Día 4

Jueves, 9 de octubre

Me siento extrañamente agotada. Las palabras de Georgina, la carta de ese hombre desconocido y mis estúpidos pensamientos me mantuvieron despierta gran parte de la noche consumiendo cada parte cuerda de mí, distrayéndome y alejándome de lo que realmente debería hacer... dormir.

Me doy un rápido baño y bajo para preparar el desayuno de mis niños. Les sirvo cereal, al no tener ánimos de hacer mucho hoy. Jacob me pregunta sobre cómo estoy, pero no puedo decir nada. Siento mi garganta cerrada por alguna extraña razón que aún no alcanzo a comprender. Noto como me mira, con el ceño profundamente fruncido. De la manera en que siempre lo hace cuando algo le preocupa. Eso me hace sonreír. Beso su frente y subo a cambiarme tratando de bloquear mis pensamientos. Creo que podría volver a llorar si me detengo a pensar nuevamente en todo lo que no está sucediendo con mi esposo, y ese hombre que está mostrándome lo mal que está mi matrimonio. Realmente es algo que ya sé, pero de lo que no me quise esforzar por aceptar.

Nuestra relación siempre ha sido de esta manera, creo que desde que nos casamos. Incluso, luego de la primera vez que estuvimos juntos, cuando quedé embarazada, no tuvimos la confianza para hablar de ello y nuestra intimidad fue inexistente hasta unos cinco o seis años después. Pero estábamos cómodos de esa manera.

¿Por qué antes no me fijé en ese detalle?

Cuando bajo, John ya ha llegado.

—¿Cómo haremos cuando tengas que trabajar horas extras? —pregunta mi esposo mientras espero a los niños y reviso que esté todo lo que necesito en mi bolso.

—Lo solucionaremos. —Trato de sonreír, pero inmediatamente frunzo el ceño cuando veo como abre y cierra sus manos con algo de fuerza, ansioso por algo—. ¿Todo está bien?

—Si —dice, y me da la espalda sin más.

El tema de los niños no me preocupa demasiado. Jake ya está grande y es un chico responsable. Me resulta imposible que no pueda cuidar de su hermana un rato mientras mamá trabaja, y también tengo a Lucy, Amy adora ir con ella y estar sobre Matty sólo mirándolo como una acosadora.

Me quedo mirando su espalda mientras camina hacia la cocina y mis manos tiemblan por la ansiedad que me recorre. No quiero dejarme llevar por ese camino. Es mi esposo y lo quiero… como él a mí. ¿No?

Mis niños bajan y salimos. John nos acompaña hasta la puerta, como cada día, pero me niego a volver a mirarlo. No ahora. Hoy no tengo ganas de recibir un beso en la cabeza, y tal parece que a él le importa lo más mínimo. No borra su tranquila sonrisa hacia los niños y al yo no acercarme, él tampoco intenta hacerlo.

[…]

Dejo a mis hijos en sus escuelas y llego a mi trabajo, tan puntual como siempre. Cuando llego al tercer piso, me detengo al ver a Mel en mi escritorio.

—¿Tú que…? —pregunto, confundida, pero no logro terminar.

Me mira con diversión y sonríe señalando hacia el elevador.

—Parece que te has levantado algo despistada, Sarah. ¿Recuerdas el quinto piso?

Cubro mi boca con las manos y ella ríe. Había olvidado por completo que ahora trabajaré para el señor Walker. Necesito concentrarme más o voy a terminar equivocándome y no quiero tener problemas con mi nuevo jefe. Espero que no haya llegado aún, con lo cascarrabias que dicen que es, seguro me saca volando por llegar cinco minutos tardes.

Subo al ascensor una vez se abre, despidiéndome de Mel, y tontamente tropiezo, pero un brazo me detiene.

—¿Piso equivocado, señora King?

