Capítulo 5

-Tenemos que irnos –Marco se levantó del suelo y dio vueltas por la habitación buscando algo con la mirada, me imaginé que era la ropa, pero eso no; la habitación estaba otra vez destruida, polvorienta, olvidada.

Todo se había vuelto mierda; como la encontramos.

Marco soltó un gruñido de frustración y comenzó a tirar las mesas, gabinetes, tomó el colchón y lo tiró con todas sus fuerzas contra la pared, tuvo la intención de lanzar tambien el soporte de la cama, pero como era una madera pesada no pudo alzarla; no obstante comenzó a darle patadas.

Me hizo recordar a los ataques de ira que le daban a mi madre a veces cuando se molestaba con mi padre, siempre creí que ella era la mala, pero…

Aparté mis pensamientos cuando Marco tomó la radio que seguía sonando con música clásica y la lanzó contra la única ventana que estaba intacta, rompiéndola en miles de pedazos.

— ¡Marco detente! —Grité en mi inútil intento de calmarlo, pero el muy idiota no me hacía caso— ¡MARCO, YA!

— ¡¿Qué quieres Charlotte?! —gritó apenas volteando su cabeza para mirarme, la vena de su frente pulsaba, su rostro rojo.

Joder, daba miedo.

Él caminó a paso firme hacia donde yo me encontraba y se detuvo a centímetros de mi cara, sus ojos verdes fijos en los míos y su respiración chocando contra mis labios me oprimió el pecho, sentí que mi pulso se aceleró por completo al tenerlo tan cerca.

—Ya detente Marco, por favor —murmuré—, me estás asustando.

Marco alzó las cejas pareciendo ofendido.

— ¿Qué yo te estoy asustando? —Repitió incrédulo— perdón por alterarme y afectar tus sentimientos ¡Unos espectros/fantasmas/lo que sea nos quiere atrapar en esta Isla! y tú solo piensas en que te asusto, deja de hablar mierdas y vístete, ¡Maldita sea!

— ¡Deja de gritarme como si fueras mi puto padre! —le refuté sin dejarme intimidar por su mal genio.

Él pareció sorprenderse de que le hubiese respondido, pero mis padres nunca me gritaron y no iba a permitir que este hijo de puta lo hiciera.

— ¡Entonces deja de decir idioteces! —replicó.

Ambos nos miramos fijamente, mi respiración acelerada igual que la suya por todo lo que había pasado, su cercanía mandando miles de sensaciones a mi vientre, la adrenalina viajaba con rapidez por todo mi cuerpo, noté como sus ojos verdes bajaron por un momento a mis labios y sentí una extraña tensión entre ambos, como si tuviera ganas de quitarle la ropa…

No, ¿Qué coños estaba pensando?

Él dio un paso atrás rompiendo nuestra rara tensión, y caminó lejos de mí, creí que tomaría una profunda respiración para calmar sus nervios, pero lo que hizo fue agarrar mi ropa desde alguna parte del suelo y me la lanzó.

—Vístete —pidió.

No me atreví a decir otra cosa, la tensión entre ambos se había sentido muy extraña y solo quería que todo esto acabara. Me limité a colocarme la ropa que olía a tierra y humedad casi podrida; asquerosa, pero era lo único que tenía.

Marco se terminó de colocar la camisa y el pantalón, tomó un trozo de madera que se había zafado de las gavetas para usarlo como si fuera un arma, lo miré intentando descifrar qué quería hacer, irnos de aquí directo hacia esos espectros o quedarnos con los espectros. Antes de darle vueltas al asunto, Marco me tomó de la muñeca bruscamente y salió conmigo de la habitación jalándome como si fuera una niña a su cargo, pero me gustaba pensar que me seguía protegiendo.

La sala estaba igual de descuidada que cuando llegamos, ni siquiera el olor a café seguía ahí, a pesar de no haber comido nada, ya no tenía hambre. Salimos a la calle del pueblo, todo estaba tenuemente oscuro, la neblina era espesa y la luz del sol tenue; casi como un día de lluvia.

