Capítulo II. La vida de un lobo solitario

Apolo Müller

Mi día comenzaba a las cuatro de la mañana.

Mi despertador me hace salir de la cama para ir a buscar mis ropas deportivas, después de cepillar mis dientes, salgo a la calle. Ahí, comienzo a correr hacia Central Park, donde recorro quince millas. Es la única manera que pude encontrar para calmar mi instinto animal, aquel maldito instinto que amenazaba con salir de mí para dañar a los demás.

Al menos tenía la gran ventaja de que no había sentido la presencia de ninguna bruja desde el momento en que decidí mudarme a la gran manzana, pues, con solo pensar en que alguna de ellas estaba cerca de mí, me sería imposible poder contenerme.

Aunque no quisiera dañarlas, había sido entrenado para ello, para cazarlas y asesinarlas. Las brujas y los lobos éramos enemigos por naturaleza, por lo que, nos era imposible convivir en el mismo espacio.

Trataba de tener una vida normal, adoraba trabajar con los niños en el colegio, amaba la música, por lo que no se me había hecho difícil convertirme en un buen profesor de música; mi única debilidad ahora era Cassandra Blake, aquella hermosa peliblanca que no salía de mi cabeza; aquella simpática chica que me hacía sentir ganas de poder amar.

Había tratado a toda costa mantenerme alejado de ella desde el primer momento en que mis ojos la encontraron, pero cada día que pasaba, la necesidad de sentirla cerca me invadió, al punto de que al final terminé por rendirme, ocasionando que ahora incluso me colara en su horrible departamento solo para poder sentir su cuerpo cerca del mío.

Me detuve cerca de las seis de la mañana, mi cuerpo se encontraba empapado de sudor y mi respiración era jadeante. Coloqué mis manos en mis rodillas y me incliné para tomar oxígeno, a la vez que repetía en mi mente que era un hombre normal, un hombre el cual no debía de pensar en transformaciones o asesinatos, un hombre que debía de pensar en su trabajo diario y en querer ser feliz al lado de la mujer que había elegido amar.

Niego con la cabeza, tratando de alejar aquellos horribles pensamientos que siempre me invadían cada vez que trataba de darme terapia a mí mismo, aquellos pensamientos donde podía ver la forma en que había asesinado a muchas brujas en mi pasado, mujeres que probablemente no eran culpables de nada, pero que, dado a mi maldito instinto, terminé por asesinarlas.

—Apolo Müller —la voz de una mujer me hace levantar la cabeza.

Doy un par de pasos hacia atrás y me pongo en alerta al reconocerla. Brenda Montgomery sonríe con ironía mientras sus enormes ojos marrones brillan de entusiasmo.

Veo a mi alrededor, esperando a ver a otros miembros de la manada, pero solo se encontraba ella, jugando con sus manos mientras se dedica a mirarme.

—Sí que sabes esconderte —menciona, a la vez que comienza a moverse frente a mí—, en teoría, tú y yo deberíamos de estar viviendo nuestro felices por siempre, pero mira nada más, decidiste escapar, dejándome completamente sola.

Hago una mueca a la vez que desvío la mirada.

Brenda debía de ser mi compañera de vida, la loba que debía de acompañarme en cada momento de mi existencia, según nos lo había indicado la luna; me había esforzado en amarla, me esforcé en obedecer a lo que nuestras tradiciones nos mandaban que era entregarnos a una única loba, pero al final, no lo había logrado. Mis sentimientos hacia ella estaban extintos, era como si mi instinto era ir en contra de todo lo que se nos había enseñado desde pequeños.

Levanto mi muñeca para ver mi reloj, eran casi las seis y treinta, por lo que, ya debía de comenzar a prepararme para llegar al colegio.

—Me ha dado gusto verte, Brenda. Vete a casa, que ya te has alejado lo suficiente.

—A nuestro Alfa le encantará saber de tu paradero —menciona, con un tono de voz amenazante.

La observo una vez más, aquella maldita sonrisa aún continúa marcada en sus labios. Aprieto mis manos en puños, para después dar un par de largas zancadas hacia ella, abro una de mis manos y la llevo hasta su cuello, donde lo aprieto mientras me dedico a levantarla unos centímetros del suelo.

Sus labios se separan a la vez que suelta un pequeño chillido. Sus manos aprietan la mía mientras trata de alejarme,

—¡Suelta! ¡Suelta! —repite, a la vez que no deja de patalear.

Ver la forma en que su rostro se va tornando blanco ante la falta de circulación de la sangre, hace que mis instintos asesinos despierten. Lamo mi labio inferior, sin perder de vista la forma en que ella se sacude en busca de oxígeno. Menos mal había terminado mi carrera en la zona más boscosa de Central Park, era el tipo de lugar donde las personas no solían ir tan temprano.

—No debiste venir hasta aquí, Brenda —murmuro, mi mirada tornándose roja ante la impaciencia que sentía de querer ver la forma en que su alma abandonara su cuerpo.

Ella continuaba retorciéndose, sus enormes ojos marrones comenzaban a ponerse blancos, sus manos dejaron de luchar contra la mía.

—Después de todo —comenzó a decir, las comisuras de sus labios se levantaron en una nueva sonrisa—, sigues siendo igual a la manada.

