Capítulo 2

Me levanto a mi hora acostumbrada. Necesito, normalmente, unas dos horas para bañarme, perfumar mi cuerpo, cepillar mi largo y pelirrojo cabello y, por último, escoger el atuendo perfecto para un largo día de trabajo.

Luego del ritual matutino, desayuno y dejo mi casa limpia. No me gusta el desorden y mucho menos, tener personas extrañas metidas en mi casa. Aun cuando estaba casada y trabajaba por gusto, yo misma me encargada de la casa y de mi esposo. Tal y como hace Sarah, pero sin hijos. Estar sin hacer nada no es lo mío. La limpieza a fondo es trabajo mensual para una señora, el resto es mío.

Creo que debo dejar de pensar en bebés o volveré a llorar por no poder cumplir ese sueño de mi vida.  Odio llorar por las noches y tener que lidiar con los ojos hinchados al día siguiente.

Al bajar del edificio, Héctor me entrega mi periódico, subo a mi Jeta rojo y tomo camino hacia mi trabajo. Sé que no tengo necesidad de trabajar por la mensualidad que recibo por las acciones que me dio mi exesposo de su empresa constructora al separarnos, pero es muy aburrido estar encerrada en casa todo el día haciendo nada.

Al llegar a mi puesto de trabajo, veo un pequeño revuelo, lo que no es normal. Pregunto qué pasa y me dicen que lea el periódico. Lo llevo en mi mano y no me he tomado la molestia en abrirlo. Gena me pasa el suyo en la página de interés y abro mi boca.

Pero no puedo más que reír. Sabía que algo así iba a p***r algún día.

Mi jefe, el señor Jimmy Ashton, es un pequeño y apuesto cerdo que se acuesta con cuanta modelo nueva llega a la agencia, y ellas como buenas niñas estúpidas, creen en lo que él diga. Como si tuviera la última palabra.

Walker, el dueño, es mucho más apuesto y adinerado. Las máquinas de bronceado les destruyen las neuronas a esas podres ingenuas.

—Ambas han demandado a la empresa y a Jimmy —dice Gena, preocupada.

No me quiero imaginar a Adam Walker en este momento. Ese hombre es mucha sonrisa, pero fuera de la oficina. Aquí dentro, es todo un ogro explotador.

Y hablando del rey de Roma.

—¿Ya llegó? —pregunta Alexander Collins, enojado.

Eso no es novedad.

En cambio, el señor Walker está rojo y parece que su socio prefiere hablar antes de que su amigo estalle.

Eso sí es novedad.

—Aún no, señor —contesto, y sonrío.

El señor Walker entrecierra los ojos hacia mí, como si me retara a soltar la risa que me brota por los poros de la emoción de estar presenciando esta tensa trama hollywoodense. Pero juro que soy una mujer seria, con sus cinco sentidos puestos en su lugar, y que derrama sensatez por los poros.

—Estaremos esperando adentro.

Asiento y ambos se encierran en la oficina de mi jefe. Gena se muerde al labio viendo el trasero de Collins y rio. Al fin.

Parece que mi día común será muy emocionante. Era cuestión de tiempo para que algo así sucediera. Mi prontamente exjefe, no se librará de esto fácilmente.

El ascensor se abre y sonrío cuando sale, tan tranquilo y sonriente, pavoneándose y creyéndose el hombre más atractivo de la tierra. Este hombre nunca mide sus actos.

—Buenos días, Paula.

—Buenos días, Jimmy —contesto con una enorme sonrisa.

Me guiña un ojo, tan coqueto como siempre, y entra en su oficina.

—Ese cerdo no cambia —se queja Leila, y rio junto a Gena.

Las personas inconscientes que solo piensan en ellas nunca cambian.

Escucho un grito y luego otro más. Todo aquí afuera se queda en un silencio muy gracioso. Falta que nos crezcan orejas. Veo a un par de chicas entrometidas caminar frente a la puerta que dan un respingo cuando ésta se abre de par en par y de manera estruendosa.

—Paula —habla Walker casi echando espuma por la boca—, todo lo que tengas de trabajo me lo subes. Lo manejaré yo mismo hasta la llegada del nuevo Publicista.

—Sí, señor.

Le sonrío divertida y rueda los ojos. Collins sale empujando a Jimmy y le grita que se largue.

—Los voy a denunciar —grita mi exjefe.

—Sólo atrévete, maldita sabandija —gruñe Collins y me quedo de piedra.

¿Cómo se puede ver tan caliente así de enojado? Es una lástima que sea tan amargado para mi gusto.

Jimmy duda y sé que quiere decir algo, pero ¿quién se atrevería a hablar ante semejante hermoso gigante malhumorado? Y sin dejar de decir, lo caliente que se ve. Collins da un paso firme adelante y nuevamente le grita que se largue de su empresa.

Él lleva casi dos años siendo socio en la empresa, pero es el segundo accionista mayoritario. Esta gente no se cansa de hacer dinero.

Finalmente, Ashton se va despotricando y Collins lo sigue comprobando que no seguirá molestando, volviéndonos a dejar en ese silencio sepulcral.

