Capítulo |3|


  Saco los auriculares y contesto la llamada.

Me levanto para buscar un producto de limpieza y me enredo con unos cables. Trato de salir y pongo el micrófono en su lugar.

—Anny, no estoy de humor, espero y sea importante.

—Tú nunca estas de humor, solo quiero saber como te fue con tu Romeo Salvador. Sé que fue muy desleal dejarte sola pero ¡es un puto intimidador!

—No es para tanto —resoplo—. Pero eso no viene al caso, estoy muy molesta, la perra de Cintia me mandó a limpiar la estúpida ala privada, sabiendo que ese no es mi trabajo.

La escucho reír.

—Medio extraño, ¿no crees?

Sigo limpiando el piso.

Esta maldita mancha no quiere salir.

—Sí, estoy segura que lo hace porque sabe que odio estar aquí. Donde estos viejos amargados con disfunción eréctil se creen el puto ombligo del mundo.

—Wau, de verdad estás molesta. —se carcajea.

—¡Es la verdad! Si no fuera por su podrido dinero no tuvieran nada. Me gustaría darle una paliza jugando póker, apuesto que so...-

—¿Gen? ¿sigues ahí? —me pregunta Anny después de unos segundos de silencio.

No le respondo, estoy que me da un infarto, muero y revivo otra vez.

Un hombre, tres tamaños más grande que yo, está parado frente a mí.

Me mira con burla.

Mi vista se corre un poco, hasta caer en una mesa no muy lejos de mi posición.

Mierda, ¿que hice ahora?

—Me acompaña, señorita —no es una pregunta.

Estoy desconcertada, analizo las posibilidades de que hayan escuchado mi conversión.

Imposible.

Es mi conclusión.

—Génesis, me estás asustando, ¿flaca qué pasa?

Por un momento me había olvidado de ella.

—Estoy bien, no te preocupes. Hablamos luego.

—La estoy esperando.

El hombre desenchufa unos cables y me toma del brazo. Diría que fue con delicadeza pero estaría mintiendo.

—¿Qué le pasa? ¡suélteme! —grito.

—Cállate. —me zarandea.

Sus dedos están ejerciendo demasiada presión en mi brazo. Estoy segura que dejará marca.

Me lleva con los hombres y me hace sentar en una de las sillas vacías, para mi desgracia, o tal vez para mi gloria, no estoy muy segura, quedo al frente de Marcus.

Por un momento sus ojos se ensombrecen cuando posa su vista en el agarre del mastodonte en mi brazo.

Pero logro conseguir que me suelte.

Veo como Marcus aprieta la mandíbula, está enojado. Cuando se da cuenta de mi escudriño, se pone una máscara de hielo.

Una que conozco muy bien, porque la uso a menudo.

Estoy analizando los pro y los contra.

Marcus es mi salvación.

Pero ellos son más.

Él no dejará que me  pase nada, si se quiere acostar conmigo.

Pero ellos son mafiosos.

Y puede que Marcus también.

—Muy cómica su descripción de nosotros, señorita. —espeta con sarcasmo, al que reconozco como Fernando Ivanovic.

Un mafioso ruso.

Les contaría como sé tanto pero no es el momento.

¿Por qué hablé? ¿no podía haberme quedado callada limpiando tranquilamente el piso? No, definitivamente es culpa mía. Por mi gran bocota.

—¿Entonces señorita? —el viejo frente a mi me mira con burla.

En la mesa, sentados como si fueran los dueños del mundo, es tan estos tres viejos rabos verdes. Asco medan. Pero también está él... Él que solo me mira expectante.

Marcus, al que por bruta, le caí en ropa interior anoche.

"El camaleón" como le llaman.

Idiotas.

Poso mis ojos en él, los sucesos anteriores invaden mi mente. Génesis, concéntrate, estas en problemas.

—Dices ser mejor que... ¿cómo nos llamaste? —hace una mueca, como si pensara—... ¡Ah! Viejos amargados, con disfunción eréctil que si no fuera por su podrido dinero no fueran nada. —sus ojos verdes me asesinan.

Trago duro.

—¿Qué podrías tener tú, estúpida niña, qué nos interesara? —me pregunta con odio—¿Qué tienes tú muerta de hambre, que podrías apostar ahora mismo?

Los ojos de Enzo Donatello, un hombre sin remordimiento, que podría vender hasta las tangas de su madre, me miran con diversión.

Le gusta sentir mi miedo

Pero y, ¿si invertimos la situación?

No digo que podré asustarlos, pero, puedo humillarlos.