Aquellas últimas palabras fueron las que me hicieron volver. Mis ojos se agrandaron, a la vez que dejaba salir un grito de frustración para terminar por lanzarla hacia los árboles, logrando que su cuerpo se estrellara contra el tronco de uno de ellos. Levanté mis temblorosas manos a la altura de mis ojos, un sentimiento de impotencia se instaló en la base de mi estómago, al casi haber asesinado otra vez, después de casi diez años que llevaba de no hacerlo.

—Después de todo, sigues siendo igual a nosotros —Brenda comenzó a hablar, mientras se ponía de pie—, sigues siendo un asqueroso asesino al igual que toda la manada; no tienes nada de especial, Apolo. Aunque luches contra él, jamás podrás dejar de lado al monstruo que eres —mencionó, llevó sus manos hasta sus pantalones, donde comenzó a limpiar la tierra que había quedado impregnado en ellos—, eres un cazador; nunca dejarás de serlo.

—Vete al diablo, Brenda —argüí, a la vez que le daba la espalda—, si vuelves a aparecerte en mi camino, no tendrás la misma suerte —concluí, para después echarme a correr a gran velocidad en dirección contraria.

(…)

Me detuve a inhalar y exhalar con lentitud antes de ingresar al colegio. Paso una mano por mi cabello castaño, tratando de acomodar un poco los mechones rebeldes que sobresalían en diferentes direcciones.

Desde mi encuentro con Brenda en la mañana, me había quedado un mal sabor de boca, necesitaba olvidarme de lo que casi estuve a punto de hacer, pero aquella imagen de sus ojos volviéndose blancos mientras apretaba su cuello, continuaba estancada en mi memoria.

Brenda era una loca que probablemente iba a seguir jodiéndome la existencia, por lo que, debería de encontrar la forma de poder controlar mis instintos.

Empujo las puertas y trato de sonreír en cuanto me encuentro con un par de estudiantes en el pasillo, quienes, con la amabilidad de siempre, responden a mi saludo.

Admito que siento gran envidia ante la vida aburrida que mantienen los humanos, sería feliz teniendo parte de su vida, sin preocuparme por transformaciones ridículas o la necesidad que se mantenía en mi interior al querer sacar mi instinto asesino.

Solo quería conquistar a Cassie, ver televisión abrazado a ella, tener citas normales a como la tenían mis otros compañeros, e incluso, formar una familia; pero ¿Cómo podría tener todo aquello temiendo que ella descubriera lo que en realidad soy? ¡Fácil! No podía.

Empujo las puertas de la sala de maestros, era muy temprano, por lo que probablemente ninguno de los flojos de mis compañeros había llegado, todos excepto ella, quien se encontraba colando el café.

Tuerzo una sonrisa al verla inclinada sobre la cafetera eléctrica, su cabello blanco caía agradablemente por los costados de su rostro, dándole aquella serenidad que acostumbraba a tener.

De inmediato, los latidos de mi corazón comenzaron a acelerarse, a la vez que la piel se me ponía de gallina ante la horrible necesidad que sentía de querer tenerla. La observé sonreír, lo que me hizo darme cuenta de que ya se había percatado de mi presencia. No sabía qué era aquello tan especial que tenía aquella chica para ser la única capaz de hacerme sentir la necesidad de arriesgar todo para tratar de llevar una vida normal a su lado. Con solo verla, aquellos pensamientos que me atormentaban al repetirme que jamás podría tener una relación con una humana, se desvanecían, dándole paso a la fantasía de verme tener una vida completa al lado de aquella mujer.

—¿Quieres café? —pregunta, al voltearse hacia mí, dedicándome una pequeña sonrisa a la vez que ladea su cabeza.

Sus ojos grises se clavan en los míos, aquel brillo que siempre mantenía cada vez que me observaba, estaba presente una vez más, lo que me confirmaba que ella compartía los mismos sentimientos que yo sentía hacia ella.

—Solo si esta vez sí aceptas salir conmigo —alargo, despegándome de la puerta para caminar hacia ella.

La noto poner los ojos en blanco, lo que me hace reír. Me detengo frente a ella y levanto una mano para acariciar su mejilla, lo que hace que se estremezca.

—Esta vez no estoy bromeando, Cassie. Sal conmigo esta noche, prometo portarme bien —menciono, levantando la otra mano en señal de promesa.

Le veo tragar saliva con fuerza, pero al final, sonríe y mueve su cabeza en afirmación.

—Si sale mal, probablemente podamos terminar la noche viendo New Ámsterdam.

—¿Tu aburrida serie de médicos? Supongo que podemos tenerlo como segunda opción.

Ella se echó a reír, negando con la cabeza.

—Eso es un mal comentario para una primera cita, ¿No te parece?

—Entonces es una cita —musito, guiñándole un ojo, lo que provoca que ponga voltee nuevamente sus hermosos ojos grises.

—Eres terrible, Apolo.

—Así te gusto, ¿No?

—No estés tan seguro de ello —concluye, antes de retroceder para después caminar hacia la salida de la sala.

No la pierdo de vista hasta que logra desaparecer, dándome cuenta de que, tal vez Cassie era lo que necesitaba para sacar de mí la humanidad que a veces amenazaba con perderse por completo.

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