—¡Qué hombre! ¡Quiero uno como ese, Paula! —grita Leila cuando perdemos de vista a Collins, y algunos de los hombres compañeros de piso ruedan los ojos.

[…]

Me dedico a recoger y organizar los proyectos por orden de importancia. Subo a presidencia y saludo Margo, la dulce señora secretaria del Director Creativo, puesto que lleva vacante desde hace un mes, también obra de Collins. Cruzo la puerta de cristal que divide el área creativa de la dirección general y niego al ver el tan aburrido piso. La secretaria no está, así que decido tocar a la puerta que está abierta.

—Adelante —dice Walker con tono seco.

—No hay secretaria afuera, así que...

Mueve su mano para que me acerque sin levantar la mirada de su computador.

—Las secretarias que me envía Sarah son unas ineptas. —Rio y niega frustrado—. ¿Qué traes allí?

Le entrego la alta pila de archivos y los mira incrédulo.

—Estos son todos —digo.

—Es bastante. Dime que no tiene trabajo atrasado.

Rio con burla y se queja soltando una gran maldición.

—Están por orden de importancia y urgencia.

—¿No quieres ser mi secretaria? —dice, algo pensativo, y sonrío ampliamente.

—No, gracias. Lo que se dice de usted en los pasillos no es muy bueno y prefiero mi salud mental. Mejor lo sigo saludando en la cafetería.

Me despido y camino hacia la salida.

—No soy tan malo —dice, con esa preciosa sonrisa traviesa—. Puedes irte a casa. Mañana regresas para preparar todo para tu nuevo jefe que llega en dos días. Deberás explicarle todo, ya que eres antigua.

—¿Me ha dicho vieja? —pregunto “ofendida”.

—No pongas palabras en mi boca, mujer.  

—Hasta mañana entonces y suerte con la próxima víctima que le envíe Sarah.

Ríe y vuelve a su trabajo.

—Paula —llama y lo vuelvo a mirar—. ¿Qué festejaban el sábado? ¿Qué pasó con Lucy?

—Es su amiga, ¿no debería preguntarle usted mismo?

—Dime o te despido.

—Y yo lo demando. Que pase lindo día.

Es muy responsable y serio con su trabajo. Todos aquí lo conocen por lo recto que es y por lo mucho que odia la ineptitud. No sé cómo Lucy se lleva tan bien con esos dos hombres.

Creo que los odiaría si los llegara a conocer en el plano laboral.

Feliz, recojo mis cosas antes de irme. Me despido de mis compañeras y bajo al tercer piso para despedirme de Sarah y Georgi. Se muestran preocupadas cuando les cuento lo que ha pasado, pero saben que Ashton se lo ha buscado.

[…]

Al llegar a mi casa pido un almuerzo a mi restaurante preferido, antes de sentarme en mi computador para continuar con la planeación de la boda. La locación será difícil, de eso estoy segura, y más en estas fechas. Tendré que ir adelantando invitaciones, pero para eso debería tener la lista de invitados.

Joder.

Sin el apoyo de la novia, esto será muy difícil. Pero si la dejo meter sus narices, terminarán casándose cuando el bebé se vaya a la universidad. A la pobre Lucy le asusta que Mark la abandone, pero sé que nunca lo haría. Seguro lo dijo para asustarla.

A las siete de la noche, ya está completamente oscuro y recuerdo que no cené. Me preparo un sándwich sencillo con una copa de vino tinto. No tengo problemas por la comida, de algo debe servir el hacer ejercicio.

Tocan a la puerta y frunzo el ceño extrañada. Me fijo por la mirilla y abro con una sonrisa ladeando la cabeza al ver de quien se trata.

—Hola, amor —dice y me abraza tomándome desprevenida.

—Hola —susurro, y siento mis ojos picar.

Mis últimos y recientes pensamientos con respecto a él me han tenido un poco sensible. Sólo la situación de mi jefe y la boda de Lucy han logrado dejar que piense en cosas que creí que ya no me importaban. Necesito controlarme, pero frente a él siempre fui una niña consentida más trasparente que el vidrio mejor lustrado del mundo.

—Estás tan hermosa, muñeca —susurra, y me estrecha con más fuerza—. Te he extrañado tanto.

—Yo no —digo y ríe antes de besar mi mejilla.

Lo invito a p***r, porque sé que por algo ha venido, y entra observando el lugar con detenimiento. Noto que lleva una bolsa, pero no dice nada.

—Traje la cena —dice.

—Que oportuno.

—Ya veo que si —dice señalando mi sándwich intacto.

Recojo la pobre comida que he hecho y preparo la mesa de centro de la sala de estar para comer. Su lugar preferido, el piso.

—Aún lo recuerdas.

—¿Crees que diez años de matrimonio se olvidan fácilmente? —pregunto con algo de nostalgia.

—Mucho menos si hubo mucho amor. ¿No crees?

Niego y me alejo cuando toma mi mano.

Claro que lo amé. Más que a mí misma, podría decir. Tan sólo era una niña de dieciséis que se enamoró del socio de su padre quince años mayor, y nos casamos apena cumplí mi mayoría de edad. Era mi mundo entero. Pero tuve que despertar de ese sueño egoísta.

