Recuerdos que deseo olvidar

—Ni en mis peores pesadillas pensé encontrarte de nuevo —habló altanero, mientras me miraba disimuladamente de arriba a abajo.

—Mira quién lo dice, yo no fui quien arruinó mis cumpleaños —mascullé, mirándolo con total aversión.

Nunca lo olvidaría, simplemente no podía. No entendía por qué había hecho esas cosas para hacerme la vida imposible, no podía reencontrarme con él y fingir que nada pasó.

—¡Por Dios! ¡Eso fue hace mucho y todavía lo recuerdas! —alzó la voz, haciendo ademanes con sus manos.

—¡Como lo voy a olvidar, si me dejaste una cicatriz para recordarte toda la vida! —alcé el fleco de mi cabello y le mostré mi pequeña cicatriz a un lado de mi frente.

—Ah, cierto… Ya no me acuerdo cómo te la hice —murmuró, rascándose la barbilla con el dedo y un aire distraído.

—¡Me golpeaste con el palo para romper la piñata! —grité molesta, casi podía sentir que echaba humo por las orejas ¿Cómo era posible que fuera tan desinteresado? ¡Casi me quitó la cabeza! ¿Cómo pudo olvidarlo?

—¡Ah, cierto! Fue muy divertido —una pequeña sonrisa se mostró en su rostro. De nuevo el pensamiento de “No es feo” me martilló la mente, sacudí mi cabeza para alejar esos horrorosos pensamientos.

—¡Claro que no es divertido! A ti no se te llenó la cara de sangre, idiota —apreté mis dientes, conteniendo las ganas de darle un puñetazo.

—Eras una llorona, por todo te quejabas —inquirió, cruzándose de brazos.

Al parecer, el tiempo le había favorecido muy bien, tenía que admitirlo pero parecía que estaba haciendo ejercicio o iba a algún un gimnasio, sus fuertes brazos se notaban a través de su camisa negra.

—¿Llorona? ¡Claro que sí, tenía motivos de sobra para hacerlo!

Parecía que no se arrepentía de sus maldades. Si acaso hubiera visto que ya había cambiado, esta confrontación no estaría pasando. ¡Por dios! ¡Tenía ya unos veintitrés años!

—Ya olvídalo. Piensa en el presente, ambos somos adultos —no sé como lo hizo, pero respondió a mis pensamientos.

—Las personas que son malas, no cambian. Se vuelven peores, pregúntale a Murphy —agregué, buscando otra manera de no salir perdiendo, estaba claro que quería dejarme como la niña inmadura y él tendría la razón.

—Siempre tú con tus cosas raras… —susurró girando los ojos—. Yo ya maduré, ¿sí?

—¡Sí, claro! Por eso antes de reconocerme empezaste a ladrarme —alcé una ceja, pidiendo una respuesta.

—¿Ladrarte? ¡Ni que fuera un perro! Y yo no fui quien empezó y gritó “Fíjate por dónde vas” —trató de imitar mi voz, pero le salió horrible.

Lo miré indignada y tomé aire para tratar de calmarme.

—Tú tuviste la culpa —bajé considerablemente la voz, pero sin perder mi vista asesina.

—No, fue tu culpa. —respondió aguantando una risa, parecía divertirse de nuevo conmigo.

—¡Quieres hacer entender que yo soy la mala, cuando tú lo eres! —gruñí, apretando mis puños.

—Claro, como digas —le quitó importancia y miró a otro lado ignorándome—. Sigues siendo la misma niña.

—No soy ninguna niña, tengo veinte.

Pensé en lo que dije… Wow, como pasaba el tiempo, todavía recuerdo cuando vivía con mis padres y comía helado de vainilla.

— ¡Oh, es cierto! Hoy es tu cumpleaños, qué casualidad que nos encontramos. Debe ser la costumbre. ¿Quieres que te dé un abrazo? —apretó sus labios y dio un paso hacia mí, estirando un poco los brazos.

«Otra forma de molestarme…», pensé rápidamente.

—¡Ni loca! No te me acerques, tal vez luego me acuchilles por la espalda —dije con cierta muestra de miedo.

—Paranoica —Aitor bufó y volvió a cruzar sus brazos.

—¡Argh! No sé por qué volviste.

Aunque lo odiaba con toda el alma, aceptaba que no era incómodo estar hablando, gritando y echándonos insultos. Pareciera raro, pero estaba cómoda junto a él. Nunca faltaba el tema de conversación…

—Trabajo en una empresa aquí, para tu mayor información —su expresión se volvió de puro orgullo y su pecho se infló.

—¡Wow! Preséntame a tus jefes para desearles suerte y decirles que eres un idiota. —ahora me salió una pequeña risa. Todo era mejor cuando yo hacía las bromas.