Los nervios que me carcomían se fueron, me erguí y puse mi mejor cara de Póker.

—Mi... —la sonrisa maliciosa que se deslizó por mi rostro sorprendió a todos en la mesa—... Virginidad.

Las miradas lascivas de los viejos salieron a relucir... pero él, él solo me miraba con curiosidad...

—¿Su virginidad? ¿qué nos asegura qué aún la conserva? —habla esta vez Félix Montreal.

—Tendrán que creer en mi palabra. —me encojo de hombros.

—No importa si lo es o no, estoy que muero por llenar esa boquita insolente con mi verga. —musita Fernando—. Sería una espléndida noche, ¿no crees, preciosa?

Aguanto las ganas de vomitar.

—¿Será lo suficientemente grande? —me burlo —. Hay quienes han dicho que no.

Sus ojos chispean de furia.

Los tres hombres restantes se ríen por lo bajo.

—Eres una perra maldita, disfrutaré mucho azotarte.

—No precisamente tiene que ganar usted —musita Marcus.

No me importaría que gane él.

En esta partida ganaré yo, o él.

Nadie más.

No, mejor solo yo.

No puedo involucrarme más, Dimitri me matará.

Estoy rompiendo muchas de sus reglas solo por estar aquí sentada.

Respiro.

—El señor Rusakov tiene razón, puede ganar cualquiera. —aclaró Donatello.

—Pues bien, señores, que empiece el juego.

Sacaron unas barajas nuevas, y repartieron.

La tensión en esta mesa se podía cortar con un cuchillo. Los hombres frente a mi miraron sus cartas.

Yo hice lo mismo.

Y no mostré ninguna expresión, si mi mano era buena o mala no se enterarían hasta el final.

Una mujer trajo unas bebidas, Solo Marcus y Fernando tomaron una copa.

La cara de Marcus decía  una sola cosa, que era confirmado por su postura.

Estaba muy escolarizado.

Me vale.

Marcus

¿Tenía que ser precisamente ella?

No tenía idea, solo sabía que Génesis tenía una habilidad especial para meterse en problemas.

Pero, estoy seguro que durante los años he podido controlar mi ira, porque en este mismo momento quiero ahorcar a varias personas, empezando por Svyatoslav, uno de los agentes de seguridad del casino.

La veo, es tan hermosa, pero estoy muy molesto con ella.

¿Cómo pudo apostar su..? Por Dios.

¿De verdad es... virgen?

Miro de nuevo mis cartas, un par de J y Una reina de corazones.

—Pido. —la áspera voz de Fernando habla.

Todos, incluyéndola, piden carta.

Quisiera decir que su rostro deja entrever algo, pero estaría mintiendo.

Las fichas llenan la mesa, dinero, cheques. Pero solo hay un papel que me interesa. Ese donde Génesis apuesta su virginidad.

¿En qué estaba pesando?

—Es hora, caballeros. —dice Donatello.

—Déjenme ser el primero. —un sonriente Fernando exclama.

Voltea sus cartas.

Un par de cincos y un par de dos.

—Lo siento, Fernando, pero será para la próxima. —Félix voltea sus cartas.

Ganándole la partida a Fernando.

Con un rey y un trío de tres.

Fernando se ve molesto.

—¿Quiere hacerlo al mismo tiempo? —me pregunta Donatello—. Le dará un toque más dramático.

—Por qué no.

Mi respiración aumentó.

Solo de imaginar que uno de esos sujetos le toque aunque sea un pelo... No creo poder responder de mis actos.

Entonces, sucede.

Miro las cartas de Donatello y suspiro aliviado, pero Gen voltea las suyas y me doy cuenta que tampoco gané.

Pero no importa, porque sé que para tenerla bajo mis sabanas no es necesario ninguna artimaña o apuesta.

Sonrío.

Los hombres a mi lado echan chispas, y yo estoy más que feliz y eso que no gané.

—Bueno, caballeros. —espeta con ironía—. Tengo que decirles que fue divertido pasar un momento con... ustedes. —sonríe—. Pero como sabrán, tengo que volver a trabajar.

Se levanta de la silla.

—Oh, si. Esto es mío. —por un momento creo que tomará todo el dinero. Pero solo coge el papel que firmó y se da la vuelta.

—Señorita. —la llama Fernando.

—Dígame. —se detiene, pero sigue dándonos la espalda.

—Buena jugada, ¿no se llevará el dinero? Es suyo.

—No, gracias.

—Espero que esto se repita. —detecto intenciones ocultas.