Nos sentamos a comer y sonrío cuando empieza a servir la Paella de Mariscos. Me fascina la cocina española. Fue allí donde me llevó a nuestra luna de miel. Fue el mejor esposo del mundo, lo reconozco.

—Parece que tú tampoco olvidas.

—Ninguna es tú, Paula. Sabes que te amo.

Retraigo mi mano cuando intenta tomarla. Noto la pesadez en su mirada ya envuelta en algunas arrugas. Es entonces cuando esas canas que luchan dominar su cabello negro. Dicen que el tiempo no es gentil, pero el dinero no entiende de eso. Es un hombre maduro y firme con mucha energía.

Niego y suspiro.

—¿Crees que debemos volver a tocar un tema superado hace años?

Ahora él suspira y asiente. Hace cuatro años nos separamos y es el mismo tiempo que teníamos sin vernos. Estoy increíblemente sorprendida de que esté aquí, pero me siento feliz de que, increíblemente, ya no me afecte como solía hacerlo.

Es bueno saber que he superado algo que en un tiempo me causó mucho dolor.

—¿Qué te trae por aquí?

—Vine a supervisar la fábrica y quería verte.

—Ethan...

—Dime que has cumplido tu sueño.

Aparto mi mirada y tomo aire. Niego sin mirarlo, porque me he cansado de intentarlo.

—Lo siento, amor.

Sujeta mi mano y miro sus lindos ojos verdes. Mis lágrimas no se hacen esperar y me abraza acariciando mi cabello ayudándome a relajar.

—No sabes cuantas veces lo intenté, pero no pude. Se cumplió tu deseo.

Ni siquiera el haber intentado la inseminación artificial por dos años, pude lograrlo. Es triste saber que estoy tan seca por dentro, como lo es mi vida en general. Si no fuera por mis amigas, estaría completamente sola y mi vida no tendría ningún sentido.

—No digas eso. —Toma mi rostro y besa mi frente con fuerza—. Lo único que siempre he deseado para ti, es que seas feliz, mi hermosa muñequita.

—Ya no importa.

Me levanto secando mis mejillas y voy por la botella de vino. Regreso y me siento frente a él lo más alejada posible. No es buena idea que lo tenga tan cerca de mí y mucho menos, dejarlo tocarme. Este hombre siempre me debilitó.

—Laura está embarazada.

—¿Quién es Laura? —pregunto sin mirarlo y muevo mi comida distraída.

No sé para qué hago esa estúpida pregunta.

—Alguien con quien estuve saliendo el último año.

—Felicidades —susurro escuchando cómo mi corazón se hace trizas.

—Ella no sabe que me operé luego de que firmaras el divorcio. —Levanto mi cara y él solo sonríe con amargura—. Ninguna es como tú, amor.

—Lo siento.

—No lo sientas.

—¿Hasta cuándo te quedas?

—Hasta que tú quieras. —Lo miro incrédula—. Paula...

Niego antes de que siga hablando. Por algo el pasado es el pasado y no soy de las que vuelve.  Si algo terminó, alguna importante razón debió tener.

—Me diste el divorcio porque no querías tener hijos, preferiste dejarme que formar una familia conmigo luego de diez años de matrimonio. Ahora te enteras de que no puedo tener hijos y pretendes volver con la tranquilidad de no tener que preocuparte por eso.

—Paula...

—No, Ethan. —Se me acerca y levanto la mano.

—Podemos buscar alternativas. Adoptar, si quieres...

—No. Te fuiste.

—Y no sabes cuánto lo siento, muñeca.

Me abraza y me besa tomándome desprevenida haciendo temblar mis piernas con gran fuerza. Sujeta mi cabello con fuerza y yo hago lo mismo perdiéndome a mí misma en sus suaves labios. Sabe cuánto lo amé, pero sé que ya se acabó y si cedo a él en este momento, me tendrá de vuelta.

Ya no soy una adolescente que se deja llevar, yo soy la dueña de mi vida ahora y estoy con quien yo quiera. Está loco si cree que me podrá manipular con sexo como antes, cuando era simplemente una niña deslumbrada ante un hombre imponente que me trataba como a una joya de infinito valor.

Suelto mis manos y dejo de seguirle el juego. Me mira con dolor al ver mi fría mirada y suspira escondiendo su rostro en mi cuello. Trago con fuerza reprimiendo el dolor en mi pecho.

—Vete —susurro, tratando de controlar mi voz y se separa de mi cuello, algo sorprendido.

—Paula. No somos unos adolescentes, somos mayores y créeme que te amo.

—Nunca has sido un mentiroso, Ethan, y yo ya no soy tu complaciente esposa. Por favor, vete.

—Está bien. —Besa mi frente por largos segundos y acaricia mis mejillas—. De verdad te amo. Ahora sé que cometí un grave error al divorciarme de ti. Debí cumplir tu sueño.

—Y entonces tú serías infeliz. Tampoco te quería amarrar a una vida que no querías.

—¿Qué nos detiene ahora?

—Que ya no te amo.

No puedo evitar nuevas lágrimas al decir esas palabras, pero es cierto.

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