Capítulo 3

Al día siguiente Alfredo me pidió disculpas por tener la obligación de retirarse tan temprano. Mejor así, pensé, mientras hacía el esfuerzo para dormir un poco más, aprovechandome de que Santi aún no despertaba.

Fui una perra, ¡Lo admito! Una de las cosas que más criticamos de los hombres es la cosificación hacia el cuerpo de la mujer. Alfredo era alto y musculoso y si terminé cogiéndomelo, lamentablemente fue producto de aquellas superficiales razones que siempre detesté.

De pronto me dieron unos enormes deseos de fumarme un cigarro, pese a que con el proceso de lactancia me había obligado a mi misma a dejarlo. No se me ocurrió nada mejor que meterme a la casa del susodicho a ver si tenía alguno por ahí tirado, aprovechandome de que su costumbre era dejar la puerta abierta.

Bastante grande fue mi sorpresa cuando entré a su pieza y lo vi durmiendo; Un penoso olor a hombre borracho me daba la bienvenida. Por culpa de la resaca el impacto fue mucho peor. Preferí cerrar la puerta; Las ganas de fumar se me habían quitado en el acto.

Tras volver a la cama Santi despertó. Algo debía dolerle, puesto que no paraba de llorar. Hice lo posible por detener ese llanto; Granja animal, galletas, un plátano sin moler, las estúpidas y sensuales golosinas prohibidas. Me daba pena. De pronto me dio pena el susodicho también; mal que mal aún no superaba la muerte de su abuela, mujer que debo reconocer que se portó bastante bien conmigo.

Pensé en si decirle o no lo ocurrido con Alfredo para cerrar el ciclo definitivamente pero no, no tenía el valor. Santi seguía llorando.

Lo dejé así un rato y me fuí al espejo. Me gustó lo que ví. Mis bubis se veían firmes con ese sostén que andaba trayendo puesto y me saqué la parte de abajo del pijama para mirar unas piernas que concluí que si me las cuidaba un poco más se iban a volver a ver pasables. Las estrías se podían ocultar. Lo único que entorpecía aquella dosis de amor propio era mi eterna baja estatura. Santi seguía llorando.

No me aguanté más y fuí a despertar al susodicho, que aún dormía.

—Levántate— Le dije— Quiero que vayas a ver a Santi. El niño no ha parado de llorar y estoy cansada.

—Tengo que ir a trabajar— Respondió.

Siempre me daba rabia esa respuesta.

—¿Que te cuesta sacrificar un sábado aunque sea una vez? Tengo que estar con el niño toda la semana.

Sin agregar nada más abrí las ventanas. El susodicho encendió un cigarro.

— ¿Qué hora es?— Preguntó.

—Van a ser casi las doce— Sentencié. 

— Igual pienso salir como a las tres— Dijo— Me ducho ahora y voy a verlo.

Pese al aseo personal, el susodicho aún tenía mal aspecto. Se afeitaba tarde mal y nunca, cada vez estaba más delgado y se había puesto exactamente la misma ropa de hace dos días atrás. No hablaba nada y la forma en cómo interactuó con Santi me hacía creer que el niño, estando solo o con él, era lo mismo que si estuviese abandonado o algo así. Cuando se me vinieron imágenes de mi noche con Alfredo volví a no poder creer como era que podía haber soportado al susodicho durante tanto tiempo y algo de esos pensamientos captó cuando de un instante a otro despabiló y vi como le quitó una cuestión a Santi que estaba a punto de echarse a la boca. Cuando vi con espanto que era el único preservativo sellado que no habíamos ocupado del paquetito de tres (Uno de ellos se rompió. No es que lo hicieramos dos veces), concluí que era demasiado tarde como para hacerme la estúpida, aunque no por eso no debía intentar algo.

— Deben ser de Ágata— Dije.

— Ágata no llega hace días— Dijo el susodicho.

Hubo un silencio que me dejó bastante incómoda. De verdad no sabía que decir.

— De todos modos por mí no te preocupes— Dijo el susodicho— No es asunto mío.

— Que bueno que lo tengas claro— Le respondí, con un tono de voz bastante enfático.

