*CAPÍTULO 1*

Y así comienza la historia de mi vida. . . 

Mi nombre es Susana, desde que tengo uso de razón vivo en este maldito infierno llamado orfanato, según me ha dicho la directora fui encontrada en el altar de una iglesia. Mi madre, si así puede llamársele a una mujer capaz de abandonar a su criatura, me dejó allí cuando apenas tenía yo un mes de nacida. Según una nota que dejó conmigo, esa era la decisión más difícil que había tenido que tomar en su vida, pero era la única para salvarnos a ambas, y allí mi nombre; Susana, así dejó escrito que debían llamarme.

Desde que recuerdo he llevado una vida horrible, vivir en un orfanato no es nada fácil; siempre falta la comida, muchas veces debíamos irnos a dormir cuando apenas habíamos comido durante el día, no tenemos ayuda de ningún tipo. La directora es una mujer cruel y muy estricta. En este lugar hay niños y niñas de todos los tamaños, no sé porque nunca me adoptaron, el hecho es que no lo hicieron y crecí condenada a vivir en este frio y oscuro lugar donde la maldad es la única orden del día. Hay chicas que me golpean a diario, soy muy retraída y sensible, tiendo a llorar por todo, no se defenderme, así que cuando me golpean entre tres o cuatro chicas, aunque me defienda siempre termino muy mal. Lo peor de todo es que no puedes ser una delatora. Nunca, nunca debes decir quién te ha golpeado, sino te va mucho peor. He pensado tantas veces en escapar de este lugar, pero no tengo a dónde ir, es como si no perteneciera a ningún lugar en el mundo. Mis desdicha e s inmensa, siento que jamás podré encontrar la felicidad.

-¡Mira a quien tenemos aquí!- escucho esa odiosa y chillona voz y la reconozco de inmediato es Miriam, la chica que me golpea constantemente. Le tengo tanto miedo que generalmente siempre me paralizo al tenerla cerca. Levantó la vista y la veo allí, mirándome fijamente- ¿ qué haces en el suelo Susanita?

-Yo. . .yo. . .

-Tú. . . tú. . . ¿ eres tonta?- me toma del cabello y tira con fuerza de él, siento un terrible dolor que punza en mi cabeza, creo que me arrancará el cuero cabelludo, mi largo y oscuro cabello esta enredado entre sus manos.

-Suéltame, por favor- gimoteé temblando de miedo.

-Te soltaré cuando yo quiera- me respondió tirando de mi cabello hasta ponerme en pie, cuando lo hice, comenzaron los golpes.

Dos minutos más tardes sus amigas; leti y milly se unían a la golpiza que Miriam me daba, y allí estaba de nuevo, recibiendo otra vez  golpes. 

No podía más, no quería seguir viviendo así, prefería morir que tener que vivir un día más de aquella manera.

<<¡Tengo que escapar!>>

Pensé mientras lograba desconectar mi mente de mi cuerpo, dejaba al segundo recibiendo el maltrato y con la primera me dedicaba a buscar la solución. Ya lo había hecho otras veces. Así que entre golpes y bofetadas, tomé una determinación.

<<¡Esta noche me iré de este horrible lugar!>>

Afortunadamente diez minutos después comenzó a sonar la alarma que anunciaba la cena, lo que generó que la paliza cesará y las chicas corrieran hacia el comedor.

Escupí un poco de sangre, pero estaba agradecida porque aquello culminara. Me dirigí a la habitación de chicas, al mirarme al espejo dejé escapar fuertes sollozos, estaba tan golpeada que comenzaba a ponerse morado y la inflamación ya era evidente. 

Entre como pude al cuarto de baño y mientras los demás cenaban, yo me duché, me coloqué un suéter verde oscuro y unos pantalones jeans, me coloqué también mis gastados zapatos, tenían un pequeño agujero por donde asomaba la punta de mi dedo. Pero, ¿qué más podía hacer?, eran los únicos que tenía. Me encogí de hombros y me apresuré al jardín.

