VII. ÁNGEL Y MARÍA

Después de que mi madre, la amante de Señor, muriera, éste debió hacerse cargo de mí. Me trasladé a su casa cuando yo tenía seis años de edad, ahí fue donde conocí a Ángel, el hijo legítimo de mi padre; él tenía nueve años.

Viviendo juntos, todo el mundo pudo darse cuenta que Ángel y yo compartíamos muchas cosas: además del mismo padre, la madre de ninguno vivía, amábamos el aire libre, correr, el mousse de chocolate, odiábamos las fresas, adorábamos leer y, sobre todo, disfrutábamos de hacer todo eso juntos.

Todos decían que junto a mí había llegado la alegría a la casa, Ángel no era más el niño solitario y apático que todos conocían, la casa no era más silenciosa e incluso el Señor había llegado a sonreír. Pero yo no cr

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