Mi jefe me mira divertido y me suelta, pero frunce el ceño mirándome de pies a cabeza y ruedo los ojos. Le agradezco y veo detrás de él a su socio, Alexander Collins. Si hay alguien que pueda competir con el señor Walker en aspecto físico, ese es el señor Collins. Es un poco más alto que mi nuevo jefe, con su saco aferrándose a su ancho pecho y fuertes brazos, su reluciente cabello castaño oscuro y ojos ¿azules o grises?, pero lo que más me gusta de él son esas hebras canosas en su barba castaña que cubre su mandíbula cuadrada y masculina. Su cabello parece estar libre de ellas y se ve tan bien. Siempre está pulcramente vestido y peinado, a excepción de los días en que lo vemos en la cafetería donde acostumbro a ir los sábados con mis amigas, allí siempre está con sudadera, pero se le ciñe a su perfecto cuerpo y tengo que controlarme para no mirarlo cuando frunce sus lindos labios levemente mientras escribe en su teléfono, lo que es casi siempre. Se ve tan perfecto.

Pero inalcanzable.

Lástima que sea un idiota. Recordar la manera como me trató el día de la boda de Lucy, mis huesos se estremecen. Fue tan cortante y desagradable, solamente porque le invité a bailar. Se veía aburrido y su cita se había dio, pensé que podría animarlo un poco, pero… Creo que lo mejor es dejarlo ir.

Parpadeo al ver cómo ladea su cabeza levemente por mi escrutinio tan intenso. Aparto la mirada y me concentro en las puertas metálicas.

—Nueve años de costumbre, señor Walker. Buenos días, señor Collins.

—Buenos días —responde Collins con esa sexy voz ronca y dura, pero con la mirada una vez más en su teléfono y ajeno al mundo que le rodea.

A estos sujetos les sobra en dinero lo que les falta en educación. Llegamos al último piso unos segundos después, y saludo a Mirta mientras camino hacia mi nueva área de trabajo. Mi jefe abre la puerta de cristal para mí y me sorprendo por el caballeroso gesto. Los dos hombres entran detrás de mí y se van directamente a la oficina dejando la puerta abierta.

Resoplo mi nerviosismo y tomo aire para oxigenar mi cerebro para lograr concentrarme en mi trabajo. Los documentos apilados en el escritorio me hacen suspirar.

Empiezo revisando el calendario, los correos, antes de pasar a los contratos e informes apilados. Mi jefe empieza a enviarme correos y soluciono lo más rápido posible todas sus solicitudes. Copias, impresiones, llamadas y otras tonterías que sólo quitan tiempo. Trato de sonreír cuando me exige algún documento y se lo entrego una vez lo encuentro en ese mar de papeles, ganándome un resoplido de parte de Collins por mi demora, pero la comprensión de Walker por ser mi primer día.

[…]

A la hora del almuerzo, salen ambos hombres que han estado mirando documentos y de vez en cuando riendo. Es un gesto que me gusta ver en ambos en la cafetería. Mi jefe avisa que llegará un par de horas más tarde y sale. Nuevamente, el señor Collins me ignoró. Es desagradable. Odio reconocer que Paula tiene razón cuando lo critica.

Al mediodía, bajo a almorzar con mis chicas preferidas. Mi hora preferida en este lugar.

—¿Qué te regaló? —pregunta Paula, impaciente, una vez me siento.

—Un labial rojo —digo y frunce el ceño haciendo ese gesto burlón tan suyo—. ¿Recuerdas cuando fuimos a aquel centro comercial hace un par de meses y prácticamente me obligaste a probarme ese rojo?

Asiente y su sonrisa crece.

—¿Él estuvo allí? —pregunta con una grito ahogado y emocionado, apoyando sus manos a la mesa.

—Eso parece. Por lo menos eso decía la nota.

Y así de rápido como se emocionó, se muestra preocupada, y sé por qué es.

Luego de lo que vivimos con Lucy y su ex, confiar en un desconocido no es algo que prefiera hacer.  

—Qué romántico —delira Georgi—. O escalofriante.

Sí. Escalofriante, especialmente por el camino en el que me está llevando mi mente.

—No me des muchos ánimos.

—¿Pasa algo más? —pregunta Paula, leyéndome como siempre.

