Las Voces

Me subí al auto del abuelo sin decir nada, abrochándome el cinturón de seguridad solo para no hacerlo enfadar más de lo que ya estaba, sabía que llegando a casa me reñiría como lo hacía siempre que me metía en problemas.

Él se hacía cargo de mí desde que mamá murió, todavía me costaba olvidar que ella había tratado de matarme, bueno. Ella no haría eso (ninguna madre haría eso ¿o sí?), según mi abuelo, ella estaba poseída por un demonio, él le disparó en la pierna al tratar de salvarme y la llevó a un convento donde un cura la exorcizó. No quedó del todo bien. Murió a las dos semanas mientras yo apenas salía del hospital al p***r cinco días en la UCI, realmente no pienso que haya tenido una infancia difícil, simplemente hay hechos que no se dan por olvidado. Que tu madre intentara matarte mientras estaba siendo poseída por un demonio, que no haya soportado ser exorcizada y que haya quedado con delirios y que gritara en las noches no era el recuerdo que querías tener de una madre.

No tenía otro familiar más que el abuelo, que a sus ochenta y siete años, trataba siempre de ser el padre que no pude conocer, él estuvo presente en todos los eventos que el colegio organizaba, él era mi tutor, el que se hacía cargo de mí durante casi diez años y era divertido cuando no se enojaba, y no era mi intención hacerlo enfadar. Y la tía Margo, que estaba en Irlanda con su esposo Irlandés y su familia Irlandesa, y el tío Tom, que también estaba lejos, y dije que no tenía más familia que el abuelo porque ellos, la tía Margo y el tío Tom; estaban enojados con el abuelo y con mi madre desde antes de que yo naciera, así que no tengo porque darles explicaciones a ustedes.

Uuff, bueno. Supongo que esta no era la manera de haber presentado mi historia, estaba enojada y mucho.

—Ellos empezaron —comencé a decir para excusarme, odio el silencio y él lo sabía—, abue. Yo no quería…, pero, no sabes la rabia que me da que se burlen de mí por no tener padres.

Él no respondía y seguía manejando, sin despegar sus ojos verdes detrás de esos anteojos redondos del camino.

—Abue…

—Me tienes a mí, hija. ¿Eso no es lo suficiente para callar a esos gilipollas? —Preguntó con una voz cansina, me sentí culpable inmediatamente.

—Lo es, pero es que son unos…— agg, seguía con las ganas de golpear a ese chico.

— ¿Gilipollas?

—Sí, unos gilipollas que se…

Se rio, y yo lo hice. Por alguna razón él no estaba tan enfadado como se ponía siempre que me metía en serios problemas, la semana pasaba le había sacado un diente a Connor y el mes pasado le dejé un ojo morado a Shanon y creo que si agregamos esos nombres a mi larga lista de problemas, iban siendo siete este año. Solo este año. Y todavía estábamos abril y lo malo de abril es que ya había terminado las vacaciones. Bueno, unos meses más y me libraría de ellos.

—Abuelo, lo siento. No quise golpearlo, solo que cada vez que dicen algo siento que algo bulle dentro de mí y exploto.

— ¿Explotas?

—Sí, ya sabes, explotar, bum —gesticulé con las manos—. Odio la escuela, siempre hay alguien que se burla de mí. Tú sabes, yo no soy como las demás chicas, piensan que tengo un problema psico-neurológico porque cada vez que alguien me toca por detrás reacciono de esa forma, histérica.

Reaccionaba de una forma que nadie quisiera ver, a decir verdad, a veces gritaba y recordaba como mamá me había perseguido por toda la casa con el único objetivo de matarme. Y que alguien me sorprendiera por la espalda era algo que no lograba superar, no era una cinta negra pero sí golpeaba, y fuerte. Pero eso no era lo que había sucedido exactamente.

—Lo sé. Ya vamos cambiándote de escuela dos veces este año. Trata de no golpear a tus compañeros.

—No puedo prometer nada.

—Aah. Estás castigada —informó negando con la cabeza, hice un mohín en respuesta, ya no hablé más porque no quería decir nada, suspiré y miré hacia el camino.

En el estado de Virginia, se encuentra el pequeño condado de Loundoun, y también el pueblo de Leesburg, población 28, 311 habitantes. Era una localidad grande pero no tanto como lo es Richmond y se puede respirar un aire mejor que todo lo contaminado de las grandes ciudades. Nuestra casa se encontraba por Old Waterford Road; hasta el rincón y había paz, lo que más me gustaba. No tenía quejas, estaba bien viviendo ahí, con el abuelo. En vacaciones solíamos salir de viaje, Elisa Walker y Johnny Reynolds, los dos solos contra el mundo.

Amaba esa frase.