—Apuesto que tengo mas cerebro que tú —frunció el ceño y me miró molesto.

—¡Claro! Pero entre las piernas. —solté una carcajada y tardé un poco en controlarme.

Aitor alzó una ceja y me miró deductivo, luego se alzó de hombros.

—Gracias, de hecho casi se compara al tamaño de mi cerebro —presumió de nuevo, cambiando de pose.

Resoplé, desviando la vista para no mirar su cuerpo.

—Tan modesto y egocéntrico como siempre. —agregué, moviendo mi pie desesperadamente.

—Tan víctima y reprimida como antes —se burló, poniendo cara de triunfo.

Eso fue suficiente para mí ¿Víctima? Era obvio que él era el psicópata y el liberal.

—¡No has cambiado en nada! ¡Eres insoportable! ¡Aléjate de mí! —mascullé molesta, caminando lejos de él, no sin antes darle un pequeño empujón.

—¡Tú tampoco has cambiado! ¡Eres igual de amargada! —me gritó antes de que me alejara de él.

Caminé hacía Katrina, que se encontraba viendo toda la escena del “reencuentro”. Me miraba confundida y alzando las cejas. Sabía que jamás me había visto así de enojada como estaba ahora.

Llegué en unas cuantas zancadas retumbantes y solté aire para colocarme frente a ella.

—¿Quién era ese? —me preguntó, mirando mi temible semblante y luego a Aitor.

—El mismísimo diablo —respondí con una mueca, jugando con mis manos.

—¡Ah! ¿Ese es Aitor? Vaya, es lindo —habló, mirándolo de arriba a abajo.

—¡¿Lindo?! ¡Por favor! No hables de él en mi presencia que voy a vomitar —agregué, cerrando los ojos y respirando profundamente. No podía creer que en unos pocos minutos me había arruinado el día.

—No puedo creer que sea tan malo como lo describes —siguió subestimándolo.

—¿Sabes qué? Lo prefería de niño, ahora es mucho peor —solté un suspiro. 

Antes solo eran empujones, bromas y todas esas cosas, eran daños físicos. Pero ahora, era el ataque psicológico y emocional. Era el peor de todos.

—Mmm… Para mí que esto me huele a amor —susurró, pero logré escucharla, abrí de repente los ojos con terror.

—¡Deja de decir tonterías! Eso nunca pasará… Ahora, por favor. Es mi cumpleaños, quiero irme ya —miré a mi alrededor y lo vi de nuevo no muy lejos, con su expresión divertida observándonos.

—Bueno… te digo que del odio al amor sólo hay un paso —comentó son una sonrisa pícara.

—¡Por supuesto! Y también hay diez pasos para llegar a él y darle un buen golpe en la boca — gruñí, quitando la vista de Aitor y mirándola inquisitiva.

—Sólo espero que no arruines sus lindos labios —soltó un suspiro y agitó sus largas pestañas.

—¡Katrina! —grité alterada.

—¡Bien, bien! Vámonos —se rindió y caminó saliendo del montón de gente. Qué bueno, ya me estaba causando claustrofobia.

—¿Dónde está Amanda? —preguntó deteniéndose al no verla en ningún sitio—. ¡Maldición, ya se fue! Ella era la que tenía el auto —se quejó Katherine, bajando la cabeza.

Antes de poder decirle que podría marcarle a Owen para que viniera por nosotras, me interrumpió una persona carraspeando su garganta. Nos giramos y lo vimos: Aitor de nuevo con su pose indiferente. A Katrina le brillaron los ojos y a mí me dieron ganas de querer sacarle los ojos grises.

—¿Ahora qué quieres, diablo? —cuestioné algo irritada.

—Escuché que no tienen como regresar. Yo las puedo llevar, si quieren —se ofreció amablemente. 

¡¿Amable él?! Esto era una trampa, debía estar planeando algo…

—¿En qué? ¿En tu bicicleta? No, gracias —respondí desconfiada.

—Tengo auto —al parecer, mi comentario le molestó un poco.

—No queremos tu lastima. Tomaremos un taxi.

Seguí antes de que Katrina hablara. La tomé de la mano y la jalé hacia la salida, pero me detuvo en unos cuantos pasos.

—Chloe, creo que deberíamos aceptar su ofrecimiento —habló con su expresión lógica.

—No, no debemos… —seguí, pero volvió a pararme.

—Escucha, ya es tarde y tal vez no encontremos taxis a esta hora. Aparte quizás y nos subimos con un depravado sexual y nos rapte —su expresión cambió a miedo repentino y me miró fijamente. 

