Capítulo 4

Katerine temblaba. Su cuerpo no dejaba de estremecerse tan fuerte que parecía convulsionar, no lograba calmarse ni siquiera con los sorbos que le propinaba al té medicinal que La gran Pretit había preparado para ella. La anciana al mirarla supo de inmediato que algo pasaba, no solo por sus moratones y su forma de caminar, sino por su expresión y palidez.

Lo primero que hizo Katerine al estar frente a ella fue paralizarse. La anciana lo entendió, no dijo palabra, solo le extendió su mano y la llevó hasta su choza, esta se llenó de olores mágicos mientras el té medicinal era preparado.

Hasta entonces La gran Pretit no lo había dicho nada, pero supo que eso cambiaría en cuanto esta tomó asiento en el suelo frente a ella. El vestido que llevaba era de pieles oscuras haciendo que su gris cabello resaltara al igual que sus ojos inquisidores.

—Niña del sol, cuéntame lo que solo el viento sabe —pidió.

Katerine lo hizo, a eso había ido.

Su voz comenzó a vacilar mientras narraba el último acontecimiento. Recordar lo que había sucedido en Uno mismo la hacía sentir aterrorizada, antes había pensado que podía haber sido un sueño, pero…Él se había aparecido ante ella. El hombre. Tenía su gorro de la noche anterior y también…su bufanda.

Después de eso Katerine se había quedado durante diez minutos enteros sin poder moverse.

—Eres bendecida —resolvió La gran Pretit—. Una chica tonta bendecida —su tono brusco hizo que Katerine se sobresaltara—. Fría ha tenido misericordia, pero no sucederá de nuevo, aléjate del bosque, no vayas sola a la montaña. La montaña ha enviado al demonio como su guardián —Katerine volvió a sacudirse—. Y ahora tiene tu rastro.

Era una auténtica locura.

—¿Es real? —cuestionó con los ojos humedecidos—, ¿lo es?

—¿Cuándo no lo ha sido? —la anciana la miró con fiereza, puede que Katerine fuera más alta, pero solo había que mirar esos ojos para saber que no importaba el tamaño que tuviera, esos ojos siempre mirarían hacia bajo, nunca tendrían una posición menos alta—. No te vuelvas a acercar a Fría y ni siquiera intentes buscarlo de nuevo —espetó, Katerine no tenía intención de hacerlo—. La naturaleza es celosa, niña del sol, no toques a los suyos.

La gran Pretit dejó su oración hasta allí. Una advertencia clara, sin amenazas, solo «No toques a los suyos».

Katerine no sabía cómo sentirse al respecto, era real entonces, aquellas historias que siempre había oído sobre un bebé adoptado por la nieve. Quería buscar alguna explicación lógica pero en ese momento no pudo. Ella pensaba en su piel de hielo azulada, sus ojos salvajes y las indudables cicatrices sobre su piel.

—Santa mier…—se detuvo cubriendo su boca.

—Sal de aquí antes de que tu lengua descuidada se atreva a profanar mi hogar.

Katerine se levantó sintiendo su cuerpo mejorado, nunca había sabido lo que llevaban los tés medicinales, pero eran sobrenaturales y buenos.

Ella miró el cielo y supo que debía volver antes del anochecer, caminó entonces hacia la choza de Dolet para despedirse, en ningún momento volvió su mirada hacia Uno mismo.

*****

Su día había sido una completa mierda.

Los sucesos del fin de semana no habían parado de darle vuelta en la cabeza, logrando desconcentrarla en lo que sea que estuviera haciendo, tampoco ayudaba el hecho de que Jackson Trenn estuviera merodeando y gritándole cada vez que cometía un error.

—¡Llevas malditos dos años trabajando aquí y sigues siendo una completa inútil! —rugió esa vez,  había tropezado con una cubeta de agua en medio de la cocina.

Sus compañeros de trabajo no abrieron la boca mientras el jefe la regañaba, ni siquiera miraron en su dirección, pero cuando Jackson se fue hacia su oficina echando humo por las orejas el segundo cocinero y una mesera la ayudaron a recoger su desastre.

Es malditamente mi culpa, se recriminó, tengo que dejar de pensar en ese sueño de hombre.

