Estaré a tu lado
Estaré a tu lado
Por: Diente de León
Capítulo 1

Enical Trobaler

-¿Está tan enfermo?- pregunté mordiendo mi uña sin poder evitarlo ya, sabía que era un hábito horrible, antihigiénico y antiestético, incluso de niña me amenazaron con que esas partículas de mi uña viajarían por mi cuerpo hasta pincharme las venas, sólo lograron que lo deje por un par de meses.

-Es una persona intranquila, no controla sus impulsos o sus depresiones, lo siento, es algo que ni tú, ni yo podemos cambiar a estas alturas tan rápido, lo he intentado todo- explicó el doctor frente a mi, noté como removía sus lentes presionando el puente de su nariz con un fastidio y fatiga al que ya estaba acostumbrada, era la forma en la que estaba acostumbrado a liberar la frustración de este paciente, al menos él tenía formas de hacerlo, yo prefería ignorar el mar de ansiedad que me ahogaba en varias ocasiones, sólo lo pensaba cuando nadie podía verme.

-Pero debe haber otra manera, no lo sé, una rehabilitación o tratamientos más complejos- insistí desesperada sin importarme si se notaba en mi voz que estaba dispuesta a cualquier cosa que me sugiriera el terapeuta, buscando una salida, una solución, un milagro.

-Señorita Trobaler- al escuchar mi apellido, con esa intención de querer hacerme ver la realidad, se volvió tan detestable esa palabra para mí -Esas ideas ya las ha intentado usted y nada ha dado resultados hasta ahora, la única solución que encuentro es su internamiento en un centro que se especialice en este tipo de enfermedades, no veo otra manera de darle la paz que necesita, ya le había mencionado que su estado empeora a medida que pasa el tiempo- mencionó viendo como los muros de naipes, que construí con la ilusión de que me diera otra respuesta, se derrumbaban dejándome de vuelta entre escombros.

¿Qué si ya me lo había mencionado? Lo vivo diario, no necesita recordármelo.

Mi malhumor era perceptible, el enrojecimiento de mis ojos empezaba a fastidiar, pero no quería llorar, no aquí.

Me concentré en su cabello blanco y piel morena por un segundo mientras mordía mi mejilla para controlarme -Entiendo doctor- contesté mirándolo a los ojos antes de desviarlos a mi regazo en símbolo de completa resignación.

¿Internarse en un centro psiquiátrico? Tuve que hacer malabares para que viniera aquí, conozco la respuesta antes de siquiera mencionar el tema, lo conozco tan bien...Seguro me diría "antes muerto"

Cerré demasiado fuerte mis ojos en reacción a esa frase, me dolió la cabeza en una certera punzada en mis cienes, pero más me dolió el corazón, no quiero darme por vencida, no todavía, aún no es tan tarde. ¿Cierto?

Además, ¿de qué serviría? ¿Cuándo ha salido algo bien de un manicomio?

¿Qué sólo lo hagan dormir hasta que a alguien se le pase la dosis? Todo terminaría en un expediente cerrado y sellado, porque nadie le podía dar la tranquilidad que necesitaba.

Lo siento amor, no puedo condenarte a eso, tampoco me dejarías, daría mi vida por la tuya, sé que lo sabes bien y tampoco me dejarías, pero no hay maquina que cambie nuestras suertes o no lo estaría pensando porque ya estaría hecho.

Crucé la puerta principal del edificio y paré un taxi, antes de entrar noté que aun eran las 3 de la tarde, no había almorzado, ¿las comidas más importantes del día? Están sobrevaloradas, nada que un poco de carne extra en la cena no pueda compensarme.

Camino a casa decidí lo que haría de cenar, de hecho, la idea y lo necesario estaba listo, sólo debo llegar y ponerme a trabajar. Dejé que el ambiente de ruido urbano, algo alejado por las ventanas del auto, invadiera mis sentidos, mientras mi cabeza descansaba en el asiento, el camino no iba a ser muy largo, en un par de minutos estaría marcando el botón del piso 8 en el ascensor.

