Capítulo uno

MI ESTÚPIDO HERMANASTRO.

CAPÍTULO 1

ACTUALMENTE...

Les contaré un poco de mí. Mi nombre es Paola Román Montalvo, hija única de padres divorciados, mi padre Aníbal Román, mi madre Estefanía Montalvo. Tengo 23 años. Soy de ojos grandes verde azul, papá decía que mis ojos eran únicos en el mundo, un día azul profundo, otros días verde como las esmeraldas, que me cambiaban como a los gatos. Es lo que más me gusta, mis ojos. Mi madre los tenía verdes y mi padre los tenía azules, tal vez por eso la mezcla. Soy alta, tengo el cabello negro, unos labios carnosos, piel blanca, diría que un buen cuerpo. Actualmente estoy en la universidad estudiando gastronomía. Pero empecemos desde el principio para que puedan entender. Volvamos unos años atrás, para ser exactos hasta mis 16.

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Mi vida amorosa fue un caos total, crecí llena de odios y miedos. Mi mayor defecto siempre fue el orgullo, era demasiado orgullosa, siempre fui muy rebelde e inmanejable. Mi madre lloraba día y noche, no se imaginan como me arrepentí de eso, pues yo siempre la culpé a ella. Le decía que por estar siempre discutiendo con papá, él se fue y nos dejó. En mis recuerdos siempre era ella la que le discutía a papá, pero en ese entonces yo no sabía el porqué, por eso crecí con un profundo rencor y culpándola a ella del divorcio.

Si cuando somos niños pudiéramos entender lo duro que es ser adulto, los problemas que rodean un matrimonio o cualquier relación, los sacrificios de nuestros padres, todo lo que ocultan, callan y aguantan por nosotros, entenderíamos muchas cosas. Mi mayor miedo siempre fue a la oscuridad, en una noche de tormenta, le tenía pánico.

Tal vez ese miedo se despertó en mí porque en una noche de tormenta escuché como mamá discutía con mi papá, ese día se fue de casa y nos dejó, nunca más volvió. Por eso crecí con ese miedo tan grande, tal vez lo asemejo con el abandono.

Los mejores recuerdos de mi vida sin duda fueron los de mi niñez, hasta cierto punto. No saben lo duro que es para un niño superar el divorcio de sus padres, más cuando creía que tenía una familia perfecta. Mi niñez fue muy linda, me daban todo lo que yo quería. Mi papá me consentía siempre, hasta que llegaron a un punto en el cual entre mi papá y mamá todo eran peleas. Yo tenía 7 años y recuerdo que por todo discutían. Ya no salíamos como antes, cada quien salía por su lado.

Ellos trataban de no discutir delante de mí, pero a pesar de ser una niña me daba cuenta de las cosas. Mamá no dejaba que papá durmiera en la misma recamara, ahí supe que las cosas no estaban bien entre ellos. Recuerdo esa noche como si hubiese sido ayer, caía una tormenta con truenos y rayos impresionantes, todo el cielo se iluminaba y caía tanta agua que parecía que el cielo estaba roto.

Me salí de mi cama porque tenía miedo, bajé a la cocina y mamá estaba furiosa tirándole cosas a papá, le gritaba cosas que yo no entendía. Corrí a los brazos de mi papá llorando, pero mamá me alejó de su lado, él solo tomó una maleta y se fue. Por eso siempre la culpé a ella por el divorcio, nunca me dijeron las verdaderas razones, según ellos porque no entendería. Solo sabía que papá se fue por culpa de ella, al menos en ese momento eso creía yo.

Mi madre nunca quiso dañar la imagen de mi papá ante mis ojos, por eso siempre guardó silencio, prefirió aguantar mis groserías. Desde ese día culpé a mi madre por alejarme de mi papá, desde ese día las visitas de mi papá eran muy pocas y siempre que se veían cuando mi papá me recogía los escuchaba discutir. Un día simplemente no volvió más, de eso también culpé a mi madre.

Mi mamá me llevó a terapia, pero eso no me sirvió de nada, luego no quise volver. En la escuela todos se burlaban de mí, por ser hija de una madre separada, ya conocen cómo es la estúpida sociedad. Mi felicidad desapareció, era una niña retraída, mamá tuvo que empezar a trabajar porque mi padre no respondía por mí. Ella era contadora, trabajaba durísimo para darme todo lo que yo le pidiera, pues cada que podía le sacaba en cara que por ella mi papá se había ido.

Luego llegó el divorcio, yo quería irme con mi papá, pero mi custodia se la dieron a mi madre, nunca supe por qué. Al pasar del tiempo le aparecieron admiradores, pues mi madre aparte de ser una profesional era una mujer muy guapa. Ella se quedó sola por algún tiempo, lo hacía por mí. Después empezó a salir tratando de rehacer su vida, pero yo me encargaba de hacerles la vida imposible y todos salían corriendo. Me comportaba grosera y les hacía bromas, mamá sacrificaba sus relaciones solo para que yo me sintiera bien.

