Decisiones.

Ya ha pasado una semana desde que encontré la carta de Eduard en el buzón.

—¿Cómo estás papá? —pregunté viéndolo guardar unos papeles en su portafolio.

—Bien, hija, ¿Tú cómo estás? ¿Dormiste bien? —se acercó para  darme un pequeño beso en la frente —tienes ojeras —me vió con el ceño fruncido.

—Mmh... No es nada —levanté mi mano en el aire quitándole importancia y sonreí —solo es la universidad, he tenido muchos trabajos últimamente —mentí.

—Hija si te pasa algo...

—Estoy bien papá, tranquilo. Mejor ya vete se te hará tarde.

Caminé hasta la cocina y tomé un poco de café para ponerlo en el pequeño termo que papá siempre lleva.

—¡Ya me voy! ¡Nos vemos en la noche! —gritó desde la puerta.

—¡Espera! Tu café...

—Vaya, tu siempre haciendo que mis días sean menos insoportables —susurro mientras sonreía —Ahora sí, nos vemos en la noche. ¡Ah! Y dile a Diané y a Caroline que no cocinen para un ejercito, ayer llegué y había tanta comida hecha cómo para alimentar a toda la ciudad — reímos.

—Les diré, tranquilo —dije aún riéndome —hasta luego.

Papá se fue al trabajo y yo me fuí a la cocina para hacer un desayuno para mamá y Caroline, hoy cocinaré yo ¿Qué tan difícil puede ser?

—Papas listas, huevos listos, café listo... ¿Qué es eso? —pregunté para mí misma al sentir un olor a quemado expandiéndose por la cocina.

Volteé a ver a todos lados, todo estaba bien, pero aún se sentía ese olor a quemado, ahg, que horror. Intenté ignorar el olor y me fuí al comedor a preparar la mesa. Comenzé a toser por el humo que ahora había por toda la casa, regresé a la cocina y ví un trapo quemándose sobre la estufa, la apagué y busqué el extintor a toda velocidad.

—¿¡Pero qué pasa!? —preguntó mamá alarmada bajando las escaleras junto a Caroline.

—Nina, ya te dije que no cocines. Te lo he suplicado por mucho tiempo —dijo Caroline con molestia.

—Ay, no es para tanto —rode los ojos —aparte, miren lo que hice para ustedes.

Caminé hasta el comedor seguida de ellas. Y cuando llegamos les mostré el resultado con orgullo, se veía todo muy bien.

—¿No nos vamos a intoxicar?

Rodé los ojos —obvio no, coman, vamos.

Ellas se sentaron y comenzaron a comer mientras yo las veía como una demente esperando alguna señal de disgusto que nunca llegó.

—Esto está bueno. Gracias Hija —sonrió mamá y yo suspiré aliviada.

—¿Tú qué piensas, Caroline? —pregunté.

—Está... Pasable —se encogió de hombros.

—¡Oye! —la golpee levemente en el hombro —me esforcé mucho para hacer eso que te estás tragando.

—Sí y casi incendias la casa —suspiró —pero...

—¿Pero?...

—Pero supongo que estas papas están muy buenas —sonrió.

—Tal vez Nina pueda ayudarnos más en la cocina —dijo mamá con ternura.

—¡Wow! No nos aloquemos tanto, Nina que siga haciendo sus robots y todo eso con sus alambres y demás, que para eso es muy buena. Pero bien lejos de la cocina.

—Espera... ¿Acabas de alargarme?

—¿Yo?

—Sí, acabas de decir que soy buena para la electrónica — dije con falso egocentrismo.

—Yo... Bueno... —Rió —¡No! —me tiro un poco de salsa a la cara.

—¡Oye no hagas eso! —la reprendí —no soy una hamburguesa para que me eches salsa.

—Pero sí tienes forma de una.

—Tu tienes forma de pollo sin patas.

—¡Eso ni tiene sentido!

—Mmh, no soy muy buena para los insultos —susurré para mí misma —¡Mamá! ¡Dile algo!

—Algo —dijo mamá sin interés.

Abrí la boca y negué con la cabeza con indignación y diversión a la vez, mientras Caroline me mostraba la lengua con descaro.

Después del desayuno me fuí al baño a darme una ducha con agua tibia.

Me senté en la cama a leer el libro Orgullo y Prejuicio por milésima vez... ¿Qué? Amo ese libro, lo podría leer mil veces.

Iba a medio capitulo cuando recordé que tenía mucha ropa sucia la cual lavar, me levanté de mala gana y la llevé a la lavadora para regresar lo más rápido posible.

Iba a subir las escaleras para ir a mi habitación cuando vi entrar a mamá muy nerviosa por la puerta principal.

