Capítulo 2.

Elizabeth.

Daniel tocaba embelesado el saxofón mientras las personas que pasaban alrededor se maravillaban ante todo su talento, incluso para mí era imposible no quedarme admirando su expresión, y la melodía proveniente del instrumento, Daniel era un dios del saxofón, su historia con el instrumento era casi divina, la manera en la que se acoplaban, en la que parecía que el saxofón disfrutaba del roce de los dedos y el oxígeno proveniente de los labios de Daniel.

Verlo tocar era arte, poesía, era una maravilla que yo esperaba que no se quedara encerrada en el sótano de nuestra casa.

Mientras lo veía, ahí de pie en la acera, mientras la gente lo admiraba y depositaba alguno que otro billete de dólar en el estuche del saxofón, no pude evitar preguntarme como seria la vida si las cosas fueran… Diferentes.

Si Daniel nunca me hubiera conocido, si quizá él hubiera sido más arriesgado y hubiera invertido el dinero necesario para grabar un disco, mil y una posibilidades rondaban por mi cabeza, muchos escenarios en donde la culpa de que Daniel estuviera estancado en una escuela local era mía, si yo no estuviera, creo que él habría podido hacer más cosas con su vida.

Pero ya no podíamos cambiar el pasado, y lo cierto era que, desde que cada uno se cruzó en la vida del otro las cosas habían cambiado para siempre, Daniel había empezado a cuidar de mí, la hipoteca se había convertido más importante que en un toque clandestino, y la seguridad del dinero proveniente de su enseñanza, había sido un salvavidas que nos había provisto lo necesario.

Sin embargo, yo sabía que aquello no era suficiente, no lo era para una artista ambiciosa como yo que lo único que quería era tener un espacio en una de las galerías más prestigiosas de Nueva York, hacerme un nombre entre todos aquellos eruditos del arte que pintaban y plasmaban cosas tan intangibles como los sentimientos.

Y muy en el fondo sabía, que aquella vida sin gracia que estábamos viviendo, tampoco era suficiente para Daniel, lo sabía por la forma en la que se aferraba al saxofón, por el recurrente insomnio en las noches, por la manera de abrazarme de madrugada, como si de alguna forma estuviera tratando de convencerse de que yo era suficiente, cuando en realidad ambos sabíamos que no era así.

Nos habíamos estancado, nos habíamos convertido el uno en la cárcel del otro, y el problema era que nos amábamos tanto, que no éramos capaces de distinguir aquello.

Yo deje que él siguiera deleitando al público, y entonces me aleje de él, y de los sonidos musicales, mientras me embelesaba con algo ligeramente menos hermoso.

El Caesars palace era la representación de todo lo que cualquier persona querría ser, era popular, prestigioso, elegante, era exclusivo, pero más importante que todo eso, era imponente, la estructura se alzaba hacia el cielo, como si de algún modo tuviera una escalera hacia el mismo, los colores tenues y cálidos, los dorados, y el brillo de todo el resplandor era casi cegador, era sencillamente impresionante…

Yo simplemente me quedé de pie allí y entonces solté un suspiro, quería pintarlo, quería retratar en mi cuaderno aquella estructura tan magnifica, pero de alguna forma, resulto abrumador intentar minimizar a la gigante obra arquitectónica en mi simple cuadernillo de pintura, lo que me llevo a olvidarme de eso y caminar hacia dentro.

Las personas pasaban a mi lado hablando animadamente del casino, de aquellos que ganaban demasiado dinero en él, y de aquellos, un poco menos astutos, que lo perdían todo también en el.

Ellas iban ataviadas en vestidos de noche llenos de piedras preciosas, y ellos estaban lo suficientemente ocupados llamando la atención de cualquiera de esas mujeres, todo parecía parte de una obra teatral muy bien montada, una de la que, a mí en el fondo, me hubiera gustado hacer parte.

Una vez dentro del hotel no pude evitar entrar en aquella joyería presuntuosa que llamaba mi atención, todo era turquesa, plata y oro, las piezas en venta eran una de las formas más bonitas del arte, y entonces una cosa llevo a la otra, antes de que pudiera darme cuenta exactamente de lo que estaba haciendo, yo estaba dentro, pintando un precioso anillo de compromiso color plata que llevaba incrustaciones de diamante alrededor, no era tan extravagante como el resto, era más discreto, si es que pudiera llamársele de esa forma, pero era para mí, la joya más linda que había visto nunca, y yo necesitaba guardar la imagen de la pieza dentro de mi mente, y mi cuaderno.

