III. UNA VIDA

Seguía sumergida en mis pensamientos cuando escuché una risita, la causante era la cabecita que se asomaba por el arco de la puerta. La miré, dije hola, dijo hola y volvió a reír.

Una pequeña niña entró a la habitación lentamente, revisándome de arriba abajo. Lo que habría dado entonces por poder responder a su carita sonriente con una sonrisa, pero no pude hacerlo, solo la miré sonreír sintiendo envidia de la buena.

Ella me miraba con unos ojos que irradiaban emoción y curiosidad, que escudriñaban cada parte de mí y que, de haber sido posible, estoy segura desearían ver más allá de lo que alcanzaba su vista. Pero, por fortuna para ella, el ver al desnudo el alma de las otras personas no es posible, y de la mía no le habría gustado lo que tendría que ver.

—Me llamo Loli —dijo—, ¿tú cómo te llamas? 

"¿Cómo te llamas?" otra vez. No podía decirle que no sabía cómo me llamaba, así que yo también hice una pregunta.

—¿Cómo crees que me llamo? —cuestioné y ella se quedó pensativa, mirándome fijamente y entonces contestó.

—Te llamas Meredit —dijo con una sonrisa más grande aún.

Y algo, que bien pudo haber sido una risa, fue seguido por mi respuesta afirmativa a su inocente sugerencia.

No sé cuánto tiempo estuvimos juntas, no sé si fue poco o mucho, pero fue lo mejor. Hacía rato que solo cosas buenas sucedían y algo me decía que podía esperar unas cuantas cosas agradables más.

Miré a la ventana y extrañé la claridad que me había despertado, la noche había llegado demasiado pronto, o al menos fue como lo sentí. Nina estaba en la puerta y nos pidió que fuéramos a cenar. Loli me tomó de la mano, sentí mi corazón detenerse y una nueva sensación se apoderó de mí, algo que jamás antes sentí y que me gustaba.

Loli me jaló al comedor en donde estaban dos hombres y, aunque no estaba riendo, logré darme cuenta que uno de ellos era el joven con quien jugaba Loli en la mañana; el otro hombre era de mayor edad, inspiraba confianza, aunque una parte de mí, mi recelo a mis persecutores supongo yo, me sugirió quedarme alejada.

—Ella es Meredit —dijo Loli. 

Nina me miró un poco contrariada, pero la pobre expresión que pude regalarle le hizo darse cuenta de que no era lo que en un principio pensó, yo aún no sabía nada de nada.

Los hombres de la casa eran el señor Mateo y el joven hijo con quien compartía nombre, me saludaron con una linda expresión. Debía aprender pronto a sonreír hermosamente, de otro modo no encajaría en esa alegre familia que me había acogido en mi desdicha.

Durante y después de la cena vi bailotear ante mí un vaivén de cosas completamente nuevas y de las que me gustaría, de ser posible algún día, ser participe.

Fue una noche excelsa en la que me hubiera gustado permanecer el resto de mi vida, una noche tan maravillosa que no me habría importado morir en ese instante, después del mejor día de mi vida, después de conocer gente buena, después de haber estado viva al fin. Pero, por fortuna para mí, la muerte no era algo de lo que debiera preocuparme, al menos no esa noche, ni muchas otras que le siguieron a esa.

* *

Tres hermosos meses habían pasado desde que llegué a casa de la señora Nina; en estos meses muchas cosas habían pasado, cosas irreemplazables, cosas que atesoraría en mi memoria y corazón por siempre. 

Fueron tantas cosas buenas que, por un segundo, me olvidé de las penurias y malos ratos de los que hui.

Pensé que el infierno había quedado tan atrás, que no podría alcanzarme ya, pero, como si lo hubiera invocado, el diablo se apareció ante mí.

Después de un par de días extrañamente silenciosos, poniendo de relieve que una casa en el campo siempre está rodeada de animales y bichos corriendo entre la hierba entonando su repertorio de sonidos día y noche, pude sentir la tensión del silencio ponerme los pelos de punta.

Se acercaba la media noche cuando unos pasos alertaron a los señores de la casa. Mis nervios estuvieron a punto de colapsar cuando la puerta de la habitación en que me encontraba se abrió lentamente.

—Meredit, ¿duermes, Meredit? —preguntó la señora Nina. 

Gracias a Dios que era ella, mi peor temor se esfumó, al menos por un segundo.

—No —dije—. No he logrado quedarme dormida, me siento un poco tensa.

Debido a la oscuridad no logré ver su rostro, pero pude imaginar la expresión que me regalaba cada que hablaba conmigo.

—Ven conmigo —pidió.

«¿Ir con ella?, ¿acaso estaba sucediendo algo?» 

Quise saber y pregunté por lo que sucedía. Su rostro estaba tan cerca de mí entonces que logré ver su expresión, para nada parecida a la que estaba esperando, voy a decir, se veía preocupada y creo que temerosa.

» Nada terrible, espero. ¡Camina! —exigió tomándome de la mano y jalándome por los pasillos de la casa.

