2.

El tiempo pasó y la sirena en vez de lograr enamorar al príncipe solo lo aburría. Al principio era gracioso ver a una mujer sin pasado, sin voz y que no entendía nada, no sabía comer con cubiertos, no sabía vestirse, no sabía ni caminar. Se convirtió en la mascota de la realeza, cuidada por unos, siendo la burla de otros, pero manteniéndose siempre fiel y devota a su príncipe que no era capaz de verla de la forma que ella esperaba.

El tiempo pasó y el príncipe terminó dejando atrás su sueño de encontrar a la sirena y se casó con otra mujer y no, no era la bruja. La bruja, aunque era vieja, aún conservaba su belleza y juventud, era parte de su naturaleza, pero aun así nunca estuvo en sus planes entrometerse en el camino de la sirena, ya suficiente había hecho. 

Ella no solo era poderosa, había vivido por años en el castillo donde estaba al resto de la nobleza, había sido escogida como la hechicera del rey por sus poderes que rebasaban al de cualquier otro en el reino y era sabia, era una gran consejera para el tritón, pero su sabiduría iba muy de la mano con sus intereses y su astucia o por lo menos eso era lo que se decía en el reino, lo cual la llevó a ser desterrada, exiliada, pero ningún castigo le quitó su sabiduría, al contrario, cada tropiezo se volvió una lección y la guardó muy profundamente en su mente y en su corazón. 

En este caso ella bien sabía que era cuestión de tiempo para que la sirena fallara, eso pasa cuando dejas de ser quién eres por conseguir el amor de un hombre, pierdes al hombre y te pierdes a ti misma.

El día de la boda, aunque la sirena estaba invitada a presenciar el final de su vida, decidió no acudir, dejó que el barco nupcial se fuera con el hombre que amaba mientras el sol se escondía hundiéndose en el mar. Sabía que ya no tenía otra oportunidad, que el amor se había ido de sus manos y no solo eso, su familia, sus amigos, su vida debajo del agua se habían ido junto con él; ahora las piernas que al principio se le habían hecho hermosas aunque dolorosas eran una carga en su corazón que pronto se disiparía al morir, dejaría su dolor atrás y sin pensarlo ni un segundo se aventó al mar, esperando que su cuerpo se disolviera al igual que su dolor y sus problemas, pero por el contrario, el destino le dio una segunda oportunidad.

—Pobre niña… Tan tonta para confiar en los humanos, destructores de ecosistemas y de especies. —La voz de la hechicera rompió el silencio. 

Era una cecaelia, una criatura que de la cintura para arriba era una mujer, con piel sutilmente azulada, ojos grises y cabellos plateados, demasiado hermosa, pero no lo suficiente para ignorar lo que había de su cintura para abajo: ocho tentáculos fuertes y largos, muy largos, a veces si no prestabas atención parecía que se disolvían en el agua, formando parte del mar como si ella solo fuera una extensión de él y esa característica se volvía cada vez más notoria conforme descendías más hacia las profundidades, sus extremidades eran de un color azul más fuerte que el de su piel, se tornaban negras hacia las puntas y se movían de forma desagradable alrededor de ella, sujetando a la sirena ahora humana ante sus ojos con tristeza, conteniendo con ellos su vida, evitando que se diluyera en el agua y desapareciera. 

—¿Aprendiste tu lección, «sirenita»? ¿Entendiste? —añadió con curiosidad. 

La sirena solo bajaba la mirada con tristeza, esperando que la hechicera simplemente dejara que todo continuara y poder morir lo más pronto posible. 

—Pequeña… Ya nada te espera allá abajo, nadie podrá venir a salvarte, ni siquiera tu padre, él murió hace mucho, de tristeza.

La noticia hizo despertar de nuevo el interés de la sirena, era como si la hechicera no pensara que la tristeza que ya cargaba en su corazón fuera suficiente y deseara agregar un poco más de dolor, si iba a dejar ese mundo, que lo dejara sumida en la miseria total.

—Murió de dolor al saber de su pequeña e indefensa niña perdida. Te buscó en cada océano, te buscó en cada recoveco, incluso fue a mí, pidió mi ayuda, pero… mi lealtad estaba hacia ti y hacia nuestro trato, trato qué tú quisiste, tú aceptaste y firmaste. ¿Recuerdas? ¡Vamos! ¡No me veas así! Todo esto es tu culpa. 

La sirena solo cerraba los ojos y quería cerrar sus oídos, dejar de escuchar a la bruja, lo cual no parecería tan difícil debajo del agua, lo que no muchos saben es que a veces debajo del agua se escucha mil veces mejor, como si esta fuera capaz de transmitir el sonido a forma que no solo lo percibes en tus oídos sino también puedes sentir cada palabra chocando con tu piel, así que la hechicera prosiguió sin darle cuartel. 

