Capítulo 2

Grité con todas mis fuerzas antes de que mi cuerpo impactara contra la helada agua y me sumergiera por completo, nadé a la superficie y chapotee en busca de la balsa, el hombre había caído en ella sin ni siquiera mojarse.

—Toma mi mano —dijo pareciendo asustado de que me comiera un tiburón.

Joder, yo estaba más asustada de que eso sucediera.

Tomé su mano y a duras penas logré subirme nuevamente a la balsa, por amor a Dios, el agua estaba demasiado fría, por lo menos sabía nadar; había tomado clases cuando era pequeña.

Miré hacia el barco de donde habíamos caído alejándose más y más de nosotros, intenté gritar, me levanté y salté en mi lugar pidiendo ayuda, pero al parecer nadie notó que caímos por la borda como sacrificios. El muchacho sacó una linterna y cuando la encendió esta resbaló de su mano, perdiéndose en las profundidades del mar.

—No, ¡Oh, Dios mío!, ¡esto no puede estar pasando! —murmuré observando que era de noche, no había luz, el barco estaba lejos de nosotros y no podíamos nadar hacia allá porque nos congelaríamos o nos comerían los tiburones. 

—Calma, llamaré a alguien —el muchacho sacó su celular y la tenue luz de la pantalla apenas iluminó unos pocos rasgos de su rostro.

— ¿Qué… pasó? —dije ansiosa al ver que no parecía hacer más que mirar la pantalla.

—No hay señal —murmuró con incredulidad. Bien, este no podía ser el fin del mundo, no teníamos ni una hora de haber salido de la ciudad, debíamos de estar cerca.

—De seguro la balsa nos arrastrará hasta la orilla —murmuré—, claro, fuera más fácil si tuviéramos remos, si fuera una película esta balsa tendría unos malditos remos, ¡¿por qué no hay unos putos remos en esta balsa?!

Joder, me faltaba la respiración y solo quería gritar agarrándome de los cabellos.

— ¿Sueles volverte histérica en situaciones como esta? —preguntó tomando asiento, su cabello castaño brilló; parecía rozar sus orejas, pero por la falta de luz, casi no podía verlo.

—Cuando siento que voy a morir, si —dije sin aliento sintiendo taquicardia.

—Tranquilízate, ni siquiera salimos del estado, para mañana estaremos de vuelta a la ciudad —dijo—, tendrán que reembolsarme mi boleto.

Me senté en la balsa, era lo suficientemente grande como para que los dos estuviéramos cómodos, y respiré profundo, tenía la esperanza de que para la mañana esta pesadilla habrá terminado y solo sería un mal recuerdo, o al menos eso pensé mientras me acomodaba con la esperanza de que las olas nos arrastraran rápido a la ciudad.

Pero la vida tenía otros planes para mí.

- - - - - - - - - -- ---

Mi boca estaba reseca, tenía demasiado frio y mis labios estaban completamente partidos; con una molesta picazón, debía de ser de madrugada, el cielo seguía oscuro y el sonido burbujeante del mar anunciaba la movida de los peces. Intenté cubrirme, pero mi chaqueta seguía húmeda al igual que mi ropa, en cambio, el muchacho que estaba conmigo, dormía como si le tocara dormir en una balsa todo el tiempo, sus piernas rozaban mi cara, pero en vez de apartarme pegué mi nariz a su piel caliente con la esperanza de obtener calor.

Pasaron un par de horas donde el frio fue reemplazado por un calor insoportable, el sol nos castigaba reluciendo en todo su esplendor y la sed se intensificaba cada vez más, esta balsa no tenía comida, no tenía agua, ni siquiera tenía salvavidas, solo era un pequeño bote de plástico que impedía que los monstruos marinos nos comieran vivos.

—¿Cómo es tu nombre? —preguntó el muchacho, estaba sentado en el bote con la chaqueta puesta sobre la cabeza en una especie de gorro, sus mejillas y orejas estaban rojas debido a que su piel era realmente pálida. Jugaba con el agua haciendo pequeños remolinos en ella.

— ¿Cómo es mi nombre? —Repetí—, es bonito, tiene muchas letras –el muchacho frunció el ceño débilmente sin comprender mi broma, así que agregué; — Soy Charlotte.

