¿Te amo? ¡No, te odio!
¿Te amo? ¡No, te odio!
Por: Samantha Leoni
Mi peor pesadilla

15 de Noviembre de 2007

Una pequeña niña de cabello color rubio hasta los hombros y ojos color verde claro, jugaba alegremente por el decorado porche de su gran casa. Muchos niños con globos en la mano y con conos en la cabeza fingían dispararse como vaqueros.

Era el octavo cumpleaños de Chloe, esa niña de cabellos rubios que jugaba con las niñas de su vivienda. Los papás veían con gracia los juegos de sus hijos que estallaban a carcajadas, pero había algo extraño y cómico en ese lugar.

Un grupo de casi siete niñas estaban sentadas alrededor de una mesita color rojo, donde ponían sus dulces para luego empezar a comerlos, muchas intercambiaban caramelos entre ellas. 

En cambio, otro grupo de niños traviesos empezaban a tirarse lodo y a jugar a las luchitas, era obvio, sus juegos eran mucho más bruscos que los de las pequeñas niñas.

De repente un niño de cabello oscuro y ojos grises cerca de unos once años se acercó a la mesa donde estaban las niñas, con una sonrisa traviesa.

—Oye, Chloe —la llamó, mientras ocultaba algo detrás de su espalda. La niña alzó la mirada y la dirigió al chico.

—¿Qué quieres, Aitor? —habló algo irritada Chloe por su intromisión. El niño rió y volteó donde estaban sus amigos, que lo miraban con risas contenidas.

—Vengo a darte tu regalo de cumpleaños —sonrió, dejando ver que se le había caído un diente de leche. Chloe, al escuchar eso, dibujó una linda sonrisa en su rostro, emocionada se paró de la mesita donde estaban sus amigas y avanzó dos pasos hacia Aitor.

—¡En serio! ¿Qué es? ¡Dámelo! —rió con alegría y estiraba sus manos para recibir el regalo.

Aitor puso una expresión malvada y alzó su mano para ver lo que tenía escondido y lo lanzó hacia ella con toda su fuerza. Una bola de lodo se estrelló en el lindo vestido color amarillo canario y lo manchó por completo de tierra mojada.

Chloe se miró totalmente atónita y sus lágrimas se fueron acumulando con rapidez. Las risas brotaron de parte de los niños que casi se tiraban al suelo por las carcajadas.

Aitor la miró con expresión inocente y alzó los hombros.

—Feliz cumpleaños. —habló alzando las cejas rápidamente.

—¡Eres un tonto! ¡Arruinaste mi fiesta! —las lágrimas de Chloe se derramaron y recorrieron sus mejillas, mientras empujaba al niño y este caía al suelo de sentón, que se quejó juntando sus cejas.

— ¡Hey! ¡Sólo fue una broma! —se defendió, mientras trataba de pararse. Los papás se acercaron de repente, mirando la escena algo preocupados por la cumpleañera. Muchos sabían cómo era Aitor con Chloe, siempre buscaba algo para hacerla enojar o llorar, y parecía que disfrutaba de ello.

—¡Cállate! ¡Te odio! —gritó ella con impotencia de lo más profundo de su ser, apuntándole con su dedo índice y luego salió disparada hacia el interior de su casa.

—¡Chloe, espera! Cariño… —gritó su madre, Amber, que la miraba con algo de tristeza. Un señor mayor se acercó con ella y puso la mano en su hombro.

—Lo siento Amber. No sé cómo controlarlo, lo regañamos, le decimos muchas veces que está mal hacer eso… Pero nunca nos hace caso —se disculpó el tío de Aitor, ya que ese niño no tenía padres. Lo habían adoptado cuando apenas era muy pequeño.

—No te preocupes. Son niños, se les pasará la racha de querer pelear siempre —contestó suavemente con una leve sonrisa.

—Tienes razón. En esta etapa tienden a molestar a las niñas, después pelearán pero para querer ser sus novios —rió acompañado de la joven madre.

—Ojalá que después puedan lograr llevarse bien —susurró Amber, mirando al niño que corría a todos lados, mientras que su hija lloraba desconsolada en su casa.

15 de Noviembre de 2019

—¡No quiero ninguna fiesta! —grité, mientras recordaba mi peor cumpleaños de la historia. 