No sabía a donde iría, no tenía idea de qué debía hacer, ni de cómo lograría sobrevivir allá afuera, en ese mundo que no conocía, pero pensé que no podía ser tan diferente al mundo de las paredes del orfanato. Mi estómago rugía de hambre, pero me negué a ceder al impulso de ir al comedor, si quería escapar, éste era precisamente el momento indicado, ya que todos disfrutaban de la avena con muy poca leche que solía ser nuestra cena, cuando lográbamos cenar.

Me apresuré para llegar a la parte trasera del jardín e ignorando mi dolor poder escalar el alto muro, con ayuda del gran árbol que se encontraba junto a él. Es por eso que decidí huir sin nada más que lo que tenía puesto, llevar mi poca ropa no haría más que agregar peso a mi maltratado y debilitado cuerpo. Debía hacerlo sola. 

No fue fácil escalar el árbol y menos atreverme a saltar al otro lado, era tan alto que temía romperme un hueso, pero mi deseo de alcanzar la libertad era mayor, así que cerré los ojos y simplemente salté. Mi cuerpo aterrizó del otro lado, y pude sentir como mi hombro se llevaba un gran impacto. Me dolió muchísimo, pero me negué a detenerme por miedo a que notaran mi ausencia, me buscaran y pudieran encontrarme, si eso sucedía me enviarían al cuarto de castigo.

Deberían llamarlo el cuarto de tortura, esa una habitación totalmente minúscula, donde apenas si tenías espacio para sentarte, era totalmente oscuro, ningún tipo de luz se filtraba en ella, y si te atrapaban en una falta debías pasar muchos días allí. Todo dependería de qué tan mal te hubieses portado. 

Si golpeaba a alguien, que casi siempre lo descubrían por un soplón que terminaba pagando con una golpiza peor, eran dos días en aquel lugar.

Si respondías mal a algún cuidador, tres días de castigo.

Si te robabas la comida, te castigaban cuatro días.

Yo evito portarme mal, tengo miedo a aquel oscuro lugar, sufro por el encierro, si estoy en una habitación pequeña, me sofoco y me cuesta respirar, hasta me desmayo. 

Después de ponerme en pie, no sin un gran esfuerzo, corrí a lo largo del oscuro callejón, corrí y corrí hasta que sentí que mis pulmones se quemaban por la falta de aire. La calle no era un buen lugar para una chica que estaba por cumplir diecisiete años pero aquel maldito lugar tampoco lo era, al menos no para mí. Si me quedaba un día más terminaría suicidándome o esas chicas me terminarían matando con una golpiza. 

No supe cuánto tiempo corrí, ni cuanto caminé, pero llegue a una plaza, estaba muy mal alumbrada y por primera vez dese que salte el muro, tuve miedo. ¿Y si alguien me hacía daño?, yo no sabía defenderme. Las cuidadoras decían que habían muchas personas que nos harían daño si saliamos del orfanatorio. Busqué con la vista un lugar donde esconderme y vi que junto a un banco había un tupido arbusto que me ocultaría con facilidad. Corrí hasta el y me coloqué justo debajo, como predecí me tapaba bastante bien si recogía mis largas piernas, y así lo hice. Y allí sola, muerta de miedo y temblando de frío, le rogué a Dios que la noche pasará muy rápido y que me ayudará a buscar una nueva vida. 

Habían pasado tres días desde que escapé del orfanato, me di cuenta que la vida afuera también es muy dura. Mi estómago truena de hambre, he comido muy poco en días. Ayer por la tarde una niña estaba comiendo un sándwich, por lo apresurada que iba se le cayó al suelo, y sin prestarle atención arrojó la servilleta y siguió caminando, tenía tanta hambre que sin dudarlo me abalancé sobre ese pedazo de pan, cuando le di el primer mordisco, pude sentir como mi boca salivaba del buen sabor que tenía. 

Nunca, nunca en toda mi vida había comido algo tan delicioso. 

Anoche tuve que salir huyendo de la plaza, afortunadamente pude escapar, habían llegado tres chicos que estaban muy bebidos, parecían realmente ebrios. Y si no hubiese sido por eso, no habría logrado escapar, quién sabe qué me habrían hecho. 