—Charlotte —repitió atreviéndose a mirarme—. Yo Marco, Marco Dontavelle.

Pareció esperar alguna reacción por parte mía, pero simplemente me limité a asentir con la cabeza sin decir nada, llevábamos mucho tiempo aquí, quería orinar, tenía sed (intenté tomar agua de mar pero fue peor), hambre, sueño y la esperanza de que la balsa nos arrastrara hacia la ciudad se iba cada vez que pasaba otra hora.

— ¿Te sientes bien? —Se atrevió a decir—, pareces enferma.

Me tensé, ¿enferma?, era más que eso, mi piel se estaba cocinando viva y los recuerdos de Flyn se arremolinaron en mi mente como una mala película de terror.

Él con esa zorra.

—Quiero hacer pipí —admití.

—Puedes sumergirte en el agua, no creo que a los peces le importe —contestó en broma, aunque él no parecía realmente tener mucho sentido del humor.

¿Sumergirme en el agua para orinar?, de ninguna manera, podía atraer a algún tiburón, le temía a los monstruos marinos, y más cuando decían que nuestra ciudad encontraron al primer pulpo gigante (claro que nunca hubo pruebas), solo eran leyendas.

—De ninguna manera —dije secamente.

Marco frunció el ceño  y se limitó a continuar revolviendo el agua con sus dedos. Teníamos tanto tiempo en la balsa que decidimos mojar nuestras chaquetas y colocárnoslas sobre el rostro en un intento de refrescarnos, eso ayudó, pero seguía sintiéndome al borde de la muerte.

En un momento escuché un ruego en voz baja, cuando presté atención, me di cuenta que Marco estaba rezando pidiendo por su alma.

¡Ay!, ¡por amor a Dios!

—Por favor, Marco —gruñí—, las plegarias son las peticiones desesperadas que hacen los que perdieron la fe.

— ¿No lo entiendes? —Sentí que se levantó y no tuve más remedio que quietar la chaqueta de mi cara para verlo—, estamos varados en la nada, perdidos, moriremos en una semana cuanto mucho si no salimos de aquí.

—En ese caso, podemos lanzarnos al mar y adaptarnos a la vida marina —dije, Marco me miró con confusión—, seriamos las primeras sirenas reales.

Esperé a que mi broma le elevara el humor, sin embargo frunció el ceño.

—Deberías madurar Charlotte.

—Tú deberías tener sentido del humor —contraataqué, es decir no había sido realmente simpática con él desde que caímos de la balsa y ahora me ofendía por querer bromear.

Marco se limitó a mirar alrededor y fijó su mirada en el horizonte fijamente, de repente saltó en su lugar y comenzó a balbucear algo, pero no lograba entenderlo, hasta que voltee y observé lo que él veía.

La ciudad.

Solté un grito y comencé a arrastrar el agua con mis brazos ignorando el ardor en mi espalda por el bronceado —o más bien quemado— que me había dado el sol, Marco me comenzó a ayudar, podía ver la silueta de los edificios y casi saboreaba unos panqueques con miel en mi boca.

Alrededor de una hora, nos acercamos lo suficiente como para definir mejor los altos edificios, el sol había decidido ocultarse y la neblina se volvía cada vez más espesa, ¿acaso había anochecido de la nada?, ya el frio comenzaba a hacer presencia.

—Esta no parece ser Ginebra –dije, no había muelle, no estaba ni siquiera el cartel característico de la ciudad que decía “Bienvenidos a Ginebra, tierra de oro y mar”, mi ciudad era grande y bien cuidada; una ciudad donde la pesca era el primer comercio, mi padre era dueño de unas cuantas empresas de enlatado, eso nos hacía vivir en el centro de la ciudad donde se suponía está la gente “clase media”, en el norte vivían los ricos (dueños de embarcaciones) y al sur los pobres que no tenían ni para comer.

Pero esto no era ni siquiera una ciudad, parecía ser una isla en medio del mar, pero lo curioso era que había edificios, ¿o ya estaba delirando?