—Lo siento señor Ivanovic, pero me interesa otra persona.

Dicho esto se marcha.

Y muy en el fondo, sé que esa persona soy yo...

|Génesis |

Salgo del ala privada y subo al ascensor.

Y ahí puedo respirar, mi corazón va desbocado, sudo frío. Cuando las puertas se abren me tenso al ver la figura de Dimitri frente a mi.

Me cago en la mierda.

—Génesis...—sisea.

—Te lo puedo explicar —hago un vago intento de excusarme pero con Dimitri no funciona.

—No, Génesis. No hay explicación. —su mirada dura me amedrenta, es el único que tiene poder y  control completo sobre mi—. Te espero en la noche.

Es una orden que no puedo desobedecer.

—¿En la noche? —río nerviosa.

Demonios, si no voy a la dichosa cena de Marcus estoy frita.

—Sí, en la noche. —dice tajante—. Doce en punto, ni un minuto más ni un minuto menos.—concluye antes de marcharse.

Suspiro.

Camino hasta donde se encuentra Cintia para que me asigne mis labores. Me dice que tengo que ir a la habitación de un nuevo huésped.

Un tal Federico Franco.

Con todos los utensilios de limpieza que necesito me desplazo hasta la habitación 438-B.

Llego y abro la puerta con mi llave.

Nunca había entrado en esta, siempre le tocaba a una de las chicas. El olor a frutas se cuela por mi nariz.

Que rico.

Sonrío con los ojos cerrados.

Dejo el carrito y miro por el gran ventanal. La nostalgia invade mi cuerpo y una lágrima rueda por mi mejilla derecha.

—Vitaly —susurro su nombre.

Los recuerdos juntos, me atormentan.

Borro cualquier rastro de debilidad y me pongo a lo mío. Un vestido en la cama capta mi atención.

Toco la delicada tela con mis dedos, es nuevo. Todavía conserva la etiqueta. Jadeo cuando veo el precio.

Díez mil dólares.

Con eso alimentaria mucha gente.

O, remodelaría todo mi guarda ropa, Y el de Anny y Karen también.

El vestido es verde esmeralda, tiene un escote discreto, pero deja ver algo. No es completamente a la imaginación. Tiene una abertura en la pierna izquierda.

Dejo el vestido en su lugar.

—¡Jesucristo! —digo al borde de un  infarto.

Este hombre quiere matarme, lo sé.

La mirada de Marcus me encanta, pero ¡demonios! No podía anunciarse.

—¡¿Por qué diablos entras cómo un puto asesino?! —le grito.

—No es para tanto, —dice con simpleza— y si de preguntas se trata, ¿por qué carajos hiciste esa mierda de apostar tu virginidad en la mesa?

Se escucha tranquilo, pero se que no lo está. Se esta controlando.

—No tengo quedarte explicaciones, no eres mi dueño, así que, necesito que salgas para seguir con mi trabajo —hablo segura.

—No me iré —decreta.

—¿No? —pongo los brazos en jarras.

—No, no me iré, tengo que hablar contigo.

Se acerca.

—No, hasta ahí —lo freno con mi dedo.

Sonríe

Es un maldito idiota.

—Está bien, me acercaré hasta donde tú quieras.

—Ok. ¿de qué quieres hablar? —indago.

—De ti, de mi. De esta noche en realidad —exclama acercándose.

Lo hace tan rápido que no lo puedo frenar. Está cerca de mis labios.

—No creo que pueda ir... —murmuro desviando la mirada.

Me levanta el mentón con dos dedos.

—Ni lo pienses, preciosa —deja un casto beso en mis labios—, ya me lo prometiste.

Me pierdo en sus ojos.

—No te lo prometí —arrugo la nariz.

—Claro que sí —hace un puchero y me toma de la cintura.

Esconde la cara en mi cuello.

No, de nuevo no.

Besa mi cuello, y estoy pérdida.

—Dime que irás —suplica.

Me rindo.

—¿A qué hora? —besa mi nariz y sonrío.

—A las ocho —me mira fijamente.

—Antes de las once y punto, me tengo que ir. —le advierto.

—Como tú digas —exclama—. Ahora, ¿me das un beso?

Hago como si lo pensara.

—¿En serio? ¿lo estás pensando?

Rodeo su cuello con mis brazos.

—No tengo que pensarlo tanto.

Sin más uno nuestros labios,  no sé mucho así que dejo que él marque el ritmo.

Sus manos apresan mi cintura y nos conduce hasta caer en la cama... 

Svyatodv—si no estoy mal se pronuncia—, Slava


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