Mi octavo cumpleaños fue un desastre mundial gracias a Aitor y así fueron otros tres años más, soportando las burlas y bromas de mi “peor pesadilla” como el regalo sorpresa que contenía una enorme y asquerosa rana en una misteriosa caja. 

Y en mi décimo cumpleaños, fue un dulce relleno de picante que me hizo estar toda la fiesta bebiendo agua; y el último junto a él, fue un chicle que “accidentalmente” se pegó en mi cabello.

Fue un enorme alivio cuando me enteré que se había mudado a otro estado, no sabía cuál ni me interesaba. Estaba tan feliz porque ese niño maniático se fuera. 

Hace unos nueve años que no lo veía y estaba más que cómoda... Bueno no del todo… Tal vez fue por culpa de él que desconfiaba tanto de los hombres y siempre creía que traían algo entre manos.

Muchos eran así, idiotas que solo les interesaba una cosa: sexo. Sí, algunos otros eran lindos y divertidos, pero nunca llegaba a nada serio con ellos. 

Buscaba cualquier excusa para no llegar a compartir mucho, lo que menos quería era enamorarme. Me creía muy inteligente para caer en sus sucias trampas y mentiras, sabía bastante de ellos por los hombres que había tratado y todos los mandé a la b****a.

“Todos los hombres son iguales” me repetía en mi mente cada vez que un chico se me acercaba.

—¡Acabas de cumplir veinte años, Chloe! No te haremos una fiesta con globos y confeti… —habló una de mis mejores amigas, Katrina. 

Era muy linda, tenía el cabello castaño oscuro, muy corto, un poco más arriba de los hombros, y tan lacio que cada vez que volteaba a un lado todo su cabello se movía con ella. Lo envidiaba un poco ya que el mío era un poco más rebelde. Sus ojos eran café claro y era algo alta, como yo.

—Es cierto, la fiesta no será aquí… ¡Sino es una discoteca! —gritó emocionada mi otra amiga, Amanda. De cabello rubio pero de muchos rizos, que parecían brincar como lo estaba haciendo ella en ese momento. Sus ojos eran de un gris profundo.

Y yo era simple, pero genial. Tenía el cabello algo ondulado y mi color todavía seguía siendo rubio aunque ahora algo dorado. Piel blanca y mis ojos verdes.

Suspiré y negué con la cabeza, cruzando mis brazos.

—En serio chicas… no tengo ganas de ir. Quiero quedarme en casa, estoy cansada —inquirí, acostándome en el sillón de nuestro departamento. Ellas bufaron y cada una me tomó de una mano.

—No permitiremos que te quedes aquí sola. Es tu cumpleaños número veinte, tienes que festejarlo, quieras…

—… o no quieras. —terminó la frase Amanda con una macabra risa. Ambas me jalaron hasta el punto que casi me caí de boca.

De un movimiento rápido volví a pegar mi espalda al sillón. Levanté mis manos para poner cierta distancia entre nosotras.

—¡Basta! ¿Y si digo que no, que me harán? ¿Castigarme?

 Me reí, burlándome de la expresión de sus caras. De pronto ellas se miraron mutuamente y regresaron a mí con una sonrisa.

—No, pero podemos obligarte —la voz misteriosa salió de Katrina.

—¡Ja! Sí, claro. Déjenme decirles que no me llevaran a esa fiesta, no quiero, no me convencerán, no me obligaran ni podrán raptarme para ir a un antro ¡Simplemente no iré! ¡Punto!

 """

—No sé cómo diablos estoy aquí —susurré, mientras veía a mis dos amigas bailar a mis costados. La música retumbaba en mis oídos, tenía buen ritmo pero me empezaba a doler la cabeza.

—Te lo…

—¡Ni te atrevas! No digas “Te lo dije” —interrumpí a Amanda con un gruñido. Refunfuñé, mientras me tapaba los oídos y me sentaba frente a la barra.

—¡Vamos, Chloe! No seas aburrida, ya estamos aquí así que diviértete —me habló casi gritando y apenas podía escucharla por la música.

—Ven, vamos a bailar.

Katrina me tomó de la mano pero me resistí, inventando que quería tomar algo. Ellas rodaron los ojos, mientras me señalaban dónde estarían, de hecho, estaban casi enfrente de donde yo me encontraba. 