Niego, ignorando sus miradas, y termino mi almuerzo. Tal parece, que mi táctica de hoy será ignorar ciertos temas incómodos, como que no soporto el serle indiferente a mi esposo, que me siento incómodamente atraída hacia un completo extraño que sólo tiene palabras lindas para mí y que siento unos interminables deseos de llorar.

No me había dado cuenta de lo mucho que había cambiado mi vida. Nunca creí que terminaría de esta manera con mi matrimonio. No. Me niego a que termine de esta o de ninguna manera. No quiero esto para mí, ni para mis hijos. Sé que John nos quiere.

De regreso a mi trabajo, todo transcurre con normalidad. Incluso con la llegada de mi jefe, no tuve interrupciones. Debo decir, que en esta oficina se mueve bastante documento y de todas las dependencias. Mi jefe es un idiota inteligente.

—¡Señora King! —grita y voy rápidamente.

—Señor. —Me detengo frente a su escritorio.

—Mañana tenemos una reunión con los de The Town & Country Club. La información debe estar en su computador. Necesito todo listo a primera hora.

—No tenía eso en el calendario. Ahora mismo lo agendo y empiezo.

—Gracias. Es algo de última hora, pero importante.

Asiento y salgo para empezar. Paso las siguientes dos horas, preparando los informes para dicha reunión. Mi jefe se va media hora después y hago mi mayor esfuerzo por terminar lo antes posible. Comunico a las áreas interesadas y concluyo diez minutos antes de la hora de salida. Hago una última revisión y lo envío al correo de mi jefe para una última revisión. No me puedo ir a casa hasta que lo apruebe.

Escucho la llegada del mensaje a la misma hora de los últimos cuatro días y muerdo mi dedo al abrirlo.

Desconocido: Hola, cariño. ¿Te ha gustado el regalo? Sé que no acostumbras a maquillarte, pero te veías tan hermosa en ese instante que no lo pude evitar... O quizás no quise evitarlo. Quiero que te sientas hermosa todos los días, Sarah.

Me siento, con pesadez, en mi silla mientras leo y sonrío. No voy a negar que me gustó verme con ese labial anoche, me hizo sentir joven y, quizás, deseable. Definitivamente, ese hombre sabe cómo hacerme sentir bien y cómo sacarme una sonrisa. Un perfecto manipulador.

Si tan solo las cosas con John no estuvieran tan mal tendría la fuerza de voluntad para negarme a esto, pero me estoy dejando llevar por el ego. Me agradan sus atenciones, a pesar de que considero todo esto una locura, pero también temo en que quiera algo que no le puedo dar, que quiera favores de mi parte. Cosa que no puede ser.

Escucho el anuncio de la llegada de un nuevo correo llamando mi atención. Mi jefe me indica de ciertos cambios que, aunque no son muchos, no me permitirán llegar a tiempo a casa. Le envío un mensaje a la única persona que me puede ayudar en este momento.

Yo: Luisiana. Necesito ayuda. ¿Estas disponible por una hora?

Lucy: Para mis amigas, siempre. Cuéntame. Pero me la debes.

Sonrío y contesto inmediatamente. Sé que siempre podré contar con mis tres únicas amigas, que son las mejores.

Yo: No esperaba menos de ti. ¿Puedes estar al pendiente de mis niños mientras llego? Tengo trabajo.

Lucy: Hecho.

Yo: No sabes cuánto te amo.

Me hace sentir más tranquila el saber que mis hijos estarán en buenas manos y me dispongo a terminar mi trabajo, luego de enviarle un mensaje a Georgi para que no me espere. Una hora después, ya he terminado y el documento ha sido aprobado, con la anotación de que el señor Collins también asistirá.

Creo que soy la última en salir, sólo veo al señor Curtis, el de seguridad, quien se encarga de revisar los diferentes pisos y al señor Larson, quien vigila la entrada. Ya los colores del cielo están cambiando y las calles parecen poco a poco más desoladas.

—Señora King —habla el señor Larson una vez me ve salir del elevador—. Me dijeron que hay algo para usted en la recepción.

Sonrío y le agradezco. Tomo la caja y salgo del lugar con la ansiedad de volver a la seguridad de mi hogar. Esta vez es más grande, del tamaño de un cuaderno grande quizás, y envuelta en el mismo papel de regalo rojo intenso. ¿Me pregunto, qué se le habrá ocurrido a ese hombre extraño esta vez?