Amaba al abuelo como a nadie más en este mundo cruel, él había sido padre-abuelo cuando mamá aún vivía y luego pasó de ser madre-padre-y-abuelo cuando ya no me quedaba nadie más que él. La pregunta es ¿Quién no amaría a su abuelo cuando éste había dado todo su tiempo por ti?

La calle se hallaba desierta, Marina Osborn aún no había vuelto de Richmond, así que no había nadie a quien saludar en el vecindario que constaba de solo tres casas; Hannibal Pemberton estaba de excusión en las montañas con sus siete hijos, y Cameron Lowell estaba quizá aun durmiendo, era el más joven de nuestro pequeño vecindario, se había mudado a Leesburg hacía ocho años atrás; cuando yo tenía diez años. Solía pasarse horas platicando con mi abuelo sobre la guerra de Vietnam en la que él estuvo. Cameron era un hippie, con sus hierbas y canciones de amor y paz, con su comida vegetariana y sus tés de tila para calmarme los nervios cuando le decía que algo extraño me había pasado, y podría decirse que Cameron era uno de mis mejores amigos y hasta mi loquero personal si era posible.

Nuestra casa se encontraba un poco retirado del pueblo, al linde de un bosque, mi abuelo decía que era una granja anteriormente, era grande y espaciosa, mi padre la había comprado y remodelado y dejándola bellísima. El techado era de un color verde, la pintura blanca casi parecía desgastada, pero el abuelo y yo la habíamos pintado hacía seis meses atrás. El dinero que dejó papá para mí y mi hermano alcanzaba para pagarme la universidad, y como Mitch murió a los trece años, el dinero sobró y como mamá murió también, prácticamente teníamos una buena vida con el abuelo; no nos hacía falta nada. Él, con la pensión que recibía por ser un Comandante jubilado, le alcanzaba para pagar las consultas al médico.

Yo, con mi vida mediocre de estudiante, no alcanzaba a gastar mucho por mi escasa vida social y falta de vanidad.

Me bajé de la Lincoln Continental Mark que en 1960 hubiera sido la envidia de todos los hombres, ahora era un simple auto clásico que hacía mucho ruido y se tamborileaba mientras iba por las calles, un coche fúnebre le podrían llamar. Pero para el abuelo y para mí, era nuestro transporte y nuestra vieja compañera de viaje, Sonia.

— ¡Hey! —Gritó una voz en algún lado.

La voz de mi loquero personal, nos volteamos para verlo salir de la barda que había a unos metros de nuestra casa, su cabello castaño estaba hecha un desastre, su camiseta blanca le quedaba holgada; tenía manchas de tierra y sus brazos y parte de su cuerpo estaba llena de tatuajes con algunas palabras en latín o algo por el estilo, y esta vez andaba descalzo, su jogger gris estaba más sucia que su camiseta y su barba, seguía igual.

—Hola, Cam —saludé.

— ¿Qué ondas, Lisa? —Él le gustaba llamarme Lisa, mi abuelo seguía diciéndome como mis padres me habían puesto, Eli—. Abuelo Johnny —saludó al abuelo.

—Buen día, Cameron —replicó él en un tono seco.

—Por la voz del abuelo puedo deducir que te has metido en problemas —observó él cuando el abuelo se dirigía hacia el porche, no solía ser así con él.

—Lo de siempre —respondió el abuelo mientras abría la puerta.

Y yo respondí con un mohín y un suspiro sin ver los ojos de Cameron que había puesto las manos en la cadera como una madre pidiendo una explicación.

— ¿Y a dónde fuiste que estas hecho todo un vagabundo? —Decidí cambiar de tema gesticulando hacia su ropa sucia.

— ¿Recuerdas la casa abandonada de los Woods? —Repentinamente había olvidado el tema y eso era bueno.

—Sí.

—Quise ir a ver qué tan abandonado estaba. —Y aquí estaba de nuevo, a él le gustaba saber sobre el mundo del más allá, asuntos de fantasmas y misterios sin resolver, cosas que a mí me daban escalofríos.

— ¿Y?

—Está muy abandonado, y ¿Qué crees que encontré? —Se mostraba emocionado.

— ¿Qué? —Así que decidí emocionarme con él.

—Nada.

Rodé los ojos en respuesta, siempre haciéndome emocionar por algo que él comenzaba y terminaba con una hiriente decepción y antes de que dijera algo, Shukaku salió a saludarme; era un gato blanco, enorme y peludo. Lo odiaba cuando no entendía que no quería abrazos por lo enfadada que me encontraba, pero era uno de los gatos más amorosos con los que me había topado jamás. Llegó para acariciarme la pierna y ronronear, como lo odiaba cuando hacía eso.