En menos de un minuto, había dos chicos bailando con ellas en la pista.

Suspiré desviando la vista, algo que odiaba es que cualquier hombre que viera una mujer sola, iba corriendo tras ella como perrito faldero, buscando carne fresca para saciarse. Tenía tanta experiencia en rechazar hombres y como tratarlos sin que piensen que eres una mujer desesperada ni tampoco una perra, hasta que casi podía sacar un libro.

No entendía porque las mujeres eran las de más daban el corazón en las relaciones, ellas se enamoraban perdidamente mientras que ellos jugaban. A veces les daba unos cuantos consejos a mis amigas para que no cayeran en lo profundo de las garras de esos hombres mentirosos. No tenía ni la más mínima idea de cómo era estar enamorada, por eso mismo, pensaba con la cabeza fría y ayudaba a las demás.

Tomé aire y apoyé el codo sobre la barra mientras sostenía mi cabeza. Estaba tan aburrida. El barman que no estaba tan feo, me acercó a mí y habló con su voz seductora.

—Hola, señorita ¿Quiere algo de tomar? —me preguntó acercándose más a mí, faltaban unos cuantos centímetros para que chocaran nuestras narices.

—No, gracias, no por el momento —le contesté queriendo parecer amable, pero luego lo ignoré por completo. El chico suspiró resignado y volvió a atender a los demás clientes.

Observé cómo un hombre algo mayor que Katrina se acercaba más y más a ella. Por el contrario, ella se alejaba dando unos cuantos pasos atrás y su cara expresaba que lo quería tener bien lejos.

—No te resistas, nena. Ambos sabemos que quieres esto —la tomó por la cintura para acercarla, pero ella protestó con asco.

—¡Te dije que no! ¡Suéltame! —gritó, empujándolo con sus manos pero no lograba hacerlo. Ningún otro hombre parecía percatarse de la situación, así que pensé tomar cartas en el asunto.

Me levanté de la silla y caminé hacía ella, interpuse una mano entre ellos dos y miré al sujeto.

«Diablos, sí que se ve malo…», pensé con una mueca.

—Disculpa, no creo que mi amiga quiera estar contigo. Pero tal vez ese sujeto sí. —señalé a un hombre que se veía descaradamente gay, su pose lo delataba junto con su mirada atrevida que se clavaba en el sujeto delante de mí. Observé la expresión de asco del hombre y continué—: y tal vez no solo mire tu cara… Tu bragueta está abierta así que es mejor que vayas al baño… No sé, tal vez te haga falta una mano —agité mi mano aguantando una carcajada, al ver que su “amigo” estaba más que listo.

El hombre desconocido me miró sonrojado y sin decir nada salió corriendo al baño.

Miré a Katrina, que me miraba atónita y con la boca abierta.

—¡Oh, por Dios, Chloe! —se lanzó hacia mí con furor y me apretaba en un abrazo—. ¡Eres una diosa! ¡Gracias! ¿Viste la expresión en su rostro? ¡Fue genial! —me alabó, dándome un beso en la mejilla y empezó a dar brinquitos alrededor mío. 

—Sí, sí, está bien. Pero a la próxima no bailes tan provocativamente, atraes a demasiados hombres —agregué, mientras caminábamos de nuevo a la barra.

—Oye… ¿Y Amanda? —pregunté al no verla.

Katrina giró los ojos y señaló con su dedo pulgar su lado derecho. Miré y ahí se encontraba mi amiga, besando a un tipo que se me hacía bastante familiar.

—Es James, al parecer le marcó que veníamos aquí y quiso encontrarse con él —me explicó desviando la mirada de la pareja, ambos parecían estar disfrutando tanto el momento, que era imposible observarlos más de tres segundos.

—“Un encuentro ocasional” —comenté, haciendo lo mismo que ella. Sentí que otro tipo se acercaba y colocaba una bebida enfrente de mí.

—Yo invito, cariño —habló con voz grave y con una sonrisa de lado. Suspiré y le lancé una mirada inocente.

—Gracias, pero no necesito de su caridad. Tengo dinero para comprar mis propias bebidas —dije, viendo que el vaso de cristal tenía algo burbujeante y lo empujé devolviéndoselo. Nomás faltaba que quisiera drogarme para aprovecharse de mí, pero era obvio que no caería.