—Tal vez sea una isla cercana —repuso Marco. Tenía sentido, y si se trataba de una isla cercana, por lo menos podríamos pagarle a un bote para que nos llevara de regreso.

Seguimos impulsándonos con nuestras manos hasta que nos bajamos de la balsa y la arrastramos con nosotros. Cuando mis pies tocaron la arena tibia sentí la gloria y me permití tumbar en la arena para aspirar el olor de la civilización.

—Gracias Dios, gracias, gracias… —no paré de agradecer por lo que pareció media hora. Marco no habló, pero estaba segura de que estaba igual de aliviado que yo.

Me senté en la arena y voltee observando a los árboles que cubrían el camino como si se tratara de una muralla, a lo lejos podía ver edificios, necesitábamos encontrar a alguien que nos ayudara o que por lo menos nos diera agua. El cielo se tornaba de morado al gris y la neblina traía consigo un extraño frio que me erizó la piel.

— ¿Revisaste si tienes señal en el teléfono? —murmuré a Marco.

Él seguía acostado en la arena con los ojos cerrados y al procesar mis palabras se sentó para sacar su teléfono del bolsillo, lo observó un momento y soltó una vulgaridad.

— ¿Qué pasa?

—Se empapó de agua —suspiró—, debemos caminar al pueblo a ver si encontramos donde llamar, o encontrar algún bote que nos lleve a Ginebra, lo que ocurra primero.

Lo que faltaba, joder.

Comenzamos a adentrarnos entre los árboles, la arena se convirtió en tierra y el sonido de los insectos llenaban el lugar, casi me sentí como los chicos de esa serie donde se perdía en una isla, claro que ellos habían llegado en un avión y se habían quedado atrapados en una isla desierta.

—Ojalá que tengan agua —murmuré en voz alta—, tengo mucha sed y a la vez ganas de hacer pipí, fuera genial que pudiéramos tomar nuestro pipí, eso sería muy práctico en la supervivencia…

Aquí estaba yo, hablando estupideces sin sentido víctima del delirio y desesperación.  Marco giró su cabeza solo para entrecerrarme los ojos, casi pude escucharlo insultándome solamente con ese gesto.

—Madura, Charlotte —soltó.

Sentí mis mejillas sonrojarse, este chico no tenía sentido del humor en lo absoluto, ¿Qué edad tenía? ¿60?, yo estaba acostumbrada a decir lo primero que me venía a la mente, claro que eso a veces me hacía quedar como estúpida.

— ¿Qué edad tienes? —dijo Marco luego de un momento de un silencio absoluto, la oscuridad comenzaba a abrazarnos y el bosque parecía no tener fin.

Tropecé con una rama y me estrellé contra su espalda, él me lazó otra mirada gélida que me hacía sentir estúpida, odiaba que fuera tan odioso conmigo, es decir, solo nos teníamos el uno al otro.

—17 —murmuré—, ¿y tú?

—Por tu cuerpo te habría dado unos 20 años —comentó—, claro que luego abres la boca y lo arruinas.

No sabía si ofenderme o alagarme por su comentario, aunque ya estaba acostumbrada a que me dijeran “tú solo tienes cuerpo” o “estas tostada de la cabeza, Lotte”. Era de estatura promedio, caderas anchas y pechos moderados, gracias al deporte, (me gustaba el voleibol).

—Ah, me has estado mirando ¿eh? —lo miré, pero él no contestó, definitivamente creo que lo había atrapado.

— ¿Que hacías en el crucero?, ¿las clases no iniciaron la semana pasada? —continuó en tono despectivo.

—Ya me gradué del bachillerato, dentro de un mes inicio la universidad, ¿y tú? —respondí ya algo fastidiada.

Odiaba cuando me querían tratar como una boba, me gradué con el mejor promedio 9.8, me dieron una beca en Hilfa (la mejor universidad de la ciudad y probablemente del país).

—Se suponía que le pediría compromiso a mi novia hoy —dijo luego de un momento—, es su cumpleaños 24, al igual que el mío.

Parte de mi irritación se pasó un poco y sentí un poco de lastima por él, se suponía que hoy debía de ser el día más importante de su vida y ahora estaba atrapado en mitad de un pueblo abandonado conmigo.