Sus torpezas solo hicieron que todo su trabajo se atrasara, tuvo tanto que hacer a partir de cierto momento que dejó de pensar en lo sucedido en la montaña. Recogió platos, los lavó, limpió desastres hechos en la zona de las mesas, recogió la basura, volvió a lavar platos, limpió los baños, la cocina, la zona de la caja y las mesas. Por ultimo siempre dejaba la oficina de su maldito jefe haciendo tiempo para que se fuera, pero en aquella ocasión él aún no había salido.  

Katerine hizo un moño con su cabello y limpió su frente.

—Hasta mañana, morena —se despidió el primer cocinero, él era el único que solía quedarse esperando que Katerine terminara, pero había escuchado que su pequeña tenía fiebre y no podía quedarse hasta tarde.

—Cuídate, Oli.

Lo vio irse con expresión incomoda. Ellos nunca hablaban entre sí cuando él se quedaba, solo se saludaban y despedían. Pero él la esperaba, incapaz de dejarla sola con la desagradable escoria humana que era su jefe.

Cuando la campanita de la puerta sonó supo que era definitivo, estaba sola en su faena. Se armó de valor, tomó una respiración y dejó que esa mirada de ojos grises se colara en sus pensamientos para calmarla.

Tocó la puerta como siempre hacia.

—Pasa y termina con esto de una vez —fue la respuesta que recibió.

Al entrar vio a su jefe bastante entretenido con su teléfono en la oreja y viendo algo en la computadora.

Soltaba risotadas grotescas que hicieron a Katerine acelerar su trabajo. Sacudió, recogió, limpió su escritorio y por último se dispuso a trapear. Todo con los ojos grises del hombre de hielo en su mente, todavía no podía creer que aquello había sido real. Y lo que la hacía enloquecer aún más era que esa mítica leyenda había robado su gorro y bufanda. Tendría que pedirle prestada una a Kristani mientras compraba una nueva, ese día se había enfrentado a los despiadados vientos sin nada cubriendo su cuello y había sido como cuchillos rasgando su garganta.

Katerine estaba ensimismada, la voz de su jefe casi había desaparecido para ella, pero cuando pasó a su lado para trapear detrás se su escritorio vio con lamentable claridad la foto de una mujer de aspecto extranjero totalmente desnuda en la pantalla de la computadora.

Su estómago se revolvió y apartó la mirada rápidamente para que su jefe no se diera cuenta de que estaba husmeando sus perversiones. Por el rabillo del ojo pudo ver cuando él ocultó la imagen.

—Bien hecho, compañero, están preciosas —felicitó—. Pero siguen siendo pocas, ¿viste las fotos que te mandé de mi conocida?

Katerine dejó a medio limpiar esa parte, no le importaba, solo quería salir de esa oficina cuanto antes.

—¿Verdad que sirve? ¡Te dije que es material usable!

Hablaba de mujeres, estaba segura, eso solo la hizo sentir más repugnancia hacia él, no tenía respeto por nada ni por nadie.

Las manos de Katerine se aferraron al trapeador deseando golpearlo en la cabeza.

Tuvo que tomar una respiración profunda para contenerse y se dijo así misma que las persona como él encuentran su castigo tarde o temprano.

—Concretaré lo de la nueva integrante, luego te llamo —lo escuchó colgar y suspirar con dramatismo.

Katerine se apresuró a recoger todo y en silencio se dirigió a la puerta.

—Katerine —la llamó con voz cantarina, Katerine tragó saliva y no se permitió temblar—, ¿ya te vas?

Se volteó, no por completo.

—Sí, señor, ya he acabado con mis deberes.

Jackson Trenn tenía una mirada asquerosa y alegre, sus ojos se iluminaron al señalar una de las sillas frente a su escritorio.

—Siéntate, necesito conversar algo contigo.

Quería pensar en una excusa, decirle que ya era muy tarde, pero él era quien pagaba su sueldo y si tenía algo que hablar con ella podría ser “importante”. Sin bajar la guardia dejó sus cosas a un lado de la puerta y se fue a sentar donde le había indicado.

—¿Qué sucede, señor Trenn?

Maldita basura Trenn, escupió en su mente.

—¿Te gusta tu trabajo, Katerine?

Que usara tanto su nombre la incomodaba, no era común en él y esa pregunta… ¿se suponía que era engañosa?

Enterró sus uñas en sus piernas cuando respondió: —Por supuesto, señor.

Pensó y deseó que un rayo la partiera si no estaba mintiendo.

Una sonrisa espeluznante creció en el rostro de su jefe.

