Un Arma Secreta

El despertador sonando me saca de mi sueño perfecto, con lágrimas contenidas en mis ojos los abro y apago el estridente sonido que me suena a burla. Lo más hermoso que he soñado y lo más raro, aún siento mis labios inflamados y magullados por ese beso y una presión en el pecho como si mi corazón intentara salir. ¡Dios, fue tan real!

Paython se despierta minutos después, nos arreglamos con rapidez y salimos de la casa. Pay tiene el auto de su madre y yo la camioneta Cactus de mami, antes de irnos a la escuela pasamos por casa de mi amiga a dejarle el auto a su mamá.

La sensación del sueño se mantiene conmigo a cada momento, es extraño, antes y desde que tengo uso de razón he soñado con Donnovan, «no es algo nuevo», pero este sueño, siento que fue distinto en todos los sentidos. Sigo distraída durante varias horas, no he prestado atención a las clases, solo hasta la hora del almuerzo pude concentrarme en masticar mis alimentos y escuchar la discusión de Lee y Pay, sobre que preparé para mañana.

De repente, una sensación diferente invade mi cuerpo, como si estuviera siendo observada. Levanto la cabeza de mi plato y examino la cafetería. Al llegar al punto donde está la mesa de los atletas, Donnovan, se encuentra mirándome, no puedo decir lo que desde aquí puedo ver en sus ojos, pero nunca me ha mirado así, lo que me obliga a voltear mi cara a otro lado, antes de que mi rostro arda en llamas delante de todos.

Pasan solo unos segundos «para mi creo que una eternidad», cuando para mi sorpresa siento una mano en mi cabello, mi corazón casi colapsa, es Donnovan, tomando un mechón de mi cabello y sentándose a mi lado, volteo para ver a Paython y Lee, están tan atónitos como yo.

«Despierta… si es todo de lo más normal, que un atleta y sobre todo él… se nos acerque ». —Pienso con sarcasmo.

 —De verdad que te queda estupendo el color, te ves mucho más… llamativa —mis mejillas están de un tono tan igual al color que Donnovan, acaba de alabar y me siento estúpida cuando no logro conectar mis neuronas para pronunciar palabra alguna.

—Hola Paython, Lee, Samantha… —¡Dios! Dice mi nombre como si saboreara cada sílaba, y… sí, declarado. ¡Mi cerebro ha abandonado el edificio, señoras y señores! «Cero sarcasmos aquí, ¡ok!».

—Hola, Don. —contesta Paython desenfadada como siempre.

—¡Hey, amigo! ¿Qué tal las prácticas?

—Genial Lee, deberías intentar entrar este año.

Estás en buenas condiciones.

—Oh… no. Lo siento, eso de correr, sudar y golpearse para atrapar una pelota en una malla, no es lo mío, pero gracias.

—¡Ja! —se mofa Paython—. Ilústranos, Lee, ¿qué es lo tuyo? —Todos volteamos a esperar la respuesta de Lee, quien se queda sin habla, aun cuando está acostumbrado a la imprudente lengua de Pay.

«Creo que su boca no le da chance a su cerebro de pensar».

—En los deportes todavía no lo sé Paython, sigo explorando, pero créeme, Lacrosse no es para mí.

—Ok, bueno nos das un aviso previo cuando lo consigas, ¿vale? Y dime tú Donnovan —olvida de inmediato la conversación con Lee y se acomoda para centrarse en él «típico de Pay una vez que mete la pata»—. ¿Qué te trae a la mesa de los marginados sociales? ¡No somos la clase de compañía que acostumbras!

Donnovan la mira directo a los ojos,  luego a mí y de nuevo a ella con una sonrisa en esos labios llenos y perfectos dientes blancos que lo hacen arraigarse un poco más en mi corazón, mismos que anoche en sueños probé y al recordar un rubor aparece en mis mejillas.

—Bueno lo de marginados no le he dicho yo, sin embargo, me llamó la atención lo que traen para almorzar, vi que no hicieron fila para tomar algo y como sabrán, la comida de la cafetería es odiada por muchos dentro del instituto en los cuales me incluyo, a decir verdad… —una mueca de incomodidad, o vergüenza cruza su rostro—, mi madre no es dada a la cocina, por lo que me veo en la obligación de comer lo que sirve la señora Fisher o en caso contrario morir de inanición. —Sube sus hombros para dar a entender su poca disposición y ninguna posibilidad de elección.

