Capítulo 4.

De pie frente al enorme edificio, sonreí, pues las ilusiones de una nueva vida estaban justo a mi alcance. Entré muy segura de la decisión tomada, pero antes fui al baño, donde me cambié el desgastado pantalón por el vestido blanco de flores. Solté mi cabello y este cayó en hondas a mi espalda baja. En la recepción me indicaron el décimo piso, donde Margaret supuestamente me estaba esperando. Subí al ascensor con el corazón latiendo apresuradamente, el pulso errático y mi cuerpo hecho un manojo de nervios. Una sensación agradable se esparció por todo mi cuerpo, al momento de que las puertas se abrieron, dejando a mi vista un enorme salón con un podio en el centro. Caminé a paso lento, acercándome hacia la Sra. Margaret, quien al verme se levantó y me abrazó, dejándome sin palabras.

—Creí que no vendrías, linda. Pero me alegra muchísimo que hayas aceptado — se separó de mí, agarrándome del brazo y trayéndome a un sillón de cuero enorme.

—Bueno, en realidad necesito el trabajo.

—¿Cuántos años tienes? Como debes firmar el contrato, debes tener la mayoría de edad — inquirió, mientras las esperanzas que tan elevadas tenía cayeron de golpe.

—Tengo diecisiete, pero en dos semanas cumplo la mayoría de edad.

Su semblante y alegría decayó por los suelos, frunció el ceño, se levantó y caminó hasta el único escritorio que había en el salón, sacó su celular e hizo una llamada. Mis nervios estaban a flor de piel. Pensé que debía renunciar a esa nueva vida que tanto he anhelado, pero la sonrisa relajada de Margaret logró calmar mi inquietud.

—No hay problema con ello, preciosa. En cuanto cumplas la mayoría de edad firmas el contrato, pero por el momento solo te haré unos pequeños exámenes de rutina —explicó, tomando mi mano.

—¿Qué tipo de exámenes? — el alma me volvió al cuerpo.

—Solo son chequeos rutinarios, análisis de sangre, muestra de orina y una evaluación con un psicólogo — respondió naturalmente, y asentí con la cabeza.

—¿Cuándo tengo que hacerme todo eso? — inquiero preocupada, pues salir de la casa es muy difícil.

—En este momento, cuanto antes mejor.

El proceso demoró dos horas. Según ella, los resultados estarán listos mañana. No podía dejar de sonreír por todo el camino al supermercado, dentro de poco voy a tener mi tan anhelada libertad.

Tan pronto llegué a la casa con todo lo anotado en la lista y puse todo en su lugar, Sandra apareció en la cocina y solo con la mirada me reprochó todo.

—Maldita bastarda. Tardaste mucho. ¿Acaso buscabas marido? — se echó a reír —. Oh, claro está, ¿quién se fijaría en una pobretona huérfana como tú? — agarró una manzana, la lavó y se marchó dándole unos pausados mordiscos.

Solo será un mes más y todo esto se acabara de una vez y por todas.

El día de mi cumpleaños llegó y, como era de esperarse, quien vino primero a tocar mi puerta fue mi madrastra.

—¡Abre la maldita puerta, niña! — sus gritos tan temprano en la mañana son estresantes—. ¡Abres la puerta o te juro que lo vas a lamentar!

        Le abrí la puerta con la cabeza en alto, sintiendo toda la seguridad del mundo, pues muy pronto no tendré que soportarla más.

—¿Qué piensas hacer? ¿Golpearme o insultarme? Eso ya lo has hecho por muchos años, pero te lo advierto, Sandra; hoy es diferente. Ya no soy aquella niña que estaba obligada a hacer lo que tu digas. ¡Así que largo de mi habitación! — sin darle oportunidad de responder, le cerré la puerta en la cara.

Con una enorme sonrisa volví a meterme bajo las cobijas, hasta que mi padre apareció en mi habitación.

—¡Feliz cumpleaños, mi princesa hermosa! — entró con un delicioso ponquecito de chocolate y, con lágrimas en sus ojos, nos abrazamos por un largo tiempo—. Mi amor, tu madre debe estar festejando desde allá arriba junto a nosotros. Ella me dio lo más bello y hermoso que tengo en mi vida. No sabes cuánto te amo, mi pequeña.

—Papá... Yo también te amo— le respondí entre llanto.

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