-¡Señorita! - Una mujer, vestida completa e impecablemente de negro, se acercó hacia a mí de mala manera - ¿Hay algo en lo que pueda ayudarle? - Pregunto casi con desprecio.

Yo la reparé de arriba abajo, detalle en su peinado, en el colorete rojo estúpidamente perfecto, en los pendientes colgando de sus orejas, y de las pestañas levantadas, y me fijé en mi atuendo, en mis pantaloncillos de Levis favoritos, y en mi camisa blanca con los puños remangados, y a pesar de eso lo único que pude hacer fue sonreírle.

-No necesito ayuda, muchas gracias - Asegure.

-Entonces me veré en la penosa obligación de solicitarle que se retire de la tienda - Sostuvo con un gesto amargo.

-Yo creo que me quedare un poco más - La rete.

-¿Es usted una compradora? ¿Va a adquirir alguna de las piezas aquí exhibidas? Porque me temo que de no ser así, tendré que llamar a nuestro equipo de seguridad para que la acompañe afuera.

-¿Qué es lo que esta insinuando?

-No estoy insinuando nada, le estoy haciendo saber las reglas de nuestra tienda, que citan además que cualquier intención de plagio dentro de las mismas está prohibida.

-¡¿Plagio?! - Ella desvió los ojos hacia mi cuaderno, y yo no pude hacer más que burlarme.

-Usted y yo sabemos que no va a comparar ni una sola de las joyas de este lugar, así que porque no me ahorra el tener que llamar a seguridad, y de paso usted se ahorra la vergüenza de salir escoltada de aquí - Me susurro muy bajito.

-¡El hecho de no estar vistiendo como tú, no quiere decir que no puedo comprar este anillo si quisiera!...

-¿Y puede hacerlo? - Ella me detuvo.

Yo me quede mirándola fijamente, queriendo decir que si, sin embargo, un hombre apareció antes de que yo pudiera decir cualquier otra cosa.

-¿Hay algún problema? - Él iba vestido de traje color negro, llevaba el cabello peinado hacia atrás, tenía los ojos más interesantes que yo hubiera visto jamás, eran de un color casi ámbar, tenía pequeñas arrugas alrededor de ellos, su nariz estaba ligeramente torcida hacia la izquierda, y sus labios eran una línea fija de color carne.

-No, señor Fitz, la señorita ya se retiraba, ¿No es así? - La empleada alzo una ceja en mi dirección.

-¡Por supuesto que sí! - Solté como un bufido.

Yo pasé rápidamente entre las dos personas, y salí de aquella tienda, sin embargo el hombre no se quedó tras de mí, y en su defecto me siguió.

-¡Señorita! - Dijo en voz alta, pero yo fingí no oírlo, lo que menos quería era otra confrontación que no iba a poder ganar - ¡Señorita! - Siguió llamándome, y yo seguí caminando apresuradamente – Señorita - Dijo una última vez, entretanto me alcanzaba y me tomaba del brazo.

Yo me voltee enfadada y lo mire de mala gana.

-Quería saber si se encontraba bien - Soltó una sonrisa apenada, una sonrisa narcótica, llena de encanto, una que solo un hombre como él podría tener.

-Si, estoy bien - Solté con frustración.

-Disculpe que se lo diga, pero no se ve bien en lo absoluto, parece un poco exaltada.

-Creo que es mi actitud frente a alguien que me ha tratado de ladrona, por supuesto que estoy exaltada.

-Lamento lo que ha pasado allá dentro, lo que menos deseo es que alguien no se sienta a gusto en este sitio.

-¿Quién es usted? - Inquirí mientras lo observaba.

-William…Mi nombre es William Fitz.

-Bien Señor Fitz, me temo que usted no es el responsable de este inconveniente, así que puede dejar de disculparse para que yo pueda irme justo por donde he llegado.

-¿No piensa decirme su nombre? - Pregunto.

-¿Es acaso eso importante?

-Por supuesto que lo es - Sentencio frunciendo levemente el ceño, que delataba aún más las arrugas en su frente - Quisiera compensarle esto que ha sucedido, permítame hacer algo por usted - Insinuó.

-¿Algo como qué? - Cuestione bajito.

-Permítame comprarle el anillo que ha estado pintando con tanta pasión.

-¡¿Que?! - Yo me reí de él - ¿Por qué habría de hacer eso?

-Por resarcir el daño - Aseguró, el hombre se veía completamente serio, como si de verdad estuviera considerando la idea de comprarme un anillo de tal precio.