Sonreí satisfecha al dejar un pequeño camino de trufas envueltas con papel manteca y bolsitas de plástico transparentes con detalles de corazones, casi podía ver su sonrisa al verlas.

¿Muy cursi? Lo siento, pero se me agotan las ideas, los límites de la vergüenza los dejé atrás hace un par de años. Quiero que cada noche sea diferente, no sé si hará alguna diferencia a largo plazo, pero aún albergo la esperanza de que hay una salida, si no lo logro, no quiero pensar en eso.

-¿Se puede saber, señorita Enical Trobaler, qué hay de cenar?- su voz grave me sorprendió mientras aún lavaba lo que usé, no podía verlo pero ya sonreía como tonta al escuchar mi nombre en sus labios antes de cerrar el grifo.

Al voltear sonreí satisfecha, la mesa del comedor marrón oscuro, al frente de la isla gris que dividía la cocina y la sala, ya estaba lista con todo y postre servido, la sala ordenada, muy distinta a como la dejamos en la mañana después de una accidentada pelea de almohadas.

Y para enmarcar la preciosa vista, estaba él, recostado en la entrada de la cocina, sus labios se movían lentos, terminando de saborear el chocolate que dejé en la entrada, como de costumbre con sus básicos colores, una camisa azul, pantalón negro y el endemoniado y brillante cabello rizado oscuro suelto llegando unos centímetros más abajo de sus hombros, el perfecto marco para esa cara encantadora que con sonreírme ya me tenía rendida.

-¿Te ha gustado el chocolate?- pregunté sonriéndole -Espero que sí porque el menú de hoy es casi dulce, compré de esos chocolates de setenta por ciento cacao como te gustan- informé orgullosa, amé como me dibujó esa sonrisa con sus ojos oscuros brillando hacia mi.

Acomodé mi blusa beige sobre mis vaqueros oscuros antes de apoyar las manos en el lavabo detrás de mi, reconocía esa mirada, estaba a punto de acercarse y así lo hizo.

-Pues parece que me he perdido una preparación un poco...-dijo antes de acercarse a mi rostro, registrando cada detalle, fruncí el ceño divertida -Accidentada- susurró envolviéndome en su aroma a perfume y jabón con la ligera esencia de crema para cabello.

Me aturdí por unos segundos hasta que sentí sus labios en mi nariz, al verlo estaba saboreando algo por el movimiento de su boca, arrugué la nariz sintiendo el frío que me dejó su toque, pasó sus pulgares a mis mejillas y entendí que debía estar manchada de harina o chocolate, no había tenido tiempo de verme el rostro, en mi defensa, tenía pensado hacerlo justo después de limpiar, pero él me ganó.

-Pues fue un poco divertido ahora que lo mencionas- contesté riendo, alcé mis brazos hasta rodear su cuello mientras le daba una sonrisa coqueta.

Rozar y juguetear con los rulos de su nuca se había vuelto mi pasatiempo favorito, la manía que podía tener una persona con una pelotita antiestrés yo lo tenía con esos suaves y sedosos resortes que envolvían mis dedos como si estuvieran hechos a su medida, confieso que a veces me desesperan y tiro de ellos con un sadismo no propio de mí, hasta que se queja y me obliga a soltarlo, si no esta distraído en algo más.

-¿A sí?- me respondió distrayéndome del jugueteo que tenía con su cabello, me concentré en esa mirada capaz de atravesarme completa, me alzó una ceja con una sonrisa picara que me hipnotizó, su cabello ya no era mi prioridad, sentí su toque envolviendo mi cintura.

-Sí- respondí antes de terminar con los centímetros que quedaban entre nosotros, un beso tierno, uno dulce, literalmente, ese chocolate amargo en sus labios era lo más azucarado y aturdidor en mí, con esos labios suaves, el jugueteo de sus dedos en mi piel sobre la tela, toque perfecto.

Minutos contados, amargo recuerdo, desagradable realidad, la vida apestaba, no como esos labios.

Si es así, entonces definiré bien la esencia de cada beso, si es uno suave o apasionado, no te quedará duda de como es cada uno, porque quiero que los conozcas todos, que los recuerdes todos.

