3.

La mujer de sus sueños estaba delante de él, lo malo es que ella siempre lo había estado y se había cansado de esperar a que se diera cuenta. La tomó por el rostro y se acercó para besarla; la sirena recibió el beso, pero ya no era el momento, los labios que tanto había anhelado tenían un sabor ácido, se movían desagradablemente sobre los de ella generándole asco y mientras él cerraba los ojos y llenaba su pecho de emoción este era atravesado por la daga de la sirena, sin remordimiento, sin piedad.

El príncipe abrió sus ojos con sorpresa y se separó de ella dejándole un sabor a metal en la boca, producto de su propia sangre, sin poder entender lo que ocurría vio la daga clavada en su pecho y se recostó con cuidado antes de que la sirena la sacara y la volviera a encajar una y otra vez hasta que el hombre dejó de respirar. 

Abrió su pecho y metió su mano para obtener lo que tanto buscaba, lo que desde un principio buscó y no obtuvo por las buenas ahora lo estaba arrancando de raíz y su motivación no era poder renegociar su contrato, no, no importaba si al llegar con la hechicera esta la mataba, lo que importaba es que pasara lo que pasara, el motivo de su infortunio había sufrido antes de que ella terminara de perecer. 

La venganza era dulce y era una lección que la sirena estaba aprendiendo y deleitando en ese momento hasta que sintió una mirada a sus espaldas. Cuando se volteó hacia la puerta de la habitación notó que era de la esposa, con el rostro pálido y la mandíbula desencajada, no creía lo que veía, la sirena se plantó frente a ella, la vio de arriba abajo con desprecio y pasó por su lado satisfecha, con una sonrisa cargada de orgullo sabiendo el dolor que había provocado, sintiendo el cálido corazón del príncipe en su mano, brincó al mar donde el tiburón…

—¡Oye! Así no va la historia.

—¿Perdón?

—Así no va la historia, mi mamá me la ha contado muchas veces y no es así.

—A ver niño estúpido. ¿Quién va a saber más? ¿Tú? pequeño mocoso nacido ayer o yo marinero de hace siglos?

—No pareces tener siglos.

—¿Sabes qué? A la m****a, vete con tu madre y deja de joderme.

Ψ

Al contrario de lo que todos piensan, la bruja del mar no era exclusivamente mala, simplemente había tenido una vida muy larga donde se había desilusionado más veces de las que le gustaría. Hay veces que el corazón se cansa de tanta estupidez y termina pudriéndose o convirtiéndose en piedra, es como una forma de autopreservación, de evitar atraer gente estúpida que siga jodiéndote la vida. En el caso de la hechicera su más grande error fue dejar que su corazón tomara las peores elecciones por ella, era joven, tonta y aun no estaba consciente de la maldad que puede haber en otras personas o criaturas.

Hace mucho tiempo ella era la hechicera del palacio, se encargaba de asesorar al rey, era amada por su gran corazón, por su serenidad y su paciencia. Inspiraba bondad y ayudaba a cualquiera que decidía pedirle un favor, no tenía inconveniente en dar felicidad a los ciudadanos del mar, ayudarlos a cumplir con sus motivaciones y volver su existencia más placentera y claro, su magia era enteramente dedicada a los asuntos reales, a complacer al rey y a la reina, darles todo aquello que ellos buscaran y mientras lo hizo su estancia en el palacio estuvo llena de lujos y comodidades, los reyes hacían hasta lo imposible porque ella estuviera bien, que tuviera todo aquello que la hiciera sentirse más contenta y por ende más dadivosa hacia ellos.

Su vida hubiera transcurrido sin complicaciones si no fuera por el heredero al trono, un tritón con rostro de ángel, joven, impertinente y conocedor de su belleza y lo que provocaba en las féminas que lo llegaban a conocer. Sus cabellos rubios como oro y sus ojos turquesa atrapaban a cualquier mujer que se topara con ellos, incluida a la hechicera, pero sabiendo que era imposible aspirar a volverse la pareja del tritón que ascendería en cuestión de tiempo al trono de su padre, prefería voltear hacia otro lado, intentar mantenerse alejada de los caprichos de muchacho y hasta de su mirada.

Manteniéndose al margen no evitó escuchar el rumor de que el joven príncipe estaba metiéndose en problemas, su actitud misteriosa y las ausencias durante reuniones importantes empezaron a causar revuelo en el palacio. El rey sumamente molesto buscó la ayuda de la hechicera del mar, quería saber qué era lo que distraía a su hijo y le pidió que lo vigilara. 

No era una petición a la que simplemente pudiera negarse, era su obligación y más siendo una orden directa del rey, así que su largo sufrimiento empezó; se convertía en todo tipo de criatura para poder seguir de cerca al príncipe sin ser notada. 