Estoy tan sucia y despeinada, en mi cara aún hay rastros de los moretones que me dejaron las chicas del orfanato. Muero de hambre, pronto comenzará a anochecer.

La noche es a lo que más temo, estar rodeada de tanta oscuridad me confunde y me martiriza. Por las noches suelo llorar de hambre y de frío, quisiera poder tener al menos alimento, eso me ayudaría a soportar las malas noches. Era horrible sentir que te estabas muriendo de hambre y sentir los calambres que lanzaba tu estomago como recriminación al no tener que digerir, supongo que es verdad que cuando no consigue que comer, sencillamente se come a sí mismo.


El ardor me hace doblarme de dolor. Paso junto a un pequeño lugar en donde creo que dice "RENATO'S CAFÉ", aquel lugar huele tan bien. 

Hay una pequeña entrada donde está un hombre con cara muy seria, luego hay unas escaleras, muchas mesitas con cómodas sillas y luego una gran entrada con grandes vidrios en donde se leía el nombre del lugar.

Tengo tanta hambre que quiero llorar. 

Me acerco al joven de la puerta, quién me queda mirando como si estuviese viendo a un monstruo de tres cabezas.

-Señor. . . tengo mucha hambre- casi gimo mientras intento contener los sollozos- usted puede darme de comer.

-Lo lamento niña, pero no tenemos qué darte.

-Se lo pido por favor. Yo. . . yo puedo limpiar. . .

-Márchate, pequeña.

-Por favor. . . 

-He dicho que te vayas- me miró enfadado- traes tan mala pinta que alejaras a los clientes, seguro estarás pensando en robar, vamos, vamos márchate. Vienes toda sucia, no hueles nada bien. En este lugar no hay nada para ti.

-Pero. . . – mis ojos se han cristalizado por las lágrimas, me siento tan mal. Me siento como si fuese lo peor del mundo. Inmediatamente pienso que quizás debería morir, sería una buena solución para acabar con mis sufrimientos. 

Tengo hambre, no quiero dormir en la calle, no quiero más golpes, no quiero volver al orfanato. ¡No puedo volver al orfanato!. . . me encerrarían en el cuarto de castigo al menos un mes.

Sería tan fácil morir

-Nada de peros- me hizo un gesto con la mano para que me alejara- Si no tienes dinero, no puedes entrar. En la vida absolutamente nada es gratis. Vete, no puedo ayudarte pequeña muerta de hambre.

Así era exactamente como me sentía; tan diminuta, tan pequeña, tan desprotegida, con tanta hambre.

Me giré para marcharme, de nada valdría insistir, el dulce aroma que provenía del lugar me torturaba y hacia que mi estómago rugiera más enfadado, por no recibir absolutamente nada. Lágrimas de frustración corrieron por mis mejillas. 

-¡Hey jovencita!- una ronca y profunda voz me llamó, o al menos así quise creerlo. Quizás era alguien con un trozo de pan. Me giré con las lágrimas descendiendo por mis mejillas y pude ver a un hombre muy pulcro, elegantemente vestido, llevaba una hermosa corbata roja que resaltaba contra su camisa blanca y su traje negro.

-¿Yo?- pregunté incrédula de que aquel hermoso hombre se estuviese dirigiendo a mí.

-Tú- me dedicó una gran sonrisa, sus dientes eran hermosamente blancos. Él hombre de la puerta le miró confundido para luego mirarme ceñudo- ¡Claro que es contigo pequeña!- yo no podía creer aun que estuviese hablando conmigo.

-Di. . . dígame señor. . .

-Vuelve acá, hoy comerás conmigo. 

Sencillamente no podía creerlo. Debía ser una broma, ¿ por qué me invitaría un hombre tan guapo y elegante a cenar? Seguramente se estaba burlando de mí. 

-No tengo dinero señor.

-Eso no es problema, yo tengo suficiente para los dos- me dedicó nuevamente esa sonrisa que me hacía mirar sus hermosos dientes y desear que los míos fuesen iguales a los suyos. 