—Sé sincera, cariño —disintió, las uñas de Katerine se enterraron más profundamente en la piel de sus piernas—. Sé que trabajar aquí es totalmente agotador para alguien tan delicada como tú.

¿Delicada?

Él nunca la había tratado como alguien delicado, ni por un momento se le pasó por la cabeza que él pudiera tener ese tipo de consideración y cuidado con alguien…o cualquier cosa.

Katerine contuvo un bufido al recordar una de esas tantas veces que solía insultarla, «¿Vienes aquí esperando qué? ¿no hacer ni una puta cosa por tener esas piernas? Que equivocada estás, si viniste a trabajar, entonces te partirás la espalda haciéndolo, extranjera malagradecida» le había dicho una vez.

Ella se mantuvo callada, esperando saber qué pretendía la basura que tenía al frente.

—Hay otra vacante…—carraspeó, tomando una actitud relajada—. Un amigo acaba de abrir un club a las afueras de La Perla, es algo privado, la paga será jugosa —él se levantó de su silla y extendió su mano hacia Katerine—. Entonces, ¿Qué dices?

Tenía la apariencia de un diablo, sus ojos brillaban y lucía una sonrisa que era todo menos confiable.

¿Qué clase de estúpido aceptaba algo así?

Él no estaba dándole nada de información, eso lo hacía inteligente y perturbador a la vez, hizo su discurso pero en realidad no dijo nada. No nombres, no direcciones, no números. Y ni que los mencionara, Katerine jamás aceptaría cortesía de esa desgracia de ser humano. Ella sabía que él era un lobo, no porque se pusiera la piel de una oveja ella lo olvidaría. No a esos ojos despiadados.

Se levantó pero dejó la mano de su jefe olvidada.

—No estoy interesada, pero…gracias —le costó una cantidad extraordinaria de voluntad decir esa última palabra.

Ella no quería agradecer, nadie agradece a quien quiere meterte en negocios ambulantes donde tu puesto será abrirte de piernas. 

La expresión de su jefe cambió, el lobo comenzaba a mostrarse otra vez.

—Hay mucho dinero de por medio, además no tendrás que hacer casi nada —aseguró, saliendo de detrás del escritorio.

Nada.

Claro, no iba a ser él quien tuviera que acostarse, cerrar la boca y dejarse hacer. Katerine dio un paso en la dirección contraria, intentó sonreír para aliviar la tensión.

—Me encuentro bien aquí, de verdad, señor.

El diablo se mostró completamente, bajando sus comisuras hasta crear una línea furiosa.

—Zorra malagradecida —dijo con voz contenida—, te estoy diciendo que harás lo que más les gusta a las de tu calaña y… ¿lo rechazas? —él se puso en marcha caminando hacia ella—. ¿Qué pasa si te despido? ¡Diré por toda la maldita Perla que eres una ladrona asquerosa! —Katerine palideció—. Nadie te dará empleo, ¿Qué harás entonces?, tendrás que prostituirte por las calles de todas formas…Acepta mi propuesta ahora y lo harás desde un cómodo club donde tendrás tu propio catre.

No supo exactamente en qué momento decidió hacer lo que hizo, pero nada la detuvo cuando lo golpeó. Y no fue para nada una pobre bofetada, no, ella rompió su nariz con un solo puñetazo.

—Maldito cerdo —siseó, mandando todo a la mierda.

Quiso alejarse, pero él la alcanzó enfurecido. Katerine estaba alterada y confundida por todo lo que pasaba, sentía odio, asco e impotencia. Cuando él sujetó sus muñecas ella se defendió con lo que pudo.

Él la golpeó en su estómago con uno de sus puños, el aire la abandonó por varios segundos, pero nunca detuvo sus sacudidas, logró arañarlo y propinarle un golpe con su propia cabeza, eso los dejó a ambos indefensos. Katerine estaba mareada, pero hasta que la oscuridad la llamara ella no se detendría.

«Si aún estás de pie entonces sigue adelante», escuchó a alguien decir alguna vez.

Pero no fue tan fácil llegar a su objetivo, Jackson Trenn la tomó de su cabello y la hizo caer al suelo.

Sigue adelante, gruñó en su mente.

—Maldita rata —sintió el peso de él sobre ella—. Vas a pagar con tu vida —quiso sujetarle las manos, pero ella luchó, sabía que si eso sucedía estaba perdida.