Voy rápidamente a mi auto a través de la oscurecida calle, agradeciendo que aún haya personas alrededor, tomo camino a casa con algo de música como un vago intento de relajarme. Lucy me ha enviado un mensaje diciendo que mi niña ya se ha ido a dormir. Me gusta darle su beso de buenas noches. Espero que esto no sea algo de todos los días.

[…]

Veinte minutos después, bajo de mi auto dejando el regalo en él. No quiero preguntas y sé que Lucy las hará. Al entrar a casa, encuentro a mi amiga sentada en el sofá hablando y riendo con Jake, que tiene al pequeño bebé en brazos.

—No tienes idea de cuánto te agradezco esto.

Beso su mejilla como saludo y tomo al pequeño rubio en mis brazos besando su suave y acolchada mejilla. Adoro escuchar esa suave risa.

—Mamá, sabes que yo puedo cuidar de Amy. No tienes que molestar a tía Lucy.

—Lo siento, mi cielo. Es la costumbre —me excuso.

Rueda los ojos y rio. Odia que lo traten como a un niño pequeño. Mi bebé se despide de Lucy con un abrazo y se va. Ella forjó una linda relación con mis niños durante el tiempo que vivió con nosotros hace dos años atrás y ellos la quieren como si fuera de la familia. Lleva una constante pelea con Paula que alega tener más derecho a ser llamada tía por tener más antigüedad siendo mi amiga.

—¿Me vas a contar por fin eso de los regalos y mensajes?

—El sábado con tiempo. Ahora debo acompañarte a tu casa.

—Está bien.

Se levanta enfurruñada y salimos. Nos se esfuerza en insistir, sabe que no daré mi brazo a torcer. Ella se aferra a mi brazo una vez salimos y sonrío. Ella es tan fuerte y admiro su alegría. Tuvo que pasar por cosas horribles, pero jamás perdió su vitalidad o su sonrisa. Quizás muchos la reconozcan por ser una niña obstinada y cabeza dura, pero yo solo veo la alegría y fortaleza de una mujer con agallas.

Estos últimos días el frío ha aumentado por la proximidad del invierno. No me extraña que nieve pronto. Es la temporada preferida de John y Jake, que suelen ir a practicar deportes de invierno. Mi niña y yo, preferimos quedarnos en casa o nos adelantamos a Ohio para visitar a mi familia.

Me empieza a contar de la pesadilla que es para ella no poder dormir por los horarios de sueño de su pequeño niño. Yo tuve la suerte de que mis hijos, a los tres meses, ya durmieran toda la noche. Matty ya tiene cuatro meses y aún despierta en la madrugada. Mi pobre amiga se muere por volver a trabajar, pero el bebé la necesita. Afortunadamente, vivimos a tres casas y nuestro vecindario es bastante seguro y tranquilo. Nos despedimos rápidamente, y vuelvo a casa con mis hijos con ganas de lanzarme a mi cama y dejar este día atrás.

Tomo el regalo del auto y lo subo a mi habitación.

Hoy decido hacer un poco de ejercicio. Los últimos días he estado demasiado distraída y metida en mis problemas, que no he tenido ánimos para absolutamente nada. No sé cómo hacer para abordar este tema con John, pero debo hacerlo, este fin de semana tendré que hacerlo.

Así duela al final.

Esto de vivir en incertidumbre no es vida para nadie.

Al abrir la caja, sonrío y tomo uno de los finos chocolates que contiene. Se me es inevitable gemir al sentir cómo se derrite en mi boca. Guardo la caja en un pequeño baúl que tengo a los pies de mi cama, donde guardo la lencería de mi cama, junto a los otros dos regalos que recibí en la semana y leo la pequeña nota con la rosa del primer día en la mano.

Algo dulce para alguien aún más dulce. Para ti, cariño.

Ese hombre está loco, pero me gusta tener algo por lo que sonreír.

Capítulos gratis disponibles en la App >

Capítulos relacionados

Último capítulo