—No es caridad, hermosa. Es sólo caballerosidad —continuó acentuando más su sonrisa, como si la tuviera muy linda para mostrarla. Parecía que no se iba a dar por vencido fácilmente.

—Ok, gracias caballero. Pero no estoy disponible en este momento, ni tengo la intención de pasar la noche contigo… Aparte vengo acompañada —sonreí, tomando suavemente la mano de Katrina, ella al principio me miró asustada pero luego comprendió mi táctica y me acarició la mejilla.

El rostro del sujeto hizo una mueca, pero luego sonrió.

—¡Vaya! Esa fue buena… pero no me convence. Ella es tu amiga, así que no te escaparás tan fácil de mí —soltó una carcajada y tomó un mechón de mi cabello, acercándose. 

Bien… el plan de intentar parecer que Katrina fuera mi novia no había funcionado, entonces tenía que pasar a algo más drástico.

—Cierto, me atrapaste. La verdad es que no soy tan ingenua para aceptar la bebida de un desconocido, ni mucho menos que tiene una misteriosa pastillita —alcé el vaso y todavía se notaba cómo se desvanecía al fondo del cristal—. Lo siento, pero no me drogarás —alcé la voz en la última frase para que todos escucharan, tal parece que funcionó y todos miraron desconcertados el tipo “caballeroso”.

Éste simplemente alzó las cejas y retiró el vaso de mi mano, me dio una última mirada algo molesta y siguió su camino, no sin antes decir:

—Ganaste… pero nos volveremos a ver —intentó en vano recuperar un poco de su orgullo, pero salí vencedora.

Sonreí y le guiñé el ojo a Katrina. Ésta soltó una carcajada.

—Eres impresionante. Deberías dar clases a las chicas para que no caigan en esas trampas comunes de hombres —me sugirió, pero negué con la cabeza. Luego me llevó de nuevo a la pista.

—¡Ahora sí! ¡Vamos a bailar! —gritó, caminando más rápido que yo. Pero en eso que quise alcanzarla, choqué fuertemente con alguien.

—¡Fíjate por dónde vas! —le grité sobándome la frente, al parecer había chocado contra su hombro.

—¡Fíjate tú por dónde vas! —me contestó bruscamente y alcé la vista furiosa.

—Mira imbécil, yo no tuve la… —me callé inconscientemente viendo sus ojos grises y su alborotado cabello negro, a pesar de las luces fluorescentes pude distinguirlos. Se parecían bastante a los de… 

¡No, no era él! ¡No podía ser!

Me quedé paralizada mirando sus facciones y al parecer, él también me miraba deductivo, analizándome.

—¿Te conozco? —pregunté repentinamente.

A pesar de todo, era un hombre atractivo, muy lindo. Sentí una pequeña curiosidad por saber su nombre. 

Un extraño nerviosismo me atacó en el estómago y de pronto, se me hizo imposible aguantar su mirada penetrante. Desvié levemente la vista con un leve sonrojo. ¿Qué era esto? Era una sensación que nunca antes había sentido.

—No lo sé. ¿Cómo te llamas? —su tono seguía siendo el mismo, algo arrogante.

—Chloe —respondí naturalmente.

El rostro del chico se contrajo en horror y sorpresa, me miró incrédulo y me señaló con un dedo.

—¡¿McKenzie?! —gritó alterado, era como si hubiera visto un fantasma. Entonces lo comprendí, me conocía y él era tan parecido a… mi rostro se tornó igual al de él.

—Aitor… ¡¿Aitor Fernández?! —grité y lo miré aterrorizada.

Mi peor pesadilla volvía a aparecer, el que de niña me hacía la vida imposible y me arruinaba todos los cumpleaños. Y lo peor de todo era que… pensé que era atractivo.

—¡Tú! —gritamos ambos al unísono, fulminándonos con la mirada.

—¡No puede ser! —mascullé, apretando mis dientes.

Nuevamente lo estaba haciendo, luego de nueve años placenteros ¡Él volvía! ¡Justo en mi cumpleaños número veinte! ¡Eso no podía ser nada bueno! Si quería guerra… ¡entonces era lo que tendría!

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