—Feliz cumpleaños —hice una mueca—, al menos estás vivo.

Por primera vez pude percibir una pequeña sonrisa en sus labios resecos que se esfumó cuando finalmente cruzamos el bosque.

Llegamos a lo que parecía una calle, aunque estaba agrietada y rota, los edificios no tenían pintura; todos eran grises, no tenían puertas y las ventanas estaban rotas, caminé al lado de Marco, nuestros hombros se rozaban a medida que avanzábamos asombrados de lo que parecía ser un pueblo abandonado.

Había postes de luz totalmente inservibles, pude ver una valla publicitaria de pasta dental tirada sobre los escombros de una casa, todo era tan viejo, descuidado, olvidado.

Lo admitía, me daba miedo.

—Esto es espeluznante —susurré a Marco, pero él no me respondió, voltee alrededor sintiendo mi corazón acelerado al no verlo.

¿Dónde coños estaba? ¿A dónde había ido?

—Marco… ¿Marco? —llamé mirando alrededor.

—Polo —dijo, él se encontraba de espaldas observando una casa cercana, esta parecía estar en buenas condiciones (ignorando que no tenía ventanas ni puertas), me apresuré a alcanzarlo, realmente no me gustaba estar sola en un pueblo que parecía abandonado.

Entramos al recinto, había unos estantes, una pequeña cocina y una nevera, todo lleno de polvo; pareciendo inservible, me incliné para ver un sartén con el acero totalmente quemado y lleno de telarañas.

—Mira esto, hasta televisión tenían —dijo Marco desde la sala, me asomé ahí, había una mecedora en una esquina y dos muebles, unas cuantas fotos a blanco y negro en las paredes alrededor del televisor de antenas.

Casi me hizo pensar en Chernóbil con todo eso de la ciudad abandonada por la radioactividad.

— ¿Crees que evacuaron por un maremoto? —indagué observando las fotografías, parecían ser unas familiares, o puede que hubieran muerto ahogados en un maremoto, tal vez este pueblo se hundió hace años y ahora es que volvió a resurgir, la verdad no sabía qué pensar.

—No seas ridícula —dijo—, ¿Cómo va a ver un maremoto en una isla?

¿Acaso no se podía? Preferí no responder, estaba cansada de que me molestara con sus comentarios y realmente no estaba de humor.

Caminé hacia una puerta al fondo, parecía estar media puesta, así que la empujé para ver la habitación de adentro, pero de súbito, Marco salió de ahí, haciendo que yo  saltara hacia atrás de la impresión y soltara un grito ahogado.

— ¡Dios mío! —Exclamé—, creí que estabas en la sala, joder, ¡no me asustes!

Lo miré mejor sin saber exactamente cómo se había metido ahí tan rápido.

— ¿Por qué te quitaste la camisa? —pregunté confusa, es decir, tenía un deslumbrante torso ejercitado, pero hace un momento la tenía puesta, miré hacia atrás como si así pudiera verlo en la sala.

—Charlotte —susurró tan sorprendido que me asustó, casi parecía un ruego desesperado…

Volví a mirarlo pero fruncí el ceño al ver que ya no estaba frente a mí.

¿Qué mier…?

— ¿Marco? —pregunté sintiendo los vellos de mis brazos erizarse al pensar que algo sobrenatural estuviera pasando, empujé la puerta para buscarlo y esta se desencajó cayendo con un ruido estridente en el suelo elevando una nube de polvo, tosí un poco y me limpié los ojos.

— ¡¿Qué pasa contigo?! —Marco me agarró el brazo desde atrás—, deja de romper las cosas, la estructura es vieja, puede caernos encima.

Abrí la boca para decir un torpe: “Desapareciste”, pero a lo mejor simplemente en la oscuridad no lo vi. Me zafé de su agarre con un brusco movimiento y le fruncí el ceño.

—No eres mi padre —escupí, no era nadie para regañarme.

—Madura, Charlotte —me retó con la mirada un momento y luego volteó a ver lo que había en la habitación todavía con la quijada apretada. Noté que ahora tenía la camisa puesta, ya mi cerebro estaba cansado y mi vista estaba tan fatigosa que ya inventaba cosas.