—Uy, mi peludo Shukaku. —Lo levanté del suelo, como pesaba este enorme felino, ya necesitaba ponerse a dieta y yo comer más.

— ¿Te quedas a comer? —Le pregunté a Cameron.

— ¿Habrá más de esas pizzas vegetarianas? —Replicó frotando la palma de sus manos. Mala idea, yo odiaba las pizzas vegetarianas, incluso lo soportaba solo por él y su corazón de ballena gorda.

—Creo que yo y las pizzas vegetarianas no podremos ser amigas.

—Traté de llevarte por el buen camino —dijo Cam con un suspiro acariciando a Shukaku. —. Pero, hoy no, esta tarde llega un amigo que estuvo viajando por Latinoamérica y ya sabes, me trae, cosas.

—Uh, sí. Ya me imagino. Entonces ve a darte una ducha para que, recibas a ese amigo, que te trae, cosas.

—Sí, y Lisa. Trata de no meterte en problemas, lo digo en serio. Por el abuelo, se ve cansado y no ayuda en nada que el director mande a llamarlo por algo que “no cometiste”.

—Lo sé. Y fueron ellos. En serio.

Él solo me levantó los dedos índice y medio y me guiñó un ojo.

—Me saludas a tu amigo hippie —repuse resignada.

Éste sonrió nuevamente y se fue hacia su casa que estaba a unos cien metros de la nuestra, era una de esas casas urbanas de una planta; con arbustos bien cuidados, un jardín y hasta una hortaliza que él mismo cuidaba con mucho amor, la sala estaba atestada de antigüedades y uno que otro cacharro y el garaje, donde estaba su Volkswagen la había convertido en un bazar en que muy pocas personas llegaban a ver qué encontraban de bueno para hacer un trueque.

Antes de entrar a la casa, algo me llamó la atención, a mi izquierda había un abedul joven y encima de ella, había un cuervo que, me ¿observaba? Arrugué las cejas, sí, estaba volviéndome loca nuevamente, «tranquila, es solo imaginación tuya» me calmé y decidí entrar antes de que comenzara a hablar con ese cuervo.

Y que si mal no recuerdo, llevaba observándome desde hacía varios días… no, eso no podía ser, las aves carroñeras no observaban a nadie, a menos que se los quisiera comer.

Entré a la casa y solté a Shu para que se fuera a ese cojín suyo, el abuelo estaba sentado en ese viejo sofá, realmente se veía muy, pero muy viejo y cansado cuando cerraba sus ojos y se mecía de esa manera. Y me costaba tener que creer que, en muy poco, en cualquier momento me iba a dejar sola. Su primer infarto había sido dos años y cuatro meses atrás, me asustó tanto que no pude dejarlo ni un solo minuto por dos semanas completas, él se hartó de mí. Por supuesto. Odiaba depender de alguien.

—Abue... ¿Quieres que prepare la comida ya?

—Ah. Sí. Gracias, Eli.

Su voz cansada hizo que me sintiera peor de lo que creí. Me incliné hacía él y lo miré por un lapso de tiempo en el que lo vi tan agotado. Tan vulnerable. Tan viejo. Tan cansado de dar la cara por mí.

Se me estrujó el corazón.

—No te preocupes —dijo abriendo los ojos—. Solo es la fatiga.

—Perdón —Y me puse a llorar en su regazo—. No pensé… es que soy tan… impulsiva…no quise cansarte… perdón.

—Mi niña —me acarició el cabello y me calmó como siempre lo hacía—, si no fueras tan impulsiva no serías mi nieta, anda. Límpiate esas lágrimas, sí, así. Siempre lucha por lo que te parezca correcto, pero piensa y analiza antes de actuar.

—Lo sé —sorbí moco por la nariz y enjuagué mis lágrimas con la manga de mi suéter—, no creas que no tengo tus consejos en mi cabeza, lo tengo aquí, solo que cuando me pongo furiosa me pongo como un…

—Toro y explotas —completó por mí.

—Sí. Exacto.

Él rio sonoramente mientras masajeaba mi hombro.

—En esta vida, querida Eli. Habrá personas que te juzgarán por lo que hagas o por lo que no hagas; estamos tan acostumbrados a juzgar todo y a no ver las realidades. Y cuando uno se da cuenta, vemos la vida de otra manera, eso, se llama aprender de la vida.

—Lo sé, pero... ¿Por qué tienen que ser tan críticos?

—Los seres humanos se han puesto a la tarea de ver y juzgar los problemas de otros y no los propios. Ellos no han vivido lo que tú, mi niña. Ahora ve, parece que me van a sonar las tripas dentro de diez minutos.

Le sonreí y me levanté del suelo, él sabía las palabras correctas para calmarme.