-Yo no necesito ese anillo que esta allá dentro, ya ha resarcido el daño pidiéndome disculpas, no es necesario que se esfuerce, y como le he dicho, debo irme de inmediato - Le dije recordando a Daniel.

-Entonces déjeme invitarle una copa.

-¿Ha visto ya como voy vestida?

-Yo puedo hacer que le permitan violar el código de etiqueta, todos en el bar están lo suficientemente ebrios como para fijarse en el atuendo de alguien más que de la mujer que tienen adelante, créame, su aspecto no es problema…No en lo absoluto - Dijo arrastrando aquellas últimas palabras mientras me miraba de manera descarada.

Durante unos escasos segundos, yo me permití detenerme un poco más de lo debido en sus ojos, y en el color de ellos, y entonces la imagen de Daniel se dibujó frente a mí, casi como acusándome por estar viendo de aquella forma a aquel misterioso y desconocido caballero.

-Debo volver con mi esposo - Sentencie, cosa que hizo que él trastabillara.

-¿Esposo? No veo ningún anillo en su dedo - Soltó, como si de alguna forma creyese que le estaba mintiendo.

-Daniel y yo no necesitamos un anillo que nos diga que nos pertenecemos, ambos sabemos que es así sin necesidad de nada material - Comente muy segura.

-¿Y dónde se encuentra su esposo?

-Está en la calle frente al hotel, tocando su saxofón.

-¡No tiene que mentir de manera tan descarada! No es necesario.

-No necesito que me crea - Asevere, y entonces comencé a caminar lejos de William, sin embargo y al igual que antes, él me siguió el paso.

-La acompañaré – Sentencio - No creo que sea conveniente que una dama como usted este sola a estas horas.

-No necesito a nadie que cuide de mí.

-¿Siempre tiene una respuesta a todo? - Dijo aparentemente irritado.

-Normalmente, sí.

El siguió caminando a mi lado en silencio, mientras yo sentía las miradas intrigadas de uno que otro transeúnte, nos miraban como si de repente yo llevara el pantalón roto, o como si William fuera desnudo por la calle, aunque por la apariencia de él, supongo que no hacía falta que se desnudara para ser admirado tanto por hombres como por mujeres, su estructura física era simplemente fascinante, y creo que no era la única que lo pensaba.

-Ahí esta Daniel - Señale.

Había personas a su alrededor, y William y yo nos sumamos al montoncito de gente que alababan a Daniel y a su interpretación, sin embargo, en cuanto él se percató de mi presencia, concluyo la melodía que estaba tocando.

-¿Dónde estabas? No te vi en un tiempo - Me pregunto, tras darme un casto beso en los labios.

-Estaba recorriendo el hotel - Me sonroje, al recordar la conversación entre el hombre que tenía al lado y yo.

-William Fitz - Él le extendió la mano a Daniel, y este ultimo la acepto con intriga.

-Daniel Baker - se presentó - Ustedes… ¿Venían juntos?

-Si, de hecho sí, pero es una larga historia - yo me lleve un mechón de cabello detrás de la oreja, y desvié la mirada de mi esposo.

-Yo no diría que es tan larga, solo, interesante - Dijo William a mi lado.

Un hombre, al que había visto entre el público de Daniel, se acercó a él a pedirle que interpretara una canción que amaba, así que Daniel volvió a dejarnos solos a William y a mí.

-Así que tu esposo es saxofonista - Soltó William una vez que estuvimos apartados de Daniel.

-Se lo dije antes.

Él se quedó meditando por algunos segundos, se acercó un poco más a mí, lo que hizo que Daniel nos mirara con curiosidad desde donde estaba, y entonces de repente, toda nuestra historia comenzó, el principio de algo que no sabíamos que iba a significar un final.

-¿Usted cree que a su esposo le importaría tocar en el restaurante de mi hotel mañana en la noche?

-¿Cuál es su hotel?

-Justo el que esta tras de usted - Soltó como si nada, sin embargo, yo fingí no impresionarme ante la sola idea de que el hombre que estaba a mi lado era nada más y nada menos que el dueño de uno de los hoteles más prestigiosos del país.

-Una vez más le pregunto, ¿Por qué habría de hacer eso?

-Una vez más le respondo - Dijo con voz firme - Porque quiero resarcir esta noche, y porque quiero volver a verla.

Yo lo mire fijamente, me concentre en su perfil, en sus facciones bien formadas, en su masculinidad, y en todo lo que evocaba su presencia.

-Si su esposo acepta, los esperare a ambos mañanas a las siete de la noche, en la recepción - Sentencio, y entonces comenzó a caminar en dirección al hotel, mientras yo simplemente lo veía alejarse. 

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