El susodicho no dijo nada más. Daba la impresión de que no pertenecía al planeta tierra. Si hasta ese momento no le estaba prestando mucha atención a Santi, después del asunto de los preservativos empeoró bastante su cometido. Me sentía horriblemente culpable de esa situación en particular.

—En todo caso el condón no era mío— Dije, lo más convencida que pude.

—Está bien— Dijo el susodicho, sonriendo tristemente—. Ahora me tengo que ir a trabajar.

— Anda no más. ¿Vas a llegar a la noche?

— Yo creo que sí.

El susodicho no volvió ni esa noche ni la del domingo y no lo culpaba, puesto que él no era tonto y lo más probable es que se haya dado cuenta que me metí con otro hombre, mal que mal le fuí infiel antes del embarazo y se dio cuenta solo, mucho antes de que se lo confesara.

Por otra parte hablé con Alfredo. Lo invité a almorzar el lunes y me confesó que tenía muy poco tiempo, pero que de todos modos aceptaba mi invitación porque tenía claro que había que conversar algunas cosas. Le pedí que no fuese más a casa por respeto al susodicho, tras explicarle de nuevo la situación que seguramente ya le había contado estando borracha.

— Entonces veámonos en mi casa— Dijo, sonriendo.

Intentó besarme y lo rechacé, al igual que en las dos o tres primeras visitas que le hice. Su casa era grande y hermosa y vivía solo en un condominio cerrado, casi en las afueras del pueblo. Todos los muebles eran de buena calidad y al parecer a Santi le gustaba vagar por ahí, entre las plantitas de interior y los numerosos juguetes que Alfredo le había comprado.

La tercera o cuarta vez que lo visité terminamos en la cama tras bebernos una botella y media de pisco sour. Santi se había quedado dormido temprano.

— ¿Qué va a pasar con nosotros?— Me preguntó Alfredo.

— ¿Que quieres que pase?— Le pregunté, echando mi cabeza en sus poblados pectorales.

— Yo te quiero. ¿No te gustaría vivir acá conmigo?

— No pasa nada. No quiero volver a enredarme con nadie.

— Está bien— Respondió, deseoso de no quedar mal y al mismo tiempo no sentirse derrotado— Tengo planes para mañana.

— ¿Cuál plan?

— ¿No te gustaría irte con Santi y conmigo al campo por el día?

—¿Quien hay en el campo?

— Mis papás. Le dije que tenía una novia con un hijo que es hermoso y se pusieron contentos. Quieren conocerte.

Cuando oí aquello casi vomito. Alfredo se dio cuenta que me sentía incómoda. Pese a todo no era culpa de él porque era evidente que sus valores eran distintos a los míos. Además de eso no lo hacía con mala intención.

— A la mierda— Dije— Hace tiempo que no salgo de este pueblo. ¡Vamos!

No volvimos a tener sexo pese a las ganas que el tenía y nos quedamos dormidos. Al día siguiente hacía un día horriblemente nublado y mí hijo durmió durante casi todo el viaje. Los padres de Alfredo me trataron muy bien, pese a que me sentí un poco incómoda porque al parecer la poca habilidad para conversar era de familia. Santi sí que lo pasó bien, sobretodo cuando el papá de Alfredo lo subió a una cuatrimoto. Me daba pena pasarlo bien a espaldas del susodicho, a quien decidí enfrentar definitivamente esa misma noche, puesto que no merecía sentirme culpable ni el engañado. Me llamó toda la tarde y no le contesté el teléfono porque ya no tenía el valor para ocultarle cosas. Además que quería pedirle que pasara la noche con Santi; Sole y su compañero nos habían invitado a una fiesta.

— ¿Te espero acá?— Me preguntó Alfredo tras ir a dejarme.

— Olvídalo. Esto tengo que hacerlo sola.

— ¿Y si te trata mal? ¿O te pega?

— El susodicho jamás haría eso.

Hice el mejor esfuerzo posible para no darme tantas vueltas en mí versión de los hechos. Primero fui a mí casa a ducharme y a cambiarme aprovechando que el niño se había dormido. Cuando la verdad salió de mis labios todo fue confuso y desagradable; Primero se enojó, después lloró, posteriormente fue irónico y luego se encerró en su pieza tras dejar caer una taza con café caliente al suelo. Intenté calmarlo pero no pude, y una vez que despertó Santi, los llantos se escuchaban por toda la cuadra y el susodicho corrió hasta mí casa para tomarlo en brazos, así como si lo estuviese rescatándolo de un incendio.