Paython suelta una de sus carcajadas para luego mirarme como pidiendo permiso de contar nuestro pequeño secreto, «para ser sincera, dudo que ella esté pidiendo permiso», asiento y al segundo siguiente, ahí está con un tono orgulloso en su voz, como si hablara de su primogénita.

 —Pues déjame decirte querido, que obvio, no comemos el veneno que sirven en la cafetería escolar a pesar de que reconozco que hay peores, pues por fortuna, tenemos un arma secreta para no morir de intoxicación o inanición como es tú caso y es nuestra genial y hermosa, asombrosa, espectacular amiga, ¡Sam! —Todo esto lo dice gesticulando con exageración—. Ella hace los mejores almuerzos de todo el distrito, incluyendo restaurantes y centros familiares de comida y ni hablar de sus postres. ¡Ummm…! Créeme si comes algo preparado por Sam, tu vida cambiará por completo. Es como ser ateo y tener una epifanía, es como ser un incrédulo y tener un contacto sobrenatural, es como una abducción extraterrestre y que todo te pase al mismo tiempo.

A medida que sus palabras salen sin reparo de su boca, me encojo en mi asiento, un minuto de silencio me obliga a levantar la mirada, observo a mis amigos asintiendo al unísono a Donnovan, quien a su vez voltea a mirarme ¿y yo…? ¡Dios…! Quiero que la tierra se abra y me trague.

«¿Por qué tiene que ser así?»

—¿Es cierto, Samantha? —interpela con asombro en su tono.

—Por favor, llámame, Sam y no les creas, están exagerando… los dos —Me fuerzo a hablar con un hilo de voz por la vergüenza.

—¡Vamos Sam! Deja esa falsa modestia y no me dejes como una mentirosa, dile, Lee.

—Es cierto amigo, a veces tengo que pasar dos horas extras en el gimnasio solo por sus postres.

Wow, en definitiva, les creo y lo siguiente sería preguntar… ¿A quién tengo que matar para anotarme?

—No tienes que matar a nadie, solo pon una parte de los gastos como todos y listo.

—Eso sí, amigo —anuncia Pay—. No involucres a nadie más, nuestro pequeño secreto muere contigo y si alguien se entera puede que un día amanezcas en alguna zanja y con gusanos en tus bonitos ojos, ¿ok? —Donnovan ríe de forma ruidosa junto a Lee, yo me quedo embelesada escuchándolo reír, pero la cara de Paython de pronto toma un aire siniestro como si de verdad fuese a cumplir con la amenaza. Lo que me hace actuar de inmediato y decirle:

—Tranquila fiera —la calmo, antes de que en serio le saque los ojos de un zarpazo, en sentido figurado —.  No le creas, ella es pro–pacifista.

Le doy un puntapié rápido por debajo de la mesa para que me preste atención y advertirle, atravesando su masa gris con mis ojos para que haga silencio.

—El hecho de que odie las confrontaciones no quiere decir que no sepa cómo usar mis puños y una pala amigo. —Retruca a mi intento de calma, veo a Donnovan, y a ella de ida y vuelta, mientras Pay le hace la seña de «te estoy observando» con su dedo índice y medio.

—Ok Pay, ¡para ya! vamos a comer en santa paz —aclara con énfasis Lee, intentando que nuestra amiga, seudo–valquiria vengadora, le baje un toque a su agresividad—. Como recomendación para el día de hoy: deberías dejar el consumo de azúcar. Bueno creo que todo quedo aclaro y en paz, vamos a sacar un poco de cada plato, solo por hoy para que no te quepa duda de las capacidades culinarias de Sam. —Concluye Lee.

Paython hace el intento de decir algo a las palabras de nuestro amigo, sin embargo, prefiere callarse y quedarse quieta. Se reparte la comida para que alcance una ración para todos. Muriendo de vergüenza me dispongo a bajar la cabeza a mi plato y así evitar quedarme viendo la reacción de Donnovan, al probar por primera vez mi comida.

Envuelta en silencio, aislando los sonidos normales de la cafetería intento que lo que está en mi plato ingrese a mi estómago. Es demasiado tortuoso el silencio en la mesa, lo único que se escucha, es el sonido de los cubiertos y los platos siendo ingeridos. Al final, la última en acabar con su almuerzo como siempre soy yo y justo en el momento que levanto la mirada, ahí está él, con sus ojos, sus hermosos e hipnóticos ojos, fijos en mí.