Vi hacia dentro de la habitación y observé una cama, el colchón estaba desnudo y la ventana quedaba en frente; tal vez tenía una buena vista de la playa…

De súbito el cielo oscureció de improviso y no podía ver absolutamente nada.

— ¿Qué hora es? —Dije—, oscureció de repente.

—Mi teléfono murió —expuso para refrescar mi memoria—, no sé qué hora podrá ser, pero estimo que son como las ocho de la noche.

  Relamí mis labios sintiendo que gruñían por algo de agua. ¿Ahora qué haríamos?, era de noche, al parecer este era un pueblo fantasma y no teníamos a donde ir, por lo menos esta casa nos daba un techo y una cama.

—Creo que deberíamos dormir aquí —comenté—, por la mañana podemos caminar en busca de ayuda.

Realmente salir de noche para mí que era una miedosa, no era opción.

Al voltear me di cuenta que Marco había desaparecido de mi lado, voltee a todos lados solo viendo oscuridad y tuve la extraña necesidad de salir corriendo.

—Mira, aquí hay un baño —escuché que dijo a lo lejos. Seguí el sonido de su voz hasta la habitación del fondo del pasillo.

—Odio cuando te vas de repente sin decir nada —murmuré.

—No es como si un fantasma me fuera a comer, Charlotte —comentó saliendo del baño.

Extrañamente la silueta de su cuerpo parecía ser más grande, Marco era realmente alto, no lo había notado, también era guapo, solo que ahora era que me daba cuenta de eso.

— ¿Funcionará el baño?, necesito hacer pipí —murmuré empujando a Marco a un lado, para poder entrar. Me sorprendió que todo se sintiera limpio, tomando en cuenta que no veía nada porque todo estaba oscuro, prefería simplemente pensar que no había insectos ni alimañas.

Cerré un poco la puerta y aunque fue complicado oriné medio parada (no sabía con exactitud si había ensuciado algo), al salir fui hacia la cocina donde escuchaba un extraño martilleo.

— ¿Marco? —susurré al ver a alguien debajo del fregadero, solo era notable la mitad de su torso y sus piernas, una luz salía de ahí dentro, ¿Qué estaba haciendo?

—Polo —escuché que respondió desde ahí. La luz se apagó y él salió para levantarse limpiando sus manos—. Descubrí que las tuberías estaban desencajadas y cerradas. Tenía otra luz de repuesto en mi bolsillo, de algo sirvió ser precavido.

Solté un suspiro, al menos teníamos luz.

— ¿Luces de repuesto? —alcé una ceja encogiéndome ante la luz cegadora. Marco se giró al fregadero y abrió el grifo, este hizo un sonido extraño como si se tratara de un monstruo gruñendo y seguidamente salió agua negra, tan oscura y podrida que cubrí mi nariz. Marco se apartó cubriendo también su nariz con el dorso de su mano solo para observar el agua.

— ¿Eres fontanero? —pregunté con la voz estrangulada.

Marco se limitó a negar con la cabeza, iba a preguntar a qué se dedicaba, pero él soltó un grito de alegría, tan espontaneo y jovial que me tomó desprevenida. El agua del grifo comenzó a aclararse poco a poco hasta que terminó siendo agua transparente.

—Ahora hay que ver si se puede ingerir —murmuró Marco.

— ¿Tomar de esa agua? —repetí incrédula, este pueblo puede que tuviera siglos abandonado, el agua debía de estar totalmente contaminada, aunque era de noche, y mis órganos se sentían totalmente secos, sin mencionar mi boca enteramente rota y agrietada.

— ¿Ves opción? —dijo Marco. Por supuesto que no veía otra opción.

Sin comentar nada, me acerqué al fregadero y metí la cara bajo el chorro de agua sintiendo como si la gloria y canto de ángeles me envolvieran por completo, abrí la boca y provee un poco del agua dulce; mi garganta y mi pecho casi los escuché retorcerse de alegría, bebí tanta agua que mi estómago se infló, tenía la mitad del torso mojado, no me faltaba nada para montarme encima del fregadero y terminar de bañarme por completo.