Sabía como manipular las cosas a mi favor, siempre me salía con la mía hasta que todo cambió. Nadie quería estar con una madre soltera, con una hija tan grosera y malcriada. Pero todo cambió un día cuando a mamá la despidieron de su empleo, buscó un nuevo trabajo en una constructora, le dieron el empleo, ella sería la encargada de llevar la contabilidad. Ahí ella conoció al dizque amor de su vida. Él era el dueño de la constructora y tenía una historia muy similar a la de mi madre. Estaba divorciado y tenía un hijo que al parecer la mamá también se había marchado.

Empezaron a hablar de sus penas, al parecer tenían muchas cosas en común, empezaron a conocerse y nació el amor entre ellos, decidieron darse una oportunidad. Estuvieron saliendo unos meses, al parecer las cosas les funcionaron bien, decidieron dar un segundo paso, uno más importante, cada uno conocer el hijo del otro.

Mamá ya me había comentado que salía con alguien, pero pensé que sería una relación fallida, una más a la lista, pero al parecer las cosas estaban muy bien. Me dijo que haría un almuerzo para que conociera a su novio y a su hijo, yo tenía diez años. Por lo que me contó el mocoso ese tenía once, obviamente no me agradaba la idea, pero sabía que tarde o temprano yo dañaría esa relación, eso pensé yo.

Llegaron el señor Rodrigo Fernández y su hijo Alejandro, pero todos le decían Álex. Era un niño horrible con cara de amargado, cabello negro unas pecas en su cara y piel blanca. Desde que lo vi, me cayó mal, el odio fue mutuo, no quise saludar al señor ese. El mocoso no quiso saludar a mi madre, al parecer ese mocoso tenía las mismas ideas que yo, de no permitir un intruso en su casa. El almuerzo no salió tan bien como lo planearon, porque ese estúpido y yo, no simpatizamos.

Las salidas de los cuatro aumentaron, ellos querían que nos lleváramos bien, porque planeaban mudarse juntos, pero cada salida se arruinaba. Cuando no era ese mocoso haciéndome maldades, era yo a él. Cumplí once y Álex doce. Había pasado un año cuando decidieron irse a vivir juntos, según ellos luego nos acostumbraríamos pues al fin seríamos una familia. Ahora tenía un padrastro y un estúpido hermanastro. Luego de que nos lleváramos bien, ellos se casarían. Yo odiaba a ese señor y a su hijo, ese mocoso odiaba a mi madre y a mí.

Esa vez no me sirvieron de nada los chantajes con mi madre porque en todo ese tiempo no logré que dejara a ese señor, ese tipo quería ocupar el lugar de mi padre. Nos mudamos a una nueva casa, era enorme de dos pisos, con un gran jardín y cada uno tenía su propia habitación. Las peleas entre Álex y yo eran continuas, los dos teníamos un mismo objetivo, separar a nuestros padres y no descansaríamos hasta lograrlo.

Nuestros padres sólo anhelaban que al pasar los días naciera un cariño de hermanos, fue todo lo contrario, nos obligaron a convivir y crecimos odiándonos. Con el tiempo el resentimiento crecía más y más, nuestras vidas se convirtieron en un infierno, en una m*****a pesadilla.

No se imaginan todo lo que ese estúpido me hizo, pero yo no me quedaba atrás. Él me hacía una broma y yo se la devolvía, nos declaramos la guerra, una guerra a muerte donde solo uno saldría un ganador. Él era grosero con mi madre, su papá quería que ella fuese una mamá para él, pero Álex no la quería. Igual mi madre con ese señor, quería que yo lo viera como a un padre. Yo solo le hacía la vida miserable, pero ambos se propusieron no dejarse vencer por unos malcriados. Ellos decían que su amor era fuerte y podía con todo.

Recuerdo cuando cumplí mis doce años, estaba en mi habitación y él estúpido entró sin que yo me diera cuenta porque aún dormía. Me llenó el cabello de pegamento, eso fue demasiado traumático para mí. Tenía mi cabello negro hermoso y largo, por su culpa me lo tuvieron que cortar, parecía un niño. Arruinó mi fiesta, todo el mundo se burló de mí, lloré demasiado, estaba furiosa y él estúpido ese solo disfrutaba.

Lo maldecía a él y a su padre, obvio a mi madre por meterlos en mi vida. A veces les provocaba renunciar y dejar de luchar, pero su amor parecía real. Obvio Álex recibió un buen castigo, y yo me vengaría de él. No iba a dejar las cosas así.

