Día 8

Lunes, 13 de octubre

Despierto a la misma hora de todos los días de la semana laboral, con mis energías ridículamente renovadas, y me dispongo a iniciar con mis rutinarios quehaceres matutinos. Mis hijos me necesitan y quedarme en cama lamentándome de mi deplorable situación, no los va a sacar adelante. Esta mañana les preparo panqueques con crema batida y jugo de naranja, no son muy fans de las bebidas calientes, a pesar del frío invernal que ya nos empieza a envolver y cada día se siente aún más. Ambos comen con muchos ánimos.

—¿Te sientes mejor, mamá? —pregunta mi niño, mientras esperamos a que Amy baje con su mochila.

Esa pregunta tendría que hacérsela yo, no al revés.

—Claro, mi cielo. —contesto y, una vez más no me cree—. No te preocupes por tonterías… ¡Amy! —grito y ella grita de vuelta que ya baja.

Cuando al fin baja, los llevo a la escuela como siempre, y ni siquiera me pregunto, ¿por qué John no ha llegado? Debo tene

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