—¿Qué sucede? —prengunté ladeando levemente la cabeza —¿Qué pasa?

—¿Ah?

—¿Que si estás bien? 

—¿Yo? Sí, sí, todo bien.

—Mamá...

—Hay un ramo de flores en el patio...

Vaya, solo a mi familia y a mi le asusta algo así.

Suspiré, ya sabía lo que venía después —Mamá... Eduard mando una carta hace una semana...

—¿¡Qué!? ¿¡De qué hablas!? ¿Por qué no nos avisaste?

—Mamá... Ya no quiero huir... Me cansé.

—¿Entonces que quieres? ¿¡Morir!? ¿Eso quieres? Ese hombre esta loco Nina.

Hubo silencio por un momento —Solo han sido amenazas...

—Amenazas que se pueden convertir en una horrible realidad.

—¿Por qué no lo denunciamos otra vez?

—¿Por qué sigues preguntando lo mismo? ¿No recuerdas que ya lo intentamos una y otra vez?

—Pero tal vez... Por fin nos haga caso la policía...

—La policía esto, la policía lo otro. La policía nos ha ignorado por mucho tiempo —dijo muy molesta.

—¿Llamarás a papá?

—Sí, ahora mismo.

—Mamá... Yo no creo que sea buena idea. Papá tiene muchos problemas.

—Y tendrá otro muy grande si no le decimos la verdad... —suspiró   —hija, tenemos que decirle sí o sí.

—¿Y si le da ansiedad?... Otra vez.

—Se le pasará —intentó caminar hacia la escalera pero la detuve del brazo

—Yo le diré.

—¿Cuándo?

—En un par de días, te lo juro. Por favor déjame decírselo yo.

Ella lo pensó un momento —Tienes cinco días, de lo contrario le diré yo —me miró acusadóramente.

—Te prometo que le diré.

—Recuerda que tu papá ya tiene otra casa comprada en los suburbios, será fácil de irnos, Nina. No lo pienses tanto y dile a tu papá para que nos vayamos —me abrazó —todo estará bien ¿Entiendes?

—Lo sé mamá, yo... Lo sé.

Subió las escaleras y yo me quedé pensando en qué hacer. No me quería cambiar de casa como si fuéramos unos criminales fugitivos.

—Ya lo escuché todo —dijo Caroline saliendo de su escondite.

—¿Qué hacías detrás de ese mueble? —pregunté disimulando la preocupación.

—¿Pensabas decírmelo algún día?

—¿De qué hablas?

—Nunca me cuentan los problemas de esta casa.

—Creo que ya hablamos sobre esto.

—No, no hablamos, solo me regañaste como a una niña.

Suspiré —¿Quieres aprender a usar una pistola? ¿Cierto?

—Sí.

—Entonces aprenderás —dije sin darle mucha importancia mientras caminaba hacia el sillón.

—¿De qué hablas? —dijo siguiéndome. 

—Digo que convenceré a mamá y a papá para que te den permiso de usar una.

—Pero no puedo tener una legalmente hasta tener 21 años...

—Vaya... Veo que alguien está bien informada sobre las leyes.

—Nina...

—Aprender a usar una no significa que tendrás una.

—¿¡Entonces de qué me sirve saber usar una mierda de esas si no la tendré!?

—Hay que ir paso a paso, no todo de una vez, primero aprendes y luego tendrás una.

Suspiró —bueno... Creo que algo es algo.

—Pensé que estarías más emocionada...

—Oh, lo estoy —dijo con ironía.

—Me estoy arrepintiendo de querer enseñarte.

—No, no, no —rió nerviosa— ¡sí quiero aprender!

—Así me gusta.

—Espera... ¿Dijiste que tú me vas a enseñar?

—Mmh... Sí ¿Qué tiene de malo?

—Te da miedo disparar un arma ¿Y me vas a enseñar?

Rodé los ojos —No me da miedo... Solo... Solo cuando estoy muy frustrada ¿Ok? —miré a otro lado con vergüenza.

—Sin mencionar que tu puntería es pésima...

—¡Claro que no!

—¿Y la vez que fuimos con papá a practicar? Bueno... Yo solo fuí a ver, pero tú no le diste a ningún punto, enserio eres pésim....

La interrumpí —Eso no fué así, lo que pasa que había mucho viento y... Me desconsertó.

—Ni siquiera había. Pero en fin... Hay algo más que quiero saber.

—Habla de una vez.

—Quiero saber ¿Por qué Eduard te persigue tanto?

Lo pensé un rato —Tal vez... Porque está demente.

— ¿Haz hablado con él alguna vez?