Sabía que tenía razón, comparé en mi mente a un taxista violador y a Aitor, la pelea estaba reñida, pero sabía que Aitor no era un pervertido… aunque no estaba muy segura. Pero creo que era mejor irnos con él.

Asentí y caminé hasta él, con Katrina a mi lado.

—Está bien. ¡Hey, Lucifer! Llévanos —le hablé, tratando de sonar tranquila.

—Tampoco soy tu chofer. Pídemelo de forma amable, sino no lo haré.

Miré a Katrina y estuve a punto de salirme con el taxista loco, pero suspiré y tuve que tragarme el orgullo.

—Bien… ¿Nos puedes llevar?

—Te falta la palabra mágica —contuvo una sonrisa y ladeó la cabeza. Ahora sí que estaba aprovechándose.

—Por favor… —casi escupí la palabra, cerrando los ojos para no ver su expresión complacida.

—Genial, vámonos —avanzó, guiándonos hacia la salida.

—Qué emoción. Vamos a viajar en fierro viejo. Será la mejor aventura extrema —hablé con voz baja y sarcástica.

Pensé que no me había escuchado pero rechacé esa idea cuando escuché su gruñido. Reí por lo bajo. Se detuvo en un lujoso y ostentoso auto negro. Era un Mercedes-Benz GT, muy lindo… y lujoso.

Demasiado. ¿De dónde lo había sacado?

Abrió la puerta del copiloto y nos ofreció entrar.

—Lindo auto… ¿A quién se lo robaste? —cuestioné antes de subir. Katrina se apresuró a ocupar los lugares traseros.

—Es mío, lo compré. Me pagan bien, ¿Sabes? —contestó, juntando sus cejas.

—Claro… Entonces ¿A quién dijiste que se lo robaste? —ignoré su último comentario y sonreí cuando giró los ojos y se metió al auto.

—Súbete y ya.

Lo seguí, pero lamentablemente me senté a su lado.

Traté de no mirar el interior, para no empezar a halagar su lujoso auto… pero eso sí, era cómodo.

No abrí la boca en todo el camino, cuando me preguntó dónde vivíamos tampoco contesté, así que Katrina lo guió todo el transcurso. Estaba tan sumergida en mis pensamientos mirando por la ventana, que no me di cuenta cuando llegamos.

—Es aquí. Gracias. Por cierto, mi nombre es Katrina, vivimos juntas en este apartamento —habló dulcemente, estrechando sus manos.

—Mucho gusto Katrina, me llamo Aitor. Qué bueno es conocer a una persona con modales esta noche —habló, mandándome una indirecta muy directa. Casi pude sentir la sangre correr por mi frente.

—Bueno, gracias de nuevo. Nos vemos, Aitor —se despidió, saliendo casi corriendo hacia el departamento, entendí que quiso dejarnos solos un momento.

Abrí la puerta, pero antes de poder cerrarla me habló.

—De nada… —dijo y me volteé, manteniéndome serena—. ¿Sabes? Extrañé hacerte bromas por nueve años —agregó con una sonrisa.

Un latido alteró mi corazón al ver su resplandeciente dentadura, al menos ya no le faltaba un diente.

—Qué halagador —ironicé, queriendo irme ya.

—Veo que cambiaste de vida. Ahora eres casi independiente, vives en un apartamento, hasta pareceres ser una mujer. Lástima que te interesen las mujeres —una pequeña risa brotó de sus labios.

—¿De qué estás hablando? No soy lesbiana, Katrina es mi mejor amiga —espeté, frunciendo el ceño.

—Bueno… nunca te conocí un novio —siguió, sin pretender ser hostil.

¿Por qué me preguntaba eso? Yo tampoco le conocí ninguna y eso no quería decir que era gay, ¿o sí? Era una pregunta con maña, seguro que quería saber si tenía novio o no. Le dejaría con la duda.

—Ni lo conocerás —contesté, cerrando la puerta. Pero bajó la ventana para verme de nuevo. Suspiré y le miré interrogante.

—¿Eso quiere decir que tienes? —preguntó, alzando la ceja.

—Eso no te importa. Así que gracias y hasta nunca —me despedí dándole la espalda y olvidando lo que pasamos esta noche.

Terrible noche…

—¡De nada y hasta mañana! —gritó con una sonrisa abierta. Sin decir más, arrancó a toda velocidad.

Me quedé un tiempo ahí parada… ¿Por qué dijo que hasta mañana? ¿Qué diablos planeaba?

—No quiero verlo —murmuré, caminando al interior de mi hogar.

Solo faltaba que quisiera reponer el tiempo perdido para castigarme de nuevo. Rogaba por qué no fuera así. Pero bueno, mañana lo sabría. Ahora nada me quitaría el sueño.

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