Preparé la comida, no era gran cosa, pero el abuelo adoraba mis albóndigas. “te quedó deliciosa la salsa” me dijo cuando terminamos y comenzaba a lavar los platos. Él solía sentarse frente al televisor después de comer y ver lo que transmitiera, los viernes solíamos ver un reallity show de las modelos del año. Y cuando terminé me senté a un lado, tenía que hacer los deberes de la escuela, pero como todavía no sabía qué trabajos nos habían dejado, así que decidí esperar a que Nery llamara.

— ¿Qué sucedió realmente hoy? —Me preguntó el abuelo sin dejar de ver a Randy Orton recibir unos cuantos golpes por parte de Seamus.

Recordé:

Había despertado como todas las mañanas, acostada. Es como despierta todo el mundo, pero lo que me había despertado había sido el repiqueteo en la ventana de mi habitación, corrí la cortina y no había nada, salvo un pájaro volando en el nublado cielo. Preparé el desayuno. Me bañé y me arreglé para ir a la escuela; lo que en realidad “arreglar” significaba para mí era ponerme un poco de crema para evitar que el sol me quemase, un poquito de delineador y rímel. Me despedí del abuelo quien aún no salía de cama y salí de casa sintiendo que alguien o algo me espiaba, aunque eso realmente no podía ser cierto.

Esperé el autobús escolar en la parada del bus que pasaba antes de las siete, pero algo había perturbado mi mañana, oía… voces. Voces aquí y allá, como si todas las personas hablaran consigo mismas, los chicos que esperaban el bus junto a mí también hablaban, pero con la boca cerrada. Realmente me sentí enferma por lo que oía, cuando llegó el bus me subí lo más rápido que pude y pronto me comenzó a dar un fuerte dolor de cabeza, no soportaba tener que oír a todos los que iban en el autobús; era como si te susurraran miles de palabras de una sola vez. Me puse los auriculares, pero ni Danny Worsnop logró que dejara de oír lo que todos decían; y cuando llegamos al colegio casi salí disparada del vehículo. No obstante, las mismas voces me siguieron, el colegio no era el lugar adecuado para resguardarme de esos horribles y atormentados pensamientos.

En la primera clase estaba perdiendo el control y el hilo de la situación, terminando con una nota en la mano de la profesora por falta de atención a su clase de geometría en ir con la psicóloga escolar. Traté de calmarme y despejar mi mente, pero cuanto más despejada mi mente estaba, más voces oía y podía distinguir de quienes eran. Cerré los ojos con tanta fuerza como si hacer eso me hiciera desaparecer; tenía que encontrar a Nery, pero la muy sínica no aparecía cuando más la necesitaba, y lo único que logré fue que alguien me empujara y casi cayera de espaldas.

—Oye, no estorbes. —Ashton, era el peor tipo con el que te podías topar y lo que oí no fue nada agradable.

—Perdón. —Mascullé de mala gana.

Nada. “si no fuera porque eres una esquiz… te hubiera cogi… desde el primer año…”

—¡¿Qué dijiste?!

—Nada —respondió él viéndome con mirada lasciva, riéndose con sus amigos—. Deberías dejar de actuar como una loca.

—Yo no estoy loca. Oí lo que dijiste, imbécil —estaba totalmente segura de lo que había oído, pero nadie me lo podía desmentir.

—Tu madre murió de demencia, no me sorprende que tú estés volviéndote loca y oigas palabras donde no las hay. —Se acercó a mí y yo le encaré, obviamente estaba pensando eso.

“Realmente te ves… con ese cuerpo… aunque me hagas esta escena… te haría el gran favor al quitarte tu vir…”

Y lo golpeé, muy, pero muy fuerte que me dolió la mano, haciéndolo caer mientras se cubría y yo me ponía encima para seguir golpeándolo y descargar todo lo que sentía. Luego las voces invadieron mi cabeza y me dejé caer de lado cubriéndome los oídos, todos comenzaron a decir que estaba comportándome como una esquizofrénica y que quizá la falta de figuras paternas hacía que me empeorara cada día; pero yo podía oír lo que decían y no me gustaba, me sentí completamente cansada, con esto sumó dos notas para acudir a la psicóloga. Pero antes de desmayarme por las horrendas voces en mi cabeza, vi algo detrás de alguien, algo oscuro que ocupaba gran parte del techado, tenía tentáculos y muchos ojos verdosos y enormes dientes.

Le dije al abuelo lo que sucedió, la verdad es que él era todo para mí, desde mi adolescente amigo hasta el abuelo cariñoso y un psiquiatra.

Era todo y él sabía que esto me pasaba desde que mamá intentó matarme, creía que era un problema, hasta entonces.

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