-¿Vamos a cenar, señorita?- señorita, esa voz y esa definición sobre mí no me da pensamientos que debería tener una señorita, pero prefiero sólo asentir antes que el rubor de mis mejillas me delate.

Desaté el moño alto improvisado en mi cabello castaño y dibujé una línea al lado con mis dedos, antes de acercarme al comedor, lo vi divertida, esa mirada de curiosidad no era la de alguien que sintiera mucha hambre.

-¿Y qué cocinaste?- preguntó mirando con curiosidad el plato principal, quería soltar una carcajada o indignarme por la poca fe que le seguía teniendo a mis habilidades culinarias.

-Pues hoy tenemos un plato exótico, lo vi en televisión y siempre quise saber si era rico, así que lo probaras para mí y depende de lo que opines lo comeré- expliqué con simpleza encogiéndome de hombros antes de soltarle una sonrisa maliciosa cuando me volteó a ver, sus ojos viajaban de los platos a mí, de seguro estaba discutiendo con su consciencia si era una buena idea.

-Bueno, los números de emergencia están en el directorio así que ya sabes que hacer- me dijo dramático antes de dar un trago sonoro, de seguro dándose fuerza.

Me quería indignar justo en ese segundo y armar el drama del que nos reiríamos luego, ¿nadie le ha dicho a este que las personas probamos lo que cocinamos?

Tomó los cubiertos para cortar la carne en su plato -¿Y cómo se llama?- preguntó mirando su plato intentando sonar casual.

Ensanché mi sonrisa -Costillas de cerdo caramelizadas con chocolate- recité muy orgullosa de lo extraño que sonaba.

-Espero que esté mejor de lo que suena- susurró, pero lo escuché -Espero que hayas seguido los pasos- comentó imaginándose lo peor otra vez, entorné los ojos en él.

Serás...Antonio Ulfrein, te estas ganando veneno para ratas como endulzante de mañana.

-Pues claro, o quizá no debí echarle colonia para que huela rico- comenté como si hablara conmigo misma mientras fruncía el ceño mirando el techo ¿Ya no es divertido, verdad?

Su boca se abrió que no emitió sonido, sabía que iba de broma, es el rey del drama.

-Es broma, tonto, ahora rápido, come- lo incité señalando con la cabeza su cubierto ya con comida.

Antonio tomó el primer bocado un poco dudoso, al probarlo le gustó, lo adiviné con sus gestos, sus mejillas se ensancharon al saborear y sus ojos se abrieron en reacción, el platillo era un poco salado, pero el chocolate le daba un toque dulce que no sentaba mal, me sonrió con incredulidad y esbocé una amplia sonrisa antes de empezar a comer.

Al terminar, como de costumbre, recogió la mesa llevando los trastos al lavadero para ocuparse de ellos, me quedé sentada, observándolo sin que él lo notara o quizá sí pero me dejaba creer que era un secreto.

La desesperación volvió a mi, la angustia, recordar el pasar de las horas y tener que mantener diario la misma sonrisa, fingiendo que un posible final no estaba cerca, cada día se me hacía más difícil salir de la cama a inventar que todo estaba bien.

-¿Y qué quieres hacer ahora? - preguntó sacándome de mis pensamientos mientras dejaba con sus delgados dedos el último plato en la secadora.

Que el tiempo se detenga, quiero congelarlo todo y que me digas que estaremos bien sin temer que sea mentira.

-¿Mañana no debes madrugar?- indagué vaciando mi mente.

-Mañana debo llegar a las nueve a ver al doctor y la última canción ya está casi lista, así que podemos hacer algo antes de ir a dormir- me informó con la mirada perdida, ya nos había pasado despertar a las 5 a.m. asustados por las insistentes llamadas a su celular, todo su equipo listo para una grabación mientras la voz principal se cambiaba el pijama avisando que estaría allí en 20 minutos.

-Entonces... ¿Te apetece una película o jugamos algo?- sugerí mientras nos acercábamos al blanco sofá de la sala, se sentó primero y me acomodé a su lado.