Ni siquiera me interesó, perdí la cabeza y me quité la camisa para poder mojar mi espalda quedando únicamente en mi sostén.

— ¿Sabe bien? —murmuró Marco con algo de entretenimiento en sus rasgos. No sabía si sabía bien, pero me refrescó por completo, necesitaba agua; el agua es vida.

Afirmé con la cabeza y me aparté para que él también disfrutara. A diferencia de mí, Marco colocó la luz sobre la nevera y se quitó la camisa, creo que la impresión de verlo nuevamente sin camisa me dejó desconcertada por un momento, su torso era puro músculos;  su piel totalmente blanca y bronceada donde no cubría su camisa, joder estaba buenísimo.

Me quedé como una estúpida desnudándolo con la mirada y no estaba segura, pero parecía que tenía una cicatriz que se le extendía por el vientre.

Me forcé a dejar de mirarlo como una acosadora, cuando se metió bajo el agua del grifo y me dirigí a la habitación donde probablemente pasaríamos la noche.

Me volví a colocar la camisa mojada y observé el colchón de la habitación, no veía casi nada, pero preferí sacudirlo en caso de que tuviera insectos. La luz se acercó y junto con ella Marco, quien con su camisa se secaba el rostro, no tenía más que su interior puesto y eso me hizo evitar mirarlo demasiado; me ponía incomoda.

Pero joder, mis ojos tenían vida propia y solo veían el bulto de su ropa interior.

—Mi ojos está arriba —comentó observándome con una ligera sonrisa de superioridad.

Sentí mis mejillas sonrojarse y aparté la mirada rápidamente.

— ¿Dormirás con la ropa mojada? —Dijo, yo solo afirmé con la cabeza limitándome a sentar en la cama—, no seas ridícula, puedes enfermarte.

Ambos semidesnudos en una cama… me daba cierto temor.

—Me da pena quitármela —admití en un susurro mientras me despojaba de los zapatos deportivos y las medias.

—Madura, Charlotte —dijo como ya se le estaba haciendo costumbre—. No pienso ni quiero tocarte.

Eso por alguna extraña razón me dolió, como si me hubiera dicho que no era lo suficientemente bonita como para tentarlo. Tragué saliva pesadamente y me quité la camisa mojada, él tenía razón, solo estábamos nosotros y la vieja lámpara reposaba de mi lado de la cama en el caso de que él intentara hacer algo…

Aunque realmente quería que hiciera algo.

No, ¿Pero qué estaba pensando?

Basta, ya me sentía agotada.

Deslicé mi pantalón quedando solo en mi ropa interior, luego de un momento Marco apagó la luz y se acomodó en el colchón.

— ¿Qué hacías en el crucero? —preguntó Marco de repente, voltee solo para encontrarme con la oscuridad, no sabía si estaba de espaldas o me miraba, así que cerré los ojos porque todo era igual.

—Vacacionando —mentí intentando que mis verdaderas razones no me afectaran, evité recordar a Flyn y a esa zorra.

—Dijiste que iniciabas la universidad en un mes, el crucero dura 3 meses —expuso haciéndome jaque mate en mi propia jugada, no sabía que le había dado tantas vueltas al asunto.

—Es una larga historia —murmuré fingiendo estar agotada—, y creo que ninguno de los dos estamos para escuchar historias largas.

Marco no respondió, creí que en cualquier momento diría algo como “tenemos tiempo” o “no seas ridícula, quiero saber”, pero escuché los ronquidos irrumpir en la habitación, dejando en evidencia que se había quedado dormido, este muchacho caía dormido con facilidad donde fuera. Intenté cerrar los ojos, pero no podía dormir, mi piel quemada por el sol me daba calor y me picaba…

Intenté pegarme un poco de Marco, su piel estaba fría, y de alguna forma me calmaba, él se giró quedando boca arriba sin dejar de roncar y mi mano accidentalmente tocó su torso.

Mierda.

Tragué pesadamente saliva sintiéndolo fuerte y sabía que no debía pero aquí estaba; bajando la mano…

Capítulos gratis disponibles en la App >

Capítulos relacionados

Último capítulo