-Ella no puede entrar aquí señor. . . – intervino el hombre de la puerta.

-¿Quién lo dice?

-Eh. . . mire como está vestida, el dueño. . . 

-James, es amigo mío, no creo que me prohíba la entrada a su café- dijo mirando al hombre fijamente. 

-No. . . no es usted señor, pero ella. . . no puede entrar. . . ahuyentará a los clientes. . . 

-Eso no es problema- dijo y lo vi sacar y abrir su billetera, colocó muchos, muchos billetes en las manos del chico- desocupa el área de la izquierda, será mío y de la chica por unas horas. . . 

-Yo. . . .

-Vamos hombre, no tengo todo el día, y muero de hambre.

Dudé que pudiese estar muriendo de hambre, pero el hombre se alejó de la entrada para dirigirse a la elegante puerta de vidrio.

-Ven muchacha- me dijo extendiendo su mano- será lindo tener compañía- dudé de sus buenas intenciones, hasta el momento las personas no me habían mostrado muchas cosas buenas- no tengas miedo. Solo comeremos y conversaremos. Luego, si quieres puedes irte.

Estaba sentada frente a él, con miedo a comer, pero sintiéndome desesperada por llevar aquella rica comida a mi boca.

-Adelante, come o se enfriara.

-Yo. . . me da vergüenza. . . 

-Con la vergüenza no se come señorita, debes saberlo bien- lo miré fijamente. Comenzó a comer tranquilamente, y ya sin poder evitarlo, comencé a devorar todo lo que tenía frente a mí- ¿ y bien?, ¿ cuál es tu nombre jovencita?

-Susana,  señor.

-Hermoso nombre Susana, digno de ti. Debajo de toda esa mugre- dijo señalándome-  se esconde una jovencita muy hermosa- creo que me ruboricé, no supe que decirle- ¿ tienes apellido Susana?

-No señor- dije tragando el bocado que tenía en la boca.

-¿Y te gustaría tener uno?

-¿Para qué?

-Todos deben tenerlo. Generalmente son los padres que no lo dan.

-Yo no tengo padres, señor- dije un poco a la defensiva, pero sintiendo que podría llorar.

-Eso es evidente. Si tuvieses padre, al menos unos responsables, no andarías en la calle. ¿Escapaste de casa?

-No señor, escapé del orfanato.

-¿Y esos golpes?

-En el orfanato. . . – dije bajando la vista al plato.

-Me han dicho que esos lugares son horribles.

-Lo son- le aseguré. 

-¿A dónde iras después de comer ?

-A la calle- dije obvia- no volveré al orfanato, jamás. 

-No tienes que hacerlo- me miró sonriendo- si quieres puedes venir conmigo a mi casa,  Susana.

Sus palabras me dejaron desconcertada.

-¿A su casa?- pregunté mirándole confundida.

-Si, a mi casa. Allí puedes vivir, gozarás de un techo, una cama, y además disfrutarás de toda la comida que quieras, no tendrás que volver a pasar frió o dormir en la calle- lo miré más confundida todavía.

-Yo. . . ¿por qué haría eso?

-Porque a mí me gustaría tenerte en casa- dijo sonriendo. 

-No. . . no lo comprendo- le respondí y me removí inquieta en mi silla.

-Es sencillo Susana, si aceptas ir conmigo, yo te enseñaré muchas cosas. Haré de ti una joya brillante, te puliré y te convertiré en la mujer más hermosa que se haya conocido. Tendrás educación, pero sobretodo tendrás experiencia. Este mundo es cruel Susana, aquí solo sobreviven los más fuerte, los que no tememos enfrentarnos a nada, los que conseguimos lo que queremos sin importar el precio que debamos pagar. 

-Yo no tengo nada para pagar ningún precio señor.

-Pero lo tendrás, cuando haya terminado contigo- sonrió- serás la envidia de cualquier mujer y el deseo de todo hombre. 

-Pero. . .

-Es fácil Susana, aprenderás de mí. Yo seré TU MAESTRO. 

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