—Yo... yo de verdad no tengo palabras para decirte lo delicioso que estuvo esto —sentencia apuntando hacia el pastel de carne que no logró sobrevivir en su plato.

Y como es costumbre ya, mi cara haciendo competencia con el tono de mi cabello de un rojo furioso.

—Estoy seguro de que va a ser la mejor inversión de mi vida —continua con sus halagos y su sonrisa, esa sonrisa de propaganda de dentífrico. De pronto se levanta con violencia de la silla, sobresaltándome y sacando del bolsillo delantero del pantalón «que valga decir le queda de muerte», su cartera, toma los billetes que hay en ella y dice—: Aquí está mi aporte, por favor tráiganme mi ración sin falta, dudo poder seguir siquiera respirando en esta cafetería, mucho menos volver a contaminar mi cuerpo con esa comida. —Extiende su mano entregándole el dinero a Paython quien a su vez me apunta a mí.

—La que recibe la paga es ella amigo, yo solo conduzco —sube sus manos para salirse del paquete.

Tomo su dinero evitando el contacto, al ver que es más de lo que aportamos cada uno voy a devolverle lo que sobra. Entonces toma mi mano y ahí esta, lo inevitable, esa chispa o corriente que me recorre por completo, desde mi mano hasta la punta de los dedos de mis pies. Embobada ya ni recuerdo que le iba a decir.

«¡Sólo espero no estar babeando delante de él!»

—A ver nena, dile lo que mismo que me dijiste justo ayer cuando recibías mi dinero.

¡Será malo, Lee! Refiriéndose justo a ese punto de la conversación con él. Retiro rápido mi mano, que aún estaba entre las de Donnovan y bajo la cabeza para que no pueda ver mi sonrojo, moviéndola de un lado al otro negándome en lo absoluto intentando así que Lee, deje a un lado el tema.

—Yo... eh... no… mmm… no creo que Donnovan necesite esa información. —acoto encontrando por fin la fuerza en mí voz, me dirijo a Donnovan—: Es mucho dinero, con lo que tengo aquí es suficiente, pero voy a tener que regresar a la tienda de víveres para poder preparar lo que falta, ¿me acompañas Paython?

—Lo siento amiga, no puedo, recuerdas que hoy termino clases antes que tú y me toca cuidar a Lucifer y Belcebú, mamá llegará tarde hoy; tiene inventario en la tienda.

Mi cara de alarma no pasa desapercibida, al recordar las interminables filas de ropa en la boutique de la mamá de Paython, la compadezco, me toca ir sola a enfrentarme con Martín manos largas. Y es un panorama que no me gusta en lo absoluto.

—Pero tranquila, ya que yo no podré acompañarte y Lee tiene sus clases, mi nuevo amigo te acompañará y te defenderá de Martín, si no él tendrá que vérselas conmigo —afirma Paython, sin siquiera preguntarle a Donnovan si puede o no.

«Sí, señor, nada que envidiarle a Mussolini».

—Paython no puedes disponer de la gente y sus horas, aún no te declaran presidente...

—O dictadora —intervine Lee, completando mis palabras.

—No tengo ningún problema —responde el aludido, mirándome con una de esas sonrisas pícaras que suelo ver en la cara de Paython cuando trama algo.

Y sin más, mis neuronas toman vacaciones y se fríen con la luz cegadora de su sonrisa.

—¡Fin de la discusión! Ya está arreglado, además ni pienses por un segundo que voy a servirle en bandeja de plata ésta carne fresca a ese tipo —dice ella dándome una palmadita en la espalda y refiriéndose al dependiente del local—. Hasta escalofríos me da, de pensar en ti sola con “eso” cerca. —zanja Paython, estremeciéndose con las imágenes de su cabeza.

Después que se ajustaron horarios y se hicieron los planes, cada uno tomó su camino de regreso a las clases. Y mis pensamientos continúan dispersos; primero por el sueño y ahora por el plan de Paython. Tengo pterodáctilos volando en mi estómago «porque ni por asomo son mariposas», con solo pensar en el viaje al mercado con Donnovan. Culminando las clases esperé en mi casillero, ahí quedamos de encontrarnos para ir a comprar.