Caminamos alrededor de media hora sin detenernos, mis pies martillaban y el agarre que el mantenía en mi muñeca ya comenzaba a torturar mi hueso, este parecía ser un pueblo que alguna vez tuvo vida; había rieles de tren y hasta lo que parecía un teatro, ¿Qué había pasado aquí?

Llegamos al final de calle y nos adentramos a un sitio lleno de árboles, la luz haciéndose cada vez menos perceptible, no sabía hacia donde nos dirigíamos, ni siquiera si había salida. Marco se detuvo y por ende yo también lo hice.

Intenté tranquilizar mi respiración y fue cuando me di cuenta que Marco no respiraba en lo absoluto; parecía petrificado, sus ojos totalmente abiertos y su boca con un débil temblor, cuando seguí el hilo de su mirada, también me sorprendí, estaba la sombra de algo o alguien a dos metros de nosotros, no podía diferenciar qué era.

Mierda.

— ¿Quién eres? —me atreví a decir como si ese espectro tuviera la cortesía de contestarme.

—Es… —tartamudeó Marco lleno de miedo— un mimo.

Cuando Marco terminó de pronunciar su nombre, El mimo se movió, pude ver con horripilante fascinación, sus ojos rojos resplandecer en su cara, su sonrisa de dientes blancos se extendía cada vez más amplia, hasta que abrió su boca y de ella serpenteo su lengua volviéndose cada vez más larga. Temblé de terror, ese mimo parecía sacado de una película de horror.

Sus brazos cubiertos por una camisa de rayas blancas y negras comenzaron a extenderse al igual que sus piernas y se retorcía como si se tratara de un títere de cuerdas. Una de sus piernas se estiró hacia atrás tomando fuerza para deslizarse hacia nosotros, su zapato pareciendo del mismo tamaño que mi cuerpo.

— ¡Cuidado! —exclamó Marco jalándome hacia atrás ocasionando que ambos cayéramos al suelo.

El mimo comenzó a doblarse y retorcerse como un resorte asqueroso, sus ojos rojos se entornaban sin dirección fija y su boca hacia muecas de alegría y a la vez de tristeza, mi cuello se tensó y mi estómago se contrajo del miedo, no quería verlo, quería creer que era mentira, necesitaba aparecer en mi casa y fingir que nada de esto había pasado. 

El horrible espectro echó su cabeza hacia atrás y con fuerza soltó su lengua, me cubrí con mis manos al pensar que me golpearía, pasaron los segundos y fue cuando escuché el gemido de Marco a mi lado. Abrí los ojos y ahogué una exclamación al ver la lengua del mimo alrededor de Marco como una cuerda, presionándolo como solo he visto hacer a la anaconda de la película Anaconda, el rostro de Marco se tornaba rojo y su mirada vagaba al cuerpo del mimo con verdadero terror.

— ¡No! —grité. Antes de que pudiera idear un plan, mi cuerpo reaccionó antes que yo y tomando una roca del suelo (realmente pesada) la estrellé contra la tensa lengua.

No sabía en realidad que hacer, se supone que los mimos siempre hacen mímicas con sus manos, si esto no funcionaba ¿tal vez debía lanzarle una piedra imaginaria? La roca rompió la lengua como si se tratara de papel y Marco cayó al suelo libre del agarre. El mimo soltó un gruñido tan chillón que retorció mis oídos, comenzó a llenarse de humo negro y poco a poco se desvaneció como espuma.

— ¿Estás bien? —dije sin aliento arrodillándome al lado de Marco observando como la lengua que antes lo envolvía se volvía simple polvo negro.

Bueno, obviamente no está bien, casi lo mató un mimo psicópata.

—Si —susurró sin aliento, cuando lo ayudé a pararse por primera vez vi en su mirada algo más que dureza; tal vez admiración—. Gracias.