No pensaba acercarse a él como si se tratara de una amiga, buscando ser su cómplice de confianza, eso solo sería peligroso para ella y su corazón, así que quería mantener su distancia de él, por su propia salud mental. 

Aunque sus disfraces eran buenos y jamás se creyó descubierta por el príncipe, llegaba un momento en que el hábil tritón desaparecía de su vista, no entendía en qué fallaba, tal vez ya lo sabía, tal vez ya la había descubierto, pero solo eran suposiciones, no había otra prueba que apoyara su teoría hasta que un día, como un mal augurio mientras vagaba por su pequeño «taller de magia» en el castillo, revisando sus libros e ingredientes, se percató de la presencia del príncipe.

Él se mantenía en el marco de la puerta, con los brazos cruzados y sus ojos clavados en ella con una intensidad tan grande que su corazón se detuvo, su alma se congeló y su lengua se atrofió. Simplemente no podía emitir ni una sola palabra, como si su cerebro y su boca se hubieran desconectado.

—Hechicera. —El príncipe entró tranquilamente y empezó a nadar alrededor del lugar viendo todo, analizando cada botella con líquidos raros, fluorescentes y viscosos ante la mirada de sorpresa de la cecaelia que temblaba hasta la punta de cada tentáculo.

—Joven príncipe. —Por fin un par de palabras y una reverencia en símbolo de respeto para no quedar como una retrasada ante él—. Dígame… ¿En qué puedo servirle? —En cuanto formuló la pregunta, el príncipe depositó toda su atención en ella poniéndola nerviosa. Su sonrisa arrogante era un mal presagio.

—Necesito tu ayuda… pero no deben enterarse mis padres, ¿lo entiendes? —Con un movimiento grácil de su aleta recortó la distancia entre él y la hechicera, posó sus manos en los hombros de ella diezmando su fuerza de voluntad.

—¿Qué es lo que necesita? Le recuerdo que mis servicios están a voluntad de mi señor, nuestro rey.

—Lo sé… Es… Algo sencillo, ¿sabes? Solo un pequeño favor que solo tú puedes hacer. —Los ojos del príncipe se volvieron tiernos y cargados de emoción, su petición hizo que la hechicera se sintiera privilegiada al ser ella la única que tal vez podría ayudarlo y con ello ganarse su benevolencia y su atención—. Quiero caminar en tierra firme, quiero que me vuelvas humano.

La petición aterró a la hechicera, eso no era un pequeño favor, eso era un muy gran favor; de inmediato se alejó de él sin poder ocultar su horror, el simple hecho de haber escuchado esa petición le hacía creer que de no decírsela al rey estaría cometiendo alguna clase de acto de traición. Tenía ganas de salir de ahí cuanto antes y decirlo todo implorando el perdón por escuchar tan horrible petición, como si con eso fuera suficiente para volverse cómplice.

—No… jamás… eso… ¡nunca! Salga de mi taller, no hay nada aquí para usted, joven príncipe. —La hechicera, nadando alrededor buscando huir de esos aterradores pensamientos, le daba tiempo al joven de que saliera y dejara todo en el olvido.

—Hechicera… espera… por favor, escúchame. —El príncipe suplicaba, pero la hechicera tenía la cabeza revuelta, simplemente no había nada que la hiciera prestarle atención, excepto que la sujetara de nuevo frente a él, a escasos centímetros, los necesarios para de nuevo capturarla con su belleza—. Solo quiero conocer allá arriba, eso es todo, un par de días poder… ver cómo es, que hay allá arriba y regresaría, creo que eso me haría mejor rey si es que alguna vez lo tengo que ser, ¿no crees?

—Claro… dile a tu padre que te dé el permiso y yo con gusto te doy un par de piernas. —La hechicera se aferró a sus ideales lo mejor que pudo, sabía de su compromiso hacia el rey y no pensaba actuar de esa manera, por encima de las órdenes reales.

—Él no lo entendería, pensé que tú sí. —Acariciando el rostro lentamente de la hechicera, el príncipe se dio cuenta de algo muy importante, la mujer no era ajena a sus encantos, lo cual se volvió algo beneficioso—. ¿Crees que no te he visto, hechicera? Sé que, dentro de ese caparazón abnegado y aferrado a seguir las reglas, hay un alma salvaje que quiere descubrir aventuras nuevas. —Se acercaba peligrosamente, cada vez sus labios estaban más cerca de los de ella, tentándola, sabiendo perfectamente que no necesitaba de mucho esfuerzo para revolverle la cabeza, solo faltaba un beso.

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