Capítulo 4 Salvada po el

Me dio la sensación de que él podría ser parte de la tripulación del Gruñido de dragón.

_ ¡Sé que pertenece a un tal Fernando campeste Droberts Y qué Esteban Ferreira, el propietario del The Ferreira, ha estado tratando de contactar con él!  Sí, Esteban Ferreira es un impresentable, asumo que este Fernando Campestre Droberts también lo será.

_ ¡Supongo que eso tiene bastante sentido! _ admitió él.

¡_ Eso también lo creo!

_ ¡Incluso le ha mandado un par de gemelos de oro y diamantes! ¡El los rechazo, y este se enfadó, fui la que soporto todo la consecuencias!

_ ¡Eso sí que es de mal gusto! ¿Quién necesita joyas teniendo Esto?

¡_ Eso, solo lo dice, que gano en el casino esta noche, no todo pueden decir eso!

Me mostró los gemelos que llevaba y, de inmediato, supe que eran baratijas. Mi familia era una experta en joyas.  Hay cosas que se aprenden desde niña.

Claro que, en aquella ocasión, no hacía falta ser un experto. Varía con mirar las perlas que se despellejaban impúdicamente.

_¡Bueno, será mejor que agarre su dinero! Le dije yo. Estaba Claro que aquel hombre no era precisamente rico y, probablemente, aquellas ganancias respetaba una fortuna para él.

_ Y si me ayudas? _ sugirió él.

_¡Prefería no tocar su dinero!

_ ¡De acuerdo, de acuerdo! ¡Ya he entendido que no es una ladrona! ¿Así que, por favor, podrías ayudarme?

¡_ Está bien!

Me agaché y recogí algunos billetes. Por lo menos tenía decencia, y por lo rato que hablamos no me parece un mal tipo. 

_ ¡¿Y dígame, qué le ha ocurrido exactamente? _ me preguntó!

 Hay no, como le cuento, que fui contratada, para ser camarera y resulta que el tipo de camarera que querían en yate, era de las otras chicas. Y no del servicio que me habían dicho que brindaría. Me lo tomaría muy mal, y el se macharía, tal vez pensara que soy una puta. Y ando vendiendo mi cuerpo. 

_ ¡Puedo resumir lo diciendo que estoy huyendo de Esteban y sus amigos, quiénes insistían en que fuera""una chica agradable"" el vestido que llevo puesto es de él!

_ ¡Pues sin duda debe quedarle mejor a usted!

_ ¡Muy gracioso! ¡Tuve que saltar por la borda del Barranco, para poder escapar y nadar hasta aquí y ahora no sé dónde ir! ¡Necesito un cónsul, pero Mónaco es tan pequeño que, probablemente, no haya ninguno!

_ ¡Hay un vicecónsul! ¿Si quiere puedo acompañarla a verlo?

Casi me desmayo de alivio a oírlo.

¿_ De verdad harías eso por mí? Gracias, muchas gracias. ¿Podríamos ir ahora?

_ ¡De acuerdo déjame que..!

¡_ Es ella!

La desagradable voz salió de la oscuridad, y pronto pude ver que se trataba de Esteban.

_ ¡Arréstenla! _ añadió.

Iba acompañado de dos guardaespaldas, grandes y fuertes, que se dirigieron rápidamente hacia mí.

_ ¡Un momento!, _ dijo el hombre del casino en tono rotundo, tan feroz que detuvo a los dos policías. Pasaba unos segundos, Esteban reaccionó.  

_ ¡Esa mujer es una ladrona!-   dijo _ me ha robado dinero antes de escapar del barco.  ¡Miren, lo tiene en la mano! Exijo Que la arresten. Los hombres violentos y fuerte volvieron a aproximarse a mí, pero el hombre del casino se interpuso en su camino.

 Solo Entonces me di cuenta realmente de lo grande que era. Habría podido con los dos.

_ ¡El dinero es mío _ dijo él _! Esta dama me estaba ayudando a recogerlo.  ¡Y cómo pueden ver, no hemos terminado! 

¡_ Está mintiendo! ¡El dinero es mío! ¡Es una ladrona! Insistió Esteban.

_ ¡Supongo que usted es Esteban Ferreira! _ dijo mi protector.

El desaprensivo de Esteban Lo miró con aire de sospecha.

¿_ Cómo sabe usted quién soy?

_ ¡Lo reconozco por la descripción!

Esteban se incomodó.Hay no, más bronca, de toda las palabras esa fue la única que pudo elegir.

_ ¿Qué has estado contando de mí? _ me preguntó. Y como yo fui la víctima, no oculte nada y le dije sus verdades.

_¡Qué es usted un cerdo que trataba de obligarme a que me acostara con sus colegas! _ dije yo sin pudicia. ¡Por eso tuve que saltar del barco!

¡_ Con mi dinero!

_¡No vuelva a decir eso! _ le advierto el hombre.

¿_ Quien se ha creído que es para amenazarme así?

Con toda la calma del mundo, mi acompañante respondió:

_ ¡Soy Fernando Campeste Drobesrt!

La expresión del rostro de Esteban fue digna de ver.  Se puso verde. Aquel era el hombre al que había tratado de impresionar, y acababa de tener el encuentro más patético de su vida. 

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