A los días después de tanto insistirle a su papá decidió ir a acampar tres días con él, ya que al parecer a Álex le hacía mucho tenía esa ilusión. Era la oportunidad perfecta para mi plan. La empleada preparaba la comida que llevarían, todo estaba empacado, tomé un poco de zumo de piña y lo revolví con su jugo. Mi estúpido hermanastro era alérgico a la piña.

Salieron para su dichoso paseo, él llevaba una gran sonrisa al igual que yo esperando el momento en que todo se arruinara. Justo a la hora mi padrastro le marcó a mi madre desde la clínica, al parecer se me había ido un poco la mano. El tonto se brotó todo el cuerpo y se le inflamó el rostro, parecía un monstruo. Obvio se le dañó su dichoso paseo, llegaron en la noche con él, yo solo me burlaba porque se veía horrible. Sonreí y él gritaba furioso «fuiste tú verdad te odio» Como siempre terminé castigada.

Y así era siempre, parecíamos como en un campo de batalla, discutiendo por todo y por nada. Incluso estudiábamos en el mismo colegio según nuestros padres para que nos lleváramos mejor, pero nada, todo era peor.

Mi cuarto estaba al lado del suyo, en noches de tormenta se la pasaba atormentándome, yo siempre dormía con una pequeña luz. Él arruinaba todo, pero yo no me dejaba. Nuestros padres a pesar de que se amaban no podían ser felices por nuestro comportamiento. No se imaginan lo que hizo en mi fiesta de quince años, de solo recordarlo me daba escalofríos, de verdad que lo odiaba.

Estaba sentada en mi silla abriendo los regalos, tenía una caja grande y hermosa. Desaté el moño y levanté la tapa, literalmente saltó sobre mi cara un horrible sapo, esto pasó delante de todos, yo solo gritaba y lloraba como una loca. El maldito me decía «besa tu sapo para que se convierta en príncipe», fue espantoso. Todo mi maquillaje se arruinó, me lancé sobre él como una fiera y lo halé del cabello con todas mis fuerzas. Nuestros padres corrieron a separarnos, pero en el forcejeo caímos sobre mi pastel de cumpleaños. Todo fue horrible, la peor vergüenza de mi vida, solo se cumplen 15 años una sola vez y él lo arruinó. Lo odiaba demasiado, cada día más.

Ese día discutí con mi madre, le dije cosas horribles, ella solo lloraba. No saben como me arrepiento ahora de eso, pero en ese tiempo yo no razonaba era una tonta. Ese día pensaron en acabar con su relación porque era demasiado para ellos. A Álex lo castigaron dos meses encerrado sin televisión, sólo de la casa al colegio y viceversa.

Mi padrastro le rogó a mi madre, le dijo que renunciar sería darnos gusto, que un día nosotros íbamos a crecer y nos iríamos dejándolos solos, que cada uno formaría una familia, entonces ellos quedarían viejos solos y en el olvido. Él pagaría por arruinar mi fiesta, yo no me iba a quedar con esa espina.

Cuando él cumplió 16 quería una fiesta con sus amigos. Mi mamá me envió a casa de mi mejor amiga Katia para que no pasara nada malo, querían tomar precauciones, pero fui más inteligente y me escapé. Regresé a la casa y entré sin que nadie se diera cuenta. Mi madre y su marido estaban en su habitación, él disfrutaba de su fiesta en el patio trasero con todos sus amigos. Tomé un baldé y lo llené de aceite negro, caminé por el medio de los invitados con una sonrisa malvada y cuando llegué a él le dije, “sorpresa” no le di tiempo de reaccionar, cuando menos pensó ya estaba totalmente embarrado. Ya imaginarán la expresión de su rostro mientras yo me burlaba de él. No saben como lo disfruté.

El castigo para mí llegó después. Así era nuestro vivir, no dejábamos de discutir o pelear, todos los días era lo mismo. Hasta que nuestros padres amenazaron con meterlo en una escuela militar y a mí en un colegio de monjas. Sino aprendíamos a comportarnos y llevar la fiesta en paz eso nos harían, al parecer lo decían muy en serio. No tuvimos más remedio que aplicarnos un poco, aunque igual seguíamos discutiendo casi por todo.

Así llevábamos cuatro años de infierno, él ahora tenía 17 y yo 16, vivíamos bajo el mismo techo y estudiabamos juntos, pero no nos soportabamos. Con los años el odio creció mucho más. Teníamos que vernos en el colegio, pero no cruzábamos palabras, en la casa evitábamos vernos, éramos como dos completos desconocidos. Mi vida era una pesadilla total, mi única amiga era Katia. Lo odiaba tanto, no lo soportaba y a Rodrigo tampoco, aunque tenía que reconocer que me había tratado como a una hija.

Continuará…

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