Ni siquiera me dio tiempo a tomar un suéter para cubrirme la espalda, caminábamos tan aprisa que en un par de ocasiones tropecé con mis propios pies. No entendía la situación pero, como si fuera el frío apoderándose de mi cuerpo, el temor comenzó a llenarme de los recuerdos de aquella noche en que fui perseguida.

Comencé a temblar, mis nervios me traicionaron y mi cuerpo se rindió al pánico que no dejaba, segundo a segundo, de apoderarse de mí. Estoy segura que de haber podido habría gritado, pero no solo mis piernas vacilaban, mi voz también. 

Hasta esa noche no había sabido lo tenebrosa que podría ser una casa en una noche sin luna, tanta oscuridad no presagiaba nada bueno.

—Debimos hacer esto antes —refunfuñó la mujer—, lo sabía, maldición.

La voz de la señora Nina, que tantas veces me había llenado de paz, ahora no hacía más que contribuir a mi alarmado estado.

Llegamos a la habitación donde almacenaban los alimentos, la despensa. Era un cuarto pequeño con una sola manera de entrar y salir de ella, la puerta; no tenía una sola ventana, ni tampoco alguna persiana que dejara entrar luz. Pero, aunque la hubiera tenido, de nada habría servido en esta noche negra. 

Estaban allí el resto de la familia y, mirando la cara impasible de todos, quise preguntar qué pasaba, pero el nudo de mi garganta no le dio paso a las palabras atoradas en mi atormentada cabeza.

Imagino el terror que debió ver en mi cara Mateo para apretar mi mano con fuerza y adivinar mis pensamientos tremendistas. 

—Todo estará bien —dijo—, tú tranquila, confía en mí.

¿Yo tranquila?, ¿confiar en él? ¿Cómo podía hacer eso?

Si

el simple hecho de que dijera que todo estaría bien me daba la certeza de que justo en ese momento todo estaba mal.

Vi al señor Mateo abrazar con fuerza a Loli, besar la frente de Nina y asentir la cabeza al mirar a Mateo, entonces Mateo asintió también, soltó mi mano y ambos se dirigieron a la puerta. Quise atraparlo de nuevo, sentí que un pedazo de mi alma se iba con él y temí por su vida, pero no lo alcancé.

Dos pasos adelante, una mano tendida y un grito ahogado en mi corazón fue lo que, al cerrar la puerta, Nina dejó encerrado en esa despensa, eso y tres mujeres, aunque parecían más bien una mujer y dos niñas que no dejaban de sollozar.

Cada segundo que transcurría apuñalaba mi paciencia crispándome los nervios. Era tal la presión que parecía que el aire dejaba de jugar a nuestro favor. 

Nina tomó mi mano y me pidió que me tranquilizara, pero su rostro me empujaba a una desesperación total.

De pronto un estruendo se escuchó, un disparo fue lo que escuchamos. Mi cuerpo tembló con tal fuerza que me dolió el alma. Nina y yo nos miramos aterradas, no era seguro que nuestros hombres estuvieran heridos, pero tampoco era seguro que estuvieran a salvo.

No sabría decir en qué momento se escaparon las lágrimas, pero el dolor de cabeza me aseguraba que no era lo único que saldría. Apreté los dientes e hice un intento vano de respirar profundo; apreté las piernas contra el pecho y me mordí los labios, hice de todo por serenarme, pero nada me devolvía la paz, fue como si junto a Mateo se hubiera ido mi seguridad y esperanza.

Estuve a punto de salir corriendo, más que hacerme sentir protegida, ese espacio, me hacía sentir prisionera, y estar encerrada no era algo que yo disfrutara. 

Supongo que Nina comprendió mis sentimientos, probablemente porque podía sentirse igual que yo, de la misma manera que pude darme cuenta del sobre esfuerzo realizado para sonreírme de esa manera, pero en esa noche fue la primera vez que creí que todo estaría bien.

Unos pasos acercándose alteraron los latidos del corazón que tanto trabajo me había costado apaciguar. Una de dos, o nos habían encontrado los intrusos; o Mateo y su padre habían vuelto. Recé porque fuera la segunda opción, y parece que lo hice bien, pues ambos aparecieron frente a nosotras.

—Parece que no te da gusto verme —dijo Mateo acercándose a la derrumbada Meredit que no dejaba de llorar. 

Me aferré a su torso tan fuerte como pude y desahogué todo lo que hasta ese momento me había tragado.

—¿Sabes quiénes eran? ¿Qué querían? —preguntó la señora Nina.

—No lo sé —respondió el señor Mateo—, pero podemos averiguarlo.

—¿Cómo lo averiguaremos?

—la interrogante que salió de la boca de Nina, pero que cohabitaba en nuestras almas.

—Uno de ellos está herido y está en la entrada. Hay que curarle y llevarle a la comisaria, después de preguntar, claro está.

Abrazada a Mateo suspiré pensando que uno no ayuda al enemigo, a menos claro que seas de la familia con la que había convivido los últimos tres meses de mi vida.

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