—Mmh... Sí, éramos amigos — fruncí el ceño al recordar.

—Quiero saber que sucedió.

Suspiré —Pues verás... —suspiré Ondo y palpé el lado del sillón para que Caroline se acercara— siéntate —se sentó —Eduard y yo éramos buenos amigos cuando éramos niños, Damián, él y yo éramos inseparables. Corríamos por aquí y por allá, íbamos a la escuela juntos, siempre comíamos juntos en el receso. Un día él me invitó a su casa pero no a Damián, yo fuí sin pensarlo dos veces, éramos amigos al fin y al cabo.

»fuí a su casa y cuando llegué me pidió que entrara, él estaba muy nervioso ese día, se le notaba.

Teniamos 14 años para ese entonces, yo ya estaba altamente enamorada de Damián. Eduard me pidió que me sentara en el sillón de su casa a esperarlo y lo hice. Unos cinco minutos después él bajó de su habitación y traía un ramo de rosas, chocolates y unos enorme  peluche.

—Qué poco original —dijo Caroline interrumpiendome.

—Cállate y escucha... —ella hizo como que cerraba su boca con candado y tiraba la llave, yo rodé los ojos —Cómo te decía... Me llevó todo eso a la sala de estar y en ese momento se me declaró, yo obviamente me asusté, no sabía cómo reaccionar, lo quería, pero como amigo.

Le expliqué que no quería ser su novia, intenté ser lo más cortés posible pero él se enojó, se puso muy agresivo e incluso tiró todo al suelo y el peluche me lo tiró encima con enojo.

No me habló durante unas dos semanas, yo lo entendía, tenía que darle su espacio. Pero luego de un tiempo el volvió a hablarme, estaba un poco raro pero yo no me alarmé mucho porque entendía que seguramente se sentía incómodo o algo así, un día llegó a nuestra casa y traía nuevamente un peluche, me asusté, no lo quería rechazar nuevamente, no quería romper su corazón por segunda vez.

Le pregunté que, ¿Qué era lo que estaba pasando? Él me contestó que lo tomara como un regalo de un amigo a una amiga; lo acepté no muy segura y él se fué aunque lo invité a entrar.

Al anochecer dormí con mi nuevo peluche con forma de jirafa.

—Espera... ¿La jirafa morada y rosa? Creo que la recuerdo.

—Sí, exactamente esa.

—¿Y qué sucedió luego?

—Como te decía... Dormí con mi nueva jirafa de felpa, en realidad yo estaba muy feliz, me gustaba mucho. En la noche, como ya sabes, yo me muevo mucho y pues en una de esas algo me irió el brazo, fue leve pero sí me despertó el pinchazo. Revisé la cama y nada, no había rastro de nada corto punsante.

Me dormí nuevamente sin darle mucha importancia y después de, creo, un par de horas; volví a sentir el pinchazo en mi brazo, esta vez más suave.

Revisé todo de nuevo y esta vez también el peluche, lo apreté fuertemente y sentí algo duro en él, revisé las costuras y ví una que era un poco irregular y mal hecha, desconfíe por un rato pero no la abrí porque no quería creer que Eduard podría hacerme algo así.

Puse la jirafa en el suelo y volví a intentar dormir pero no pude, pasé mucho rato dando vueltas en la cama. Me levanté de una vez y busqué las tijeras más filosas y grandes, tomé el peluche y lo desgarré por completo y en efecto había algo dentro, era una especie de reproductor de audio, intenté reproducir lo que tenía grabado, pero no pude así que revisé el aparato un poco más y encontré un botón el cual toqué y comenzó a reproducir algo que decía

"Nina, te quiero mucho, eres mi mejor amiga"

Era la voz de Eduard, él había metido eso en el peluche pero seguramente lo colocó mal porque no se reprodujo en ningún momento cuando me la pasé abrazando el peluche toda esa tarde, seguramente tenía mucha felpa... No sé.

Al otro día Eduard volvió y me preguntó que donde tenía la jirafa de peluche, casi me muero por haber sido tan estúpida y haberlo destrozado, no tenía arreglo, intenté mentir pero al final terminé mostrándole los restos de su regalo, me disculpé miles de veces pero él se enojó demasiado pensando que lo había hecho a propósito porque no lo quería ni un poco o algo así.

—...Y luego comenzó a intentar conquistarte a la fuerza... —completó Caroline.

—Sí, y de ahí todo se convirtió en una gran bola de nieve que no pude detener... Hasta que... Ya sabes... Me violó —dije con una mirada triste.

Caroline me abrazó con fuerza, era muy raro que ella hiciera eso pero sin duda sus abrazos, los de mamá y papá son los mejores del universo entero.

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