-Hay que ver qué hay en la televisión y si nada se ve atractivo quizá juegue contigo un rato- decretó dándome un beso pícaro en el cuello, me tomó por sorpresa provocando una descarga eléctrica en el punto que tocó, dejándola recorrer cada parte de mí libremente por debajo de la piel, antes de encender el aparato con el control remoto.

El calor en mis mejillas me notificó tarde que debía sentirme avergonzada, era más un efecto que una alarma, él siempre ha malentendido a su gusto y manía lo que digo, me refería a algún juego de mesa, de computadora o esas cosas, pero no, tenía que cambiarle el contexto a todo. Si todos supieran que la sonrisa inocente que suele dar no es más que una de sus murallas...

-Han pasado casi cinco años y te sigues sonrojando como en la primera cita, cariño- comentó sin despegar los ojos de la pantalla, agaché la cabeza sintiéndome muy inferior a él y sus peligrosos ojos, pude registrar que movió la cabeza hacia mí antes de sentir su brazo rodear mis hombros para acomodarme cerca de su pecho -Esta es buena, hay que verla- indicó, asentí ligeramente y me enfoqué en la película de acción.

Mis piernas temblaban, como siempre, la película había terminado hace unos minutos, pero mi cuerpo aún revivía las escenas finales dejándome ansiosa ante la adrenalina.

-¿Este hábito tuyo debería preocuparme?- inquirió Antonio al notarlo, de hecho ya se me había pasado un poco, comparado a como chillaba asustada, emocionada o cuando grité "mátalo, estúpido" casi al final.

Sí, soy algo intensa para eso, pero para exponer cuando estaba en la escuela...me sentía la hija de los locos Adams, directa, insípida, básica e inentendible, dicho sea de paso.

-No creo, es sólo la adrenalina- respondí minimizando el tema, pasando una mano por mi nuca, antes de entrar a la habitación principal de tonos azul y blanco que llamábamos nuestra.

Me sonrió y se dirigió primero al baño privado para ducharse, no podía dormir si no se bañaba antes; a diferencia mía, que lo hacía cuando oscurecía porque mi caprichoso cabello largo hasta casi las costillas no secaría para la hora de dormir.

Cepillaba mi melena sentada frente al tocador con mi pijama rosa mientras recordaba lo que dijo "Han pasado casi 5 años", los recuerdos empezaron a hacerse presentes en mi mente, cada sonrisa, cada suspiro, cada malentendido, vivir así era algo complicado, pero supongo que a estas alturas me da igual si el dolor sólo aumenta, es una modificación en el impuesto que ya no me sorprende.

Unos brazos desnudos rodeando mi cuerpo me sorprendieron por unos segundos, antes de verlo por el reflejo del espejo sonriéndome, no pude evitar devolverle la sonrisa. Un momento, sus rulos están bien definidos, está mojado, serás...me tengo que cambiar ahora, dejé escapar el aire de mi cuerpo pesadamente para relajarme, no importaba, suspiré cuando sentí sus labios en mi cuello, vaya, parece que su idea era que me quitara el pijama después de todo.

Ver su reflejo era estupefaciente, como su cabeza llena de rulos empezaba a perderse en mi cuello mientas sentía su toque en mi piel, note que sólo tenía una toalla rodeando su cadera, desgraciado, ¿Cómo quieres que me resista si vienes así hasta mí? No tienes compasión, esto también deberían contártelo como pecado, jugar así con mi alma, mi corazón y mis sentidos debería ser delito para ti.

Pero no me importa, llévate lo que quieras, destrúyelo todo. Con la condición de que te quedes, si es así, no existirá precio alto para mí.

Cerré los ojos dejándome llevar, sintiendo mi cuerpo impaciente por más cercanía, ahora todo me parece tan poco, me he vuelto exigente, demandante, ambiciosa, la codicia a matado reyes, piratas e inocentes; ¿eres tan cruel de condenarme a lo mismo, Antonio?

Esta bien, estos son los únicos momentos en los que me puedo olvidar de todo y sé que tu también, justo ahora ha dejado de existir un portal del tiempo y una enfermedad incurable. Puedo negar la existencia de cualquier tristeza, sólo existimos los dos y este sentimiento que no se borrará nunca de mi, aunque nadie más lo sepa.

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