Señoras y señores, Marco me había dado las gracias, creo que ya me podía sentir realizada como persona.

Pude ver que no era tan duro como se hacía ver, él al menos tenía sentimientos.

—Vamos, esta isla parece ser enorme —comenté para comenzar a caminar, Marco no dijo nada, solo me siguió el paso y por primera vez, no me sentí menos que él o estúpida.

Yo no era realmente una persona sumisa, de hecho siempre era impulsiva, me encantaban las misiones secretas (así no fueran relevantes) y nunca me callaba cuando quería exponer mi opinión, pero en estas extrañas circunstancias donde quedamos varados en una isla desierta, dejé que Marco tomara todo el control y era algo que no quería volver a permitir, estábamos juntos en esto.

-¿Cómo sabías que una roca lo mataría? –comentó Marco luego de un largo momento donde seguíamos caminando a través del bosque.

-No lo sabía –me limité a decir, fue en realidad un golpe de suerte que funcionara y que no nos matara a ambos-, es una locura, no comprendo qué está pasando, ni siquiera sabía que eso pudiera existir.

Marco apretó los labios hasta dejar una fina línea, nuestras pisadas eran lo único que resonaban en el lugar.

—Los mimos  siempre han sido mi peor pesadilla —explicó—, cuando tenía cinco años, mis padres en vez de contratar a un payaso, contrataron  a un mimo, no hablaba, solo se reía sin sonido y hacia cosas como jalar sillas con cordones imaginarios… tuve pesadillas por años, donde me quedaba sin voz o alguien me perseguía en mudo. Era un niño ingenuo e indefenso, pero eso hasta ahora, marco mi vida.

—Ya no eres un niño –dije—, y no eres indefenso…

Marco se quedó un momento pensativo, me agaché para cruzar un par de ramas de los árboles, todos parecían iguales y por extraño que sonara, tuve un deja vú donde ya había visto el mismo árbol de limón.

—Me sentía indefenso cuando mis padres no estaban –susurró—. ¿Podemos descansar un momento?, creo que necesito pasar el pánico de hace rato.

Sin esperar respuesta, Marco se dejó caer en las raíces de un enorme árbol de ramas altas y abundantes, vacilé un momento, pero luego tomé asiento a su lado, observando como soltaba un fuerte resoplo y sus manos no dejaban de vibrar, al parecer eso le sucedía cuando tenía miedo; sus mejillas se tornaban  de un fuerte sonrojo.

-¿Te sentías indefenso cuando tus padres no estaban? –repetí su confesión esperando que este momento de familiaridad no se rompiera y volviera a tratarme como una niña estúpida.

—Cuando era pequeño, si —afirmó—, y lo había superado, creí haberlo superado, pero simplemente apareció ahí y todos los recuerdos y pesadillas vinieron a mi mente…

—Fue como si el mimo te hubiera atrapado apropósito —dije—, pudo haberme agarrado a mí.

—Mi odiosa prima me dijo que el mimo solo persigue a los niños ricos —dijo sin intención de ofender, sin embargo lo miré alzando las cejas ofendida.

— ¿Acaso no tengo cara de ser una niña rica?

Él giró los ojos pareciendo obstinado.

—No me refería a eso, tampoco quise ofenderte —dijo—, aunque claro, ambos sabemos que el único niño rico aquí soy yo.

Abrí la boca para refutarle, pero luego me di cuenta de que él tenía razón, yo era solo clase media.

Las clases sociales eran muy marcadas en Ginebra, siempre había ese desprecio por los que tenían menos, si no tenías un auto deportivo de primera mano; simplemente no eras nadie.

— ¿De dónde eres? ¿San Marte? —dije con sarcasmo. San Marté era la ciudad de los ricos (por decirlo así), donde los multimillonarios que viven demasiado bien como para vivir en el norte, se trasladaban hacia San Marté donde podían vivir muchísimo mejor.

—Si —dijo simplemente.

Ah, cochina gente rica.

