La dura verdad ...

Amaneció un nuevo día, los pocos rayos de sol intentaban calentar el ambiente, los soldados con sus uniformes verdes de plomo, caminaban de un lado a otro, sacando provisiones de los jeeps de trabajo, hablando poco entre ellos y manteniendo un ritmo constante, concentrados en su funciones propias. En el interior del laboratorio principal dormían dos pequeños ejemplares en sus camas improvisadas, uno de ellos, de semblante más serio, parecía tener sueños agitados y se movía lentamente, pero poco a poco se fue calmando al sentir las manitas del otro curvarse. en su cuerpo, era mullida y cariñosa, desarmando a su irritable hermana.

Tal escena solo la podían ver dos personas en el mundo, sus guardianes, quienes se derretían al verlos así, olvidándose por completo de la situación en la que se encontraban, eran como un remedio para las tensiones de la convulsa vida cotidiana.

En una
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