Katerine solo necesitaba llegar hasta…

Chilló cuando Jackson volvió a jalar su cabello. Ella buscó su mano y enterró sus uñas allí donde tocó, lo escuchó sisear pero no fue suficiente. Estaba desesperada y tuvo que recordarse respirar. Ella se quedó totalmente quieta por un segundo, afortunadamente eso lo desconcertó tanto que no esperó que ella con fuerza levantara sus caderas para que perdiera el equilibrio, logró voltearse un poco y fue todo lo que necesitó para golpear su garganta.

No perdió oportunidad y con una patada lo apartó.

Katerine se arrastró los pocos centímetro que la separaban del carrito de limpieza, cuando lo alcanzó sus temblorosas manos lo hicieron caer haciendo que el agua dentro de él cayera sobre ella y el suelo. No le importó, no cuando había alcanzado el trapeador a tiempo para golpear a Jackson Trenn en el estómago y luego en el rostro.

El hombre cayó adolorido.

Verlo en el suelo así hizo que Katerine corriera. Apenas tuvo tiempo de tomar su cartera con las llaves de su desastre andante.

Su corazón latía demasiado fuerte y cuando el frío la rodeó no sintió nada a pesar de estar mojada. Sabía que era por la adrenalina, solo esperaba que no la dejara tan pronto. Mucho antes de llegar a su coche ya tenía las llaves preparadas. Le tomó menos de tres segundos entrar en él y enterrar la llave en el encendedor.

Agradeció a los dioses cuando el auto arrancó.

Tenía un grueso nudo atorado en su garganta, quería gritar con fuerza.

Sus manos se aferraron al volante.

Todo se había arruinado, todo. Ya no tenía futuro en ese lugar, Jackson Trenn no iba a permitir que el ataque pasara por alto. Él no era así, Katerine conocía las intenciones de ese lobo.

Una maldición poco convencional se escapó de su boca al darse cuenta que el auto estaba bajando la velocidad aunque ella tuviera su pie a fondo en el acelerador.

—No —balbuceó—. No, por favor, no me hagas esto, por favor.

El auto se detuvo por completo en medio de la carretera y todo lo que tenía era la noche y el paisaje invernal acompañándola, todavía faltaban algunos kilómetros para llegar al centro o a cualquier negocio cerca.

Y ella estaba varada.

Sus pies patearon sin una pizca de cuidado el acelerador.

—Maldito, maldito, maldito —golpeó el volante.

Miró hacia el puesto de copiloto donde se encontraba su cartera y de inmediato buscó su teléfono.

—Maldición —lloró cuando no encendió. Se había quedado sin batería.

Por un minuto se permitió llorar, pero no se dio rienda suelta o sabría que eso la detendría por varias horas y el frío ya comenzaba a colarse dentro del auto. De la guantera sacó la única herramienta que tenía, esperaba que eso la ayudara.

Limpió sus lágrimas antes de salir del auto, de la cajuela salía humo, maldijo y no dejó de maldecir incluso después de haberla abierto. Estaba claro que el arranque sin previo calentamiento era lo que había jodido su motor. O eso pensaba ella, no recordaba con seguridad si esa cosa era el motor o alguna otra parte del auto. Ella no tenía cabeza para eso.

¿Qué se suponía que haría?

Katerine podría caminar, estaba dispuesta, pero sabía que probablemente tendría un ataque de hipotermia antes de llegar a algún lado. Entró a su auto con rapidez para aprovechar el poco calor que quedaba.

Respiraba.

Tenía que recordarse respirar.

Estás de pie, sigue malditamente moviéndote, se exigió a sí misma.

Se dijo su nombre, una y otra vez. Pero entonces escuchó algo.

Sus ojos fueron hacia el espejo retrovisor y vio que un auto se acercaba, no dudo en salir a toda prisa de su coche, pero al reconocer la camioneta roja su corazón se detuvo.

Había podido escapar de él en su oficina, ¿Cómo podría hacerlo allí cuando todo lo que tenía era el…?

Bosque.

Cerró con fuerza la puerta de su auto y se aferró a la herramienta que tenía, la camioneta se acercaba son rapidez. Su mirada se desvió hacia el espeso bosque.

Seguirá de largo, se dijo, o querrá terminar lo que comenzó.

Dos opciones, para ambas había trazado un plan, aunque probablemente ambos tendrían el mismo terrible final para ella, no se permitió ceder al pánico.

Ella iba a pelear.

Lo haría hasta que la oscuridad la arrastrara de los tobillos.

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