—Mis padres son dueños de distintas distribuidoras en todo el país —explicó—, casi no los veo, cuando era pequeño, me dejaban al cuidado de mi nana, pero no era una nana de esas bonitas que pasan en las peliculas, mi nana me daba brocoli para la cena; solo brocoli acompañado de medio vaso con agua y una pastilla para que me durmiera rápido.

Mierda… eso era maltrato infantil.

—La despidieron cuando la descubrieron robándose las cosas de la casa para venderlas por internet —continuó—, mi hermano mayor siempre decía que esa bruja moriría fea y calva, pero no ha muerto todavía.

Ah, un hermano.

— ¿Solo son ustedes dos? —pregunté, al ver que no comprendió mi pregunta aclaré: — tu hermano y tú, ¿son los únicos hijos?

—Oh, sí, bueno, de la esposa de papá, mi hermano es mayor por ocho años, somos herederos —aclaró—, los demás son de putas fuera del matrimonio, no los considero mis hermanos.

Vaya, esas eran fuertes declaraciones.

— ¿Tu ibas a ese crucero con tus padres? –indagué.

—Sí, es decir, se suponía que me casaría con Pedra en este viaje… —murmuró, parecía cansado de pensar en eso y agregó: — Ven, sigamos.

Comprometido…

Marco sacudió su pantalón un poco donde se había llenado de tierra, y se levantó del suelo. No pude evitar notar que a pesar de que se había quemado por el sol, su piel seguía blanca aunque tal vez menos luminosa… joder debía dejar de mirarlo, pero es que cada vez que lo observaba me deslumbraba que a pesar de estar sucio, agotado y vuelto mierda; seguía siendo guapo.

Me tendió una mano para ayudarme a levantar, así que no tuve más remedio que aceptarla, era una verdadera lástima, quería quedarme sentada un rato más, como si no tuviéramos compromisos y no estuviéramos perdidos en una isla desierta maldita.

— ¿Se llama; Pedra? –Dije incrédula—, deberían llamar a su primer hijo Pedro y de segundo nombre Picapiedra.

Después de que lo dije, me di cuenta de lo estúpido que sonaba.

Marco fijó sus ojos verdes en mí  con desconcierto, pestañó varias veces hasta que me hizo sentir un poco incomoda, sin embargo su quijada tembló y no tuvo más remedio que darse por vencido para soltar una ligera carcajada ante mi tonto comentario.

—Madura, Charlotte —esta vez pareció decirlo en broma, dejando permanecer una débil y encantadora sonrisa en sus labios, lo miré unos segundos tal vez más de los necesarios, era hermoso por fuera, y puede que también por dentro, solo que lo intentaba ocultar siendo un mandón…

Se escuchó una rama quebrarse detrás nosotros e inmediatamente todo el humor se drenó de mi sistema para mirar alerta a todos lados. Marco tomó mi brazo, tambien observaba distintas direcciones, no sabía qué ocurria, ni tampoco podía saber qué esperar de esta isla maldita.

Algo cayó del cielo y aterrizó sobre mí, derrumbándome en el suelo dolorosamente, mis pies fueron atrapados al igual que mis brazos, y un cuerpo me aprisionaba contra el suelo. Pude ver un rostro lleno de lodo o de mierda, la pudrición era intensa.

— ¿Quiénes son ustedes? —dijo esta persona que estaba aplastándome con su peso.

— ¡Suéltenme! —escuché la voz de Marco, me imaginé que lo tenían también aprisionado.

— ¡¿Quiénes son ustedes?! —repetí a la defensiva intentando levantarme, pero esta persona era realmente pesada.

Sin previo aviso, la persona me soltó los brazos, creí que me liberaría e intenté levantarme nuevamente, sin embargo, esta persona volvió a voltearse y me estrelló una roca contra la cabeza, sentí un gran aturdimiento en mi cuello y en mis oídos mientras el dolor se propagaba, mi visión se tornó borrosa y perdí el conocimiento.

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