—Tú padre se deterioró y ya sabes… Los enemigos que nunca faltan terminaron con el decrépito rey. Fue tan triste… incluso para mí. Siendo la hechicera rechazada y desterrada por él. —La hechicera se acercó un poco más a la sirena para poder ver sus hermosos ojos turquesa—. Todo por culpa de ese humano, por ese capricho tuyo y ahora… él está feliz allá arriba, celebrando sus nupcias con la humana que él creyó correcta. Lo dejaste todo y así te paga. ¿Crees que es justo? ¿Crees que está bien que tú estés aquí acabando con tu vida mientras él está allá feliz de iniciar la suya con esa mujer? ¿En verdad se lo merece?

El odio y el rencor empezó a corromper el corazón de la sirena dándose cuenta de que era mejor sentir coraje y enojo a tristeza y autocompasión. El cambio de actitud lo notó la hechicera viendo que el sentimiento se apoderaba de los ojos de la pequeña. Saco el caracol donde aprisionaba la voz de la sirena y lo rompió frente a ella, ofreciéndole su voz de regreso, queriendo escuchar de su propia boca su sentir.

—Te doy la opción de cobrar venganza. Dame su alma en vez de la tuya, entrégamelo a él. 

La sonrisa malévola de la hechicera no causó miedo en ella, al contrario, por un momento empezó a considerar que sería un trato muy justo. La hechicera sacó una pequeña daga, vieja y oxidada, un recuerdo de algún barco hundido y se la entregó a la sirena. 

—¿Qué dices cariño? 

Sin dudarlo la sirena tomó la daga mientras que detrás de la hechicera aparecía un enorme tiburón blanco, nadando tranquilamente con esos ojos negros y vacíos, sin alma, su carne llena de lesiones, cicatrices ya curadas de enfrentamientos pasados. 

—Él te llevará al barco, entra ahí y arráncale el corazón a ese despreciable príncipe, con el me entregarás su alma y renegociaremos tu contrato. Tal vez aún puedas salvar algo.

—Así lo haré. —La voz anestesiada de la sirena salió de nuevo de su garganta, pero esta vez no sonaba dulce ni melódica, estaba cargada de dolor, de arrepentimiento, pero sobre todo de venganza.

La sirena con temor de recibir una mordida de la bestia gris que nadaba a su alrededor se acercó lentamente y lo tomó por la aleta dorsal, el animal de inmediato la llevó hacia la superficie y sin salir más que la aleta de la que iba sujeta, la sirena y la bestia emprendieron el viaje. 

El tiburón nadó con velocidad, tanta que la sirena tenía que aferrarse con fuerza. Llegando al borde del barco se sujetó del ancla que lo mantenía estático y subió lentamente por ella, sosteniendo el cuchillo en su boca mientras con sus manos se esforzaba por trepar. Solo un par de marineros borrachos intentando hacer su labor como vigías permanecían en la cubierta, nada que no pudiera sortear. 

Con paso firme y apretando en una mano la daga, llegó hasta la recamara nupcial donde el príncipe dormía plácidamente, revuelto en las sábanas, solo, aparentemente su esposa había salido después de consumar un momento de pasión, el inicio de su luna de miel y era el momento perfecto para cumplir su cometido. Se acercó lentamente y se sentó a su lado en la cama, lo vio por un momento como aquella vez en la playa, vulnerable y encantador, acarició su rostro con tristeza, pero no por él sino por ella, por todo lo que había perdido para estar a su lado. De pronto los ojos del príncipe se abrieron de sorpresa y al verla intentó incorporarse.

—¿Qué haces aquí? Creí que te habías quedado en el castillo, estás empapada —le dijo a la sirena confiando en que no era de peligro, solo es la muda loca del castillo que un día se encontró en la playa vagando.

—Perdí todo por ti… Lo dejé todo… Que grave error confiar en un humano.

El príncipe al escuchar por fin la voz de ella recordó los cantos que escuchó en la playa aquella vez. Era ella, ella era la mujer que lo había cuidado y estuvo todo ese tiempo a su lado, la tuvo frente a él y nunca se dio cuenta.

—¡Hablas! ¡Estás hablando! ¡Eres tú… Esa mujer! —Por fin los ojos del príncipe la veían con ese sentimiento que ella siempre buscó cultivar en él. Estaba fascinado y sonreía de oreja a oreja.

Capítulos gratis disponibles en la App >

Capítulos relacionados

Último capítulo