—Listo, ¿nos vamos? —Me sorprendo al no sentirlo llegar, y sin tiempo a recuperarme, mi tartamudez hace acto de presencia.

—Yo… yo… he… sí, cla… claro vamos —y logrando hilvanar un pensamiento lógico continuo—. Vine en el auto de mamá así que sígueme —afirma con un movimiento de cabeza y caminamos por los pasillos hasta la salida sin decir nada, poniéndome más y más nerviosa a cada segundo que transcurre.

Llegamos a dónde está mi auto, volteo para buscar con la vista el de Donnovan, un jeep Wrangler TJ 2006 color rojo, conozco el modelo porque es uno de mis preferidos, de hecho, se lo pedí a mamá como regalo de graduación y tenemos un pote de ahorros especial para poder comprarlo. Él se aclara la garganta antes de decir:

—Samantha creo que ha llegado la hora de que lo sepas… no puedo retrasarlo más —Mi corazón a punto de estallar por su cercanía, sus ojos fijos en mí y esa voz ronca tan seductora—, tendrás que llevarme —«Espera… ¿qué…?»—. Es que ésta mañana le presté el jeep a mi madre y me iba en autobús a casa.

La euforia de creer que sería otra cosa se transformó en una risa histérica que brota de manera abrupta de mi boca. Tengo serios problemas para responderle de forma coherente, por fortuna «o mala suerte», un auto se para y suena la corneta para que alguno de los dos, preste atención rompiendo la conexión de nuestros ojos, él voltea primero. Sin embargo, no es necesario que quien maneja baje la ventanilla, ese color fucsia de la carrocería, delata a su dueña. El único auto de ese color en todo el pueblo, traído desde no sé dónde, por su papá «¡Súper rico!», dueño de la única importadora de autos que existe aquí.

—Hola guapo, vi que no trajiste auto, si quieres te llevo… sin ningún problema —se muerde su labio inferior intentando ser seductora.

«Y lo peor es que se le da bien».

—Muchas gracias, Meghan, pero ya conseguí aventón, no te preocupes, además tu casa queda lejos de la mía. —Y juro por Dios que escuché muy bajito un, por fortuna—, ya Samantha me lleva —continuó dando su explicación con muchísima educación.

—Para mí no es molestia cariño, sino todo un placer; pero tú te lo pierdes. —sale patinando sus cauchos por la furia, no sin antes fulminarme con la mirada, esa que parece lanzar escupitajos de veneno. Seguro me fichó como la que truncó sus planes. Me tapo los ojos con una mano y con la otra intento agarrar la manilla del auto fallando en varias oportunidades, de pronto siento el paso de corriente de la mano de Donnovan apartando la mía de los ojos, su cara de preocupación me enternece.

—¿Qué te pasa Samantha? ¿Qué tienes? —Sonrío para que deje de preocuparse y le respondo bromeando—: ¿No viste? ¡Me dejó ciega la cobra escupidora! ¡Bum, directo a mis ojos! —Su carcajada profunda y fresca sale sin reparos, remplazando de sus ojos la preocupación.

—¡Estás como una cabra! A ver déjame revisar tus ojos por si acaso —Acercándose un poco más levanta dos dedos, índice y medio delante de mí—. ¿Cuántos dedos ves? —inquiere con toda seriedad.

—No… No lo sé. —digo y parpadeo con rapidez. ¡Y de verdad no sé! Mis nervios se disparan al tenerlo así de cerca, poder respirar su perfume y ver sus ojos azules, tan azules como el mismo cielo de verano después de una lluvia.

—Eso es malo hay que llevarte al hospital urgente, y rogar para que tengan el suero antiofídico. ¡Vamos! No hay tiempo que perder. —Su sonrisa no tiene precio y soltando mi mano para abrir la puerta del copiloto, entro al carro mientras él trota hasta el asiento del conductor, se acomoda allí y extiende su mano hacia mí—. Dame las llaves, estás ciega y no puedes conducir. —exige manteniendo la broma, por lo que le entrego las llaves sin problemas. Nunca supe de un accidente que haya tenido en el pasado.

—Está bien, confío en ti, pero mejor, ya vamos al mercado, si no te quedarás mañana sin comida, pronto cierran y todavía debo cocinar. —Me guiña un ojo y arrancamos en medio de risas.

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