Terminamos los tres llorando y cuando Alfredo llevaba diez minutos esperándome afuera decidí irme con el definitivamente, pese a que se me pasó por la cabeza no ir a ninguna parte.

— ¿Todo bien?— Me preguntó.

— Sí— Respondí— Vamos.

Demás está decir que en la fiesta lo pasé como la mierda. No podía dejar de pensar en el susodicho, quien pese a que lo había odiado durante todo el invierno aún me inspiraba algo. Lo imaginaba sin poder dormir, pensando quizás que cosa, mientras Santi lloraba o algo parecido. La gente bailaba y disfrutaba y tomé todo lo que Sole me ofreció para beber. A eso de las cuatro de la mañana Alfredo me propuso irnos a casa, y cuando íbamos pasando por la esquina de la mía, le pedí que me dejara ahí.

—Tú no estás bien— Me dijo Alfredo.

— Estoy bien— Dije— Relájate.

— ¿Entonces por qué no te quieres quedar conmigo?

— No seas nena, huevón. Pasa que es primera vez que paso la noche sin Santi.

— ¿No es por tu ex verdad?

Pensé en el susodicho y me lo imaginé llorando o intentando concentrarse en la lectura de algún viejo libro, con esa polera amarilla que no le había visto nunca que llevaba trayendo puesta en la tarde. También recordé que se había afeitado después de mucho tiempo. En resumidas cuentas no estaba segura de mi decisión y todo era culpa y nervios en mi debido a una situación que no vivía hace tiempo.

— ¿No es por tu ex verdad?

No quería responderle, por lo que le dí un buen beso. Luego le desabroché la camisa y con mis labios recorrí desde arriba hacia abajo. Hice un esfuerzo y pese a que tenía muchas ganas de vomitar, traté de practicarle el mejor sexo oral que pude. Preferí soportar el asco antes que preguntas incómodas que me obligarían a mentir. Eyaculó en mí pelo y me limpié con un pañuelo desechable. Logré despedirme de el sin que me hostigara mas con sus dudas e incipientes inseguridades.

Cuando llegué el susodicho aún estaba despierto, viendo una serie en Netflix que yo había estado pensando en probar.

— ¿Que tal la serie?— Le pregunté.

— Ni idea— Respondió, mirando la hora— Pensé que llegabas más tarde.

Me senté al lado de el. Se veía lindo con esa cara de tristeza que no se la sacaba nadie. También andaba con un polerón Adidas que nunca le había visto. Me saqué la chaqueta e intenté ponerme cómoda. Descubrí que aún olía a perfume.

— Ya— Dijo el susodicho, sin haberme mirado las bubis en ningún momento—. Hora de dormir.

— ¿Tienes mucho sueño?

— La verdad es que no.

— ¿No te quieres quedar un ratito aquí? Podemos comer algo y ver esa serie que estás viendo. Yo también la quería ver.

— Prefiero que no. Mañana tengo que trabajar.

— Mañana es domingo.

— Voy a trabajar igual.

— Quédate un rato. No seas latero.

Sin responderme se puso de pie y fue hasta mí dormitorio a despedirse de Santi, pese a que dormía. Le dijo que lo amaba, con el mismo tono de voz que solía conmigo en los viejos tiempos. Traté de que me mirara con otros ojos pero no pude. Una vez que desapareció intenté dormir, sin éxito. No podía dejar de pensar en el susodicho, y cuando me levanté para ir al baño y me miré mis piernas recién depiladas, decidí ir a despedirme de el del modo que correspondía. Me puse una camisa de dormir que me regaló Alfredo con el único y exclusivo fin de que lo ocupará para él y tomé un preservativo que había en el velador y crucé el patio, tiritando más que la mierda por culpa del frío.

Como nunca, la puerta de su casa estaba cerrada por dentro. Aquello era una señal y no hice ningún esfuerzo por insistir.

Capítulos gratis disponibles en la App >

Capítulos relacionados

Último capítulo