feliz Julia de que seas mi esposa, no hay nada que desee más- sus ojos verdes brillaron de felicidad- te daré todo mi cariño, mi pequeña niña, te juro que te haré feliz y cada día a mi lado será de plena dicha, me esforzaré en hacerte feliz.

-Ya lo hace, señor- le dijo con ojos cristalizados, entonces tomó sus dos manos y las besó con desesperación- soy muy feliz- su voz tembló un poco.

-¿Crees que . . pueda darte un beso?. . . sé que no debería porque estamos solos y es indecoroso de mi parte pero . . – las mejillas de Julia se tiñeron- técnicamente no estamos solos. . . Fania nos acompaña- sonrió travieso. Julia, se giró hacia su hermana que parecía enfrascada en su tarea.

-Supongo que. . . que. . . – no sabía que decir, aunque Héctor la había cortejado desde hacía algunos meses, nunca la había besado, al menos no en los labios. Un agradable calor la recorrió cuándo sintió aquellos labios sobre los suyos. Nunca la habían besado y no sabía cómo responder ante ese hecho, imitó su ejemplo y dejó que sus labios le devolvieran aquel dulce beso.

Cuando él se apartó, ella resintió el calor de su boca, sin poder evitarlo se ruborizó violentamente y avergonzada, bajó la mirada. Él le tomó la barbilla y la obligó a mirarle.

-Dos días Julia, hablaré con tu padre y seremos felices.

-Dos días. . . – susurró ella como hipnotizada. Él volvió a besarla, pero ahora solo un roce.

-Debo marcharme, mi amor- ella sonrió, aquello sonaba tan bonito, ella asintió y él se apartó- hasta luego señorita Fania.

-Hasta luego, señor- le respondió con una sonrisa- le esperamos en dos días- y rió, aquello era indicio de que había visto y escuchado todo. Julia se ruborizó, pero Héctor solo sonrió y se despidió con un gesto en las manos.

-Allí estaré- respondió con una sonrisa.

Ella caminó hasta llegar a dónde estaba su hermana.

-Bien guardado te lo traías, Julia- la molestó.

-Fania, por favor no me avergüences- bajó la mirada.

-Después de que un señor me ha dado un besote como ese, nada podría avergonzarme- rió- tu sí que tienes buena suerte. ¿Es cierto lo que escuché?, ¿Te hará una propuesta formal?

-Así es, en dos días.

-Supongo que la aceptarás.

-Así es. No hay nada que desee más que ser la señora Rojas.

-Ahora comprendo por qué no ponías peros en venir al río a lavar tu sola. -¡Tendremos boda!- gritó feliz, y juntas rieron.



Juan Miguel Centeno de las Casas, estaba sentado en la cantina entregado a la bebida, seguía enfurecido por el rechazo de Julia Bastida, y lo que era peor ya todo el pueblo de Cariaco murmuraba sobre él y su vergüenza, estaba furioso, esa mujer era suya, nada se interpondría, ni siquiera Héctor Rojas, que según algunos rumores pretendía a Julia, y planeaba presentar su propuesta, pero no. No estaba dispuesto a dejarle el camino abierto parar que lo transitara a su gusto. Él había decidido que quería casarse y emprender su familia, y para ello necesitaba una joven de buena familia, de apellido respetable, joven y bonita, la verdad es que pudiera tener a muchas, quizás a la que quisiera, pero justamente la que quería se daba el lujo de rechazarlo. Pensó que al hablar con Francisco Bastida llegarían a un acuerdo, pero el muy tonto se negaba a obligarla a contraer matrimonio, decía que debía ser ella la que escogiera a su marido.

¡Debía ser una broma!

¿Las Bastida eran las únicas a las que se le permitía elegir en todo el pueblo?

Debía encontrar una solución y pronta porque no quería llevarse sorpresas con Rojas.



Julia y Fania, volvían del río con la carga de la ropa limpia encontraron a los peones reunidos en la entrada de la casa.

-¿Qué puede estar sucediendo?- preguntó nerviosa Fania.

-No lo sé- respondió Julia nerviosa- apresurémonos.

Al llegar encontró cara de tristeza en el rostro de los peones, su madre lloraba amargamente mientras abrazaba a su hermana mayor.

-Madre. . . Cecilia. . . ¿Qué su. . .qué sucede?- preguntó Julia.

-Julia. . .Tu padre. . . Tu padre murió.

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