Cupido flechó a todos

Nos detuvimos unos cinco metros antes de entrar a mi departamento y entregarnos a la tortura de las calumniadoras miradas que seguramente tendrían mis amigas. 

Me giré lentamente hacía Aitor, que con las manos en los bolsillos miraba por encima de mi hombro la puerta con una enorme sonrisa. No comprendía aquella felicidad que lo embargaba y mucho menos la despreocupación que poseía su cuerpo, el cual no hacía nada por compartir un poco de esa tranquilidad sobre mí.

—Tu calma me altera —repliqué, mirándolo por el rabillo del ojo. 

Aitor se limitó a alzar los hombros.

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